Caminamos hacia la casa y vi a un hombre que se parecía mucho a él, un familiar quizás.
—¿Hermano, qué haces aquí? —preguntó mi asesino al hombre en casa, revelando un vínculo que desconocía. —Vine a que me entregues los papeles que me ibas a entregar —respondió el hombre, mirándome con curiosidad. —Sí, claro, espera aquí, ya los traigo —dijo mi asesino, luego se dirigió a mí con un gesto apacible—. Ya vuelvo, cariño. Tan pronto desapareció, el hombre se acercó a mí con una confianza que me incomodaba. —Amelia… —mencionó, tomando mi cintura y besándome sin aviso, su aliento caliente en mi rostro me revolvió el estómago. Reaccioné instintivamente, empujándolo con fuerza y luego dándole una bofetada que resonó en la habitación. —¿Qué sucede aquí? —preguntó mi asesino al regresar, su presencia imponente llenando el espacio. —Él intentó besarme —dije molesta, mirándolo directamente a los ojos. —No sé de qué habla, Leonel —contestó el hombre, con una mueca de confusión. ¿Leonel? Así se llamaba mi asesino. El nombre resonó en mi mente como un eco distante de la verdad. —¿No sabe de lo que hablo? Casi me mete la lengua en la boca, Leonel, él es… —Quiero que te largues de mi casa y no vuelvas más —gritó Leonel, su voz llenando la habitación con una furia que parecía conocida, pero multiplicada en intensidad. —Ella solo te quiere por tu dinero —dijo el otro, su tono resentido colisionando con la atmósfera tensa. —¿Y qué? No importa, le daré mi fortuna entera si es necesario. Ahora lárgate —ordenó Leonel, con su mandíbula tensa y sus puños apretados. El otro hombre salió enfurecido. Volteé a ver a Leonel, quien simplemente estaba de pie, colocando los documentos en una encimera con manos temblorosas. —Sabes, sé que nos casamos como un acuerdo, para que tú pudieras hacer con tu vida lo que quisieras. Yo a cambio, te di poder, fortuna y todo cuanto me pediste. Pero Amelia, no pude evitar amarte. Sé que no sientes lo mismo que yo, así que hazme un favor y no me engañes en mi propia casa y menos con mi hermano —dijo Leonel con voz entrecortada, dándose media vuelta y alejándose. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de una mezcla de resignación y dolor. ¿Tan despreciable es esta Amelia? Hasta tristeza me dio ver a mi asesino tan deprimido por saber en carne propia lo que él es capaz de hacer por la mujer que ama. Corrí detrás de él y tomé su mano, sintiendo su piel fría bajo la mía, contrastando con la calidez de la tarde que se filtraba por las ventanas. —¿No iremos a la playa? —pregunté, tratando de encontrar alguna manera de conectar con él, de hacerle ver que yo no era su Amelia. Leonel se detuvo y sus ojos verdes buscaron los míos con intensidad. Hubo un destello de dolor y confusión en su mirada antes de que sus facciones se endurecieran nuevamente, como si estuviera luchando consigo mismo. —No ahora, Amelia. Necesito tiempo para pensar —respondió con voz ronca, apartando su mano suavemente de la mía. Me quedé allí, sintiendo el peso de la situación aplastándome. Observé cómo se alejaba, con pasos lentos y pesados, mientras yo permanecía paralizada por la incertidumbre. ¿Qué sería de mí ahora? Después de verlo alejarse, con el corazón aún apretado, me dirigí a la cocina. La luz matutina filtrándose por las cortinas creaba un ambiente tranquilo que contrastaba con mi agitada mente. Tal vez si le preparaba un lindo desayuno, su semblante cambiaría. Pero al entrar a la cocina, mi vista se fijó en el reloj de pared. Era un modelo electrónico moderno, con números rojos brillantes que mostraban tanto la hora como la fecha. Eran las 12 del mediodía, pero