LVI Un hombre de palabra

Magnus cruzó el hall de empresas Grandón con la moral en alto. Sería un gran día y terminaría mejor aún. No permitiría que los pensamientos negativos mermaran su seguridad y arruinaran sus promesas sexuales. Era un hombre de palabra.

Saludó a su asistente y entró a su oficina. Salió unos segundos después y se quedó mirando los asientos que había en un rincón.

—Isabel, eso que está allí, leyendo ¿es un niño?

—Sí, señor.

—¿Trabaja aquí? Porque, si no recuerdo mal, las leyes laborales nos impiden contratar menores de edad.

—No, señor. No es un empleado, es mi sobrino. Mi hermano tuvo un problema con la niñera y no tenía con quién dejarlo.

—¿No podía cuidarlo su esposa?

—Su esposa los abandonó hace un mes.

Magnus volvió a mirarlo. El niño, que no debía tener más de diez años, leía con una concentración propia de un adulto. Se ocultaba detrás de un libro, él sabía lo que era eso.

—Es un niño muy bien portado y limpio. Y silencioso también, no dará problemas.

El niño fue junto a ellos.

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