Bea jamás se consideró una mujer cobarde. En las giras con su padre a veces aparcaban la casa rodante en descampados donde no había un alma, donde la oscuridad no la dejaba ver nada alrededor y los ruidos de la noche entonaban una escalofriante sinfonía a la que ni caso le hacía.Ahora, ya adulta y hasta casada, nada había cambiado. Ella era muy valiente.—¡¿Qué fue ese ruido?! —preguntó, aferrando las sábanas.—El piso es de madera y las tablas crujen —dijo Magnus.—¿Por qué crujen si nadie las está pisando?—Probablemente sea porque de noche se enfrían y encojen, se llama contracción térmica, es física básica. ¿No fuiste a la escuela?—Claro que fui, pero mis favoritas eran las clases de arte.—Eso explica muchas cosas.—¿Qué quieres decir?—Nada, ya duérmete.—Eso es lo que intento, ni que fuera tan fácil.Otro ruido. La casa crujía como si los muros se vinieran abajo. Ya creía que el techo le caería encima y morirían como cucarachas aplastadas.Aferró más las sábanas.Más ruidos.
Armada con un atizador, Bea fue al segundo piso. Seguía sin oler nada.Magnus subió la escalera tras ella. Se apoyó en el muro, al inicio del pasillo, que empezó a deformarse. Se alargaba y serpenteaba, la puerta del final se volvía inalcanzable. Los muros ondeaban como si fueran de gelatina y alguien los sacudiera.Apretó los ojos. Al volver a mirar, la deformación espacial seguía allí, era una pesadilla estando despierto.—En tu habitación no hay nada.Bea entró a otra. Hasta su voz le llegaba como si estuviera a metros de distancia.—Acá tampoco.Fue así como llegó a la última, que seguía cerrada con llave. Pegó el oído a la puerta. Sólo el tic tac de un reloj se oía. Debía tener pilas infinitas.—Aquí no hay nada… ¡¿Magnus?!El hombre se había desplomado y corrió hacia él. Tenía una palidez enfermiza y la mirada errática. Las manos le temblaban.—Estoy en el suelo… ni siquiera llevo mis guantes, no recuerdo dónde los dejé… ¿Qué me pasa?Bea lo abrazó. Ella no era médico, tampoco e
Debido a la inconsciencia que le había provocado el golpe, Bea tendría que permanecer en observación en la clínica hasta el día siguiente. Sin las quejas de Magnus, sin los ruidos extraños ni los olores fantasmas de la casa del terror, pasaría una noche estupenda en su habitación privada, no como cuando se lesionó el brazo a los nueve años."Este será nuestro secreto, Bea. Si tu madre se entera, me mata. Y tú no quieres quedarte sin tu papi ¿No?".Claro que no, ella amaba mucho a su papi, aunque le hubiera dicho que era buena idea subirse al techo de la casa rodante para ver las estrellas. Jamás volvería a preguntarle algo mientras estuviera fumando sus cigarros naturales.Como el hombre había gastado todo su dinero en la producción de su último disco y pedirle a Irene no era una opción, Bea acabó internada en una sala común de hospital de pueblo. Junto a ella, un anciano que no dejaba de hablar y quejarse la mantuvo insomne hasta el último minuto. Una pesadilla.Ahora, tanto tiempo d
Al tercer día de separados, Bea recibió un correo electrónico de Magnus citándola a mediodía a una reunión en empresas Grandón. El texto señalaba "atuendo formal".Fue temprano a la casa de las colinas. No estaba el auto de Magnus, así que había camino libre. Irrumpió deprisa y estuvo segura. Luego de cerrar la puerta a sus espaldas, oyó un ruido en las entrañas de la casa: un golpe repentino, un sobresalto en respuesta a su intempestivo ingreso a la morada.Se mantuvo quieta, a la espera y con los oídos atentos. No creía que hubiera ratas, con nadie que frenara a Magnus, debía haber fumigado hasta debajo de la cama. Se quitó los zapatos y anduvo en puntillas. Cruzó la sala sin mirar las escaleras y se detuvo en el muro antes del pasillo que daba a la cocina. Fue apenas unos segundos, pero una sutil fragancia le llegó: duraznos en almíbar. Era tan real que se le hizo agua la boca. Siguió en puntillas por el pasillo. Entró a la cocina y una brisa le sacudió el cabello en dirección h