lo que captó mi atención fue la fecha: marcaba cuatro meses antes de mi muerte. ¿Entonces aún sigo viva? ¿Mi cuerpo aún está con vida? Recordaba vívidamente que hacía cuatro meses estaba hospitalizada debido a una paliza que me había dado mi esposo. El recuerdo de aquellos días de dolor y miedo me hacía temblar. Tengo que encontrar mi cuerpo y hallar la forma de regresar a él. No quiero morir; quiero recuperar mi vida. Salí de la cocina con pasos rápidos, casi tropezando, y corrí hacia la salida de esa mansión. Mis pies golpeaban el suelo de mármol con urgencia hasta que, al llegar a la puerta principal, mi cuerpo chocó contra el de ese hombre. —Amelia... —lo escuché pronunciar suavemente mientras mis ojos se encontraban con los suyos, profundos y llenos de preocupación. —Leonel... —¿A dónde vas con tanta prisa? ¿Está todo bien? —me preguntó, mientras su mano cálida acariciaba mi mejilla, sus ojos buscando respuestas en los míos. —Sí, todo bien. Solo... Leonel, me acabo de enterar que una amiga está hospitalizada. ¿Podrías llevarme al hospital? —mencioné, tratando de mantener la compostura mientras luchaba con la confusión interna. —¿Amiga? Creí que no tenías amigas. ¿Amelia no tiene amigas? —Es una amiga de la infancia, no la conoces. ¿Me llevas, cariño? Él parecía sorprendido por la forma en que le hablaba, pero m*****a sea, ¿cómo debo llamarlo? —Claro, vamos. Asentí aliviada al ver que mi petición funcionaba. Sus ojos verdes me miraron con ternura mientras me escoltaba hasta el auto y abría la puerta del copiloto para mí. El camino al hospital fue silencioso y tenso; mis manos jugaban nerviosamente entre sí, apretándolas con fuerza mientras el paisaje urbano pasaba velozmente por la ventana del auto. Al llegar al hospital, salí precipitadamente del vehículo sin esperar a que Leonel abriera la puerta. Mis pasos resonaron con urgencia en el vestíbulo mientras buscaba desesperadamente respuestas. —Buenos días, ¿disculpe podría darme información de Rut Ballesteros, por favor? —pregunté con voz temblorosa a la recepcionista, cuya mirada calmada contrastaba con mi agitación. —Permítame un momento —respondió ella con profesionalidad, tecleando rápidamente en su computadora. Leonel se acercó a mi lado, sus ojos mostraban una preocupación que reflejaba la mía. —Pareces muy preocupada por tu amiga —mencionó, su tono suave intentando calmar mis nervios. —Sí, es solo que... —La señorita Ruth Ballesteros se encuentra en coma inducido —interrumpió la recepcionista, cortando mis palabras de golpe. ¿Coma inducido? Era incomprensible. Él solo me había golpeado y mis heridas eran superficiales. ¿Cómo podía estar en coma? Un vértigo repentino me invadió y mi corazón comenzó a latir desbocado. Sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies, pero Leonel me sostuvo firme, llevándome a una silla de espera donde me dejó caer con gentileza. —Amelia, ¿estás bien?—No... no lo estoy. Quiero verme, quiero ver a Rut —mi voz apenas alcanzaba a formar las palabras entre sollozos y respiraciones entrecortadas. Me levanté de un salto y corrí de nuevo hacia la recepcionista, implorándole que me permitiera ver a «mi amiga». Ella negó mi solicitud por no ser familiar directo, entonces se me ocurrió una idea. —¿Y su esposo? ¿Ha venido? —Lo siento, señorita, pero el esposo de la señora Ruth no ha venido a verla ni una sola vez. ¿Y mis padres? —¿Y los padres de la joven? —Lo siento, ninguno de sus familiares ha venido a verla. Las lágrimas brotaron de mis ojos, recuerdos dolorosos se agolparon en mi mente. Mi esposo había tejido una red de mentiras con mis padres, haciéndoles creer que yo estaba de viaje con unas amigas. Así fue como nunca supieron que yo estaba hospitalizada y ahora, Rut estaba sola en esa cama de hospital, luchando por su vida mientras su entorno familiar permanecía ausente y ajeno a su sufrimiento. —¿Por favor podría llamar a su
