XLVI La tumba

—¡Querida, esto es asombroso! —decía Elena.

Bea les mostraba, a ella y a su madre, imágenes del antes y el después de Obanda, llena de orgullo.

—Al principio creí que sería difícil, pero si algo me sobra eso es voluntad. Si he podido con Magnus, cómo no podría con Obanda.

—Deberías ir pensando en ser presidenta de la república, ya tienes mi voto, Bea. Siempre he querido ver cómo es el baño del presidente —dijo Elena.

—Tendrás que encargarte de que el vago de tu padre no perjudique tu imagen o te hará perder votos.

La presidencia era algo en lo que Bea jamás pensó, como tampoco había imaginado ser alcaldesa. En tal posición podría crear una ley para que la gente pudiera ir con ropa deportiva a sus trabajos y estuvieran más cómodos, o clases de baile en las escuelas y espectáculos artísticos en las calles, para acercar el arte y la cultura a la gente. Ya hasta empezaba a planear en qué invertir los impuestos.

Luego del almuerzo, fue a acompañar a Magnus a la terraza.

—No adivinas qué i
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