*—Antonella:
El día había sido bastante entretenido.
Antonella había pasado un maravilloso día con la señora Miles, cuyo nombre era Florence. Ella insistió en que la llamara por su nombre y se encargó de enseñarle cada rincón del edificio donde Antonella trabajaría de ahora en adelante. Florence también le dio algunos consejos, que Antonella anotó cuidadosamente, queriendo absorber cada detalle para desempeñar bien su nuevo rol.
Al mediodía, ambas almorzaron juntas, aprovechando la ocasión para conocerse mejor, ya que trabajarían codo a codo durante los próximos 15 días. Después, Florence la condujo hasta la oficina donde ambas desempeñarían sus funciones como asistentes tanto del presidente como del vicepresidente del grupo, mostrándole con paciencia cada detalle necesario para su trabajo. Antonella memorizó cada indicación, decidida a aprovechar al máximo esta oportunidad.
Un detalle importante que Florence mencionó fue que el señor Robert Bryant, el actual presidente del grupo tras la dimisión de su padre, rara vez estaba en la oficina y prefería gestionar su agenda él mismo, sin ayuda. Antonella tomó nota mental de esto, aunque no dejaba de parecerle extraño; ¿sería una señal de distancia entre los hermanos? No pudo evitar pensar si habría algún conflicto oculto en la familia Bryant. Aunque, claro, tampoco ella estaba en posición de juzgar; en su propia familia, las relaciones con sus hermanas eran complicadas y distantes.
Al final de la jornada, Florence se despidió rápidamente; tenía una cita con su esposo y parecía emocionada por ello. Antonella, sin embargo, decidió aprovechar para familiarizarse con el entorno. Tomó el iPad con la agenda y se dirigió a la oficina del señor Bryant para recordarle las citas del día siguiente. Tocó la puerta y esperó a que su jefe respondiera. Un «pase» proveniente del interior la hizo entrar, y al hacerlo, notó el cielo teñido de naranja y rojo a través de las ventanas detrás del escritorio de Bryant. La vista era impresionante, y por un momento deseó tener su teléfono para capturar ese paisaje, pero se recordó a sí misma que probablemente lo vería todos los días.
—Buenas noches, señor Bryant —saludó con una sonrisa, acercándose al centro de la habitación.
Maximilian levantó la mirada de su computadora y la observó a través de unas elegantes gafas de pasta negra, que le daban un toque intelectual. No sabía que su jefe usaba gafas, pero le quedaban muy bien.
—Llámame Max —murmuró, quitándose las gafas y masajeando sus ojos como si estuviera cansado—. Estamos cerca de edad, y el “señor Bryant” es mi padre, ¿sabes?
Antonella asintió, aunque todavía no se sentía lo suficientemente cómoda como para tutearlo tan pronto.
—Pero eso no implica falta de formalidad, señor Bryant —replicó ella suavemente, sin querer parecer demasiado seria.
Maximilian la miró con una media sonrisa.
—Por favor —insistió con amabilidad—. Solo tengo 24 años; no soy un “señor”, ¿de acuerdo?
Antonella asintió de nuevo, sorprendida por la juventud de Maximilian. Era realmente impresionante que alguien tan joven ocupara el puesto de vicepresidente en un grupo empresarial de semejante magnitud. Sin embargo, al pensarlo un poco, entendió que posiblemente esto se debía a que tanto él como sus hermanos debieron involucrarse en los negocios familiares desde muy temprano. Así sucedía en muchas familias ricas, donde los hijos, especialmente los hombres, crecían con la presión de convertirse en los herederos naturales, el relevo de sus padres. Ellos siempre estaban preparados para tomar las riendas, con el deber de cuidar el legado familiar.
Aun así, no dejaba de preguntarse si ese éxito y preparación no venían con un costo. Tal vez, bajo esa aparente perfección, hubiera tensiones y expectativas desmedidas que Antonella aún no alcanzaba a comprender.
—Está bien —aceptó finalmente—. Si no está ocupado, me gustaría recordarle la agenda para mañana.
Max se acomodó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho, lo que tensó su traje sobre sus hombros y pecho, evidenciando que se mantenía en forma. Antonella notó cómo su mente divagaba brevemente hacia pensamientos inapropiados y sacudió la cabeza para concentrarse.
—A las 9:30 tiene una reunión con el empresario Aquiles Rossi en la empresa Fiduciaria Rossi, para discutir la inversión en el nuevo proyecto de viviendas —informó con profesionalismo—. Luego, a las 11:30, tiene un almuerzo con el señor Christopher Bryant y el abogado Charles Winters.
