Adorable

Su cita para el almuerzo resultó agradable y lo ayudó a despejarse de lo que estaba ocurriendo en la privacidad de su oficina. Cerró algunos contratos con un nuevo empresario y viajó de regreso a la empresa con tranquilidad, más claro que nunca.

En el camino pensó en los problemas que Lexy traería a su desempeño diario y mensual y consideró seriamente su despido. Se odió por su acelerada decisión y buscó al menos tres excusas para despedirla. Excusas que no sonaron serias ni lógicas, pero que las mantuvo entre sus pensamientos hasta que ingresó a la oficina que compartía con la muchacha y su angelical rostro lo obligó a olvidarse de todo.

Lexy ya estaba detrás de su escritorio, trabajando con seriedad y, para su suerte, llevaba una delgada chaleca que ocultaba sus simétricos senos. Joseph suspiró aliviado e ingresó al lugar con una sonrisa entre los labios.

“¿Acaso no ibas a despedirla?”. —Molestó su conciencia y la dejó en el olvido cuando ella le sonrió.

—Señor Storni, que bueno que volvió —saludó ella, tan feliz que Joseph se sintió peor.

Se levantó desde su silla y lo observó con grandes ojos.

—¿Alguna novedad? —curioseó él y se sintió cómodo con Lexy frente a él.

—Ninguna, señor. Ya ingresé treinta informes y pienso terminar todos los que estaban pendientes —confesó y Storni asintió con la cabeza, conforme con su desempeño.

“No puedes despedirla. Mírala, es adorable”. —Continuó su conciencia.

Nunca lo ayudaba en nada.

—Me alegra mucho, Lexy, pero tenemos que hablar —enfatizó con seriedad, enfocado en una sola cosa.

Iba a despedirla.

La sonrisa de Lexy desapareció tras la petición del hombre y, no obstante, titubeó algunas veces para hablar, nada logró decir y solo obedeció a los gestos de su jefe, quien la invitó a la privacidad de su oficina.

Se acomodaron al rededor del escritorio en silencio y se observaron uno al otro con curiosidad.

—Mira, Lexy, cuando te contraté, busqué ser lo más objetivo posible —explicó Joseph e intentó unir algunas frases coherentes en su cabeza para despedirla.

Pero la chiquilla se adelantó, mostró su verdad y todo cambió.

—Señor Storni, estoy muy agradecida. La gente no me toma en serio, ni siquiera mis padres lo hacen. —Se rio—. Con los años de universidad he acumulado algunas deudas y esta oportunidad me queda como anillo al dedo —explicó y Storni anheló que se callara, pero no pudo detenerla y la dejó continuar. La curiosidad podía más que sus sentimientos de arrepentimiento—. ¡Sé que solo serán ocho meses, pero no me importa, señor! Voy a trabajar con muchas ganas y voy a hacer todo lo que me pida.

“Metiste las patas, ahora no vas a poder despedirla porque acaba de decir que hará todo lo que le pidas. Y eso incluye servicios extras”. —Burló su conciencia y Joseph sonrió al comprender que, tal vez, tenía razón.

—¿Por qué dice que la gente no la toma en serio? —quiso saber y Lexy se rio con infantilismo.

—Sí se lo dijera, tendría que despedirme.

—No la voy a despedir —aseguró y se abofeteó mentalmente cuando entendió lo que había dicho.

—Mi madre dice que soy como una cuerda floja, señor —confesó y Joseph se quedó paralizado con su frase—. Dice que soy inestable y peligrosa. La gente no quiere estar cerca de mi porque no entrego seguridad; podría hacerlos caer en cualquier momento.

La joven se tocó las manos con nervios y se mantuvo cabizbaja mientras esperó la respuesta de Joseph, la cual nunca llegó y Lexy se sintió en confianza como para continuar.

»Mi padre dice que soy un chiste porque dejé dos carreras a medio camino y mi abuela dice que estoy loca porque quiero casarme y ni siquiera me he acostado con otros hombres.

—Las dos carreras le han entregado conocimiento en diferentes áreas, Señorita Bouvier, no se considere un chiste, porque no lo es —adelantó Storni, sudando al imaginar la poca vida sexual que la joven tenía en su historial—. Y no quiero interponerme en su matrimonio, pero su abuela tiene razón.

“No, no quieres interponerte, pero sí quieres follártela”. —Ironizó su conciencia.

—Gracias, Señor Storni, es usted muy sabio —musitó la chica, con las mejillas rojas—. Por ahora solo quiero reunir el dinero para mi boda y pagar mis deudas y el futuro me dirá cómo cambian las cosas —entusiasmó con seguridad y Joseph tuvo las palabras precisas para continuar.

