Todo se volvió totalmente oscuro, parecía que mi penitencia había llegado a su fin ya que vi una luz en medio de esa oscuridad.
Creí que al fin me iría al cielo a descansar de todo eso, que al fin sería liberada de mi sufrimiento eterno, que al fin hallaría la paz que se me había negado tan cruelmente en vida y en muerte. La luz era cálida y acogedora, una promesa de alivio que me envolvía como un manto de consuelo. Pero no fue así. Al traspasar esa luz, abrí los ojos. Estaba en una habitación que no reconocía, recostada en una cama que nunca fue la mía, y lo más importante cruzaba por mi cabeza en ese momento: ¿De quién es el brazo que me sujetaba? La confusión y el terror se mezclaban en mi mente como un torbellino. Mis manos temblaban, el pulso en mis sienes retumbaba como tambores de guerra. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Tenía miedo de haber vuelto a la vida y estar en los brazos de aquel que fue mi esposo. La posibilidad de enfrentar nuevamente a quien me había condenado a esa muerte en vida era aterradora. El mero pensamiento de su toque me hacía temblar de pavor. —¡Aaaaaah! —fue lo único que alcancé a gritar al girarme y ver el rostro del hombre que me abrazaba. Su expresión de sorpresa y susto reflejaba un desconocimiento absoluto de mi tormento. Su cara, aunque extraña para mí, tenía un poco de familiaridad que no podía precisar. Él abrió los ojos, asustado al parecer por mi reacción. Sus ojos eran cálidos, preocupados, una mirada que no había conocido en mucho tiempo. —Amelia, ¿estás bien, cariño? —preguntó mientras yo caía al suelo y comenzaba a arrastrarme en él. Su voz era suave, dulce, cargada de una preocupación genuina que me desarmaba. Pero esa palabra, "Amelia", me llenaba de una confusión mayor. ¿Quién era Amelia? No, mi nombre no es Amelia, yo me llamo Rut. —Amelia… —repitió él, ahora con más preocupación en su voz, acercándose a mí con cautela. Cada paso que daba hacia mí era una mezcla de miedo y ternura, como si temiera romperme con solo tocarme. Sentí una oleada de desesperación, una necesidad de entender qué estaba pasando, dónde estaba y quién era este hombre que parecía conocerme tan bien. —¿Quién eres? —logré articular, mi voz quebrada por el miedo y la confusión. —Amelia, soy yo, tu esposo. ¿Qué te sucede? —respondió, su voz temblorosa mientras sus ojos buscaban los míos, tratando de encontrar en ellos una chispa de reconocimiento. Pero no había nada que reconocer. Yo no era Amelia. Yo era Rut, una mujer que había sido arrancada de su vida y ahora se encontraba perdida en un cuerpo ajeno, en una realidad que no le pertenecía. El desconcierto en sus ojos reflejaba el mío. ¿Qué cruel broma del destino me había colocado en esta situación? ¿Era esta otra forma de penitencia, otro giro de la tortura eterna a la que estaba sometida? La habitación alrededor de nosotros se sentía cada vez más opresiva, las paredes cerrándose mientras el pánico crecía dentro de mí. —No soy Amelia… —susurré, apenas creyendo en mis propias palabras, intentando encontrar sentido en un mundo que había perdido toda lógica. Tenía más miedo que cuando estaba con mi esposo, ya que al fin logré reconocer a ese hombre. Era el hombre que me mató, el hombre que desmembró cada parte de mi cuerpo, el hombre que dejó mi cuerpo en medio de la nada. Ese hombre era el mismo, él era… mi asesino. —Amelia, cariño… —¡Aléjate, aléjate de mí! ¡No te me acerques, no me hagas daño, vete, por favor, déjame ir! —mencionaba desesperada, y él parecía confundido. —Amelia… Lo vi ponerse en pie de la cama y yo hice lo mismo desde el suelo. Salí corriendo tan rápido que me dirigí al baño, que era la primera puerta que abrí. Me eché agua en la cara y comencé a llorar. Pero al ver mi reflejo en el espejo, no era yo. Ese no era mi cuerpo, ni siquiera conocía o reconocía a esa mujer en el espejo que me observaba con una expresión de confusión. —Amelia, abre la puerta por favor. Vamos, cariño, ¿aún estás molesta conmigo porque no te compré el auto que querías? —preguntó mi asesino del otro lado. Yo no dije nada, solo me tiré al suelo. Él insistió por un tiempo hasta que ya no lo escuché. Creo que pasaron algunas horas hasta que me animé a salir del baño. Para mi sorpresa, el desayuno estaba en la mesa de noche al lado de la cama, y una hermosa rosa roja estaba en un vaso de cristal con una nota. Me acerqué con pasos lentos y tomé la nota entre mis manos. «Sé que estás molesta. Puedes comprar lo que quieras, cariño. Ya