—Si Charlie te escucha llamarle “Charles”, se enfadará —dijo Max con una risa ligera, y Antonella se sonrojó al notar la calidez de su voz, grave y varonil.
—Lo tendré en cuenta, gracias —dijo rápidamente, anotando mentalmente el nombre informal del abogado.
—Continúa —dijo Max con una sonrisa amable.
—A las 3, tiene programada una visita a las instalaciones de la construcción del nuevo hotel del Grupo Culler, junto al ingeniero Becker y el presidente David Culler.
—Perfecto. ¿Algo más? —preguntó él, mirándola con genuino interés.
—No, eso es todo —dijo Antonella cerrando la agenda—. ¿Desea agregar alguna reunión más, señor?
—Max —insistió Maximilian, sonriendo—. Llámame Max.
Antonella esbozó una sonrisa y, aunque no era fácil para ella romper el formalismo, decidió que era mejor acostumbrarse.
—Max —dijo, probando su nombre en los labios.
Su jefe sonrió ampliamente, y Antonella no pudo evitar notar lo atractivo que era. ¿A quién quería engañar? Maximilian Bryant era el hombre más guapo que había visto.
—No, no hay nada más que agregar —respondió él.
—Entendido. Entonces, me retiro por el día de hoy —dijo inclinando levemente la cabeza en señal de despedida. Cuando se giró para salir, la voz de Max la detuvo.
—¿Ya te vas a casa? —preguntó él, y ella asintió—. ¿Quieres que te lleve?
—No se preocupe, tomaré un taxi —respondió con una sonrisa amable.
—¿No tienes auto? —preguntó Max, extrañado.
—No, no sé conducir —admitió encogiéndose de hombros.
—¿Quieres que te enseñe? Podrías necesitarlo para algunas asistencias —sugirió él, y Antonella lo miró, sorprendida por la oferta.
—¿Habla en serio? —preguntó ella, sin poder evitar dudar.
—Completamente en serio.
—Gracias, señor Bryant. Lo tendré en cuenta —dijo ella, pero no pudo evitar llamarlo “señor” nuevamente.
—Max —repitió él, con una sonrisa divertida—. Entonces, ¿segura que prefieres el taxi?
—Aprecio la oferta, pero no sería ético —respondió ella con cortesía, aunque dudó un instante.
—¿Un día con Florence y ya hablas como ella? —Max bromeó, y ambos se rieron.
Antonella decidió no aceptar la oferta de su jefe. No quería que él pensara que estaba allí para aprovecharse de nada. Sabía que los Bryant estaban ayudando a su familia, y el puesto que le habían dado ya era una gran oportunidad; no quería cruzar ninguna línea.
Max no comentó nada más al respecto, aunque su sonrisa se desdibujó ligeramente. Antonella salió de la oficina, pidió el taxi y se dirigió a casa con una sensación de satisfacción. Había sido un buen día, y estaba decidida a dar lo mejor de sí misma para aprovechar esta oportunidad.
Una vez en casa, después de asistir a sus clases en línea, comer algo para la cena, hablar con su madre sobre cómo le fue en su primer día, Antonella se recostó en la cama, exhausta pero satisfecha. Fue un primer día mejor de lo que esperaba. Cerró los ojos y, como una imagen persistente, el rostro de Maximilian Bryant reapareció en su mente. Recordó sus facciones afiladas, sus ojos intensos, y la facilidad con la que se desenvolvía en su papel. A pesar de ser un joven de 24 años, llevaba la autoridad de los Bryant en sus hombros con elegancia. Y, sin embargo, había algo distinto en él. El apellido Bryant evocaba poder, influencia y a veces incluso arrogancia, pero Max… parecía diferente. Aunque exudaba carisma y confianza, también era cercano y hasta un poco amable, como si quisiera romper las barreras formales que ella se empeñaba en mantener.
No podía negar que era muy atractivo. Aquella sonrisa que mostraba de vez en cuando, sincera y desenfadada, le daba un aire encantador, y su risa—ronca y profunda—había resonado en su mente todo el camino de regreso. Antonella estaba segura de que, con ese porte y ese atractivo natural, Max debía tener a más de una mujer detrás de él. Era el tipo de hombre que debía estar acostumbrado a recibir atención y admiración por donde pasaba. No sería raro que alguna de sus asistentes anteriores hubiera sucumbido a sus encantos; después de todo, él era encantador, con una intensidad que atraía, casi como un imán.
