Por un par de semanas esas escapadas le sirvieron para desahogar sus ansias, pero el pueblo era muy pequeño para que pasara desapercibida su relación, ellos lo sabían.Sin embargo, no querían atormentarse aún con los problemas que podían crearse, sino vivir el momento, antes de que la tranquilidad llegara a su fin.En una oportunidad acompañaron a Elías Hamed a Puerto Maya, un pueblo pesquero cercano a la Colonia Tovar y perteneciente a las costas del estado Aragua.Destino que la empresa de turismo quería ofrecer en un paquete promocional más completo, que no solo incluyera una visita de una tarde, sino la posibilidad de hospedaje y con diversiones adicionales.Elías necesitaba planificar con el dueño de una de las posadas de la zona los costos de esas excursiones y la forma en que compartirían las ganancias.Salieron de la Colonia una mañana fría arropados por una cortina de suave neblina. Se internaron por la montaña sobre uno de los vehículos de doble tracción de la empresa de tur
Con ayuda de una rodilla David le abrió las piernas e introdujo su mano para alcanzar su intimidad.—Ohhh, esto va estar muy bueno —declaró al sentirla resbaladiza, y sumergió la lengua dentro de la boca femenina.Jimena se rindió al oleaje de emociones que se desató en su interior. Rodeó el cuello de David con los brazos para sostenerse y abrió aún más las piernas, permitió que él apartara la tela del bikini y la poseyera allí, de una sola estocada.Sus frentes se unieron mientras sus cuerpos danzaban en un ritmo frenético bajo el agua, que ahora se sentía cálida. Se entregaron sin reservas, olvidándose por completo de los alrededores, del mundo y de ellos mismos.Ella se arqueó embriagada por el placer, lo que le concedió a él una oportunidad para alcanzar con la boca sus senos.Le apartó la tela del traje de baño y succionó con hambre la punta erguida de uno de sus pezones. Lo frotó con la lengua, al tiempo que se empuñaba más a ella hasta hacerla lloriquear y pedirle más.La implo
La estadía en la Colonia Tovar, para ambos, se alargó más de lo que habían planificado. Después de un mes David aún no cosechaba las tierras que Leonel Acosta le había asignado, ni Jimena lograba obtener la titularidad de la propiedad que le dejó en herencia su madre.Los asuntos se le complicaban y la única forma de no caer en la desesperación era manteniendo una doble vida. Por un lado se hallaban en sus amargas realidades y por el otro, en un dulce idilio que cada día los unía más.David comenzó a sentirse incómodo con aquella situación. Anhelaba estar con Jimena, pero sabía que ella estaría siempre mezclada a una familia que lo evitaba a toda costa y a él cada vez se le hacía más difícil eliminar los pesos que le habían impuesto al regresar a ese país.En su cabaña aún estaba Amanda, dormía cada noche con ella a pesar de que procuraba evitarla, pero tampoco la alejaba de su lado.No sabía cómo hacerlo sin que su familia o la de ella se involucraran en el conflicto. Estaba con las
Ese mismo viernes de agosto, David regresó a su cabaña más cansado de lo habitual.Ese día había trabajado hasta la extenuación: enriqueció el terreno de una de las propiedades para iniciar pronto con las cosechas y se reunió con representantes del gobierno local para acordar diversos temas legales.Quería darse un largo baño con agua caliente y meterse bajo las sabanas para dormir durante horas. Sin embargo, al ver detenido frente a su casa el auto de su familia, masculló varias maldiciones antes de salir resignado de su vehículo.—Efraín Contreras —saludó al moreno que se hallaba recostado de la carrocería del auto visitante y mantenía una mano guardada dentro de su grueso abrigo, los hombros encogidos y un cigarrillo a medio consumir en su otra mano—. ¿Tienes frío?—Joven David —respondió el chofer y le mostró una sonrisa algo forzada por lo entumecida que tenía las facciones—. ¿Cómo puede sobrevivir en un lugar como este? —expresó estremecido.David se recostó en el auto, junto al
