Capricho

Por el otro lado de la pantalla, Lexy dejó en el olvido su teléfono móvil y a su jefe, y se enfocó en tomar una ducha y vestirse con ligereza para encerrarse en la cocina de su hogar para darle la bienvenida a su queridísima abuela.

Preparó papas asadas y las rellenó con queso y cebolla; pimienta y sal. Mientras selló la carne en una plancha eléctrica que su padre le había obsequiado en la pasada navidad, bebió vino, anhelando apagar el revoltijo de tripas que tenía desde la entrevista.

Se acomodó el cabello detrás de las orejas unas cuantas veces y bebió más vino, mientras escuchaba las risas de sus padres y de su prometido, quienes oían con atención las divertidas historias de su juvenil abuela.

Se sentó a la mesa cuando creyó que todo estaba en orden y se quitó el delantal que encerraba su cintura para acomodarlo en sus piernas. Se sirvió una cuarta copa de vino y charló despreocupada mientras su abuela era su principal oyente y consejera.

La única que la comprendía.

—Oh, querida, si hubiera sabido que adelantarías la boda, no me hubiera ido a gastar todo mi dinero a Australia —respondió la abuela al oír que su nieta había encontrado trabajo solo para costear su boda.

—No, abuela, no importa, ya todo está en orden, empiezo el lunes en Open Global —expresó ella, mencionando la reconocida empresa y no le dio importancia al ruidoso timbre de su casa que hizo eco por toda la propiedad.

Su padre se levantó de la silla y caminó a la puerta y, fue en ese instante que Lexy encontró algunos segundos de alivio, quien se sentía invadida con tantas preguntas descabelladas e incómodas. No estaba preparada para aceptar que pronto dejaría de ser una mujer soltera.

Le costaba trabajo entender qué sería de su futuro con el perezoso hombre que tenía a su lado.

Vivía en incertidumbre. No sabía si podría terminar sus estudios, conseguir un trabajo estable y formar una familia.

—Lexy, tienes visita —habló su padre desde la sala y Lexy volteó en la silla, liada y preocupada.

¿Quién podría ser, si sus amigos estaban al otro lado de la ciudad, en la universidad y, su novio estaba a su lado, comiendo en silencio?

La joven se levantó desde la silla con dudas y se llevó el delantal de cocina entre las manos, nerviosa por ese extraño cambio de rutina, ese que no solía frecuentar.

Se mordió el labio inferior cuando sus ojos se encontraron con su nuevo jefe. Abrió la puerta de entrada para salir y la cerró detrás ella con temor, anhelante de que Esteban no se enterara de quién la visitaba al otro lado de la puerta.

El hombre lucía diez veces mejor bajo la luz del atardecer y los últimos rayos de sol le favorecían por entero. Cargaba un vino entre las manos y, a su lado, una caja marrón lo acompañaba.

—¡¿Qué está haciendo aquí?!

Lexy se atrevió a preguntar sin titubear y Joseph se sintió más confundido aún.

—Usted me invitó, señorita Bouvier —respondió él y aprovechó del descuido de la joven para echarle una detallada mirada de pies a cabeza.

Traía el cabello suelto y las mejillas rojas le favorecían. Un vestido ajustado, escotado y sobre la rodilla lo dejó flotando y, la delgadez de la tela, le mostró esos detalles que tanto anhelaba explorar.

—Yo no lo invité, señor, solo fui cortés —contestó ella y miró por la ventana, cuidando de que Esteban siguiera en su silla y frente a su plato de comida—. Lo que quería decir era que, no quería verlo por aquí.

Se puso seria y se atrevió a mirarlo a la cara.

Storni se echó a reír y con su mano libre tomó su teléfono móvil para revisar el correo de la muchacha frente a él, intentando no sentirse tan tonto tras el segundo rechazo de Bouvier.