Sin embargo, ella no podía permitirse caer en eso. Recordó el motivo que la había llevado hasta ahí: ayudar a su familia y darles una estabilidad que hacía tiempo necesitaban. Los Bryant habían puesto una confianza inesperada en ella al asignarle ese puesto, y no pensaba arriesgar esa oportunidad por ilusiones pasajeras o sentimientos imprudentes. Se recordaba a sí misma una y otra vez que, aunque él fuera el hombre más guapo que hubiera visto, aunque su presencia fuera difícil de ignorar, ella estaba allí para trabajar. Su prioridad debía ser hacer bien su trabajo, demostrar su capacidad y asegurarse de no defraudar a quienes confiaban en ella.
El amor no tenía cabida en su vida en ese momento, y mucho menos con alguien como Max Bryant. Aunque él era tentador, no iba a distraerse con sentimientos que, en última instancia, solo podrían llevarla a complicaciones. Antonella respiró hondo, reafirmándose. El amor no estaba en su lista de prioridades, y ella estaba decidida a mantenerlo así. Esa era su promesa, y se encargaría de cumplirla, sin importar cuán difícil fuera apartar la imagen de su jefe de su mente.
*—Max:—Solo tiene una semana contigo y ya estás siendo otra persona.Max se giró rápidamente al oír la voz de Chris, quien estaba apoyado en su vehículo, como si lo hubiera estado esperando. Max había pasado casi todo el día en una reunión fuera del grupo, discutiendo un proyecto de viviendas con una empresaria de la constructora. Ahora que por fin había regresado, le sorprendía ver a Chris en el estacionamiento. Sabía que tenían programado un almuerzo juntos, al cual también se uniría Charlie, para discutir los últimos movimientos de los McKay. Sin embargo, no tenía idea de que su hermano lo estuviera "acechando" de esa forma.—¿De qué hablas? —preguntó Max, arqueando una ceja mientras se acercaba a él, intrigado.—Hablo de la hija de McKay —replicó Chris, cruzándose de brazos.Max rodó los ojos y negó con la cabeza. Chris estaba hablando tonterías. ¿A qué se refería con que, por tener a Antonella una semana en la empresa, él ya era "otra persona"? Max seguía igual y, en su mente, c
*—Antonella:Las dos semanas de entrenamiento con Florence habían terminado, y Antonella estaba inquieta. Ahora que Florence ya se había ido, estaba oficialmente en el puesto como asistente de Robert y Maximilian Bryant. Aunque Robert rara vez iba a la empresa y gestionaba la mayor parte de sus asuntos de manera independiente, Antonella tenía que estar atenta a su correspondencia y coordinar las pocas reuniones que él decidía agendar. Esta dinámica en la empresa le resultaba desconcertante.Observaba que el Grupo Bryant contaba con personas increíblemente competentes, sin embargo, ni Robert ni Max parecían involucrarse en el trabajo diario. Ambos se mantenían en la cima, supervisando desde una distancia cómoda, sin nunca “embarrarse las manos”. Florence se lo había advertido: Robert casi nunca aparecía y solo se limitaba a firmar documentos y asistir a reuniones importantes; era aún más inaccesible que Max. En contraste, Chris, el menor de los hermanos Bryant, sí parecía tener una éti
*—Max:Cuando Antonella se fue, Max esperó unos segundos antes de volverse hacia Chris. Había algo que tenía en mente desde la primera vez y también algunas cosas que habían estado ocurriendo últimamente en el trabajo. Su hermano estaba sonriente, mirando hacia la puerta, y algo en su expresión le indicó a Max lo que podía estar pasando.—Fuiste tú, ¿verdad? —preguntó Max, refiriéndose a los recientes errores de Antonella.—¿Qué fui yo? —Chris se hizo el desentendido, pero Max suspiró.—Las reuniones cambiadas de horario y canceladas con grandes clientes e inversionistas, ¿te suena? —sugirió Max, logrando que Chris sonriera maliciosamente. Max maldijo en voz baja. No le sorprendía en lo absoluto.Sabía que Chris no la quería allí, porque detestaba a los McKay. Ver a cualquier miembro de esa familia lo ponía de mal humor y, claramente, hacía todo lo posible para que Antonella no durará en su puesto, pero hacerlo de esta manera perjudicaba a la empresa. Ahora tendría que encargarse él m
