XXXI Alfas celosos

Sólo un loco arriesgaría su vida saliendo durante una tormenta como la que había aquella noche en las montañas. Un loco, un adicto, un enamorado, un enfermo. Magnus estaba enfermo, así se sentía. Y le ardían las sienes. En el breve tiempo que había pasado desde que supiera que Bea no estaba con Ale se había afiebrado.

Mientras esperaba que se abriera la puerta del garaje recordó que no había electricidad. Se devolvió y fue por la puerta del costado.

Avanzó iluminando con el teléfono hasta encontrar su auto. Iría al pueblo, preguntaría en restaurantes, hoteles, el hospital. Esperaba no tener que llegar al hospital.

Buscaba la llave en su bolsillo cuando algo le tocó el brazo. Se le cayeron las llaves y el teléfono de la impresión y retrocedió. Había alguien más ahí.

Y Magnus Grandón no era un hombre que se acobardara tan fácilmente, no señor. Él le temía a las bacterias, hongos, ácaros, bichos que no se podían ver. Un ladrón no era nada para él...

Tal vez si no se había bañado.

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