Llovía, si lo recuerdo bien; el cielo estaba gris y las gotas caían sobre mi cuerpo, mezclándose con mis lágrimas. El frío de la lluvia parecía intensificar la sensación de desesperación que sentía en mi interior.
Cerré los ojos como mi último adiós a esta vida, sintiendo cómo la lluvia empapaba mi cabello y mi ropa, haciéndome temblar. Dicen que cuando vas a morir, los momentos de tu vida comienzan a pasar uno por uno, y así fue. Mi mente empezó a recorrer mis recuerdos más preciados. Vi mi infancia feliz; tenía unos padres muy amorosos. Ellos eran muy tiernos conmigo y siempre me enseñaron que la mejor forma de enfrentar la vida era de cara, sin miedos ni titubeos. Recuerdo los días soleados en el parque, las noches cálidas al lado de la chimenea, y las enseñanzas llenas de sabiduría y amor. En mi adolescencia conocí a quien se convertiría en mi futuro esposo. Recuerdo claramente el día que nos conocimos: era una tarde de verano y nos presentaron en una fiesta. Desde ese momento, supe que había algo especial entre nosotros. Ambos éramos muy unidos, teníamos una linda comunicación y siempre nos cuidamos el uno al otro. Compartíamos sueños, risas y secretos. Me sentía afortunada de tenerlo a mi lado, hasta que un malentendido ocurrió y él cambió conmigo. Para ser exactos, fue el día de nuestra boda. Él ya no era más el hombre maravilloso y detallista que solía ser. Siempre estaba molesto, llegaba a altas horas de la madrugada o simplemente no llegaba a dormir. Las noches se volvieron interminables, llenas de silencios incómodos y miradas frías. Muchos de mis amigos me decían que yo era estúpida al permitir que él me tratara como me trataba, porque a pesar de cinco años de matrimonio, él nunca me dio el respeto que yo merecía. En ocasiones, me golpeaba solo porque quería y me llamaba inútil. Yo tenía miedo, tenía miedo de él. Miedo de su ira, de su indiferencia, de sus palabras hirientes que erosionaban mi autoestima día tras día. Vivía en una constante tensión, tratando de no hacer nada que pudiera enfadarlo, pero siempre parecía encontrar una razón para desquitarse conmigo. Mis amigos y familiares intentaron ayudarme, pero yo estaba atrapada en una espiral de miedo y dependencia emocional. Ahora, bajo la lluvia, con los ojos cerrados y mi cuerpo temblando, comprendí que ya no podía seguir así. La lluvia seguía cayendo, lavando no solo mi cuerpo sino también mi alma, llevándose consigo el dolor y el miedo. Sentí una extraña sensación de liberación y paz, como si la lluvia me estuviera ofreciendo un nuevo comienzo. Recuerdo que una vez intenté escapar, pero él no me lo permitió. Había planeado mi huida durante semanas, guardando un poco de dinero aquí y allá, esperando el momento perfecto para marcharme. Pero cuando intenté dejarlo, me encontró. No me dejó alejarme de él. Lo denuncié, incluso, después de una paliza brutal que me dejó moretones en todo el cuerpo y un ojo cerrado. Pero a los días salió de la cárcel, y lo primero que hizo fue buscarme. Me dio otra paliza, esta vez tan severa que sentí que mi alma se rompía junto con mis huesos. Como venganza, me dijo que a la próxima que intentara hacer algo contra él me iría peor. Irónico, ahora estoy muriendo, y no es por su mano, aunque él tiene mucho que ver en lo que me pasó, él y su amada amante. No sé qué fue lo que pasó realmente. Un día apareció en la puerta de nuestra casa con una expresión extraña en su rostro. Me dijo que era necesario que me hiciera pasar por su amor. Me entregó una peluca rubia y un vestido amarillo, un conjunto que jamás hubiera elegido por mí misma. Me exigió que los usara, y yo accedí, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. Me mandó con uno de sus amigos al centro comercial. No