Impulso

Para el lunes y debido al exceso de trabajo con el que Joseph Storni lidiaba, se olvidó momentáneamente de lo ocurrido el viernes por la tarde con su nueva secretaria y, aunque sí pensaba en ella, su lado obsesivo quedó de lado, al menos por algunas horas.

Ese lunes tuvo que asistir a una reunión con los Asesores y llegó más tarde de lo habitual a su oficina. Cuando ingresó por la puerta, sus ojos se encontraron con Lexy, quien leía en silencio una revista que las dependencias ofrecían.

—Señorita Bouvier —saludó cuando ingresó y la joven brincó asustada en su posición.

—Buenas tardes —saludó ella y se cubrió la boca al obviar su error—. Lo siento, buenos días —arregló el saludo y se levantó para seguir a su jefe con un suave trote.

—Buenos días, ¿todo está en orden? —interrogó Joseph sin mirarla.

—Sí —contestó ella con seguridad y miró su escritorio por encima de su hombro—. Bueno, no...

Storni levantó la mirada para observarla y se perdió en su cabello lacio y opacos ojos. De algún u otro modo, la joven le sonreía de oreja a oreja, pero todo en ella parecía triste, como una flor marchita.

—Soy todo oídos, Señorita Bouvier —contestó Storni y se sentó en su escritorio, admirándola con nervios.

Lexy miró el entorno con grandes ojos y se sintió poco cómoda en la oscura, pero elegante oficina privada del hombre.

—No sé qué debo hacer. Sé que soy su secretaria, pero no conozco mi trabajo —musitó la tímida joven y se mordió el labio inferior.

Ante ello, Joseph brincó desde su silla, emocionando por las pequeñas insinuaciones inocentes de la chiquilla que no dejaba de admirarlo con grandes ojos.

“Esos ojos dicen fóllame y en cuatro patas, por favor”. —Molestó su conciencia y Joseph caminó hasta el escritorio de Lexy, ignorando todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor y en su mente.

—A ver, linda, aquí trabajamos ingresando documentación en el sistema de la empresa —musitó y notó las mejillas rojas de Lexy, quien se intimidaba por el modo en que su jefe la trataba. Era dulce, cortés, el trato que toda señorita merecía—. Te traerán al menos cien informes diarios y debes ingresarlos en nuestro sistema.

—Entiendo —contestó ella, tocándose el cuello dolorido.

—Te voy a asignar una clave y... —Guardó silencio cuando el teléfono de la oficina timbró y se levantó de la silla de Lexy para coger la llamada—. También debes atender mis llamados, revisar y organizar mi agenda —acotó antes de levantar el auricular.

Lexy movió la cabeza en aprobación y sonrió conforme ante lo dócil que el hombre sonaba y, desde la distancia soñó despierta algunos minutos, imaginándose a ella misma como la eficiente secretaria, además de guapa, muy delgada y con elegante ropa.

Lo interesante de sus sueños era que, en su vida paralelara, no estaba casada ni maltratada y Esteban no atormentaba sus pensamientos ni miedos.

—Bien, Lexy, vamos a continuar, debo salir a un almuerzo importante y no quiero retrasarte —interrumpió Storni y Lexy volteó para mirarlo con curiosidad—. Te voy a explicar el uso de nuestro sistema y te dejaré la mañana libre para que te familiarices con los archivos y el ingreso de informes.

—Sí, señor —obedeció ella con la mirada oculta.

—En la tarde puedes empezar a registrar los contratos y a revisar mi agenda para el martes. ¿Alguna pregunta? —investigó para saber si la joven lo entendía.

—No-no... creo que no —contestó ella con inseguridad y sonrió por igual—. ¿Puedo llamarlo si surge algo?

—¿Algo? —curioseó él y aprovechó el descuido de Lexy para mirarle el culo.

“Apuesto mil que no lleva sujetador?”. —Interrumpió su conciencia y, cuando Lexy volteó otra vez, trayendo grandes archivadores entre sus manos, los ojos de Joseph se clavaron en su pecho y solo para descubrir que su conciencia, esa que parecía más pervertida y despierta que él, tenía razón.

Por la blanca seda de la blusa que la empresa exigía usar, se dibujaba la curva perfecta de su seno, ante los ojos de Joseph una hermosa forma que anhelaba tocar y besar.

Intentó convencerse de que era imposible.

Carraspeó nervioso y se movió un par de pasos para alejarse de ella. La joven insistía en acercarse sin ser consciente de lo que estaba creando en él.

Se apegó contra el escritorio de la chica y escondió con vergüenza su erección, maldiciéndose entre pensamientos y odiándose por tan incómodo momento.

—Cuando ingreso los informes, debo archivarlos aquí, ¿verdad? —preguntó ella.

—Exacto —respondió Joseph apurado y cuando Lexy volteó para buscar su silla, huyó a su oficina—. ¡Lexy, debo realizar unas llamadas, discúlpame! —gritó desde la puerta de su oficina y cerró la puerta tras él.

Se apoyó en su escritorio para respirar mejor y se tocó la cara, queriendo entender el porqué del calor que sentía.

Un fuego que no entendía de dónde provenía y que se manifestaba incluso en su piel. Se frotó su miembro erecto por encima del pantalón y se dejó caer rendido en la silla.

Ya no era un jovencito para pasarse el día erecto por nada.

Tampoco estaba en condiciones de bajarse los pantalones y masturbarse para calmar el apetito sexual que sentía, por lo que se vio obligado a olvidar la situación y a pensar en números y no en Lexy y lo bien que le lucía la ropa de la empresa.

Cuando la hora de la comida llegó, huyó sin entregar mucha explicación y evitó fijarse en Lexy, su apretada falda y la curva de sus senos dibujándose en su blusa.

Escapó acobardado y excitado, pensando que tal vez había sido un error contratar a Lexy por un impulso del momento, un impulso que lo iba a tener excitado la mayor parte del tiempo.

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