*—Max:
—Solo tiene una semana contigo y ya estás siendo otra persona.
Max se giró rápidamente al oír la voz de Chris, quien estaba apoyado en su vehículo, como si lo hubiera estado esperando. Max había pasado casi todo el día en una reunión fuera del grupo, discutiendo un proyecto de viviendas con una empresaria de la constructora. Ahora que por fin había regresado, le sorprendía ver a Chris en el estacionamiento. Sabía que tenían programado un almuerzo juntos, al cual también se uniría Charlie, para discutir los últimos movimientos de los McKay. Sin embargo, no tenía idea de que su hermano lo estuviera "acechando" de esa forma.
—¿De qué hablas? —preguntó Max, arqueando una ceja mientras se acercaba a él, intrigado.
—Hablo de la hija de McKay —replicó Chris, cruzándose de brazos.
Max rodó los ojos y negó con la cabeza. Chris estaba hablando tonterías. ¿A qué se refería con que, por tener a Antonella una semana en la empresa, él ya era "otra persona"? Max seguía igual y, en su mente, continuaba enfocado en sus objetivos. Después de todo, el verdadero propósito, aun cuando tenían a Antonella allí: era acabar con los McKay, no convertirse en alguien diferente.
—No deberíamos hablar de esto en medio del estacionamiento —le advirtió Max, mirando alrededor.
Chris asintió, frunciendo el ceño, y ambos caminaron hacia los ascensores para subir a sus oficinas en el último piso del edificio del Grupo Bryant. Al entrar, Max presionó el botón correspondiente.
—Lo que no entiendo es por qué padre aceptó esta tontería —se quejó Chris mientras subían, cruzándose de brazos—. Esa chica no tiene experiencia, y ni siquiera debería estar aquí.
—Estudia negocios, aparentemente para ayudar a su familia —respondió Max, recordando el perfil de Antonella cuando lo revisó.
Había visto que apenas llevaba dos años de carrera, y que le faltaba mucho para terminar. Sabía que necesitaba experiencia, pero estaba de acuerdo con Chris en que podría buscarla en cualquier otra parte, en lugar de en una empresa donde se trataban temas delicados. Por suerte, Chris, que manejaba los documentos confidenciales, tenía a su propia asistente vigilante y celosa de su trabajo.
—¿Solo porque estudia algo relacionado? —Chris se mofó—. ¡Es estúpido!
Max encogió los hombros, mirando la pantalla del ascensor, que marcaba el segundo piso, aún faltaban cuatro pisos más.
—No sé qué estaba pensando padre al aceptarla —admitió Max, mirando a su hermano menor—. Sabes que no podemos juzgar sus decisiones, solo aceptarlas.
—Hace meses que toma decisiones extrañas y eso es lo que me molesta —Chris frunció el ceño.
Max asintió. Su padre había sido el presidente desde que comenzó con una pequeña empresa de inversiones que poco a poco creció, adquiriendo empresas de construcción y otras entidades que ampliaron el prestigio del grupo. Hoy, después de veintiséis años al mando, había decidido dejar el liderazgo en manos de sus hijos: Robert, el mayor, tomó el puesto de presidente a sus veintiséis años, Max se convirtió en vicepresidente, y Chris asumió una posición importante tras graduarse. Aunque jóvenes, estaban preparados, y la compañía había crecido con la nueva generación.
Max sonrió.
—No tengo idea de qué planea —comentó Max, casi como si hablara consigo mismo.
—Quizá sabe que queremos cumplir la promesa que le hicimos al abuelo Dan, y por eso nos ha dado rienda suelta —dijo Chris.
Max frunció el ceño y desvió la mirada. Ponía en duda esa posibilidad; su padre siempre había sido un enigma, difícil de predecir. Sin embargo, tal vez era cierto. Quizá prefería no involucrarse en la promesa que los tres hermanos le habían hecho al abuelo Daniel Bryant en su lecho de muerte.
