Ella se escondió en la bodega de su jardín trasero, la misma en la que horas antes había querido esconder a Joseph Storni y soltó el llanto cuando el lugar le otorgó silencio y soledad.
Se sentó sobre una pila de madera seca y sollozó con fuerza, anhelando controlarse antes de abandonar su escondite, ese que en los últimos meses se había convertido en el refugio de su dolor, en la casa de su corazón roto y su verdadera identidad.
¿Cuándo había dejado que aquello ocurriera? Se preguntó, mientras se golpeó las rodillas con impotencia.
Si recordaba bien, todo había comenzado justo después de las vacaciones de navidad, cuando había preferido viajar con su abuela a Argentina y dejar de lado su relación por un par de semanas.
Esteban no se lo había tomado para nada bien y la violencia que había despertado en él eran el resultando de sus celos y falta de confianza en ella. Desde allí, todo había sido un espiral acelerado de errores que ella había dejado pasar por alto, poniéndole excusas inútiles a tan horribles actos.
Como siempre, se tocó la mejilla y revisó que no hubiera sangre en sus manos, pero se agitó nerviosa cuando descubrió su labio partido, destrozado por la potencia del golpe que Esteban le había dedicado.
Los dedos se le mojaron con sangre y se quedó en blanco por largo rato.
La caja que Joseph Storni le había llevado, más las extrañas actitudes de la muchacha, habían encendido la desconfianza del hombre otra vez y el resultado de aquello era una agresión de la que Lexy era incapaz de huir.
Al menos eso sentía ella, se sentía inútil de escapar de sus agresiones y se sentía prisionera de sus gritos, de sus ceños arrugados y de sus ofensivas frases ante sus equivocaciones.
En las afueras de la propiedad de la familia Bouvier, Joseph Storni seguía vigilando la entrada de la casa y todo movimiento que allí se desarrollaba. Las diez de la noche llegaron con prisa y tuvo que irse cuando las luces se apagaron frente a él y se sintió defraudado de él mismo cuando comprendió lo que había hecho.
O, mejor dicho, lo que no había hecho.
Había permitido que un hombre golpeara a una mujer frente a él, cosa que detestaba desde que su madre se había casado por segunda vez y su nuevo padrastro la torturaba los fines de semana, cuando se embriagaba junto a sus amigos y se desquitaba con su frágil madre, la que ya no estaba junto a él.
Encendió su vehículo y se marchó, conduciendo a alta velocidad por la carretera que conectaba las zonas de la ciudad. Usó la música de la radio para relajarse un poco y la garganta le picó por conseguir un buen vino que lo ayudara a apagar esos recuerdos oscuros que se repetían entre su infancia y adolescencia.
Llegó a su nueva propiedad ubicada en Las Colinas de la ciudad y se encerró en su habitación, ignorando la presencia de su hermana menor y sus juveniles amigas. Las muchachas se reunían cada viernes para ponerse al corriente de los chismes de la clase alta, beber Martini y bailar alrededor de la alberca.
Se durmió sin saber cómo ni a qué hora y se despertó malhumorado, vestido y con mucho dolor de espalda.
Aprovechó de su día libre para cocinar —o al menos para intentarlo— y para correr por las desiertas calles de la privada zona en la que residía desde hacía algunos meses.
Aguantó todo el día sin pensar en Lexy y, aunque sabía que mientras más se exigiera a no pensar en ella y sus problemas, la pensaba de todas formas cuando se prohibía recordarla.
A las seis de la tarde del sábado se vio superado por la impotencia que seguía sintiendo por lo vivido el día anterior y, hastiado de su cobardía, se osó a enviarle un correo electrónico.
Señorita Bouvier,
Le escribía para conocer su avance con la lectura y estudio de nuestra Política interna.
Ante cualquier pregunta, estoy disponible para solucionar sus dudas.
Atentamente,
Joseph Storni.
Bastaron casi dos horas para que la muchacha respondiera y, si bien, Joseph se alegró más que nunca cuando oyó el sonido de la notificación de su teléfono móvil, ardió en rabia cuando la joven respondió con dos miserables y pobres frases que lo perturbaron.
Señor Storni,
Todo va bien.
Muchas gracias.
Joseph intentó cenar frente a la televisión y comer los asquerosos bocadillos que él mismo había preparado durante la mañana, pero un reportaje de televisión enfocado en maltrato animal lo hizo explotar y registrar su maletín de trabajo, encaminado en una sola cosa.