*—Antonella:Estaba lista para dar el paso.Durante el fin de semana, intentó hablar con su padre sobre lo que había pasado con los Bryant y su deseo de renunciar. Sin embargo, él estuvo ausente casi todo el tiempo, y cuando regresó no parecía dispuesto a tener una conversación seria. Así que decidió que lo mejor sería que se enterara de su decisión cuando ya estuviera tomada.Llegó temprano a la oficina esa mañana y se preparó para el día. Curiosamente, la agenda de Max estaba vacía, algo extraño, ya que recordaba haber visto varias reuniones programadas. Quizá él mismo había decidido hacerse cargo luego de las confusiones recientes en su agenda. Aprovechando la calma, se concentró en preparar su carta de renuncia. Era una idea atrevida, sí, pero sentía que era lo correcto.Después de redactarla cuidadosamente, la imprimió, la guardó en un sobre y la colocó en el cajón de su escritorio, lista para entregarla cuando Max llegara. Mientras esperaba, se dedicó a sus tareas habituales: re
*—Max:Max estaba perdiendo la cabeza.Durante el fin de semana, había intentado de todo para distraerse. Acostarse el viernes con una pelirroja que, aunque había dicho que no se parecía a Antonella, si tenían similitudes y ese fue su primer error. Después de eso, todo se salió de control. Pasó esos días atormentado, soñando con Antonella en su cama, su cuerpo expuesto, con sus piernas abiertas, sus manos sobre sus pequeños pechos y sus labios rosados, invitándolo a hacerla suya. No fueron una ni dos veces que tuvo que recurrir a su mano para aplacar su deseo. Incluso trató de satisfacerlo con otra chica, pero no logró borrar la imagen de Antonella. Cada vez que cerraba los ojos, ella volvía a su mente, y su frustración solo aumentaba. Esto ya lo estaba afectando.El lunes, su falta de sueño era evidente. Canceló todas las reuniones previstas, pero decidió ir a la oficina para hablar con Antonella. Algo en su subconsciente le decía que aquellos sueños tan vívidos tenían que ver con la
*—Antonella:Miro el mensaje que le había enviado su mejor amiga, en donde está se quejaba de que la estaba ignorando y Antonella suspiro.No es que estuviera ignorándola, es que tenía muchas cosas que hacer. Entre el trabajo y la universidad estaban sacándole la poca energía que tenía. No sabía que iba a ser tan difícil estudiar y trabajar a la vez. Muchos lo hacían y parecía fácil, entonces porque estaba pasándole factura de esta formaAntonella miró la pantalla de su computador, viendo la hora. Eran cerca de las seis y la gente de su edad, o estaban saliendo de la universidad para disfrutar del fin de semana o estaban ya disfrutando de este. Tal vez debería aprovechar que era viernes y casi fin de semana para hacer algo para ella. Tenía que dejar de pensar tanto en los problemas familiares y concentrarse en su propia vida. Sus padres estaban ahí para resolver esos problemas, pero sentía que debía de ayudar también, sin embargo, esto estaba sacándole el jugo a su juventud. Solo te
*—Max:Esto era una locura.Max suspiró y salió de su vehículo. Un valet ya estaba esperando para tomar las llaves, mientras un bellboy se encargaba de las maletas en el maletero. Les dedicó una breve sonrisa antes de dirigirse hacia la majestuosa entrada del lujoso Culler Grand Resort, una joya de la cadena hotelera propiedad de la familia Culler, conocida por su prestigio y cercanía con los Bryant desde hacía generaciones.Había estado en este lugar antes, acompañado por su familia durante algún fin de semana. Aunque no estaba en la playa, el resort ofrecía grandes piscinas, spa de primera clase y múltiples actividades recreativas que lo convertían en un destino perfecto para unas vacaciones, pero esta vez, Max no venía a relajarse.Su mejor amigo, James McDonell, se casaba. Todo había sucedido de forma tan repentina que Max todavía procesaba la invitación, que había recibido apenas anoche. Conocía a la novia de James, Lauren Hale, una joven actriz que estaba en pleno auge de su car
*—Antonella:Había dormido profundamente. Antonella se sentía renovada después de un día agotador, corriendo de un lado a otro comprando ropa para la escapada improvisada y terminando la jornada con una relajante tarde en el spa. Aunque Camila era experta en planear cosas abruptamente, Antonella debía admitir que había disfrutado la adrenalina del momento.Sonrió mientras rebuscaba en su maleta el nuevo bikini que había comprado. Era blanco, hecho de crochet, y aunque había gastado más de lo habitual, decidió que valía la pena. Había un límite para sacrificarse por las deudas familiares; de vez en cuando, necesitaba darse un gusto. Dejó el bikini junto a un kimono de playa sobre la cama y se dirigió al baño para ducharse.Eran casi las diez de la mañana. Ambas habían dormido hasta tarde, perdiéndose el buffet del desayuno, y terminaron pidiendo servicio a la habitación. Comieron juntas en el balcón, disfrutando de la vista que daba al área recreativa del hotel. La suite que compartían