—¿Qué te pasa, estúpida? ¿Cómo te atreves a golpearme? —gritó molesto, tomándome fuerte de los hombros mientras sus manos me apretaban con tanta fuerza que sentía que iba a quebrarme.En eso, Leonel le propinó otro golpe que lo hizo caer al suelo con un sonido sordo y doloroso.—¡En tu vida vuelvas a tocar a mi esposa! —gruñó Leonel con voz amenazante.—¡Tu esposa, esa maldita perra, me golpeó y ni siquiera la conozco!—¡Tú fuiste quien golpeó a Rut! Rut está hospitalizada gracias a ti, maldito… —gritaba a Marcus con furia descontrolada, mientras me acercaba a él y comenzaba a golpear su pecho con mis puños cerrados.Leonel se interpuso rápidamente entre nosotros cuando Marcus alzó la mano amenazadoramente hacia mí.—¿Qué te dije? —preguntó Leonel con dureza, empujando a Marcus lejos de mí con firmeza.—Ella se lo merecía… Ruth se merecía lo que le hice —mencionó Marcus con resentimiento en cada palabra.¿Merecía que me tratara así por años? ¡Qué estupidez pensar así!—Vamos —le dije
Él asintió, saliendo del auto con una expresión reflexiva en el rostro. Comenzamos a caminar por la orilla de la playa, dejando que el sonido de las olas rompiendo en la costa llenara el espacio entre nosotros. Ninguno de los dos dijo una palabra durante un buen rato. Simplemente caminábamos, dejando que nuestros pensamientos fluyeran con la brisa marina.Finalmente, regresamos a su casa. Al llegar, él pidió a las empleadas que prepararan una habitación para mí y se alejó por el corredor que conducía a su despacho, dejándome sola con mis pensamientos y preguntas aún sin respuesta.★Leonel.Ni siquiera sabía qué decirle a Ruth.Pedir perdón estaba de más; yo la había asesinado y no fue una muerte para nada dulce. Aún siento el calor de su sangre en mis manos.Me senté en mi escritorio y recargué la cabeza sobre él.Amelia no estaba y esa era la realidad: el cuerpo de mi esposa estaba ocupado por una total desconocida.Comencé a leer los informes que debía entregar a mi hermano, pero mi
—¿Algo más, señora Riviera? —pregunté, sintiendo una conexión intensa en ese momento, como si algo más estuviera pasando entre nosotros, algo que trascendía nuestras circunstancias actuales.—No por el momento, me iré a dormir.—Dulces sueños, Ruth.—Dulces sueños, Leonel.Ella se puso en pie con elegancia y comenzó a alejarse. Justo cuando estaba por llegar a la puerta, decidí hablar.—Mañana hay una fiesta empresarial de mi familia. Creo que es un buen momento para hacer público nuestro matrimonio. ¿Te parece?Ella se giró lentamente hacia mí, con una sonrisa traviesa iluminando su rostro.—Me parece perfecto, señor Riviera —respondió con voz suave y firme.—Entonces así será señora Riviera —confirmé, observando cómo salía grácilmente de mi despacho.Me levanté de mi escritorio y caminé hacia la ventana. Con cuidado, abrí las cortinas solo un poco para dejar entrar la luz de la luna.Encendí un cigarrillo, dejando que el humo se deslizara lentamente por la habitación. Ahora que las