Revisó toda la documentación de las postulantes que había recibido el día de la entrevista, hasta que logró dar con la carta y los documentos de Lexy Bouvier y, tan atrevido como siempre, la llamó a su teléfono privado, motivado por la impotencia que seguía sintiendo desde la tarde anterior.
—¿Sí? —preguntó ella, un poco perdida.
—Señorita Bouvier, habla Joseph Storni. ¿cómo está? —soltó todo el aire con la frase y se mantuvo callado mientras Lexy imitaba.
—Bien, supongo... gra-gracias —titubeó y se oyó un extraño movimiento por la línea.
—Le envíe un correo para conocer su avance con nuestra política, ¿todo está bien?
—Ya le respondí, señor Storni —contestó ella con decisión y la línea telefónica se inundó del sonido del viento, donde Joseph anticipó que la joven había salido para hablar con él.
—Lo siento, señorita Bouvier, a veces los correos rebotan, no he recibido nada —mintió, tocándose el cuello con nervios.
—Bueno… —musitó ella, confundida—. Todo está bien, Señor, ya casi termino el manual. Marqué algunas páginas para leer otra vez y no olvidar las cláusulas más importantes.
—Muy aplicada —contestó él, sonriente.
Pero su alegría se vio apocada por la continuación de la muchacha:
—Lo siento, señor Storni, ya tengo que irme, estoy en la casa de mi novio y salí un ratito para responder a su llamado. —Se agitó a través de la línea y Joseph gruñó enrabiado por su estupidez.
—No se preocupe, nos vemos el lunes. Cuídese, por favor —contestó con un ruego y la llamada finalizó—. Estúpida niña —dijo, apretando el teléfono entre sus manos.
—Niña sí, estúpida nunca —interrumpió su hermana menor.
Su voz era juguetona y siempre se metía donde no la llamaban.
—Emma —hipó Joseph, atemorizado.
La joven caminó con un paso divertido frente a él. Joseph rodó los ojos y se sentó otra vez frente a la televisión, cogió el plato con comida entre sus manos y regresó a su aburrida rutina.
Su hermana se sentó frente a él y observó la televisión en silencio, tranquila y silenciosa como siempre.
La muchacha, de tan solo dieciocho años era su único familiar con vida y a quien cuidaba desde que su padre había desaparecido. La joven era respetuosa y valoraba la buena vida que su hermano le ofrecía, algunas veces intentaba ayudarlo y era la única que lograba sacarlo de su fea rutina.
—Ya sabemos que no soy estúpida —musitó ella sin despegar los ojos de la televisión—. Si no hablábamos de mí, ¿entonces de quién? —curioseó juguetona.
Tenía un fuerte interés por la vida privada y amorosa de su hermano, pero Storni nunca hablaba de nada. Era demasiado reservado para su gusto.
—Nadie que te importe —contestó él sin mirarla y siguió masticando su desabrida comida sin despegar los ojos de la televisión.
—¿Cómo se llama? —insistió Emma con alegría—. ¿Es alta, baja, rubia o morena? —continuó y se revolvió inquieta en el sofá. Joseph negó sin mirarla y se enfocó en su plato vacío—. ¿Es bonita? —molestó y Joseph la miró con curiosidad—. ¡Es bonita! —gritó la chica y su hermano rodó los ojos otra vez—. ¡Dime como se llama!
—¡Estás loca, no es nadie, no tiene nombre y no es bonita! —mintió y se levantó desde el sofá para desaparecer en la cocina.
A pesar de que Lexy no se parecía en nada a las mujeres que solía frecuentar para divertirse, tenía algo especial que ni él mismo lograba explicar. Era una mezcla entre su torpeza y su sonrisa, algo que iba más allá de su físico y pequeña estatura; un poco de misterio, tal vez, y uno que otro chispazo de inocencia.
Eran muchas cosas y todas lo llevaban a la misma sensación: calor.
Intentó encontrar una cerveza que calmara el acaloramiento que sentía y es que, si pensaba en Lexy y su falda negra se acaloraba como si nada; era lo más insensato que había vivido nunca y seguía pensando que se trataba de un divertido sueño de su conciencia, uno del que no podía despertar.
Encontró una cerveza helada y junto a ella apareció la odiosa de su hermana, quien continuó con sus divertidas bromas.
—Lexy Bouvier, veintidós años, sol-te-raaa...
—¡¿De dónde sacaste eso!? —gritó él, furioso y se alarmó al ver que su hermana tenía la información personal y laboral de Lexy entre sus manos.
—Lexy rima con sexy —burló la chiquilla y continuó—: pensé que las relaciones entre trabajadores estaban prohibidas...
