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Delia entró al consultorio del doctor Carrasco con pasos firmes, aunque su pecho aún cargaba con un leve peso. El psicólogo la recibió con una sonrisa cálida, invitándola a sentarse.

—Te ves diferente hoy, Delia —comentó él, cruzando las manos sobre el escritorio—. Más tranquila, más... fuerte. ¿De dónde viene esa fortaleza?

Delia se acomodó en la silla, con los dedos entrelazados sobre su regazo. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios antes de responder.

—Le conté a Natalia lo que Isabella me hizo —admitió, levantando la mirada para encontrarse con los ojos atentos del doctor—. Fue una especie de liberación. Sentí que me quitaba un peso enorme de encima.

El doctor asintió lentamente, notando la mezcla de alivio y vulnerabilidad en sus palabras.

—Eso es un gran paso, Delia. Guardar secretos, especialmente algo tan traumático, crea barreras entre uno mismo y las personas importantes en su vida. ¿Cómo reaccionó Natalia?

Delia dejó escapar un suspiro, recordando el abrazo
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