Simón cruzó los brazos, su expresión era tensa mientras observaba a sus suegros, quienes habían perdido el habla. Parecían bastante nerviosos y eso lo inquietaba aún más.—¿Y bien? ¿Qué hacen aquí? —preguntó con voz tensa, al notar que nadie se atrevía a hablar. Isabella se mordió el labio, luchando por encontrar una excusa convincente, pero antes de que pudiera hablar, Graciela tomó la palabra. —Estamos aquí porque necesitamos saber si es verdad lo que dijo Isabella —declaró, con una mezcla de incredulidad y ansiedad—. ¿Natalia… en verdad está viva? La declaración cayó como una bomba. Simón dirigió su mirada hacia Isabella, quien mordió su labio inferior, evitando sostenerle la mirada. —¿Se los contaste? —preguntó Simón con voz baja, contenida, pero lo suficientemente afilada como para hacer que Isabella retrocediera ligeramente. Antes de que ella pudiera responder, Roberto interrumpió, indignado. —¿Tú lo sabías? —su tono era de reproche e indignación—. ¿Sabías que Natali
La tensión en la oficina era tan palpable, que casi se podía cortar con un cuchillo. Daniel, que estaba de pie junto a Natalia, observaba la escena con los ojos entrecerrados, notando cómo la atmósfera se cargaba de resentimiento.Los padres de Natalia, Isabella y Simón entraron con paso firme, pero el rostro de Simón se endureció al ver a Daniel allí. Apretó la mandíbula con tal fuerza que se podía ver la vena de su cuello palpitar.Isabella notó la incomodidad de su prometido, pero no dijo nada. Su mirada se dirigió de inmediato hacia Natalia, quien se encontraba sentada en una silla, con una postura recta y aplomada, como si estuviera dominando la situación. Había algo en su presencia, en la forma en que sus ojos brillaban con confianza, que irritaba a Isabella.Graciela se acercó temblorosa, su rostro reflejaba la mezcla de shock y alegría que sentía al ver a su hija. La pregunta que salió de sus labios fue temblorosa, casi un susurro.—¿Eres tú, de verdad? —no podía creer lo qu
Natalia cerró los ojos por un segundo, tratando de mantener la compostura, pero su pecho subía y bajaba con rapidez ante la rabia que le daba que todos creyeran en Isabella de manera ciega. “Es hora de que este circo absurdo de Isabella se acabe”, pensó con determinación. —Es mentira —dijo finalmente, con firmeza. Su mirada, cargada de una mezcla de rabia y reproche, se clavó en Isabella—. Sabes perfectamente que lo que estás diciendo no tiene sentido. Isabella soltó una carcajada sarcástica, dando un paso hacia su hermana mayor. —¿Es mentira? Deja de hacerte la víctima que no te va —dijo con los puños apretados, controlando su mal genio—. Siempre me envidiaste, queriendo ser como yo. ¡Y ahora tienes la osadía de venir aquí como si fueras una santa! Natalia, temblando de rabia, avanzó hacia Isabella y, sin más advertencia, le cruzó el rostro con una cachetada que resonó en la habitación. Todos se quedaron inmóviles, incapaces de procesar lo que acababa de ocurrir. Isabel
El rostro de Graciela palideció ante las palabras de Natalia. Miró a su hija mayor con un desconcierto que rápidamente se transformó en angustia. —¿De qué estás hablando, Natalia? —preguntó con voz temblorosa, incapaz de procesar las palabras de su hija mayor—. ¿Acaso es cierto eso?Natalia alzó ambas cejas, cun gesto cargado de cinismo. Antes de que pudiera responder, Roberto intervino con el ceño fruncido, apuntando con un dedo hacia Simón. —¿Pero no se supone que tú y Natalia ya estaban separados cuando eso pasó? —preguntó, con un tono de incredulidad dirigido a su yerno. Simón abrió los ojos sorprendido y lanzó una mirada fugaz a Isabella, quien parecía a punto de romperse en mil pedazos. —¿Eso te dijo? —Natalia dejó escapar una risa amarga—. Otra de sus mentiras. Claro que no estábamos separados, papá. Ella se metió con mi marido mientras seguíamos casados. —¡Eso no es cierto! —gritó Isabella, levantándose del sillón con brusquedad—. Simón ya era mío y tú me lo quitas
