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​​​​​​​*—Antonella:

Durante unos minutos se quedaron así, fundidos en un abrazo, con los cuerpos aún unidos y los latidos sincronizados, pero la realidad no tardó en filtrarse entre las rendijas de su refugio, y Antonella giró el rostro hacia él, con una sonrisa aún desordenada por el clímax.

—¿No crees que deberíamos…? —empezó a decir, pero se interrumpió al ver la cara divertida de Max.

—Hice un desastre —admitió él con una risita avergonzada—. Debería andar con una caja de condones encima. No está bien que te haga el amor así, sin protección.

Antonella se mordió el labio y se inclinó para rozarle la boca con la suya, aún jadeante.

—A mí me gusta sentirte dentro, Max… y más cuando… —se relamió con lentitud, provocadora—. Ya sabes.

Max soltó una carcajada, moviendo la cabeza incrédulo.

—Y luego dices que el perverso soy yo.

Ambos rieron, cómplices y todavía envueltos en ese calor delicioso. Finalmente, Max la dejó ir con suavidad. Antonella se puso de pie, pero apenas lo hizo, sintió
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