4

*—Max:

—Solo tiene una semana contigo y ya estás siendo otra persona.

Max se giró rápidamente al oír la voz de Chris, quien estaba apoyado en su vehículo, como si lo hubiera estado esperando. Max había pasado casi todo el día en una reunión fuera del grupo, discutiendo un proyecto de viviendas con una empresaria de la constructora. Ahora que por fin había regresado, le sorprendía ver a Chris en el estacionamiento. Sabía que tenían programado un almuerzo juntos, al cual también se uniría Charlie, para discutir los últimos movimientos de los McKay. Sin embargo, no tenía idea de que su hermano lo estuviera "acechando" de esa forma.

—¿De qué hablas? —preguntó Max, arqueando una ceja mientras se acercaba a él, intrigado.

—Hablo de la hija de McKay —replicó Chris, cruzándose de brazos.

Max rodó los ojos y negó con la cabeza. Chris estaba hablando tonterías. ¿A qué se refería con que, por tener a Antonella una semana en la empresa, él ya era "otra persona"? Max seguía igual y, en su mente, continuaba enfocado en sus objetivos. Después de todo, el verdadero propósito, aun cuando tenían a Antonella allí: era acabar con los McKay, no convertirse en alguien diferente.

—No deberíamos hablar de esto en medio del estacionamiento —le advirtió Max, mirando alrededor.

Chris asintió, frunciendo el ceño, y ambos caminaron hacia los ascensores para subir a sus oficinas en el último piso del edificio del Grupo Bryant. Al entrar, Max presionó el botón correspondiente.

—Lo que no entiendo es por qué padre aceptó esta tontería —se quejó Chris mientras subían, cruzándose de brazos—. Esa chica no tiene experiencia, y ni siquiera debería estar aquí.

—Estudia negocios, aparentemente para ayudar a su familia —respondió Max, recordando el perfil de Antonella cuando lo revisó. 

Había visto que apenas llevaba dos años de carrera, y que le faltaba mucho para terminar. Sabía que necesitaba experiencia, pero estaba de acuerdo con Chris en que podría buscarla en cualquier otra parte, en lugar de en una empresa donde se trataban temas delicados. Por suerte, Chris, que manejaba los documentos confidenciales, tenía a su propia asistente vigilante y celosa de su trabajo.

—¿Solo porque estudia algo relacionado? —Chris se mofó—. ¡Es estúpido!

Max encogió los hombros, mirando la pantalla del ascensor, que marcaba el segundo piso, aún faltaban cuatro pisos más. 

—No sé qué estaba pensando padre al aceptarla —admitió Max, mirando a su hermano menor—. Sabes que no podemos juzgar sus decisiones, solo aceptarlas.

—Hace meses que toma decisiones extrañas y eso es lo que me molesta —Chris frunció el ceño.

Max asintió. Su padre había sido el presidente desde que comenzó con una pequeña empresa de inversiones que poco a poco creció, adquiriendo empresas de construcción y otras entidades que ampliaron el prestigio del grupo. Hoy, después de veintiséis años al mando, había decidido dejar el liderazgo en manos de sus hijos: Robert, el mayor, tomó el puesto de presidente a sus veintiséis años, Max se convirtió en vicepresidente, y Chris asumió una posición importante tras graduarse. Aunque jóvenes, estaban preparados, y la compañía había crecido con la nueva generación.

Max sonrió.

—No tengo idea de qué planea —comentó Max, casi como si hablara consigo mismo.

—Quizá sabe que queremos cumplir la promesa que le hicimos al abuelo Dan, y por eso nos ha dado rienda suelta —dijo Chris.

Max frunció el ceño y desvió la mirada. Ponía en duda esa posibilidad; su padre siempre había sido un enigma, difícil de predecir. Sin embargo, tal vez era cierto. Quizá prefería no involucrarse en la promesa que los tres hermanos le habían hecho al abuelo Daniel Bryant en su lecho de muerte.