—Le voy a leer lo que usted me respondió para no parecer tan loco —burló él y le guiñó un ojo. Lexy arrugó el entrecejo, asustada—. Señor Storni, no creo que usted quiera traerme el uniforme a casa —leyó textual y respondió—: No, señorita Bouvier, yo no hago entregas a domicilio, eso lo hace nuestro Junior —explicó y Lexy se sonrojó—. Aunque sería bienvenido a cenar con nosotros, mi abuela acaba de regresar de Australia y sería divertido tenerlo en la mesa... —leyó otra vez y Lexy se tocó las mejillas con estrés—. Aquí está invitándome, señorita Bouvier...

—¡¿Y usted se lo tomó en serio?! —chilló furiosa, casi al límite de perder la cabeza.

—Solo fui cortés, además, después me entrega el detalle perfecto de su casa, invitándome por segunda vez: “Avenida Monte sur #6096. Es una casa de dos plantas color damasco y con un jardín amplio rodeado de pinos altos”.

—No, Señor Storni, ¡esto es un error! —exclamó fuera de sí—. No puede estar…

La voz de su prometido se oyó desde el interior de la propiedad y, aunque Joseph esperaba conocer al hombre que se llevaría a Lexy hasta el altar y evaluar su competencia, la muchacha actuó de un modo poco convencional, aún para los ojos de su jefe.

Cogió su mano y lo jaló por el rededor de la propiedad, empujándolo para sacarlo de la entrada del lugar.

—Señorita…

—¡Cállese! —pidió ella de mala gana y le mostró un camino alternativo que los llevaba hasta el jardín trasero.

—¿Por qué nos escondemos? —preguntó Joseph y contuvo una sonrisa malévola por la privacidad y oscuridad que el lugar les ofrecía.

Ella seguía sosteniendo su mano y solo ese contacto le entregaba ganas de hacer algo indebido.

—Porque usted es muy guapo y mi prometido es muy dramático —contestó y se alarmó al entender lo que había dicho en voz alta—. ¡No, no, no! —chilló después y volteó para mirarlo—. Digo, usted es muy joven, él puede verlo como una competencia.

Storni contuvo una sonrisa y se apegó más a ella mientras se esconderían en el jardín trasero de la propiedad de Lexy. Se sintió muy entusiasmado cuando ella se rozó contra su cuerpo y tuvo su trasero pegado en su pierna.

Se paralizó al sentir su cuerpo tibio.

La ansiedad que prevalecía en Lexy no le permitió ser consciente de los roces de su cuerpo contra su pobre jefe, el que estaba sufriendo mientras sentía su culo redondo rozándole los muslos. De lo que sí era consciente, era que sostenía su mano entre sus dedos y el hombre no se oponía a ello.

—Mire, Señor Storni, no quiero problemas, ya tengo suficientes con la llegada de mi abuela —musitó cabizbaja y soltó su mano para enfrentarlo—. Mi prometido se irá después de la cena, si usted gusta, puede quedarse para que hablemos de la Política interna, pero no puede acompañarnos en la cena, él es muy celoso —se atrevió a ir más lejos, sabiendo que estaba bailando burlesca entre las llamas de un gran incendio.

Un incendio con el que iba a terminar muy quemada.

Storni dudó cómo responder y es que no era parte natural de él esperar por una mujer, mucho menos ser servido como segundo plato.

“Busquemos a Anne, ella está más buena y no nos hace esperar”. —Le dijo su conciencia y Storni suspiró, sabiendo la verdad.

—Señorita Bouvier, me encantaría quedarme, pero tengo una reunión a las nueve —justificó y le entregó la botella de vino que seguía sosteniendo entre sus manos.

—No puedo aceptarla —refutó ella, entristecida.

¿Cómo explicaría ante su familia dicho obsequio?

—¿Hay algún problema? —consultó Storni y se acercó un par de pasos a ella, pretendiendo romper esa tranquilidad que la joven le transmitía.

