—¿Qué haces aquí? —preguntó Simón, incapaz de ocultar su sorpresa.Hailey se encontraba delante de él con el rostro aparentemente sereno, pero su corazón latía con tanta fuerza que sentía el palpitar retumbar en sus oídos.—No me parecía justo que estuvieras tan solo —respondió ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, tratando de sentirse protegida al tenerlo nuevamente cerca.Simón la miró fijamente, intentando descifrar sus intenciones.—¿Eso significa que ya no vas a cancelarlo todo? —preguntó en un tono entre sarcástico y esperanzado.Hailey apretó los labios, y su corazón se aceleró aún más ante la pregunta. Finalmente, dio un paso hacia él, alzando la barbilla con determinación.—Eso depende de ti, Simón. Pero no vine aquí para pelear ni para hablar de lo que harás con tu vida —se encogió de hombros, aunque sus manos temblaban—. Solo quiero que sepas que aún tienes opciones.Simón no supo qué responder de inmediato. Por primera vez en días, sintió algo diferente a la frustr
Un mes había transcurrido desde aquella noche en la playa y la inesperada propuesta de Simón en el hospital. Durante ese tiempo, Hailey y Simón habían empezado a conocerse en un terreno completamente distinto, uno menos formal y más íntimo. Cada día que pasaban juntos parecía desvanecer los muros que ambos habían construido alrededor de sus emociones. Se encontraban a diario, y cuando las agendas no lo permitían, largas conversaciones por teléfono se encargaban de mantener el vínculo. Tras su alta del hospital, Simón había decidido dar el siguiente paso: visitar a los padres de Hailey acompañado por los suyos. **Flashback** Simón ajustó el nudo de su corbata por tercera vez mientras se observaba en el espejo. Su reflejo le devolvía una mirada ansiosa, aunque intentaba disimularlo. Estaba nervioso, y no podía evitarlo. Nunca antes había tenido tanto interés en causar una buena impresión. —Deberías relajarte, hijo —dijo su padre desde el sofá, observándolo con una sonrisa compr
Isabella intentó ponerse de pie, pero Henry la empujó de nuevo al suelo con un movimiento brusco. —¡Yo necesitaba mi venganza! —gritó, desesperada—. Tú querías dejarme fuera, no apoyarme. ¡No me dejaste opción! ¡Tenía que improvisar!Él la miró con un desprecio tan profundo que casi parecía quemarla. —Improvisaste mal, Isabella —escupió con rabia—. Y ahora pagarás las consecuencias. Con un gesto, los hombres se acercaron. Ella forcejeó y gritó mientras le arrancaban los pendientes, el collar, incluso los zapatos. —¡Henry, por favor! —sollozó de ira y frustración, más que de tristeza—. ¡No me hagas esto! Él se giró, dándole la espalda, como si ya no soportara verla. —No vales nada —siseó entre dientes—. Te quiero fuera de mi vista para siempre. Ella intentó levantarse una vez más, con sus ojos brillando de odio y lágrimas. —¡Eres un monstruo! —le gritó furiosa—. ¡No tienes derecho a hacerme esto! Henry se detuvo antes de salir de la habitación y la miró por encima del
Natalia aún no estaba segura de si estaba haciendo lo correcto, pero algo dentro de ella la impulsaba a seguir adelante. Tras enterarse de que Simón y Hailey habían oficializado su relación y todo parecía irles viento en popa, no pudo evitar preguntarse si aceptarían una reunión entre "amigos-conocidos". Quizás era una forma de cerrar ciclos o simplemente un intento de mostrar que ella también había seguido adelante. El plan ya estaba armado. Daniel y Astrid confirmaron su asistencia, al igual que Delia y Mateo. Los padres de todos también estarían presentes, lo que garantizaba que la velada tendría ese aire de formalidad y cordialidad que tanto necesitaba. Solo faltaba que los Cáceres y los Baldwin aceptaran la invitación. Sin embargo, antes de extenderla oficialmente, Natalia sentía la necesidad de hablar con Keiden. No estaba segura de cómo reaccionaría al ver a Simón, considerando la compleja historia que compartían. Cuando finalmente reunió el valor para decírselo, Keiden