Se tocó el mentón con el dedo índice y simuló expresiones de interrogación.
—¡Y lo están! —refutó él, arrebatándole los documentos de Bouvier—. ¡No confundas las cosas!
—¡Tú no confundas las cosas! —contestó ella y se echó a correr cuando Joseph volteó para enfrentarla.
La chiquilla, ágil por su edad, corrió escaleras arriba y desapareció en la oscuridad de la casa. Joseph soltó un bufido y se desarmó en el sofá de la sala, con el teléfono móvil entre sus manos, con la pantalla encendida y visualizando el correo electrónico de Lexy Bouvier.
Leyó muchas veces su respuesta, acorde pretendía descubrir algo más. El mensaje era breve y simple, pero, entre líneas, la muchacha pedía ayuda a gritos.
Para el lunes y debido al exceso de trabajo con el que Joseph Storni lidiaba, se olvidó momentáneamente de lo ocurrido el viernes por la tarde con su nueva secretaria y, aunque sí pensaba en ella, su lado obsesivo quedó de lado, al menos por algunas horas.Ese lunes tuvo que asistir a una reunión con los Asesores y llegó más tarde de lo habitual a su oficina. Cuando ingresó por la puerta, sus ojos se encontraron con Lexy, quien leía en silencio una revista que las dependencias ofrecían.—Señorita Bouvier —saludó cuando ingresó y la joven brincó asustada en su posición.—Buenas tardes —saludó ella y se cubrió la boca al obviar su error—. Lo siento, buenos días —arregló el saludo y se levantó para seguir a su jefe con un suave trote.—Buenos días, ¿todo está en orden? —interrogó Joseph sin mirarla.—Sí —contestó ella con seguridad y miró su escritorio por encima de su hombro—. Bueno, no...Storni levantó la mirada para observarla y se perdió en su cabello lacio y opacos ojos. De algún u
Su cita para el almuerzo resultó agradable y lo ayudó a despejarse de lo que estaba ocurriendo en la privacidad de su oficina. Cerró algunos contratos con un nuevo empresario y viajó de regreso a la empresa con tranquilidad, más claro que nunca.En el camino pensó en los problemas que Lexy traería a su desempeño diario y mensual y consideró seriamente su despido. Se odió por su acelerada decisión y buscó al menos tres excusas para despedirla. Excusas que no sonaron serias ni lógicas, pero que las mantuvo entre sus pensamientos hasta que ingresó a la oficina que compartía con la muchacha y su angelical rostro lo obligó a olvidarse de todo.Lexy ya estaba detrás de su escritorio, trabajando con seriedad y, para su suerte, llevaba una delgada chaleca que ocultaba sus simétricos senos. Joseph suspiró aliviado e ingresó al lugar con una sonrisa entre los labios.“¿Acaso no ibas a despedirla?”. —Molestó su conciencia y la dejó en el olvido cuando ella le sonrió.—Señor Storni, que bueno que
El martes, Lexy estuvo la mayor parte del día sola.Su jefe se mantuvo ocupado entre reuniones y capacitaciones que buscaban mejorar las estadísticas de la empresa.Por la tarde y casi a la hora de salida, la jovencita recibió un alentador correo electrónico por parte de Joseph, al parecer, el único que se preocupaba por ella, y viajó con una tonta sonrisa a casa, donde se encontró con su abuela materna, quien también era su mejor amiga.Sus padres habían salido por la tarde y prometían llegar después de las ocho. Por otro lado, su prometido dormía tranquilamente en el piso de arriba, entregándoles privacidad y tiempo para charlar con sinceridad.—¿Té o café? —preguntó la joven y se movió ágil por la cocina.—Un té estaría bien —contestó la abuela y cortó dos trozo del pastel que había comprado en una bollería cercana—. ¿Y qué tal el trabajo?—Excelente —respondió una jovial Lexy y sonrió para agregar más picante a su confesión.—Creí que te iba a encontrar ojerosa y malhumorada, pero
El jueves llegó con demasiada prisa y, no obstante, Lexy rogaba porque su jefe no apareciera otra vez por la oficina, sus deseos no se cumplieron cuando Storni llegó para saludarla y preguntarle sobre su trabajo durante la semana. La muchacha contestó con soltura y mostró lo bien que se estaba adaptando a su nuevo empleo. El único problema surgió cuando el hombre le preguntó por su labio roto y tuvo que mentir para evitar las preguntas molestas que acostumbraba a recibir.Joseph visitó todos los departamentos de la empresa a primera hora de la mañana, alentó al resto de trabajadores y bebió café junto a los encargados de finanzas, mientras Lexy detalló desde la distancia y con pizcas de envidia la espontaneidad y alegría natural del hombre.—Bouvier, ven, te invito un café —dijo desde la distancia y movió la mano para invitar a la chica a seguirlo por el lugar.La aludida se alegró con notoriedad y se levantó desde su puesto con timidez, buscando caminar con mayor soltura frente al re