perdóname, no volveré a negarte nada.» Dejé la nota donde estaba y miré el desayuno. Se me pasaron muchas interrogantes por la cabeza. ¿Y si la comida tiene veneno? Pensé en no comerla, pero el hambre me embargaba, me dolía el estómago. Estaba muy hambrienta y no lo pude evitar. Terminé por comerme todo lo que el plato tenía. Me senté en la cama hasta que escuché que comenzaron a tocar a la puerta. —Señora Riviera, ¿se puede pasar? —¿Riviera? —pregunté más para mí en voz baja. Había escuchado hablar de los Riviera. Eran una de las familias más ricas de toda la nación. Se decía que el matrimonio tenía dos hijos: uno que era el que llevaba el control de las empresas Riviera, y el otro… bueno, del otro no se hablaba mucho, solo que era algo así como la oveja negra de esa familia. Me quedé quieta, intentando asimilar la situación. ¿Cómo había terminado en el cuerpo de Amelia Riviera? ¿Qué clase de destino cruel era este, estar atrapada en la vida de una desconocida y, peor aún, casada con mi asesino?Respiré hondo, tratando de calmar el torrente de pensamientos que me invadían.—Señora Riviera, soy Helen, la asistente de su esposo. ¿Puedo entrar? —la voz del otro lado de la puerta era suave, casi maternal.—Sí, adelante —respondí, intentando mantener mi voz firme.La puerta se abrió y una mujer de mediana edad, con una expresión amable, entró a la habitación. Me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.—El señor Riviera me pidió que viniera a ver cómo se siente. Está muy preocupado por usted —dijo Helen, acercándose lentamente.—Estoy... bien, solo necesito un poco de tiempo para mí misma —respondí, intentando sonar convincente.Helen asintió, como si entendiera más de lo que decía.—Entiendo. Si necesita algo, estaré en la sala. Tome su tiempo, señora Riviera.La asistente salió de la habitación, dejándome nuevamente sola con mis pensamientos. Me levanté y comencé a explorar la habitación en busca de respuestas.Abrí los cajones, busqué en el armario, intentando encontra
Caminamos hacia la casa y vi a un hombre que se parecía mucho a él, un familiar quizás.—¿Hermano, qué haces aquí? —preguntó mi asesino al hombre en casa, revelando un vínculo que desconocía.—Vine a que me entregues los papeles que me ibas a entregar —respondió el hombre, mirándome con curiosidad.—Sí, claro, espera aquí, ya los traigo —dijo mi asesino, luego se dirigió a mí con un gesto apacible—. Ya vuelvo, cariño.Tan pronto desapareció, el hombre se acercó a mí con una confianza que me incomodaba.—Amelia… —mencionó, tomando mi cintura y besándome sin aviso, su aliento caliente en mi rostro me revolvió el estómago.Reaccioné instintivamente, empujándolo con fuerza y luego dándole una bofetada que resonó en la habitación.—¿Qué sucede aquí? —preguntó mi asesino al regresar, su presencia imponente llenando el espacio.—Él intentó besarme —dije molesta, mirándolo directamente a los ojos.—No sé de qué habla, Leonel —contestó el hombre, con una mueca de confusión.¿Leonel? Así se lla
—No... no lo estoy. Quiero verme, quiero ver a Rut —mi voz apenas alcanzaba a formar las palabras entre sollozos y respiraciones entrecortadas. Me levanté de un salto y corrí de nuevo hacia la recepcionista, implorándole que me permitiera ver a «mi amiga». Ella negó mi solicitud por no ser familiar directo, entonces se me ocurrió una idea. —¿Y su esposo? ¿Ha venido? —Lo siento, señorita, pero el esposo de la señora Ruth no ha venido a verla ni una sola vez. ¿Y mis padres? —¿Y los padres de la joven? —Lo siento, ninguno de sus familiares ha venido a verla. Las lágrimas brotaron de mis ojos, recuerdos dolorosos se agolparon en mi mente. Mi esposo había tejido una red de mentiras con mis padres, haciéndoles creer que yo estaba de viaje con unas amigas. Así fue como nunca supieron que yo estaba hospitalizada y ahora, Rut estaba sola en esa cama de hospital, luchando por su vida mientras su entorno familiar permanecía ausente y ajeno a su sufrimiento. —¿Por favor podría llamar a su