Cuando eran adolescentes, su abuelo cayó gravemente enfermo y estuvo delirando durante mucho tiempo. Una tarde, en uno de sus pocos momentos de lucidez, les confesó algo que los dejó sin palabras. Años atrás, cuando el padre de Max era apenas un joven, el abuelo Daniel había fundado una empresa exitosa junto a un socio. Sin embargo, a pesar de que la compañía estaba dividida en partes iguales, su compañero lo traicionó, falsificó documentos y se adueñó de todo, borrando a Dan de los estatutos. Como consecuencia, el abuelo quedó en la ruina, y las deudas de su ex socio terminaron por caer sobre él. Fue una época difícil; la familia Bryant vivió años de escasez y problemas financieros hasta que, con esfuerzo, el padre de Max logró fundar una pequeña empresa de inversiones y comenzar a levantar nuevamente a la familia.

El abuelo Dan nunca olvidó esa traición. Y en ese momento de lucidez, les pidió a Max y Chris que le prometieran algo: que le arrebatarían todo a la familia de aquel hombre que lo había traicionado, que recuperarían lo que legítimamente les pertenecía. A pesar de que Robert no estuvo presente, ellos se lo contaron más tarde, aunque él parecía no querer participar en la venganza. La familia que les había robado todo era nada menos que los McKay. El hombre que había destrozado el legado del abuelo era Ross McKay, padre de Jefferson y abuelo de Antonella y sus hermanas.

Aunque hoy los Bryant eran una familia poderosa, Max y Chris no olvidaban ese pasado. Ambos estaban decididos a cumplir la promesa que le habían hecho a su abuelo y castigar a los McKay. Sabían que Jefferson McKay no era un buen negociante; sus deudas y malas decisiones lo habían llevado al borde del colapso financiero. Max había planeado cuidadosamente aprovechar esa debilidad, extendiéndole inversiones y préstamos que él jamás podría devolver. Cuando llegara el momento, el Grupo Bryant embargaría todas las propiedades y activos de los McKay, quitándoles hasta el último centavo.

Max sonrió, suspirando mientras pensaba en Antonella. Ella creía que trabajando como su asistente podría ayudar a su familia endeudada, y Max estaba dispuesto a dejarla vivir en esa ilusión. La dejaría creer que estaba marcando una diferencia, que tenía un futuro allí… hasta que llegara el momento de prescindir de ella y demostrarle, tanto a ella como a su familia, que nadie se metía con los Bryant.

—Parece que estás pensando en algo que te alegra, ¿eh? —dijo Chris, observando la sonrisa de su hermano.

Max asintió, sin molestarse en disimular.

—Deja que piense que todo está bien. Así no sospechará de lo que se avecina —comentó Max justo cuando las puertas del ascensor se abrieron en su piso.

Ambos salieron y caminaron hacia la oficina de Max. Chris se detuvo de pronto y, sujetando el brazo de Max, lo obligó a girarse. Sonrió y lanzó una mirada hacia Antonella, quien los esperaba a unos metros.

Chris se inclinó hacia él y murmuró:

—Solo te diré algo, hermano. Ten cuidado de no cruzar la línea con Antonella. Si echas a perder la promesa del abuelo y nuestra venganza, yo… —Chris sonrió con una malicia latente—. Mejor que ni lo pienses, hermanito.

Max soltó una risa seca, devolviéndole la mirada con un toque de ironía.

—Te recuerdo que, a diferencia de ti, yo no me meto con nadie del trabajo ni persigo a mis empleadas. Puede que sea atractiva, incluso un poco de mi tipo, pero yo tengo claras mis prioridades, y te aseguro que ella no es una de ellas.

Chris soltó una carcajada y asintió.

—Más te vale, Max.

—Nos vemos en un rato en el almuerzo, Chris.

Chris se despidió con un ademán y regresó al ascensor. Max lo observó irse y luego giró hacia Antonella, quien seguía esperándolo, con una expresión mezcla de profesionalismo e inocencia. Caminó hacia ella con paso seguro.

Sí, Antonella era hermosa, con esa belleza exótica que podía desarmar a cualquiera, pero trabajar en su empresa y ser miembro de una familia tan despreciable la convertían en alguien de quien debía mantenerse a distancia. Lo último que quería era darle alguna ventaja que ella o su familia pudieran usar en su contra.

Para él, era mejor simplemente observarla desde lejos y cumplir con el plan sin permitir que ninguna distracción pusiera en riesgo sus objetivos.

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