LII Bea, la detective

Luego de una ducha bien fría, Bea estuvo en condiciones de pensar. Ser descubierta prácticamente en medio del acto debía ser de lo más terrorífico que le había pasado. Que se le quitaran las ganas de golpe acabaría por enfermarla, por dejarla paranoica, estresada y seca.

Ni hablar de Magnus, a él todo le afectaba el triple. Y justo cuando más receptivo estaba, cuando se atrevía a tomar la iniciativa de manera tan seductora. Rogaba para que no se volviera más aprensivo, para que no quedara impotente o se le cayera el cabello y el pene.

Tal vez debía ir a la iglesia para espantar las malas vibras o conseguir de esos amuletos que atraían las buenas vibras o secuestrar a Magnus y llevárselo a donde nadie los conociera y regresarlo cuando de virgen no le quedaran ni las orejas. Sí señor, eso debía hacer, por el bien de su matrimonio y su estabilidad mental.

Una media hora después Magnus llegó. Se dejó caer en la cama y se aferró la cabeza, con la vista fija en sus zapatos. Seguía con zapat
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