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Natalia parecía más repuesta, aunque sus ojos seguían nublados por la tensión. Keiden empujaba su silla de ruedas con cuidado, y cuando llegaron a un pequeño corredor más apartado, decidió hablar.

—¿Qué ocurrió allá dentro? —preguntó con cautela, bajando el tono de voz.

Natalia suspiró profundamente y cerró los ojos por un momento.

—Una burrada —respondió con un deje de frustración en su voz.

Mateo, que había estado observando en silencio, alzó una ceja, claramente intrigado. Sin embargo, al notar la mirada fija de Keiden, se rascó la nuca y carraspeó.

—Voy por un café. Ustedes... hablen tranquilos —dijo antes de alejarse con paso casual, aunque era evidente que quería darles espacio.

Keiden se sentó frente a Natalia, tomó sus manos con cuidado y las sostuvo entre las suyas.

Ese simple gesto hizo que Natalia se sintiera más calmada, más segura. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, lo que a su vez relajó a Keiden.

—¿Vas a contarme qué pasó? —le preguntó con suavidad
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