La cocina era tan pequeña como el resto de la cabaña, con una cocina empotrada fabricada en madera y fórmica en un costado, y del otro un mesón pegado a la pared, que servía de mesa.Allí se encontraba su madre, la sofisticada y hermosa Alicia Salazar de León, hija de un renombrado escultor y empresario del país y de una poetisa ya fallecida.Sobrina de un Obispo de la iglesia católica, tía de un sacerdote y de una reconocida médico cirujano, quien además, dirigía una de las clínicas más prominentes del país.Una dama acostumbrada a relacionarse en los círculos sociales, religiosos y culturales de mayor relevancia, quien seguía con celo las tradiciones y protegía con rigurosidad la imagen familiar, así como su propio comportamiento.Costumbre que demostraba en la forma elegante en que estaba sentada sobre una delgada banqueta, con la espalda recta y los antebrazos apoyados con delicadeza en el borde del mesón, mientras revolvía con una cucharita el té de hierbas que habitualmente toma
David se desconcertó, tomó una mano de su madre y la acarició para tranquilizarla.—¿Qué ocurre? —expresó casi en un ruego, harto de los secretos y de las mentiras. La mujer negó con la cabeza y bajó el rostro mientras el llanto le salía a raudales. David le alzó la barbilla con un dedo, para obligarla a encararlo—. Mamá, ya basta de intrigas. Dime qué pasa.Alicia tardó un minuto en responder. Procuraba controlar su dolor.—No te vayas, David. Leonel te necesita.—Leonel está rodeado de gente capacitada, tiene expertos y…—Él te necesita a ti. —David la observó con frialdad, no creía en esa afirmación—. Está muy enfermo, ¿no te das cuenta? —confesó la mujer con voz trémula—. Leonel se muere, le queda muy poco tiempo.David se paralizó al escuchar esas palabras. Alicia hundió el rostro entre las manos para expulsar toda la pena que la embargaba.Él no pudo consolarla, un malestar agudo le invadió el pecho y lo dejó inmovilizado en el asiento. La confirmación de sus sospechas fue más d
La noche en la Colonia Tovar se había vuelto melancólica y oscura. No se divisaba la luna y muy pocas estrellas se asomaban con timidez entre las nubes.No llovía, solo un viento frío golpeaba los cristales de las ventanas y mecía los altos árboles en una suave danza que atrapaba la atención de Jimena.No sabía cuánto tiempo había pasado junto a la ventana, con la mirada fija en el oscuro paisaje. Se alejó cuando comenzaron a dolerle las piernas por haber estado tanto tiempo parada.Caminó por el hogar. Se sentía agotada, llevaba horas sumergida en sus pensamientos. Analizaba y evaluaba posibilidades, e indagaba maneras de recuperar la propiedad que le había dejado su madre sin tener que aceptar la absurda propuesta de Tomás Reyes.Al llegar a la sala, halló entreabierta la puerta del taller. La luz interior estaba encendida, lo que significaba que él se encontraba adentro.Dudó por un momento. Se detuvo en medio de la estancia a debatir si aprovechaba la ocasión para conversar con él
A la mañana siguiente, la tensión en la que se mantenían Jimena y David les impedía concentrarse en alguna actividad. Ambos se encontraban afectados por sus propias realidades y la única manera en que podían conseguir un poco de paz era estando cerca del otro.Se encontraron en un chalet ubicado en una de las zonas más altas y apartadas del pueblo. Un espacio discreto y cómodo, oculto entre la vegetación.La habitación que les cedieron se hallaba en la buhardilla y poseía gran ventanal que les daba una vista acogedora de los valles.Se quitaron los zapatos y se sentaron sobre la cama con las espaldas apoyadas en los almohadones y la mirada perdida en el exterior.David mantenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Jimena, la aferraba a él, con su rostro apoyado sobre la cabeza de la chica.Le había contado su pena más actual: la situación de salud de Leonel Acosta y su frustración por no poder hacer nada, ni siquiera, con respecto a sus sentimientos hacia el hombre, que se em