Cuando eran adolescentes, su abuelo cayó gravemente enfermo y estuvo delirando durante mucho tiempo. Una tarde, en uno de sus pocos momentos de lucidez, les confesó algo que los dejó sin palabras. Años atrás, cuando el padre de Max era apenas un joven, el abuelo Daniel había fundado una empresa exitosa junto a un socio. Sin embargo, a pesar de que la compañía estaba dividida en partes iguales, su compañero lo traicionó, falsificó documentos y se adueñó de todo, borrando a Dan de los estatutos. Como consecuencia, el abuelo quedó en la ruina, y las deudas de su ex socio terminaron por caer sobre él. Fue una época difícil; la familia Bryant vivió años de escasez y problemas financieros hasta que, con esfuerzo, el padre de Max logró fundar una pequeña empresa de inversiones y comenzar a levantar nuevamente a la familia.
El abuelo Dan nunca olvidó esa traición. Y en ese momento de lucidez, les pidió a Max y Chris que le prometieran algo: que le arrebatarían todo a la familia de aquel hombre que lo había traicionado, que recuperarían lo que legítimamente les pertenecía. A pesar de que Robert no estuvo presente, ellos se lo contaron más tarde, aunque él parecía no querer participar en la venganza. La familia que les había robado todo era nada menos que los McKay. El hombre que había destrozado el legado del abuelo era Ross McKay, padre de Jefferson y abuelo de Antonella y sus hermanas.
Aunque hoy los Bryant eran una familia poderosa, Max y Chris no olvidaban ese pasado. Ambos estaban decididos a cumplir la promesa que le habían hecho a su abuelo y castigar a los McKay. Sabían que Jefferson McKay no era un buen negociante; sus deudas y malas decisiones lo habían llevado al borde del colapso financiero. Max había planeado cuidadosamente aprovechar esa debilidad, extendiéndole inversiones y préstamos que él jamás podría devolver. Cuando llegara el momento, el Grupo Bryant embargaría todas las propiedades y activos de los McKay, quitándoles hasta el último centavo.
Max sonrió, suspirando mientras pensaba en Antonella. Ella creía que trabajando como su asistente podría ayudar a su familia endeudada, y Max estaba dispuesto a dejarla vivir en esa ilusión. La dejaría creer que estaba marcando una diferencia, que tenía un futuro allí… hasta que llegara el momento de prescindir de ella y demostrarle, tanto a ella como a su familia, que nadie se metía con los Bryant.
—Parece que estás pensando en algo que te alegra, ¿eh? —dijo Chris, observando la sonrisa de su hermano.
Max asintió, sin molestarse en disimular.
—Deja que piense que todo está bien. Así no sospechará de lo que se avecina —comentó Max justo cuando las puertas del ascensor se abrieron en su piso.
Ambos salieron y caminaron hacia la oficina de Max. Chris se detuvo de pronto y, sujetando el brazo de Max, lo obligó a girarse. Sonrió y lanzó una mirada hacia Antonella, quien los esperaba a unos metros.
Chris se inclinó hacia él y murmuró:
—Solo te diré algo, hermano. Ten cuidado de no cruzar la línea con Antonella. Si echas a perder la promesa del abuelo y nuestra venganza, yo… —Chris sonrió con una malicia latente—. Mejor que ni lo pienses, hermanito.
Max soltó una risa seca, devolviéndole la mirada con un toque de ironía.
—Te recuerdo que, a diferencia de ti, yo no me meto con nadie del trabajo ni persigo a mis empleadas. Puede que sea atractiva, incluso un poco de mi tipo, pero yo tengo claras mis prioridades, y te aseguro que ella no es una de ellas.
Chris soltó una carcajada y asintió.
—Más te vale, Max.
—Nos vemos en un rato en el almuerzo, Chris.
Chris se despidió con un ademán y regresó al ascensor. Max lo observó irse y luego giró hacia Antonella, quien seguía esperándolo, con una expresión mezcla de profesionalismo e inocencia. Caminó hacia ella con paso seguro.
Sí, Antonella era hermosa, con esa belleza exótica que podía desarmar a cualquiera, pero trabajar en su empresa y ser miembro de una familia tan despreciable la convertían en alguien de quien debía mantenerse a distancia. Lo último que quería era darle alguna ventaja que ella o su familia pudieran usar en su contra.