entendía su comportamiento, pero al final me sentía feliz. Había salido, después de tanto tiempo encerrada en casa, él me había dejado salir aunque fuera por un rato. Caminamos por los pasillos llenos de tiendas, sintiendo la libertad en pequeños sorbos. Pero de la nada, el hombre que me acompañaba me abandonó. Se fue y me dejó sola en medio de una multitud de desconocidos. Me sentí desorientada y asustada. No sabía qué hacer, pero sabía que debía volver a casa. Si él se llegaba a enterar o llegara a pensar que quería escapar de él, me iría muy mal. La ansiedad me oprimía el pecho mientras buscaba la salida. Así que me propuse volver a casa. Pero nunca volví. Fui secuestrada al dirigirme al auto. Alguien tapó mis ojos y no me dejó ver. Sentí una mano áspera y fuerte apretando mi boca. Alguien me hizo dormir por unos momentos con un paño empapado en una sustancia química, y me metió en la cajuela de un automóvil. Mi cuerpo rebotaba dentro, golpeando las paredes metálicas del maletero, pero yo no sentía nada ya que estaba dormida. Al despertar, ese hombre comenzó a torturarme. Arrancó parte de mi piel, mis dedos, mis manos, mis piernas, todo lo que pudiera arrancar. El dolor era inimaginable, pero mi mente ya había comenzado a desconectarse de mi cuerpo. Y así fue como morí. Guardo en mi alma las últimas palabras que escuché: «Al fin te he vengado, mi amor». Esas fueron las últimas palabras de ese hombre. ¿Su amor? ¿Qué le hice yo a su amor? La confusión se mezclaba con el dolor insoportable. Una lágrima solitaria cruzó mis ojos antes de abandonarme al olvido. A los días siguientes, mi cuerpo fue enterrado en un bosque. Mi esposo puso un comunicado diciendo que yo había desaparecido, pero después de unos meses me dieron por muerta, y él se casó con su amante. Todo el tiempo que estuvo buscando, no era más que una farsa. Y yo me quedé en medio de mi dolor, enterrada en el silencio de un bosque solitario. Hubiera deseado que alguien me amara tanto como para matar por mí. Aunque sé muy bien que ni eso valía. En el fondo, sabía que mi existencia había sido un mero juego para ellos, una pieza descartable en sus vidas. Mientras mi cuerpo era comida de gusanos en medio de la nada, donde el frío y la lluvia eran mis únicas compañías, mis padres lloraban mi desaparición. Me pedían perdón al aire por no haberme defendido, por no haberme protegido, por no haber estado a mi lado cuando les dije que tenía miedo de mi maldito esposo. Sus lágrimas y lamentos eran un susurro en la distancia, resonando en mi alma perdida. No había mayor desolación que saber que quienes te amaban sufrían en vida por no poder cumplir la promesa de protegerte. Con el paso de los años, mi esposo tuvo hijos y comenzó a envejecer, y por el maldito destino me obligó a ver todo eso. Lo vi en primera fila, vi cómo le profesaba amor a esa mujer, vi cómo la cuidaba sobre todo y cómo se olvidó de mí. Cada gesto de cariño, cada sonrisa, cada momento feliz con su nueva familia era una puñalada en mi corazón inmortal. Cada día que pasaba era una nueva tortura, observando desde la distancia cómo él construía una vida que había prometido vivir conmigo. Sus risas eran dagas, sus abrazos eran cadenas, y sus besos a ella eran veneno para mi existencia. Pero...Todo se volvió totalmente oscuro, parecía que mi penitencia había llegado a su fin ya que vi una luz en medio de esa oscuridad.Creí que al fin me iría al cielo a descansar de todo eso, que al fin sería liberada de mi sufrimiento eterno, que al fin hallaría la paz que se me había negado tan cruelmente en vida y en muerte. La luz era cálida y acogedora, una promesa de alivio que me envolvía como un manto de consuelo.Pero no fue así.Al traspasar esa luz, abrí los ojos. Estaba en una habitación que no reconocía, recostada en una cama que nunca fue la mía, y lo más importante cruzaba por mi cabeza en ese momento:¿De quién es el brazo que me sujetaba? La confusión y el terror se mezclaban en mi mente como un torbellino.Mis manos temblaban, el pulso en mis sienes retumbaba como tambores de guerra.¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?Tenía miedo de haber vuelto a la vida y estar en los brazos de aquel que fue mi esposo. La posibilidad de enfrentar nuevamente a quien me había condenado a es