Esas palabras y preguntas que la chiquilla se hacía a diario, sobre todo en las noches, cuando no podía dormir tranquila y se amanecía entre sus sábanas frías, dibujando un futuro del que no estaba para nada segura.

—El matrimonio es para toda la vida, Señorita Bouvier, ¿está segura de tan importante decisión? —preguntó y Lexy lo miró con temor—. Sé que existe el divorcio, pero a veces nos toma mucho trabajo separarnos de esa persona a la que hemos elegido.

—¿Es casado, señor Storni? —se atrevió a peguntar y es que el hombre resultaba como su reflejo, solo que en una versión mucho más guapa y masculina.

—No, señorita Bouvier y no pienso hacerlo —confesó él sin titubear y la observó con intensidad.

—¿Dice que no piensa hacerlo por qué no ha conocido a la mujer correcta o por alguna otra razón? —Se olvidó de sus miedos, de sus aprensiones y se soltó para ir un poco más lejos.

Storni analizó muy bien su respuesta y, sin embargo, sintió que los segundos volaban en su contra, se atrevió a decir lo que pensaba y sentía sin ser consciente de que estaba descontrolando unas cuantas vidas.

—Porque aún no me he enamorado y dudo que algo así ocurra —reveló él.

Sonreía y para ella parecía una burla. Creyó que en su vida no había tiempo ni espacio para el romance y para ello, el amor, un sentimiento que para Joseph no existía.

Lexy levantó las cejas al escuchar su respuesta.

—Y cómo saber si estamos enamorados, ¿no? —Se rio ella, mirando a todos lados con angustia—. A veces pienso que estoy encariñada, pero después creo estar enamorada y me la llevo así durante todo el día. Yo creo que son los nervios de la boda.

Se rio otra vez, pero a diferencia de sus otras risitas, sus nervios se vieron reflejados incluso en las sacudidas que dio para acompañar sus falsas carcajadas.

—Tal vez está ciega —acotó Joseph y señaló su labio.

La curva superior ya no tenía maquillaje y mostraba la verdad de su realidad, esa realidad que trataba de esconderle a sus padres y que pintaba para todos como un romance ideal.

Los dedos de Lexy recorrieron en silencio el borde de su boca y su mirada se opacó al ritmo de sus movimientos.

De pronto, se le acabaron las palabras y las divertidas frases que hilaba para contentar la charla, se acabó todo, incluso sus ganas de seguir riendo.

—Vaya a casa, Señorita Bouvier y descanse —interrumpió Joseph y se levantó de su silla para acomodarse frente a ella, pero con una distancia mucho menor—. Sé que no me incumbe, pero usted no merece lo que él le está haciendo —susurró y acomodó su mano sobre la suya, la cual reposaba sobre su muslo. Lexy negó con la cabeza y, aunque luchó por no revelarse tan inestable, sollozó entrecortado—. Existe una gran diferencia entre amor y cariño y aún estás a tiempo de saber qué es lo que sientes —siguió y sus dedos se colaron por su mejilla, recorrieron el borde de su cuello y se encontraron con su oreja y corto cabello—. Quien te quiere no te hace daño, Lexy. Quien te quiere te respeta y te cuida; te ama y te valora.

Lexy apoyó su mejilla en la palma de la mano de Joseph y se quedó allí, en silencio y sintiéndose pequeñita, mientras sus palabras y consejos le entregaban un nuevo sentido a su vida.

Joseph se quedó admirado por la fragilidad de la muchacha y deseó abrazarla con fuerza para consolarla, pero no quiso parecer invasivo y se mantuvo quieto, con el corazón latiendo con frenesí dentro del pecho.

“Estás acostumbrada a que te lastimen, Lexy”. —Pensó la muchacha en el autobús camino a casa, recordando su infancia.

“Estás acostumbrada a que te toquen con odio y no con amor; estás acostumbrada a que te rompan y el mayor problema es que lo has permitido por mucho tiempo. ¿Cuándo vas a decir basta?” —Se preguntó con rabia, caminando hasta su casa, esas paredes que le brindaban miedo y seguridad al mismo tiempo.

“Solo un poco más”. —Se respondió a sí misma.

Su mirada se encontró con sus padres y prometido.

Ellos charlaban en la sala principal de su casa y ni siquiera notaron su presencia.

La joven esperaba un recibimiento cálido después del trabajo, al menos un saludo afectuoso, pero en cuanto atravesó el umbral de la puerta, apreció el desaire y las palabras y caricias de Joseph Storni resonaron en su cabeza y cuerpo una vez más.

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