En la oscuridad de la celda, Isabella forcejeaba desesperadamente mientras dos mujeres la mantenían contra el suelo. Su cabello estaba revuelto, y un rastro de sangre decoraba su labio inferior. Otra mujer, de rostro duro y sonrisa maliciosa, se inclinó hacia ella. —Mírate ahora —susurró, su aliento cargado de desprecio—. La gran Isabella Benavides, hecha pedazos. ¿Todavía crees que eres la reina aquí? —¡Suéltenme! —gritó Isabella, intentando liberar sus brazos—. Si no lo hacen, se van a arrepentir. La carcajada de las mujeres resonó en la pequeña celda, un eco que acentuaba la humillación de Isabella. —¿Arrepentirnos? —dijo una, una mujer robusta que parecía disfrutar del espectáculo—. Nadie se arrepiente de hacerle pagar a una basura como tú. Antes de que Isabella pudiera responder, la mujer pisó su mano con fuerza. Un alarido de dolor escapó de sus labios, y las lágrimas brotaron de sus ojos. —¿Sabes? —continuó otra mientras se agachaba frente a Isabella, observándola
Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito. Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala. Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía. —¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La golpeaste? ¡Habla ahora, m*****a sea! Su voz era estremecedora y filosa, haciendo que los oídos de Natalia zumbaran. Su mirada era aún peor, era de un profundo odio que la decepcionó por completo, haciéndola temblar de miedo. —¡No tengo nada que ver en esto! —exclamó ella, armándose de valor. Isabella era su hermana menor y el gran amor de Simón desde hacía años, Natalia solo era la esposa sustituta y él la había odiado por eso por mucho tie
Simón tiró el inhalador hacia ella con desprecio. Natalia lo tomó con manos temblorosas, luchando por respirar mientras él la observaba con una mueca de disgusto.—Isabella se va a quedar aquí —dijo Simón con frialdad, cruzándose de brazos—. Y tú... tú te vas. No tienes nada que hacer en esta casa.Natalia lo miró con incredulidad, sus ojos grandes y húmedos por la falta de aire y el dolor. Finalmente logró inhalar y, aunque todavía jadeaba, encontró el valor para contestar.—Esta es... mi casa... —su voz apenas era audible—. Soy tu esposa aún. Merezco… respeto.Simón soltó una risa corta, cruel.—¿Mi esposa? ¡Por favor, Natalia! —se inclinó hacia ella con una mirada de desdén y una sonrisa sarcástica—. Jamás fuiste mi mujer. No tienes ningún derecho a pedir respeto.Natalia sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no de pena, sino de rabia. Lo miró fijamente, reuniendo cada pizca de coraje que le quedaba.—Ya estuvimos juntos... íntimamente —dijo con voz trémula, pero firm
Natalia escuchaba las risas y los murmullos provenientes de la sala. Le parecía increíble que, después de todo lo que acababa de pasar, hubiera algo que celebrar. Bajó las escaleras lentamente, todavía con el peso de la humillación a cuestas, pero sintiendo una creciente determinación.Al llegar, vio a la madre de Simón y a la tía Cristina, ambas rodeando a Isabella con sonrisas resplandecientes, como si hubieran recibido a una estrella de cine. Todas reían y conversaban alegremente, pero cuando notaron la presencia de Natalia, sus sonrisas se desvanecieron al instante.—Miren quién decidió aparecer —dijo la madre de Simón con una sonrisa venenosa—. La desvergonzada de Natalia.—La desvergonzada aquí no soy yo —respondió Natalia, su voz era temblorosa pero firme—. Es esa mujer —señaló a Isabella—, la amante de mi marido. ¿Cómo pueden tenerla aquí como si fuera una invitada de honor?La madre de Simón bufó, cruzándose de brazos mientras la tía asintió con una expresión severa.—La ún