Respiré hondo, tratando de calmar el torrente de pensamientos que me invadían.—Señora Riviera, soy Helen, la asistente de su esposo. ¿Puedo entrar? —la voz del otro lado de la puerta era suave, casi maternal.—Sí, adelante —respondí, intentando mantener mi voz firme.La puerta se abrió y una mujer de mediana edad, con una expresión amable, entró a la habitación. Me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.—El señor Riviera me pidió que viniera a ver cómo se siente. Está muy preocupado por usted —dijo Helen, acercándose lentamente.—Estoy... bien, solo necesito un poco de tiempo para mí misma —respondí, intentando sonar convincente.Helen asintió, como si entendiera más de lo que decía.—Entiendo. Si necesita algo, estaré en la sala. Tome su tiempo, señora Riviera.La asistente salió de la habitación, dejándome nuevamente sola con mis pensamientos. Me levanté y comencé a explorar la habitación en busca de respuestas.Abrí los cajones, busqué en el armario, intentando encontra
Caminamos hacia la casa y vi a un hombre que se parecía mucho a él, un familiar quizás.—¿Hermano, qué haces aquí? —preguntó mi asesino al hombre en casa, revelando un vínculo que desconocía.—Vine a que me entregues los papeles que me ibas a entregar —respondió el hombre, mirándome con curiosidad.—Sí, claro, espera aquí, ya los traigo —dijo mi asesino, luego se dirigió a mí con un gesto apacible—. Ya vuelvo, cariño.Tan pronto desapareció, el hombre se acercó a mí con una confianza que me incomodaba.—Amelia… —mencionó, tomando mi cintura y besándome sin aviso, su aliento caliente en mi rostro me revolvió el estómago.Reaccioné instintivamente, empujándolo con fuerza y luego dándole una bofetada que resonó en la habitación.—¿Qué sucede aquí? —preguntó mi asesino al regresar, su presencia imponente llenando el espacio.—Él intentó besarme —dije molesta, mirándolo directamente a los ojos.—No sé de qué habla, Leonel —contestó el hombre, con una mueca de confusión.¿Leonel? Así se lla
—No... no lo estoy. Quiero verme, quiero ver a Rut —mi voz apenas alcanzaba a formar las palabras entre sollozos y respiraciones entrecortadas. Me levanté de un salto y corrí de nuevo hacia la recepcionista, implorándole que me permitiera ver a «mi amiga». Ella negó mi solicitud por no ser familiar directo, entonces se me ocurrió una idea. —¿Y su esposo? ¿Ha venido? —Lo siento, señorita, pero el esposo de la señora Ruth no ha venido a verla ni una sola vez. ¿Y mis padres? —¿Y los padres de la joven? —Lo siento, ninguno de sus familiares ha venido a verla. Las lágrimas brotaron de mis ojos, recuerdos dolorosos se agolparon en mi mente. Mi esposo había tejido una red de mentiras con mis padres, haciéndoles creer que yo estaba de viaje con unas amigas. Así fue como nunca supieron que yo estaba hospitalizada y ahora, Rut estaba sola en esa cama de hospital, luchando por su vida mientras su entorno familiar permanecía ausente y ajeno a su sufrimiento. —¿Por favor podría llamar a su