Natalia se dejó caer en su silla, sus hombros desplomándose como si llevara años soportando un peso insoportable. El silencio en la oficina era abrumador, pero extrañamente reconfortante. Cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro, como si así pudiera liberar la tensión acumulada.La escena de hace unos minutos seguía fresca en su mente, cada palabra, cada reproche. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía algo de control. Aunque no lo suficiente."Esto es solo el comienzo", pensó, mordiéndose el labio inferior con una mezcla de cansancio y determinación. "Ellos no han visto nada aún".El sonido de pasos rompió el silencio. Daniel, que había permanecido en un rincón durante toda la confrontación, se acercó con cautela. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y ligera irritación.—¿Estás bien? —preguntó con suavidad—. Estaba a nada de sacar a Simón a patadas.Natalia abrió los ojos y lo miró, una sonrisa cansada en su rostro.—Eres un buen hombre, Dani
El ambiente en la mansión Cáceres era asfixiante. Isabella, sentada al borde del sofá, tamborileaba nerviosamente con los dedos en el brazo del mueble. Sus pensamientos se arremolinaban entre la ira y la desesperación. La escena con sus padres había sido un desastre, y la reacción distante de Simón la tenía al borde de un colapso. Se sentía acorralada. Simón estaba sentado frente a la chimenea apagada. Su postura era rígida, sus codos estaban apoyados en las rodillas y sus manos entrelazadas mientras fijaba la mirada en el suelo.Él no había dicho nada desde que regresaron de la acalorada conversación con sus padres. Su frialdad le atravesaba el alma, pero lo que más le molestaba era la sensación de que Simón estaba alejándose más y más de ella. "No puedo permitir que Natalia me lo quite... otra vez. Maldita sea, no se lo voy a permitir," pensaba Isabella mientras apretaba los puños con rabia. Sus pensamientos eran un torbellino de rencor y desesperación. Había cometido errore
El sol de la mañana entraba por las ventanas de la casa mientras Natalia servía jugo en el vaso de Nathan. El niño, con su cabello despeinado y una sonrisa que iluminaba la habitación, devoraba su desayuno con entusiasmo.—Hoy tengo el día libre, cariño. ¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Natalia mientras se sentaba frente a él.Nathan levantó la mirada, quedando pensativo mientras masticaba su pan tostado.—¡Quiero ir al parque! —respondió finalmente, sus ojos brillando de emoción.Natalia sonrió.—Está bien, pero prométeme que te portarás bien.—¡Sí, mami! —respondió con un salto de la silla, corriendo hacia su cuarto.Media hora después, estaban en el parque más cercano a su casa. Este estaba lleno de risas infantiles, el sol brillaba tenuemente entre las hojas de los árboles y una suave brisa aliviaba el calor. Natalia sonrió mientras veía a Nathan correr hacia los juegos. Había abierto una revista de negocios, pero apenas podía concentrarse en las palabras. Su vista se desviaba
—Ya le dije quién soy —respondió Keiden, con voz aún tranquila—. No quiero nada más que un poco de helado con su hijo. —No me tome por ingenua —replicó Natalia, estrechando los ojos—. Conoce mi nombre, el verdadero. ¿Me está espiando?Kaiden guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. —Tiene razón, Natalia. Sé más de usted de lo que he dicho —admitió finalmente, cruzando los brazos. Natalia tomó aire profundamente, intentando mantener la calma, a pesar de los latidos de su frenético corazón. Sin embargo, cuando Nathan intervino, su preocupación se intensificó.—¡Mamá! Vamos con él, tiene un perro genial —insistió, tirando de su brazo.—¡No! —soltó Natalia, quizá con más dureza de la necesaria. Se inclinó hacia su hijo, acariciándole la cabeza para suavizar sus palabras—. Ya es tarde, cariño. Vamos por ese helado, ¿sí?—No quise incomodarla. Solo pensé que... —Voy a llamar a la policía —lo amenazó ella, sacando su teléfono de la bolsa. Kaiden p