3

*—Antonella:

El día había sido bastante entretenido.

Antonella había pasado un maravilloso día con la señora Miles, cuyo nombre era Florence. Ella insistió en que la llamara por su nombre y se encargó de enseñarle cada rincón del edificio donde Antonella trabajaría de ahora en adelante. Florence también le dio algunos consejos, que Antonella anotó cuidadosamente, queriendo absorber cada detalle para desempeñar bien su nuevo rol.

Al mediodía, ambas almorzaron juntas, aprovechando la ocasión para conocerse mejor, ya que trabajarían codo a codo durante los próximos 15 días. Después, Florence la condujo hasta la oficina donde ambas desempeñarían sus funciones como asistentes tanto del presidente como del vicepresidente del grupo, mostrándole con paciencia cada detalle necesario para su trabajo. Antonella memorizó cada indicación, decidida a aprovechar al máximo esta oportunidad.

Un detalle importante que Florence mencionó fue que el señor Robert Bryant, el actual presidente del grupo tras la dimisión de su padre, rara vez estaba en la oficina y prefería gestionar su agenda él mismo, sin ayuda. Antonella tomó nota mental de esto, aunque no dejaba de parecerle extraño; ¿sería una señal de distancia entre los hermanos? No pudo evitar pensar si habría algún conflicto oculto en la familia Bryant. Aunque, claro, tampoco ella estaba en posición de juzgar; en su propia familia, las relaciones con sus hermanas eran complicadas y distantes.

Al final de la jornada, Florence se despidió rápidamente; tenía una cita con su esposo y parecía emocionada por ello. Antonella, sin embargo, decidió aprovechar para familiarizarse con el entorno. Tomó el iPad con la agenda y se dirigió a la oficina del señor Bryant para recordarle las citas del día siguiente. Tocó la puerta y esperó a que su jefe respondiera. Un «pase» proveniente del interior la hizo entrar, y al hacerlo, notó el cielo teñido de naranja y rojo a través de las ventanas detrás del escritorio de Bryant. La vista era impresionante, y por un momento deseó tener su teléfono para capturar ese paisaje, pero se recordó a sí misma que probablemente lo vería todos los días.

—Buenas noches, señor Bryant —saludó con una sonrisa, acercándose al centro de la habitación.

Maximilian levantó la mirada de su computadora y la observó a través de unas elegantes gafas de pasta negra, que le daban un toque intelectual. No sabía que su jefe usaba gafas, pero le quedaban muy bien.

—Llámame Max —murmuró, quitándose las gafas y masajeando sus ojos como si estuviera cansado—. Estamos cerca de edad, y el “señor Bryant” es mi padre, ¿sabes?

Antonella asintió, aunque todavía no se sentía lo suficientemente cómoda como para tutearlo tan pronto.

—Pero eso no implica falta de formalidad, señor Bryant —replicó ella suavemente, sin querer parecer demasiado seria.

Maximilian la miró con una media sonrisa.

—Por favor —insistió con amabilidad—. Solo tengo 24 años; no soy un “señor”, ¿de acuerdo?

Antonella asintió de nuevo, sorprendida por la juventud de Maximilian. Era realmente impresionante que alguien tan joven ocupara el puesto de vicepresidente en un grupo empresarial de semejante magnitud. Sin embargo, al pensarlo un poco, entendió que posiblemente esto se debía a que tanto él como sus hermanos debieron involucrarse en los negocios familiares desde muy temprano. Así sucedía en muchas familias ricas, donde los hijos, especialmente los hombres, crecían con la presión de convertirse en los herederos naturales, el relevo de sus padres. Ellos siempre estaban preparados para tomar las riendas, con el deber de cuidar el legado familiar.

Aun así, no dejaba de preguntarse si ese éxito y preparación no venían con un costo. Tal vez, bajo esa aparente perfección, hubiera tensiones y expectativas desmedidas que Antonella aún no alcanzaba a comprender.

—Está bien —aceptó finalmente—. Si no está ocupado, me gustaría recordarle la agenda para mañana.

Max se acomodó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho, lo que tensó su traje sobre sus hombros y pecho, evidenciando que se mantenía en forma. Antonella notó cómo su mente divagaba brevemente hacia pensamientos inapropiados y sacudió la cabeza para concentrarse.

—A las 9:30 tiene una reunión con el empresario Aquiles Rossi en la empresa Fiduciaria Rossi, para discutir la inversión en el nuevo proyecto de viviendas —informó con profesionalismo—. Luego, a las 11:30, tiene un almuerzo con el señor Christopher Bryant y el abogado Charles Winters.

—Si Charlie te escucha llamarle “Charles”, se enfadará —dijo Max con una risa ligera, y Antonella se sonrojó al notar la calidez de su voz, grave y varonil.

—Lo tendré en cuenta, gracias —dijo rápidamente, anotando mentalmente el nombre informal del abogado.

—Continúa —dijo Max con una sonrisa amable.

—A las 3, tiene programada una visita a las instalaciones de la construcción del nuevo hotel del Grupo Culler, junto al ingeniero Becker y el presidente David Culler.