Joseph estaba concentrado en su trabajo cuando recibió el correo de la Señorita Bouvier. Le sorprendió tanto que, tuvo que hacer a un lado los documentos que revisaba con cautela.Desde hacía un tiempo, había notado movimientos extraños en los ingresos y egresos de la empresa y, no obstante, Joseph creía que se trataba de un error contable, empezaba a intuir que algo más estaba ocurriendo detrás. Leyó al menos tres veces la respuesta de la señorita Bouvier y se levantó de la silla con un cosquilleo en la barriga que no logró dominar. Desde su posición, se acercó a la pantalla de su computadora otra vez e, incrédulo por lo que había leído, repasó en voz alta:Señor Storni, Me gusta el contacto físico y los mordiscos.“Oh, mierda, esto se pone bueno”. —Jugó su conciencia, tan feliz como Joseph, quien no sabía cómo interpretar dicha respuesta.Su mente se repletó de recue
Cuando la hora de almuerzo llegó, Lexy llevaba un buen tiempo sin salir a comer afuera y los lujosos restaurantes nunca habían estado entre sus elecciones personales. Esteban nunca tenía dinero para invitarla a salir y siempre terminaba eligiendo comida rápida y la más económica, un menú que se ajustaba a su bolsillo.Lexy se sentó junto a Emma mientras Joseph intercambió un par de palabras en el exterior del restaurante y aprovechó de la privacidad para servirse vino y beber para calmar los nervios.—¿Y en dónde están? ¿Qué están haciendo? —preguntó muy ansiosa, mirando a todos lados.—Hablan sobre el tamaño de sus penes, de sus bolas peludas y quién dura más —burló Emma con juvenil voz y Lexy se impactó tanto que se ahogó con el vino que tenía en la boca.Se recompuso con prisa cuando vio a Storni caminando entre las mesas, con una sonrisa de oreja a oreja y, a su lado, un par de animados empresarios que parecían emocionados por alguna razón que Lexy desconocía.Se tensó en su asien
Regresaron a la oficina en silencio y, solo la presencia y alegre cháchara de Emma Storni los mantuvo en alerta. Lexy seguía sin mirarlo a la cara y Joseph comenzaba a creer que se había equivocado en llegar tan lejos.La jovencita le resultaba como un buen libro de cálculo avanzado, esos que tardaba meses en interpretar y, aunque moría por resolver todos sus problemas, aún tenía que conocer las fórmulas para lograr entrar entre sus páginas.Como era costumbre, Emma se coló en el departamento de finanzas y desapareció para hablar con los guapos chicos que allí trabajaban y les brindó privacidad para que pudieran conversar.—Señorita Bouvier, quería... —dijo Joseph cuando Lexy se escondió en el cuarto de baño que el lugar disponía—. Sí, no se preocupe, voy a esperar aquí afuera —continuó cuando la muchacha le cerró la puerta en la cara y lo dejó con la frase a la mitad—. Sí, voy a esperar aquí, tómese todo el tiempo que quiera.“Sí, voy a esperar aquí como un idiota baboso”. —Fastidió
La joven se quedó mirando la puerta por la que Anne Fave había desaparecido y, sin embargo, dudaba sobre lo que ocurriría en el interior de la privada oficina de Storni, no pudo contener un gritito de alegría que nació desde lo más profundo de su ser.Llevaba varios meses sin saber cómo saborear un buen beso y mucho tiempo sin ser parte de una caricia pasional. Llevaba mucho tiempo sin ser parte de nada y aquello la había dejado pegada al techo y con un revoltijo de tripas que no la iba a dejar comer en muchas horas.Vislumbró que se estaba comportando como una loca cuando una de sus compañeras la observó a través del cristal con una extraña mueca dibujada en la cara, y aterrizó para echarle una rápida miradita al reloj de su computadora.La mayoría de los trabajadores paseaba por los pasillos para sacar la vuelta en esa última media hora de jornada laboral, pero Lexy tenía pendientes desde el primer día y, decidida a no desaprovechar su tiempo, se sentó en la silla para acomodarse en