—¿Qué te pasa, estúpida? ¿Cómo te atreves a golpearme? —gritó molesto, tomándome fuerte de los hombros mientras sus manos me apretaban con tanta fuerza que sentía que iba a quebrarme.En eso, Leonel le propinó otro golpe que lo hizo caer al suelo con un sonido sordo y doloroso.—¡En tu vida vuelvas a tocar a mi esposa! —gruñó Leonel con voz amenazante.—¡Tu esposa, esa maldita perra, me golpeó y ni siquiera la conozco!—¡Tú fuiste quien golpeó a Rut! Rut está hospitalizada gracias a ti, maldito… —gritaba a Marcus con furia descontrolada, mientras me acercaba a él y comenzaba a golpear su pecho con mis puños cerrados.Leonel se interpuso rápidamente entre nosotros cuando Marcus alzó la mano amenazadoramente hacia mí.—¿Qué te dije? —preguntó Leonel con dureza, empujando a Marcus lejos de mí con firmeza.—Ella se lo merecía… Ruth se merecía lo que le hice —mencionó Marcus con resentimiento en cada palabra.¿Merecía que me tratara así por años? ¡Qué estupidez pensar así!—Vamos —le dije
Él asintió, saliendo del auto con una expresión reflexiva en el rostro. Comenzamos a caminar por la orilla de la playa, dejando que el sonido de las olas rompiendo en la costa llenara el espacio entre nosotros. Ninguno de los dos dijo una palabra durante un buen rato. Simplemente caminábamos, dejando que nuestros pensamientos fluyeran con la brisa marina.Finalmente, regresamos a su casa. Al llegar, él pidió a las empleadas que prepararan una habitación para mí y se alejó por el corredor que conducía a su despacho, dejándome sola con mis pensamientos y preguntas aún sin respuesta.★Leonel.Ni siquiera sabía qué decirle a Ruth.Pedir perdón estaba de más; yo la había asesinado y no fue una muerte para nada dulce. Aún siento el calor de su sangre en mis manos.Me senté en mi escritorio y recargué la cabeza sobre él.Amelia no estaba y esa era la realidad: el cuerpo de mi esposa estaba ocupado por una total desconocida.Comencé a leer los informes que debía entregar a mi hermano, pero mi
—¿Algo más, señora Riviera? —pregunté, sintiendo una conexión intensa en ese momento, como si algo más estuviera pasando entre nosotros, algo que trascendía nuestras circunstancias actuales.—No por el momento, me iré a dormir.—Dulces sueños, Ruth.—Dulces sueños, Leonel.Ella se puso en pie con elegancia y comenzó a alejarse. Justo cuando estaba por llegar a la puerta, decidí hablar.—Mañana hay una fiesta empresarial de mi familia. Creo que es un buen momento para hacer público nuestro matrimonio. ¿Te parece?Ella se giró lentamente hacia mí, con una sonrisa traviesa iluminando su rostro.—Me parece perfecto, señor Riviera —respondió con voz suave y firme.—Entonces así será señora Riviera —confirmé, observando cómo salía grácilmente de mi despacho.Me levanté de mi escritorio y caminé hacia la ventana. Con cuidado, abrí las cortinas solo un poco para dejar entrar la luz de la luna.Encendí un cigarrillo, dejando que el humo se deslizara lentamente por la habitación. Ahora que las
Nos quedamos mirándonos por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sentí una conexión inexplicable entre nosotros, algo más allá de las palabras.Ella carraspeó y desvió la mirada hacia otro lado, rompiendo el hechizo momentáneo. Yo suspiré, intentando calmar mi corazón acelerado.—¿Me ayudas a levantarme? Creo que me lastimé el tobillo —dijo, ahora más seria.La cargué en mis brazos y la llevé hasta la cama. Sentir su peso contra mi pecho y su respiración en mi cuello fue una experiencia casi abrumadora. Ella estaba en silencio, y yo me sentía idiotizado con ella, completamente atrapado en su presencia.Mientras la acomodaba en la cama, noté cómo su respiración se volvía más suave, pero sus ojos seguían brillando con esa chispa de diversión y algo más, algo que no podía definir. Sentí una mezcla de emociones, desde la preocupación por su tobillo hasta una extraña ternura que no podía explicar.—¿Te duele mucho? —le pregunté, intentando concentrarme en algo más que en la atracción q
Es irónico. Ya no la veo con el físico de Amelia. No sé si es porque ya sé quién es realmente, pero ante mis ojos, está una mujer totalmente diferente a Amelia. Esta mujer…Es algo extraño, pero sé que ella está en el cuerpo de mi esposa. Sin embargo, no veo a Amelia literalmente. A quien veo es a Ruth, con su cabello oscuro, tan diferente del cabello rubio de Amelia, sus mejillas, su sonrisa.Esta mujer que deslumbra mis ojos no es Amelia, es Ruth.—¿En verdad besaste a Ruth? —preguntó, con su voz temblando ligeramente.—No lo dudes. ¿Era todo lo que querías preguntar?—¿Por qué? ¿Por qué me besaste?—Porque no lo pude evitar, sentí cosas al estar cerca de ti. Pero tú… mira que me has defendido como una guerrera. Oh, Ruth, eres impresionante.—Deja de elogiarme, solo soy una ilusa. Pero sé bien que ante Marcus no podré defenderme —ella desvió la mirada.—Ruth, estás frente a tu asesino y le tienes más miedo a esa rata parada que a mí. Me siento ofendido —mencioné, tomando sus mejilla