—Perfecto. ¿Algo más? —preguntó él, mirándola con genuino interés.

—No, eso es todo —dijo Antonella cerrando la agenda—. ¿Desea agregar alguna reunión más, señor?

—Max —insistió Maximilian, sonriendo—. Llámame Max.

Antonella esbozó una sonrisa y, aunque no era fácil para ella romper el formalismo, decidió que era mejor acostumbrarse.

—Max —dijo, probando su nombre en los labios.

Su jefe sonrió ampliamente, y Antonella no pudo evitar notar lo atractivo que era. ¿A quién quería engañar? Maximilian Bryant era el hombre más guapo que había visto.

—No, no hay nada más que agregar —respondió él.

—Entendido. Entonces, me retiro por el día de hoy —dijo inclinando levemente la cabeza en señal de despedida. Cuando se giró para salir, la voz de Max la detuvo.

—¿Ya te vas a casa? —preguntó él, y ella asintió—. ¿Quieres que te lleve?

—No se preocupe, tomaré un taxi —respondió con una sonrisa amable.

—¿No tienes auto? —preguntó Max, extrañado.

—No, no sé conducir —admitió encogiéndose de hombros.

—¿Quieres que te enseñe? Podrías necesitarlo para algunas asistencias —sugirió él, y Antonella lo miró, sorprendida por la oferta.

—¿Habla en serio? —preguntó ella, sin poder evitar dudar.

—Completamente en serio.

—Gracias, señor Bryant. Lo tendré en cuenta —dijo ella, pero no pudo evitar llamarlo “señor” nuevamente.

—Max —repitió él, con una sonrisa divertida—. Entonces, ¿segura que prefieres el taxi?

—Aprecio la oferta, pero no sería ético —respondió ella con cortesía, aunque dudó un instante.

—¿Un día con Florence y ya hablas como ella? —Max bromeó, y ambos se rieron.

Antonella decidió no aceptar la oferta de su jefe. No quería que él pensara que estaba allí para aprovecharse de nada. Sabía que los Bryant estaban ayudando a su familia, y el puesto que le habían dado ya era una gran oportunidad; no quería cruzar ninguna línea.

Max no comentó nada más al respecto, aunque su sonrisa se desdibujó ligeramente. Antonella salió de la oficina, pidió el taxi y se dirigió a casa con una sensación de satisfacción. Había sido un buen día, y estaba decidida a dar lo mejor de sí misma para aprovechar esta oportunidad.

Una vez en casa, después de asistir a sus clases en línea, comer algo para la cena, hablar con su madre sobre cómo le fue en su primer día, Antonella se recostó en la cama, exhausta pero satisfecha. Fue un primer día mejor de lo que esperaba. Cerró los ojos y, como una imagen persistente, el rostro de Maximilian Bryant reapareció en su mente. Recordó sus facciones afiladas, sus ojos intensos, y la facilidad con la que se desenvolvía en su papel. A pesar de ser un joven de 24 años, llevaba la autoridad de los Bryant en sus hombros con elegancia. Y, sin embargo, había algo distinto en él. El apellido Bryant evocaba poder, influencia y a veces incluso arrogancia, pero Max… parecía diferente. Aunque exudaba carisma y confianza, también era cercano y hasta un poco amable, como si quisiera romper las barreras formales que ella se empeñaba en mantener.

No podía negar que era muy atractivo. Aquella sonrisa que mostraba de vez en cuando, sincera y desenfadada, le daba un aire encantador, y su risa—ronca y profunda—había resonado en su mente todo el camino de regreso. Antonella estaba segura de que, con ese porte y ese atractivo natural, Max debía tener a más de una mujer detrás de él. Era el tipo de hombre que debía estar acostumbrado a recibir atención y admiración por donde pasaba. No sería raro que alguna de sus asistentes anteriores hubiera sucumbido a sus encantos; después de todo, él era encantador, con una intensidad que atraía, casi como un imán.

Sin embargo, ella no podía permitirse caer en eso. Recordó el motivo que la había llevado hasta ahí: ayudar a su familia y darles una estabilidad que hacía tiempo necesitaban. Los Bryant habían puesto una confianza inesperada en ella al asignarle ese puesto, y no pensaba arriesgar esa oportunidad por ilusiones pasajeras o sentimientos imprudentes. Se recordaba a sí misma una y otra vez que, aunque él fuera el hombre más guapo que hubiera visto, aunque su presencia fuera difícil de ignorar, ella estaba allí para trabajar. Su prioridad debía ser hacer bien su trabajo, demostrar su capacidad y asegurarse de no defraudar a quienes confiaban en ella.

El amor no tenía cabida en su vida en ese momento, y mucho menos con alguien como Max Bryant. Aunque él era tentador, no iba a distraerse con sentimientos que, en última instancia, solo podrían llevarla a complicaciones. Antonella respiró hondo, reafirmándose. El amor no estaba en su lista de prioridades, y ella estaba decidida a mantenerlo así. Esa era su promesa, y se encargaría de cumplirla, sin importar cuán difícil fuera apartar la imagen de su jefe de su mente.

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