Sentados en la parte trasera del auto, Bea y Magnus miraban la casa en lo alto, con sus ventanas oscuras y las flores doradas del aromo formando una alfombra a su alrededor. La antigua y lúgubre estructura guardaba un secreto y ellos serían quienes lo descubrirían.—¿Entramos? —preguntó Bea.—Todavía no, sigamos observando.Llevaban allí estacionados una media hora.—Tal vez deberíamos llamar a la policía —sugirió ella.—Ya no vienen cuando yo los llamo. ¿Por qué sería?, se preguntó Bea.Siguieron observando. Una brisa barrió las flores. A Magnus le picó la nariz. Tenía la mascarilla lista para ponérsela en cuanto se bajara.No se la puso.No se bajó.—¿Tienes miedo, Magnus?—¿A qué le temería? ¿A tu amante fantasma?—Entonces baja.—No hay que actuar con impulsividad. Debemos estudiar bien la situación.Bea suspiró y bajó del auto. Los tacones se le hundieron en la tierra blanda. No había tenido tiempo de cambiarse, su ropa estaba dentro de la casa, secuestrada por el ente que allí
Luego de una ducha bien fría, Bea estuvo en condiciones de pensar. Ser descubierta prácticamente en medio del acto debía ser de lo más terrorífico que le había pasado. Que se le quitaran las ganas de golpe acabaría por enfermarla, por dejarla paranoica, estresada y seca.Ni hablar de Magnus, a él todo le afectaba el triple. Y justo cuando más receptivo estaba, cuando se atrevía a tomar la iniciativa de manera tan seductora. Rogaba para que no se volviera más aprensivo, para que no quedara impotente o se le cayera el cabello y el pene.Tal vez debía ir a la iglesia para espantar las malas vibras o conseguir de esos amuletos que atraían las buenas vibras o secuestrar a Magnus y llevárselo a donde nadie los conociera y regresarlo cuando de virgen no le quedaran ni las orejas. Sí señor, eso debía hacer, por el bien de su matrimonio y su estabilidad mental.Una media hora después Magnus llegó. Se dejó caer en la cama y se aferró la cabeza, con la vista fija en sus zapatos. Seguía con zapat
El auto de Magnus iba doblando en la cuesta de las colinas cuando le llegó el resplandor de las balizas iluminando la casa. Había dos autos policíacos. Se apresuró a bajar. No tuvo tiempo ni de ponerse la mascarilla.Los policías entraban y salían de la casa, con sus zapatos llenos de tierra.—¡Yo no lo hice, soy inocente! —gritaba el tío Eli, mientras dos policías lo sacaban esposado de la casa.Magnus pensó en Bea, que no había respondido sus llamadas.—¡¿Qué pasó?! —le preguntó.—¡Magnus, hijo! ¡Yo no lo hice! ¡Ellos me dijeron que querían estar aquí, por eso los traje! ¡Yo no los mat...!Ya no pudo oír lo que decía dentro de la patrulla. Los ojos de Magnus se dirigieron a la casa. La fachada se deformaba igual que lo había hecho el pasillo del segundo piso. La puerta abierta se movía como la boca de un monstruo con ganas de devorarlo. El suelo bajo sus pies, cubierto de las flores del aromo, se movía también. Era el lomo de una bestia que intentaba sacudírselo de encima. Así and
—¿Magnus ya se fue? —le preguntó Bea por la mañana a Serafina, mientras desayunaba.—Sí, dijo que pasaría a la estación de policía antes de ir a la empresa.—Ni siquiera se despidió de mí.—Supongo que cualquiera se enojaría si le meten a la cárcel a alguien que representa un vínculo con sus padres muertos. —¡Ay Serafina, ojalá fuera eso!—Cuenta, ya me dejaste con la duda.—No puedo, si Magnus se enterara de que ando ventilando nuestras intimidades, probablemente se molestaría.—¿Tienen problemas en la cama?—¡¿Cómo lo supiste?!—Se te nota en la cara.Bea se la cubrió, impactada.—No es cierto, pero es algo obvio conociendo a Magnus. Un hombre tan asquiento no puede ser bueno en la cama. —No se trata de ser bueno o no. No sé cómo explicarlo. Nunca había estado con un hombre como él. Algunas veces me deja la cabeza en blanco y otras me la satura. —¿Y cómo estás ahora?—Las dos al mismo tiempo. Es como la paradoja del gato y el pan con mermelada. ¿La conoces?Serafina negó.—Los ga