Diente de león: Séptima parte.

El cielo de la tarde estaba teñido de un gris plomizo, y la luz tenue que se filtraba entre las hojas de los árboles apenas iluminaba el pequeño claro donde Lucía y Ferus habían decidido detenerse a descansar. Lucía había caído en un profundo letargo, su cuerpo débil y su rostro empapado en sudor. La fiebre la había alcanzado días atrás, pero hasta ese momento no parecía haber sido tan grave. Ferus, con sus ojos grandes y llenos de preocupación, se mantenía a su lado, observando cómo su madre respiraba de forma entrecortada.

—Mamá... —susurró, su voz temblando de miedo—. Mamá, despierta...

La única respuesta que recibió fue el sonido áspero de la respiración agitada de Lucía. Su piel, normalmente bronceada, estaba ahora enrojecida, como si el calor de su cuerpo la estuviera quemando por dentro. Ferus intentó agitarla suavemente, pero no obtuvo ninguna reacción. Desesperado, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras sollozaba, llamando a su madre una y otra vez.

El silencio
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