Diente de león: Octava parte.

Lucía se sentó junto a la ventana, mirando hacia el pequeño pueblo que ahora llamaba hogar. Afuera, el sol del atardecer teñía el cielo de un suave tono anaranjado, y las sombras de los árboles se alargaban, extendiéndose sobre las casas. El silencio era una bendición, roto solo por el canto lejano de los pájaros y las risas ocasionales de Ferus, que jugaba cerca del río con otros niños del pueblo. La tranquilidad del lugar le proporcionaba un consuelo extraño, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Pero a pesar de ello, había un vacío que la seguía como una sombra.

Tomó la carta que acababa de escribir para Lou y la leyó una vez más, asegurándose de que las palabras fueran lo suficientemente claras pero no reveladoras. Había sido difícil expresar en palabras todo lo que sentía, pero más aún lo era compartir su nueva vida con alguien que todavía formaba parte de su antiguo mundo. Con cuidado, selló la carta y la dejó sobre la mesa, lista para ser enviada al día siguiente.

—Tal v
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