Respiré hondo, tratando de calmar el torrente de pensamientos que me invadían.
—Señora Riviera, soy Helen, la asistente de su esposo. ¿Puedo entrar? —la voz del otro lado de la puerta era suave, casi maternal. —Sí, adelante —respondí, intentando mantener mi voz firme. La puerta se abrió y una mujer de mediana edad, con una expresión amable, entró a la habitación. Me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad. —El señor Riviera me pidió que viniera a ver cómo se siente. Está muy preocupado por usted —dijo Helen, acercándose lentamente. —Estoy... bien, solo necesito un poco de tiempo para mí misma —respondí, intentando sonar convincente. Helen asintió, como si entendiera más de lo que decía. —Entiendo. Si necesita algo, estaré en la sala. Tome su tiempo, señora Riviera. La asistente salió de la habitación, dejándome nuevamente sola con mis pensamientos. Me levanté y comencé a explorar la habitación en busca de respuestas. Abrí los cajones, busqué en el armario, intentando encontrar algo que me ayudara a entender cómo había llegado hasta aquí. Encontré un diario en la mesita de noche y comencé a leerlo. Las palabras de Amelia eran las de una mujer que había tenido una vida privilegiada pero vacía, siempre en busca de algo más, algo que llenara el vacío que sentía en su corazón. Mientras leía, una idea comenzó a formarse en mi mente. Si estaba en el cuerpo de Amelia, tal vez podría usar su posición para buscar justicia por mi muerte. Pero primero necesitaba entender más sobre ella, sobre su vida y su relación con mi asesino. Necesitaba planear cuidadosamente mis próximos pasos. Con el diario en la mano, me senté en la cama, decidida a descubrir la verdad y a encontrar una manera de vengar mi propia muerte. La venganza podría ser mi única manera de descansar en paz. Horas después volvieron a tocar la puerta. Suspiré y me puse en pie. Quizá solo estoy soñando y aún estoy muerta, pero por si las dudas lo mejor será conocer más de mí o de este cuerpo en el que estoy. —Adelante —mencioné. Después de permitirles entrar, varias mujeres ingresaron a la habitación. Algunas traían cajas de maquillaje y otras se dirigieron al baño. Observé cómo iban y venían, completamente perdida en mis pensamientos y en la extraña situación en la que me encontraba. —Su baño está listo, señora —mencionó una de las mujeres. Me levanté y me dirigí hacia la bañera. El aroma a rosas y los pétalos esparcidos en el agua me recordaron que la dueña de este cuerpo estaba acostumbrada al lujo y a los caprichos. Me desvestí lentamente y me sumergí en el agua caliente, dejando que el calor aliviara el frío que sentía dentro de mí. Recordé que la última vez que había disfrutado de un baño así fue después de un episodio traumático: cuando intenté suicidarme después de que mi esposo me obligara a abortar uno de nuestros hijos. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas mientras los recuerdos dolorosos inundaban mi mente. Grité y lloré con fuerza, sintiendo una mezcla abrumadora de rabia y desesperación. Había regresado a la vida en un cuerpo que no era el mío, en la casa del hombre que me había arrebatado todo. No sabía cómo enfrentar esta nueva realidad. Después de casi una hora, salí de la bañera y regresé a la habitación. Las mujeres aún estaban ahí, nerviosas por mi reacción anterior. —¿Me escucharon? —pregunté, tratando de recuperar la compostura. Varias de ellas negaron con la cabeza, claramente afectadas por mi estado emocional. —Señora Riviera, permítame maquillarla mientras la peinan —dijo una de las mujeres, ofreciéndome un gesto de apoyo con un frasco de maquillaje en la mano. Sin embargo, en su nerviosismo, el frasco se le cayó y se rompió, esparciendo