Mentiras

Lexy tomó el autobús y escuchó música durante su viaje, anhelado relajarse después de tan tensa tarde. Estaba aún avergonzada por lo sucedido en su entrevista, pero se consolaba al saber que al menos había conseguido el empleo.

Joseph Storni le resultaba difícil de interpretar y tan profundo que, Lexy apostaba qué tendría uno que otro contratiempo durante su estadía en la empresa Open Global.

Estaba ansiosa y muy inquieta; seguía pensando que Storni se había adelantado al contratarla y, aunque la actual secretaria del hombre le había explicado que el trabajo no era para nada complicado, ella podía sentir que la cosa era más oscura de lo que se la pintaban.

Bajó del autobús dos manzanas antes de llegar a su destino y se quitó los audífonos para escuchar a sus pensamientos mientras caminaba a un ligero ritmo a casa.

"Necesitamos el dinero, Lexy, ya basta de vivir de tu pobre padre".

"Es una buena paga y es fácil, no seas tan perezosa".

"Sólo serán ocho meses, el tiempo vuela".

No era una novedad que, solo se aseguraban ocho meses de trabajo, puesto que, Alejandra Copado, la actual y antigua secretaria de Storni, dejaba su puesto debido a su embarazo, el que su jefe respetaba con mucha empatía. Pero para Lexy ese tiempo era suficiente. Ella debía reunir el dinero para los preparativos de su boda y luna de miel.

En las afueras de la casa de sus padres se encontró a su prometido y contuvo un suspiro al comprender que debía rendirle explicaciones al controlador hombre que la acompañaba día y noche.

—No estoy de humor —dijo ella—, así que, sí, me contrataron y empiezo el lunes.

La joven se metió a la casa en búsqueda de consuelo, en búsqueda de seguridad.

—¿No te sientes bien? —molestó su prometido, ese al que le gustaba saberlo todo.

Era un calculador y manipulador y Lexy seguía siendo muy inmadura y ciega para ver las cosas con mayor claridad.

—Estoy bien, Esteban, pero el viaje me ha cansado y también el primer entrenamiento —reveló y, como siempre hacía, cuidó de sus palabras para no perturbar a su prometido.

No podía decirle que su jefe, Joseph Storni, era un alto y bien parecido hombre de negocios. Tenía que evitar suspirar mientras hablaba de él, del tamaño de sus manos y su oscura, pero cálida mirada. Debía evitar recordar su aroma y, sin dudas, tendría que tomar una ducha de agua fría para quitarse las cosquillas que el hombre había dejado en su piel tras su rara e intensa despedida.

—Entonces el lunes... —insistió Esteban y se recostó en la cama de la muchacha—. Al menos ya tenemos asegurado algo —alentó y se acomodó los brazos bajo la nuca para seguir a Lexy con la mirada.

Era un acosador.

—¿Y a ti cómo te fue?

Preguntó ella sin mirarlo y se quitó la blusa, la cual descubrió empapada en café.

—Me van a llamar —mintió el muchacho.

La pareja se hallaba en búsqueda de trabajos temporales, esos que los ayudarían a costear sus sueños, pero la verdad era que, solo Lexy estaba intentándolo. Esteban ni siquiera había redactado su carta de presentación y seguía estancado frente a la televisión y su Xbox360, jugando y bebiendo cerveza barata para pasar las aburridas tardes de primavera.

—Algo es algo —alentó Lexy y se escondió en el cuarto de baño de su habitación para encontrar un poco de paz.

Se sentó en el filo de la bañera, abrió el grifo de agua caliente y, mientras esperó, revisó su teléfono móvil, anhelando encontrar un poco de distracción entre sus redes sociales, pero solo encontró un correo electrónico de Joseph Storni y la tripa se le revolvió con solo leer su nombre.

Señorita Bouvier,

Favor especifique su dirección personal para enviarle su uniforme corporativo y algunas otras pertenencias que utilizará durante su estadía en Open Global, incluida nuestra política interna.

Atentamente,

Joseph Storni.

Lexy no dudó ni un segundo y respondió sin darle muchas vueltas al asunto. Aunque intentó expresarse de manera formal y directa, no lo logró y respondió un manojo de palabras y frases que no tuvieron mucho sentido para Joseph.

Señor Storni,

No creo que usted quiera traerme el uniforme a casa, aunque sería bienvenido a cenar con nosotros, mi abuela acaba de regresar de Australia y sería divertido tenerlo en la mesa, así puede explicarme la política, pues no comprendí mucho lo que Alejandra me detalló.

Vivo en Avenida Monte Sur  #6096. Es una casa de dos plantas color damasco y con un jardín amplio rodeado de pinos altos.

Atentamente,

Lexy B.

Al otro lado de la pantalla y aún encerrado en su oficina, Joseph Storni se quedó atónito con la inconsecuente respuesta de la muchachita y se atrevió a dudar de su correo inicial. Revisó al menos dos veces su petición principal y leyó en voz alta lo que antes le había escrito, incrédulo por lo que Lexy le estaba diciendo: “lo estaba invitando a su casa y a cenar junto a su familia”.

Favor especifique su dirección personal para enviarle su uniforme corporativo y algunas otras pertenencias que utilizará durante su estadía en Open Global —leyó con cuidado, escarbando entre líneas.

¿Dónde decía que él realizaría la entrega?

¿Por qué se atrevía a invitarlo si anteriormente lo había rechazado?

Pensó Storni sumido entre sus pensamientos y se quedó paralizado sin entender lo que la jovencita le decía, pero tras pensar detalladamente en la descabellada respuesta de Bouvier, se rio y se tocó el filo de la camisa en búsqueda de aire fresco.

Imaginar a la chiquilla en la naturalidad de su hogar le resultaba excitante, tanto como recordarla en cuatro patas, gateando por su sala de reuniones, con una falda ligera y poco ajustada.

Tuvo esperanzas de encontrarla con un pantalón ajustado al culo y las caderas; un top a medio abdomen, el cabello suelto y la lengua traviesa.

Suspiró y se levantó desde su escritorio con apuro y tomó una decisión.

Una decisión no muy seria ni muy buena.

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