Para él, era mejor simplemente observarla desde lejos y cumplir con el plan sin permitir que ninguna distracción pusiera en riesgo sus objetivos.
*—Antonella:Las dos semanas de entrenamiento con Florence habían terminado, y Antonella estaba inquieta. Ahora que Florence ya se había ido, estaba oficialmente en el puesto como asistente de Robert y Maximilian Bryant. Aunque Robert rara vez iba a la empresa y gestionaba la mayor parte de sus asuntos de manera independiente, Antonella tenía que estar atenta a su correspondencia y coordinar las pocas reuniones que él decidía agendar. Esta dinámica en la empresa le resultaba desconcertante.Observaba que el Grupo Bryant contaba con personas increíblemente competentes, sin embargo, ni Robert ni Max parecían involucrarse en el trabajo diario. Ambos se mantenían en la cima, supervisando desde una distancia cómoda, sin nunca “embarrarse las manos”. Florence se lo había advertido: Robert casi nunca aparecía y solo se limitaba a firmar documentos y asistir a reuniones importantes; era aún más inaccesible que Max. En contraste, Chris, el menor de los hermanos Bryant, sí parecía tener una éti
*—Max:Cuando Antonella se fue, Max esperó unos segundos antes de volverse hacia Chris. Había algo que tenía en mente desde la primera vez y también algunas cosas que habían estado ocurriendo últimamente en el trabajo. Su hermano estaba sonriente, mirando hacia la puerta, y algo en su expresión le indicó a Max lo que podía estar pasando.—Fuiste tú, ¿verdad? —preguntó Max, refiriéndose a los recientes errores de Antonella.—¿Qué fui yo? —Chris se hizo el desentendido, pero Max suspiró.—Las reuniones cambiadas de horario y canceladas con grandes clientes e inversionistas, ¿te suena? —sugirió Max, logrando que Chris sonriera maliciosamente. Max maldijo en voz baja. No le sorprendía en lo absoluto.Sabía que Chris no la quería allí, porque detestaba a los McKay. Ver a cualquier miembro de esa familia lo ponía de mal humor y, claramente, hacía todo lo posible para que Antonella no durará en su puesto, pero hacerlo de esta manera perjudicaba a la empresa. Ahora tendría que encargarse él m
*—Antonella:Estaba lista para dar el paso.Durante el fin de semana, intentó hablar con su padre sobre lo que había pasado con los Bryant y su deseo de renunciar. Sin embargo, él estuvo ausente casi todo el tiempo, y cuando regresó no parecía dispuesto a tener una conversación seria. Así que decidió que lo mejor sería que se enterara de su decisión cuando ya estuviera tomada.Llegó temprano a la oficina esa mañana y se preparó para el día. Curiosamente, la agenda de Max estaba vacía, algo extraño, ya que recordaba haber visto varias reuniones programadas. Quizá él mismo había decidido hacerse cargo luego de las confusiones recientes en su agenda. Aprovechando la calma, se concentró en preparar su carta de renuncia. Era una idea atrevida, sí, pero sentía que era lo correcto.Después de redactarla cuidadosamente, la imprimió, la guardó en un sobre y la colocó en el cajón de su escritorio, lista para entregarla cuando Max llegara. Mientras esperaba, se dedicó a sus tareas habituales: re
*—Max:Max estaba perdiendo la cabeza.Durante el fin de semana, había intentado de todo para distraerse. Acostarse el viernes con una pelirroja que, aunque había dicho que no se parecía a Antonella, si tenían similitudes y ese fue su primer error. Después de eso, todo se salió de control. Pasó esos días atormentado, soñando con Antonella en su cama, su cuerpo expuesto, con sus piernas abiertas, sus manos sobre sus pequeños pechos y sus labios rosados, invitándolo a hacerla suya. No fueron una ni dos veces que tuvo que recurrir a su mano para aplacar su deseo. Incluso trató de satisfacerlo con otra chica, pero no logró borrar la imagen de Antonella. Cada vez que cerraba los ojos, ella volvía a su mente, y su frustración solo aumentaba. Esto ya lo estaba afectando.El lunes, su falta de sueño era evidente. Canceló todas las reuniones previstas, pero decidió ir a la oficina para hablar con Antonella. Algo en su subconsciente le decía que aquellos sueños tan vívidos tenían que ver con la