el contenido por el suelo. El rostro de la mujer palideció y comenzó a disculparse y llorar, temiendo perder su trabajo. —Señora, por favor, no me despida. Le juro que no fue a propósito —balbuceó entre sollozos. Me sentí desconcertada por la reacción exagerada de la mujer ante lo que parecía un accidente menor. Traté de calmarla, asegurándole que todo estaba bien y que no sería despedida. —No te preocupes, está bien —mencioné con calma, aunque por dentro seguía sintiendo una profunda confusión por todo lo que estaba viviendo. La mujer pareció aliviada por mi comprensión y se apresuró a ayudarme con el maquillaje y el peinado. Mientras se ocupaba de mí, aproveché para observarla más de cerca, tratando de deducir algo sobre la vida que llevaba la verdadera Amelia Riviera. Después de terminar, salí de la habitación y decidí explorar la mansión. Recorrí pasillos lujosamente decorados, habitaciones espaciosas y jardines cuidadosamente mantenidos. Comparada con la modesta casa que compartía con mi esposo, esta mansión era como un mundo aparte, lleno de opulencia y sofisticación. Me pregunté si estaría atrapada aquí también, como lo había estado en mi anterior vida. —Señora, su esposo ha llegado —anunció el mayordomo mientras se acercaba a mí. Estaba sentada en un pequeño kiosco en el centro del patio, tratando de asimilar toda la información nueva que había descubierto. ¿Mi esposo? Sentí un nudo en el estómago al recordar las imágenes de mi asesino, de ese hombre que había destruido mi vida anterior. Necesitaba mantener la calma, necesitaba aprender más sobre él, sobre esta vida, sobre Amelia Riviera. —E… enseguida voy… —pronuncié, pero entonces vi a ese hombre detrás del mayordomo. Mi asesino se veía extrañamente bien sin su habitual ropa negra manchada de mi sangre. —Amelia, ¿Te sientes mejor? —sus palabras me sacaron del trance. Mis manos temblaban ligeramente mientras sostenía el libro. —Yo… —no sabía cómo llamarlo, ni siquiera su nombre, solo se que apellidaba Riviera. —Te estuve llamando al celular y creí que estabas molesta, Amelia. Dime si te pasa algo, me preocupas. ¿Es por el auto? Podemos ir a la agencia hoy mismo, comprarlo juntos si quieres —insistió, su voz suave contrastaba con el peso de mis pensamientos. —No, espera, no es por eso… no quiero un auto, solo… —no sabía cómo decirle que yo no era su Amelia. Él me mató para vengar a Amelia. ¿Mi último deseo de estar con alguien que mate por mí se había hecho realidad? —¿Quieres que salgamos a pasear? Podemos ir de compras, sé que te encanta —propuso, tratando de animarme. —¿Podemos ir a la playa? —pregunté, recordando los tiempos felices antes de que mi esposo mostrara su peor lado. —Pensé que no te gustaba la playa, pero está bien, vamos donde mi esposa quiera —dijo, poniéndose en pie y extendiéndome la mano con una sonrisa forzada. Lo consideré un momento antes de aceptar. Me ayudó a levantarme y me miró fijamente, sus ojos verdes eran penetrantes buscando algo en mí. —Amaneciste algo extraña hoy, no pareces tú misma —comentó con preocupación. —Me siento distinta —mentí, necesitando aparentar normalidad para no despertar sospechas. No quería morir de nuevo.Caminamos hacia la casa y vi a un hombre que se parecía mucho a él, un familiar quizás.—¿Hermano, qué haces aquí? —preguntó mi asesino al hombre en casa, revelando un vínculo que desconocía.—Vine a que me entregues los papeles que me ibas a entregar —respondió el hombre, mirándome con curiosidad.—Sí, claro, espera aquí, ya los traigo —dijo mi asesino, luego se dirigió a mí con un gesto apacible—. Ya vuelvo, cariño.Tan pronto desapareció, el hombre se acercó a mí con una confianza que me incomodaba.—Amelia… —mencionó, tomando mi cintura y besándome sin aviso, su aliento caliente en mi rostro me revolvió el estómago.Reaccioné instintivamente, empujándolo con fuerza y luego dándole una bofetada que resonó en la habitación.—¿Qué sucede aquí? —preguntó mi asesino al regresar, su presencia imponente llenando el espacio.—Él intentó besarme —dije molesta, mirándolo directamente a los ojos.—No sé de qué habla, Leonel —contestó el hombre, con una mueca de confusión.¿Leonel? Así se lla