Nos quedamos mirándonos por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sentí una conexión inexplicable entre nosotros, algo más allá de las palabras.Ella carraspeó y desvió la mirada hacia otro lado, rompiendo el hechizo momentáneo. Yo suspiré, intentando calmar mi corazón acelerado.—¿Me ayudas a levantarme? Creo que me lastimé el tobillo —dijo, ahora más seria.La cargué en mis brazos y la llevé hasta la cama. Sentir su peso contra mi pecho y su respiración en mi cuello fue una experiencia casi abrumadora. Ella estaba en silencio, y yo me sentía idiotizado con ella, completamente atrapado en su presencia.Mientras la acomodaba en la cama, noté cómo su respiración se volvía más suave, pero sus ojos seguían brillando con esa chispa de diversión y algo más, algo que no podía definir. Sentí una mezcla de emociones, desde la preocupación por su tobillo hasta una extraña ternura que no podía explicar.—¿Te duele mucho? —le pregunté, intentando concentrarme en algo más que en la atracción q
Es irónico. Ya no la veo con el físico de Amelia. No sé si es porque ya sé quién es realmente, pero ante mis ojos, está una mujer totalmente diferente a Amelia. Esta mujer…Es algo extraño, pero sé que ella está en el cuerpo de mi esposa. Sin embargo, no veo a Amelia literalmente. A quien veo es a Ruth, con su cabello oscuro, tan diferente del cabello rubio de Amelia, sus mejillas, su sonrisa.Esta mujer que deslumbra mis ojos no es Amelia, es Ruth.—¿En verdad besaste a Ruth? —preguntó, con su voz temblando ligeramente.—No lo dudes. ¿Era todo lo que querías preguntar?—¿Por qué? ¿Por qué me besaste?—Porque no lo pude evitar, sentí cosas al estar cerca de ti. Pero tú… mira que me has defendido como una guerrera. Oh, Ruth, eres impresionante.—Deja de elogiarme, solo soy una ilusa. Pero sé bien que ante Marcus no podré defenderme —ella desvió la mirada.—Ruth, estás frente a tu asesino y le tienes más miedo a esa rata parada que a mí. Me siento ofendido —mencioné, tomando sus mejilla
No sé cómo salimos del baño, las dos estábamos peleando. La vista de todos estaba sobre nosotras hasta que sentí que alguien me jaló. Era Marcus, quien me arrojó lejos porque estaba agrediendo al amor de su vida. Cuando estaba por caer, Leonel me sujetó. —¿Cómo se atreven a ponerle una mano encima a mi esposa? —gritó Leonel, llamando aún más la atención de todos los que estaban en el lugar. Qué forma de anunciar nuestro matrimonio. —Señor Riviera, disculpe a mi hija —mencionó la voz de un hombre mayor. Al parecer, era el padre de la amante de Marcus. —Quiero que se larguen —gritó Leonel, con la voz llena de autoridad. —Pero… Esa mujer se me quedó mirando con ira mientras los guardias de seguridad la sacaban a ella, a su padre y al idiota de Marcus. La tensión en el ambiente era palpable, y las miradas de los presentes eran una mezcla de sorpresa y escándalo. Leonel me sostuvo firmemente, con su mirada preocupada. —¿Estás bien, Ruth? —me preguntó en voz baja. —Sí, solo
La noche prometía ser larga, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba exactamente donde pertenecía, en los brazos de Leonel, el hombre que había logrado hacerme sentir viva nuevamente.Leonel me guió hacia su habitación, nuestros pasos resonando suavemente en el silencio de la casa.Cada movimiento suyo irradiaba una confianza y un deseo intenso. Cerró la puerta tras nosotros, y la atmósfera se tornó aún más íntima.Me atrajo hacia él, con sus manos firmemente posicionadas en mis caderas. Sentí el calor de su cuerpo atravesar la tela de mi vestido, encendiendo una chispa en mi interior. Sus labios encontraron los míos con una urgencia renovada, besándome con una pasión que me hizo olvidar todo lo demás.Sus manos comenzaron a explorarme, subiendo lentamente por mi espalda, desabrochando con destreza el cierre de mi vestido. La tela cayó suavemente al suelo, dejándome expuesta ante él. Su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo, y la intensidad en sus ojos me hizo senti