*—Antonella:Miro el mensaje que le había enviado su mejor amiga, en donde está se quejaba de que la estaba ignorando y Antonella suspiro.No es que estuviera ignorándola, es que tenía muchas cosas que hacer. Entre el trabajo y la universidad estaban sacándole la poca energía que tenía. No sabía que iba a ser tan difícil estudiar y trabajar a la vez. Muchos lo hacían y parecía fácil, entonces porque estaba pasándole factura de esta formaAntonella miró la pantalla de su computador, viendo la hora. Eran cerca de las seis y la gente de su edad, o estaban saliendo de la universidad para disfrutar del fin de semana o estaban ya disfrutando de este. Tal vez debería aprovechar que era viernes y casi fin de semana para hacer algo para ella. Tenía que dejar de pensar tanto en los problemas familiares y concentrarse en su propia vida. Sus padres estaban ahí para resolver esos problemas, pero sentía que debía de ayudar también, sin embargo, esto estaba sacándole el jugo a su juventud. Solo te
*—Max:Esto era una locura.Max suspiró y salió de su vehículo. Un valet ya estaba esperando para tomar las llaves, mientras un bellboy se encargaba de las maletas en el maletero. Les dedicó una breve sonrisa antes de dirigirse hacia la majestuosa entrada del lujoso Culler Grand Resort, una joya de la cadena hotelera propiedad de la familia Culler, conocida por su prestigio y cercanía con los Bryant desde hacía generaciones.Había estado en este lugar antes, acompañado por su familia durante algún fin de semana. Aunque no estaba en la playa, el resort ofrecía grandes piscinas, spa de primera clase y múltiples actividades recreativas que lo convertían en un destino perfecto para unas vacaciones, pero esta vez, Max no venía a relajarse.Su mejor amigo, James McDonell, se casaba. Todo había sucedido de forma tan repentina que Max todavía procesaba la invitación, que había recibido apenas anoche. Conocía a la novia de James, Lauren Hale, una joven actriz que estaba en pleno auge de su car
*—Antonella:Había dormido profundamente. Antonella se sentía renovada después de un día agotador, corriendo de un lado a otro comprando ropa para la escapada improvisada y terminando la jornada con una relajante tarde en el spa. Aunque Camila era experta en planear cosas abruptamente, Antonella debía admitir que había disfrutado la adrenalina del momento.Sonrió mientras rebuscaba en su maleta el nuevo bikini que había comprado. Era blanco, hecho de crochet, y aunque había gastado más de lo habitual, decidió que valía la pena. Había un límite para sacrificarse por las deudas familiares; de vez en cuando, necesitaba darse un gusto. Dejó el bikini junto a un kimono de playa sobre la cama y se dirigió al baño para ducharse.Eran casi las diez de la mañana. Ambas habían dormido hasta tarde, perdiéndose el buffet del desayuno, y terminaron pidiendo servicio a la habitación. Comieron juntas en el balcón, disfrutando de la vista que daba al área recreativa del hotel. La suite que compartían
*—Antonella:Lentamente, giró su cabeza hacia la derecha, y allí estaba él, Max con una sonrisa que mezclaba picardía y satisfacción.Su cabello, normalmente peinado hacia atrás con estricta perfección, caía rebelde sobre su frente, dándole un aire relajado y peligroso. Sus ojos brillaban con un matiz que ella nunca había visto en las reuniones de la oficina, un destello que parecía atravesarla por completo.—Hola —saludó Camila, completamente divertida por la escena.—Hola. Soy Max, el jefe de Antonella —dijo Max educadamente, pero sin soltarla, como si fuera lo más normal del mundo sostenerla de esa manera.—Soy Camila, su mejor amiga —respondió Camila con una sonrisa coqueta.Antonella tragó saliva, notando cada detalle: los músculos firmes que la rodeaban, el calor de su cuerpo y, más preocupante aún, la presión en su trasero. Sus mejillas ardieron. ¿Era posible que estuviera tan cerca de… eso?—No me dijiste que ibas a venir aquí —dijo Max en un tono que sonaba más a reproche que