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Capítulo 3: No quiero morir de nuevo.

Respiré hondo, tratando de calmar el torrente de pensamientos que me invadían.

—Señora Riviera, soy Helen, la asistente de su esposo. ¿Puedo entrar? —la voz del otro lado de la puerta era suave, casi maternal.

—Sí, adelante —respondí, intentando mantener mi voz firme.

La puerta se abrió y una mujer de mediana edad, con una expresión amable, entró a la habitación. Me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—El señor Riviera me pidió que viniera a ver cómo se siente. Está muy preocupado por usted —dijo Helen, acercándose lentamente.

—Estoy... bien, solo necesito un poco de tiempo para mí misma —respondí, intentando sonar convincente.

Helen asintió, como si entendiera más de lo que decía.

—Entiendo. Si necesita algo, estaré en la sala. Tome su tiempo, señora Riviera.

La asistente salió de la habitación, dejándome nuevamente sola con mis pensamientos. Me levanté y comencé a explorar la habitación en busca de respuestas.

Abrí los cajones, busqué en el armario, intentando encontrar algo que me ayudara a entender cómo había llegado hasta aquí.

Encontré un diario en la mesita de noche y comencé a leerlo.

Las palabras de Amelia eran las de una mujer que había tenido una vida privilegiada pero vacía, siempre en busca de algo más, algo que llenara el vacío que sentía en su corazón.

Mientras leía, una idea comenzó a formarse en mi mente. Si estaba en el cuerpo de Amelia, tal vez podría usar su posición para buscar justicia por mi muerte. Pero primero necesitaba entender más sobre ella, sobre su vida y su relación con mi asesino. Necesitaba planear cuidadosamente mis próximos pasos.

Con el diario en la mano, me senté en la cama, decidida a descubrir la verdad y a encontrar una manera de vengar mi propia muerte. La venganza podría ser mi única manera de descansar en paz.

Horas después volvieron a tocar la puerta. Suspiré y me puse en pie. Quizá solo estoy soñando y aún estoy muerta, pero por si las dudas lo mejor será conocer más de mí o de este cuerpo en el que estoy.

—Adelante —mencioné.

Después de permitirles entrar, varias mujeres ingresaron a la habitación. Algunas traían cajas de maquillaje y otras se dirigieron al baño.

Observé cómo iban y venían, completamente perdida en mis pensamientos y en la extraña situación en la que me encontraba.

—Su baño está listo, señora —mencionó una de las mujeres.

Me levanté y me dirigí hacia la bañera. El aroma a rosas y los pétalos esparcidos en el agua me recordaron que la dueña de este cuerpo estaba acostumbrada al lujo y a los caprichos.

Me desvestí lentamente y me sumergí en el agua caliente, dejando que el calor aliviara el frío que sentía dentro de mí.

Recordé que la última vez que había disfrutado de un baño así fue después de un episodio traumático: cuando intenté suicidarme después de que mi esposo me obligara a abortar uno de nuestros hijos.

Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas mientras los recuerdos dolorosos inundaban mi mente.

Grité y lloré con fuerza, sintiendo una mezcla abrumadora de rabia y desesperación.

Había regresado a la vida en un cuerpo que no era el mío, en la casa del hombre que me había arrebatado todo. No sabía cómo enfrentar esta nueva realidad.

Después de casi una hora, salí de la bañera y regresé a la habitación. Las mujeres aún estaban ahí, nerviosas por mi reacción anterior.

—¿Me escucharon? —pregunté, tratando de recuperar la compostura. Varias de ellas negaron con la cabeza, claramente afectadas por mi estado emocional.

—Señora Riviera, permítame maquillarla mientras la peinan —dijo una de las mujeres, ofreciéndome un gesto de apoyo con un frasco de maquillaje en la mano. Sin embargo, en su nerviosismo, el frasco se le cayó y se rompió, esparciendo el contenido por el suelo.

El rostro de la mujer palideció y comenzó a disculparse y llorar, temiendo perder su trabajo.

—Señora, por favor, no me despida. Le juro que no fue a propósito —balbuceó entre sollozos.

Me sentí desconcertada por la reacción exagerada de la mujer ante lo que parecía un accidente menor. Traté de calmarla, asegurándole que todo estaba bien y que no sería despedida.

—No te preocupes, está bien —mencioné con calma, aunque por dentro seguía sintiendo una profunda confusión por todo lo que estaba viviendo.

La mujer pareció aliviada por mi comprensión y se apresuró a ayudarme con el maquillaje y el peinado. Mientras se ocupaba de mí, aproveché para observarla más de cerca, tratando de deducir algo sobre la vida que llevaba la verdadera Amelia Riviera.

Después de terminar, salí de la habitación y decidí explorar la mansión. Recorrí pasillos lujosamente decorados, habitaciones espaciosas y jardines cuidadosamente mantenidos.

Comparada con la modesta casa que compartía con mi esposo, esta mansión era como un mundo aparte, lleno de opulencia y sofisticación. Me pregunté si estaría atrapada aquí también, como lo había estado en mi anterior vida.

—Señora, su esposo ha llegado —anunció el mayordomo mientras se acercaba a mí.

Estaba sentada en un pequeño kiosco en el centro del patio, tratando de asimilar toda la información nueva que había descubierto.

¿Mi esposo? Sentí un nudo en el estómago al recordar las imágenes de mi asesino, de ese hombre que había destruido mi vida anterior.

Necesitaba mantener la calma, necesitaba aprender más sobre él, sobre esta vida, sobre Amelia Riviera.

—E… enseguida voy… —pronuncié, pero entonces vi a ese hombre detrás del mayordomo.

Mi asesino se veía extrañamente bien sin su habitual ropa negra manchada de mi sangre.

—Amelia, ¿Te sientes mejor? —sus palabras me sacaron del trance.

Mis manos temblaban ligeramente mientras sostenía el libro.

—Yo… —no sabía cómo llamarlo, ni siquiera su nombre, solo se que apellidaba Riviera.

—Te estuve llamando al celular y creí que estabas molesta, Amelia. Dime si te pasa algo, me preocupas. ¿Es por el auto? Podemos ir a la agencia hoy mismo, comprarlo juntos si quieres —insistió, su voz suave contrastaba con el peso de mis pensamientos.

—No, espera, no es por eso… no quiero un auto, solo… —no sabía cómo decirle que yo no era su Amelia.

Él me mató para vengar a Amelia.

¿Mi último deseo de estar con alguien que mate por mí se había hecho realidad?

—¿Quieres que salgamos a pasear? Podemos ir de compras, sé que te encanta —propuso, tratando de animarme.

—¿Podemos ir a la playa? —pregunté, recordando los tiempos felices antes de que mi esposo mostrara su peor lado.

—Pensé que no te gustaba la playa, pero está bien, vamos donde mi esposa quiera —dijo, poniéndose en pie y extendiéndome la mano con una sonrisa forzada.

Lo consideré un momento antes de aceptar. Me ayudó a levantarme y me miró fijamente, sus ojos verdes eran penetrantes buscando algo en mí.

—Amaneciste algo extraña hoy, no pareces tú misma —comentó con preocupación.

—Me siento distinta —mentí, necesitando aparentar normalidad para no despertar sospechas.

No quería morir de nuevo.

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