Alivio

Lexy buscó con la mirada un taxi, corriendo a toda marcha por un desolado y oscurecido campo. Corrió cuesta abajo, tomando velocidad en cada pisada y desde la altura visualizó las luces de la ciudad, la música de la plaza central y el rico sonido del viento, ese que la llenó de energía a pesar del frio que sentía.

—¡Señor! —gritó cuando se encontró con un taxi y se colgó desde su ventana, asustando al conductor—. Por favor… —jadeó cansada y el hombre la miró con horror. Odiaba los locos turistas que su ciudad recibía—. Por favor, necesito que me lleve a la estación de radio “Luz de lagos” —suplicó aún con la respiración entrecortada.

El hombre levantó una ceja para mirarla con curio

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