“Quisiera que se quedara, pero Esteban me cortaría en pedacitos y me lanzaría al rio para que nadie sospechara”. —Pensó ella, mordiéndose la lengua con fuerza y lo miró con congoja.

Storni se perdió en sus hermosos ojos verdosos y supo que no iba a tener escapatoria.

—No, Señor, no hay ningún problema. Nos vemos el lunes a las ocho y treinta —respondió con seguridad cuando recordó que tenía un prometido al que amaba, un hombre con el que anhelaba pasar todos los días de su vida.

“¿Todos los días de tu vida? ¿Estás segura, Lexy?”. —Interfirió su conciencia, haciéndola dudar como cada día hacía.

Se despidieron sin siquiera mirarse y, tras entregarle un par de explicaciones referente a la caja de cartón marrón que había dejado en la puerta de entrada de su casa, Joseph se marchó, asustado por sus acciones, esas inmaduras y precipitadas decisiones que había tomado sin pensar en su puesto en la empresa, ese cargo al que le había tomado trabajo y esfuerzo llegar y que quería mantener durante muchos años más.

Si los Asesores se enteraban de sus ocurrencias —visitar a una empleada después de las horas de trabajo—, tendría problemas, problemas graves, pero, aun así, temiendo por su estabilidad laboral y económica, la curiosidad lo dominó por encima de todo lo demás y se quedó sentado y escondido en su moderno auto, bajo la oscuridad de un alto roble que embellecía la acera de la casa de Lexy Bouvier, su nueva secretaria.

“Nueva empleada, nuevo capricho”. —Molestó su conciencia, haciendo eco entre sus pensamientos.

“Menos mal que no duran mucho”. —Continuó y todo ruido en su cabeza se acabó cuando, casi a las nueve de la noche, Lexy apareció por la puerta y, tras ella, un delgado muchacho de larga cabellera la acompañó.

Se asomó con disimulo por encima del volante y miró atentamente y sin pestañear cada acción de la pareja frente a él.

La tensión se marcaba entre ellos y, aunque Storni esperó un poco de tensión sexual, se topó con una discusión que no le gustó y lo alarmó acerca de las inseguridades de la muchacha que acababa de contratar.

El desabrido muchacho gritó con rabia, mostrando que tenía el poder sobre ella y, tras eso, su delgadez y falta de músculo se vieron apocados cuando la cogió por los hombros y le dedicó un par de sacudones violentos.

Storni pasó saliva y estrujó el cuero del volante entre sus manos, furioso por lo que veía.

El sonido del cuero contra sus manos se oyó en el interior del auto, más cuando Lexy se cubrió la cara para llorar, avergonzada por algo que él no lograba comprender.

A pesar de la distancia, escuchó su delicada voz implorando perdón y todo terminó cuando el joven le plantó una seca abofeteada entre la mejilla y la boca.

Todo se acabó para él, cuando oyó el gemido doloroso de Lexy y el llanto que vino después. Joseph se precipitó y abrió la puerta del auto para bajar, para enfrentar la situación, pero su cobarde conciencia lo detuvo antes de que pusiera un pie en la acera a su lado.

“No puedes bajar, tenías una reunión a las nueve, ¿recuerdas? ¿Cómo vas a explicar que sigues aquí?”. —Fue lo primero que escuchó y se agachó cuando el muchacho caminó a su lado, quien había dejado a Lexy sola y desconsolada en la entrada de su cálida casa.

“Nadie quiere un jefe acosador”. —Escuchó y desde su asiento observó a Lexy, quien se tocó la zona afectada con la punta de los dedos y sollozó en su posición.

—Me quedé sin combustible. —Se respondió a sí mismo y bajó desde su auto, listo para enfrentar a Lexy.

Pero la muchacha volteó sin notar su presencia y caminó apresurada por el rededor de la casa.

Detrás de ella, cerró una cerca de madera; le cerró toda posibilidad de ayudarla y el hombre se quedó con un trago amargo en la garganta, un trago que iba a tener que soportar hasta el lunes.

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