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Morir y no florecer

En la calle y dolida aún por lo que Joseph le había revelado, Lexy simuló una sonrisa para Esteban y una dulzura que no era muy propia de ella. Caminaron cogidos de las manos y sin intercambiar palabras por algunos minutos y la muchacha dejó que su novio la guiara por las avenidas principales de la enorme ciudad.

—Pensé en que podíamos disfrutar de un café antes de mi cita con el dentista —dijo Esteban.

—¿Dentista? —preguntó Lexy, muy confundida.

—Sí, ya sabes, el plan de salud de mi padre —satirizó el muchacho y rodó los ojos ante la sorpresa de Lexy—. ¿Y cómo estuvo el trabajo? —curioseó.

Su pregunta la paralizó e intentó no mostrar preocupación y dolor al pensar en esa fresca oficina que ocupaba desde hacía una semana.

Suspiró y se liberó:

—Bien, tranquilo. El Señor Storni se dedica a lo suyo y yo a lo mío —mintió y se sonrojó, pero el hombre no estaba mirándola, ni siquiera estaba escuchándola, así que pudo caminar en otra dirección y ocultar la verdad.

Aunque su boca mintió su cu
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