—¿Qué te pasa, estúpida? ¿Cómo te atreves a golpearme? —gritó molesto, tomándome fuerte de los hombros mientras sus manos me apretaban con tanta fuerza que sentía que iba a quebrarme.En eso, Leonel le propinó otro golpe que lo hizo caer al suelo con un sonido sordo y doloroso.—¡En tu vida vuelvas a tocar a mi esposa! —gruñó Leonel con voz amenazante.—¡Tu esposa, esa maldita perra, me golpeó y ni siquiera la conozco!—¡Tú fuiste quien golpeó a Rut! Rut está hospitalizada gracias a ti, maldito… —gritaba a Marcus con furia descontrolada, mientras me acercaba a él y comenzaba a golpear su pecho con mis puños cerrados.Leonel se interpuso rápidamente entre nosotros cuando Marcus alzó la mano amenazadoramente hacia mí.—¿Qué te dije? —preguntó Leonel con dureza, empujando a Marcus lejos de mí con firmeza.—Ella se lo merecía… Ruth se merecía lo que le hice —mencionó Marcus con resentimiento en cada palabra.¿Merecía que me tratara así por años? ¡Qué estupidez pensar así!—Vamos —le dije
Él asintió, saliendo del auto con una expresión reflexiva en el rostro. Comenzamos a caminar por la orilla de la playa, dejando que el sonido de las olas rompiendo en la costa llenara el espacio entre nosotros. Ninguno de los dos dijo una palabra durante un buen rato. Simplemente caminábamos, dejando que nuestros pensamientos fluyeran con la brisa marina.Finalmente, regresamos a su casa. Al llegar, él pidió a las empleadas que prepararan una habitación para mí y se alejó por el corredor que conducía a su despacho, dejándome sola con mis pensamientos y preguntas aún sin respuesta.★Leonel.Ni siquiera sabía qué decirle a Ruth.Pedir perdón estaba de más; yo la había asesinado y no fue una muerte para nada dulce. Aún siento el calor de su sangre en mis manos.Me senté en mi escritorio y recargué la cabeza sobre él.Amelia no estaba y esa era la realidad: el cuerpo de mi esposa estaba ocupado por una total desconocida.Comencé a leer los informes que debía entregar a mi hermano, pero mi
—¿Algo más, señora Riviera? —pregunté, sintiendo una conexión intensa en ese momento, como si algo más estuviera pasando entre nosotros, algo que trascendía nuestras circunstancias actuales.—No por el momento, me iré a dormir.—Dulces sueños, Ruth.—Dulces sueños, Leonel.Ella se puso en pie con elegancia y comenzó a alejarse. Justo cuando estaba por llegar a la puerta, decidí hablar.—Mañana hay una fiesta empresarial de mi familia. Creo que es un buen momento para hacer público nuestro matrimonio. ¿Te parece?Ella se giró lentamente hacia mí, con una sonrisa traviesa iluminando su rostro.—Me parece perfecto, señor Riviera —respondió con voz suave y firme.—Entonces así será señora Riviera —confirmé, observando cómo salía grácilmente de mi despacho.Me levanté de mi escritorio y caminé hacia la ventana. Con cuidado, abrí las cortinas solo un poco para dejar entrar la luz de la luna.Encendí un cigarrillo, dejando que el humo se deslizara lentamente por la habitación. Ahora que las
Nos quedamos mirándonos por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sentí una conexión inexplicable entre nosotros, algo más allá de las palabras.Ella carraspeó y desvió la mirada hacia otro lado, rompiendo el hechizo momentáneo. Yo suspiré, intentando calmar mi corazón acelerado.—¿Me ayudas a levantarme? Creo que me lastimé el tobillo —dijo, ahora más seria.La cargué en mis brazos y la llevé hasta la cama. Sentir su peso contra mi pecho y su respiración en mi cuello fue una experiencia casi abrumadora. Ella estaba en silencio, y yo me sentía idiotizado con ella, completamente atrapado en su presencia.Mientras la acomodaba en la cama, noté cómo su respiración se volvía más suave, pero sus ojos seguían brillando con esa chispa de diversión y algo más, algo que no podía definir. Sentí una mezcla de emociones, desde la preocupación por su tobillo hasta una extraña ternura que no podía explicar.—¿Te duele mucho? —le pregunté, intentando concentrarme en algo más que en la atracción q