—No... no lo estoy. Quiero verme, quiero ver a Rut —mi voz apenas alcanzaba a formar las palabras entre sollozos y respiraciones entrecortadas. Me levanté de un salto y corrí de nuevo hacia la recepcionista, implorándole que me permitiera ver a «mi amiga». Ella negó mi solicitud por no ser familiar directo, entonces se me ocurrió una idea. —¿Y su esposo? ¿Ha venido? —Lo siento, señorita, pero el esposo de la señora Ruth no ha venido a verla ni una sola vez. ¿Y mis padres? —¿Y los padres de la joven? —Lo siento, ninguno de sus familiares ha venido a verla. Las lágrimas brotaron de mis ojos, recuerdos dolorosos se agolparon en mi mente. Mi esposo había tejido una red de mentiras con mis padres, haciéndoles creer que yo estaba de viaje con unas amigas. Así fue como nunca supieron que yo estaba hospitalizada y ahora, Rut estaba sola en esa cama de hospital, luchando por su vida mientras su entorno familiar permanecía ausente y ajeno a su sufrimiento. —¿Por favor podría llamar a su
—¿Qué te pasa, estúpida? ¿Cómo te atreves a golpearme? —gritó molesto, tomándome fuerte de los hombros mientras sus manos me apretaban con tanta fuerza que sentía que iba a quebrarme.En eso, Leonel le propinó otro golpe que lo hizo caer al suelo con un sonido sordo y doloroso.—¡En tu vida vuelvas a tocar a mi esposa! —gruñó Leonel con voz amenazante.—¡Tu esposa, esa maldita perra, me golpeó y ni siquiera la conozco!—¡Tú fuiste quien golpeó a Rut! Rut está hospitalizada gracias a ti, maldito… —gritaba a Marcus con furia descontrolada, mientras me acercaba a él y comenzaba a golpear su pecho con mis puños cerrados.Leonel se interpuso rápidamente entre nosotros cuando Marcus alzó la mano amenazadoramente hacia mí.—¿Qué te dije? —preguntó Leonel con dureza, empujando a Marcus lejos de mí con firmeza.—Ella se lo merecía… Ruth se merecía lo que le hice —mencionó Marcus con resentimiento en cada palabra.¿Merecía que me tratara así por años? ¡Qué estupidez pensar así!—Vamos —le dije
Él asintió, saliendo del auto con una expresión reflexiva en el rostro. Comenzamos a caminar por la orilla de la playa, dejando que el sonido de las olas rompiendo en la costa llenara el espacio entre nosotros. Ninguno de los dos dijo una palabra durante un buen rato. Simplemente caminábamos, dejando que nuestros pensamientos fluyeran con la brisa marina.Finalmente, regresamos a su casa. Al llegar, él pidió a las empleadas que prepararan una habitación para mí y se alejó por el corredor que conducía a su despacho, dejándome sola con mis pensamientos y preguntas aún sin respuesta.★Leonel.Ni siquiera sabía qué decirle a Ruth.Pedir perdón estaba de más; yo la había asesinado y no fue una muerte para nada dulce. Aún siento el calor de su sangre en mis manos.Me senté en mi escritorio y recargué la cabeza sobre él.Amelia no estaba y esa era la realidad: el cuerpo de mi esposa estaba ocupado por una total desconocida.Comencé a leer los informes que debía entregar a mi hermano, pero mi
—¿Algo más, señora Riviera? —pregunté, sintiendo una conexión intensa en ese momento, como si algo más estuviera pasando entre nosotros, algo que trascendía nuestras circunstancias actuales.—No por el momento, me iré a dormir.—Dulces sueños, Ruth.—Dulces sueños, Leonel.Ella se puso en pie con elegancia y comenzó a alejarse. Justo cuando estaba por llegar a la puerta, decidí hablar.—Mañana hay una fiesta empresarial de mi familia. Creo que es un buen momento para hacer público nuestro matrimonio. ¿Te parece?Ella se giró lentamente hacia mí, con una sonrisa traviesa iluminando su rostro.—Me parece perfecto, señor Riviera —respondió con voz suave y firme.—Entonces así será señora Riviera —confirmé, observando cómo salía grácilmente de mi despacho.Me levanté de mi escritorio y caminé hacia la ventana. Con cuidado, abrí las cortinas solo un poco para dejar entrar la luz de la luna.Encendí un cigarrillo, dejando que el humo se deslizara lentamente por la habitación. Ahora que las
Nos quedamos mirándonos por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sentí una conexión inexplicable entre nosotros, algo más allá de las palabras.Ella carraspeó y desvió la mirada hacia otro lado, rompiendo el hechizo momentáneo. Yo suspiré, intentando calmar mi corazón acelerado.—¿Me ayudas a levantarme? Creo que me lastimé el tobillo —dijo, ahora más seria.La cargué en mis brazos y la llevé hasta la cama. Sentir su peso contra mi pecho y su respiración en mi cuello fue una experiencia casi abrumadora. Ella estaba en silencio, y yo me sentía idiotizado con ella, completamente atrapado en su presencia.Mientras la acomodaba en la cama, noté cómo su respiración se volvía más suave, pero sus ojos seguían brillando con esa chispa de diversión y algo más, algo que no podía definir. Sentí una mezcla de emociones, desde la preocupación por su tobillo hasta una extraña ternura que no podía explicar.—¿Te duele mucho? —le pregunté, intentando concentrarme en algo más que en la atracción q
Es irónico. Ya no la veo con el físico de Amelia. No sé si es porque ya sé quién es realmente, pero ante mis ojos, está una mujer totalmente diferente a Amelia. Esta mujer…Es algo extraño, pero sé que ella está en el cuerpo de mi esposa. Sin embargo, no veo a Amelia literalmente. A quien veo es a Ruth, con su cabello oscuro, tan diferente del cabello rubio de Amelia, sus mejillas, su sonrisa.Esta mujer que deslumbra mis ojos no es Amelia, es Ruth.—¿En verdad besaste a Ruth? —preguntó, con su voz temblando ligeramente.—No lo dudes. ¿Era todo lo que querías preguntar?—¿Por qué? ¿Por qué me besaste?—Porque no lo pude evitar, sentí cosas al estar cerca de ti. Pero tú… mira que me has defendido como una guerrera. Oh, Ruth, eres impresionante.—Deja de elogiarme, solo soy una ilusa. Pero sé bien que ante Marcus no podré defenderme —ella desvió la mirada.—Ruth, estás frente a tu asesino y le tienes más miedo a esa rata parada que a mí. Me siento ofendido —mencioné, tomando sus mejilla
No sé cómo salimos del baño, las dos estábamos peleando. La vista de todos estaba sobre nosotras hasta que sentí que alguien me jaló. Era Marcus, quien me arrojó lejos porque estaba agrediendo al amor de su vida. Cuando estaba por caer, Leonel me sujetó. —¿Cómo se atreven a ponerle una mano encima a mi esposa? —gritó Leonel, llamando aún más la atención de todos los que estaban en el lugar. Qué forma de anunciar nuestro matrimonio. —Señor Riviera, disculpe a mi hija —mencionó la voz de un hombre mayor. Al parecer, era el padre de la amante de Marcus. —Quiero que se larguen —gritó Leonel, con la voz llena de autoridad. —Pero… Esa mujer se me quedó mirando con ira mientras los guardias de seguridad la sacaban a ella, a su padre y al idiota de Marcus. La tensión en el ambiente era palpable, y las miradas de los presentes eran una mezcla de sorpresa y escándalo. Leonel me sostuvo firmemente, con su mirada preocupada. —¿Estás bien, Ruth? —me preguntó en voz baja. —Sí, solo