5

*—Antonella:

Las dos semanas de entrenamiento con Florence habían terminado, y Antonella estaba inquieta. Ahora que Florence ya se había ido, estaba oficialmente en el puesto como asistente de Robert y Maximilian Bryant. Aunque Robert rara vez iba a la empresa y gestionaba la mayor parte de sus asuntos de manera independiente, Antonella tenía que estar atenta a su correspondencia y coordinar las pocas reuniones que él decidía agendar. Esta dinámica en la empresa le resultaba desconcertante.

Observaba que el Grupo Bryant contaba con personas increíblemente competentes, sin embargo, ni Robert ni Max parecían involucrarse en el trabajo diario. Ambos se mantenían en la cima, supervisando desde una distancia cómoda, sin nunca “embarrarse las manos”. Florence se lo había advertido: Robert casi nunca aparecía y solo se limitaba a firmar documentos y asistir a reuniones importantes; era aún más inaccesible que Max. En contraste, Chris, el menor de los hermanos Bryant, sí parecía tener una ética de trabajo mucho más comprometida. Con solo 21 años y recién graduado, era el Director de Estrategia, y siempre estaba inmerso en sus tareas, tomando su papel con seriedad.

A medida que pasaban los días, Antonella iba comprendiendo la magnitud del imperio Bryant: un conglomerado de empresas de distintos sectores, desde el financiero y comercial hasta el manufacturero. Sabía que en algún lugar de esta estructura de poder estaba atada la fortuna de su propia familia, especialmente a través de las inversiones en las que su padre se había involucrado. Antonella estaba decidida a aprender todo lo posible y demostrar que podía salir adelante por sí misma, dejando atrás los errores de su padre. Aquello le daba fuerza y motivación: demostrar que ella podía manejar los negocios mejor que cualquier hombre, y que las mujeres también tenían un lugar en ese mundo implacable.

Estaba en medio de una llamada con un empresario que deseaba concertar una cita con Robert o Max cuando lo vio entrar. Max acababa de regresar después de estar fuera todo el día, pero algo en su semblante era diferente. Su expresión estaba marcada por una tensión oscura, como si una tormenta interna se avecinara, y pasó sin siquiera saludarla. Antonella observó, inquieta, cómo se encerraba en su oficina.

Terminó la llamada, prometiendo al empresario que hablaría con Max sobre la reunión y, con la tableta en mano, se dirigió a la oficina de su jefe. Tocó a la puerta, pero no recibió respuesta. Después de unos segundos de duda, y sin poder contener su preocupación, abrió la puerta lentamente y entró.

Max estaba sentado detrás de su escritorio, con la cabeza entre las manos, murmurando lo que parecían ser maldiciones en voz baja. La escena la paralizó por un momento; era la primera vez que lo veía así. Nerviosa, decidió acercarse con cautela.

—¿Sucede algo, señor Bryant? —preguntó con voz suave y respetuosa.

Max alzó la cabeza y sus ojos brillaban con una intensidad feroz, encolerizados. La mirada era penetrante, casi intimidante.

—¿A qué hora era la reunión con el señor Montgomery? —preguntó él, su voz cargada de un tono que bordeaba la impaciencia.

Antonella se apresuró a revisar el calendario en su tableta.

—A las 10:30 de la mañana —respondió, sintiendo un nudo en el estómago. Max había salido temprano hacia esa reunión. ¿Había pasado algo?

—¿De hoy? —inquirió él, arqueando las cejas, y Antonella asintió, algo desconcertada.

Max frunció el ceño y golpeó el escritorio con un puño cerrado.

—¡¿Estás segura?!

Antonella tragó saliva y volvió a revisar el calendario. Efectivamente, había colocado la reunión para hoy, como la asistente del señor Montgomery lo había solicitado días antes para discutir una inversión.

—Sí, señor. La había agendado para hoy.

—No hay nada que odie más que perder el tiempo, McKay —espetó Max, su tono tan cortante que la hizo estremecer—. Fui al lugar, solo para que su asistente me informara que el señor Montgomery está fuera del país. La reunión está pautada para la próxima semana, no para hoy.

—¿Qué? Pero… —intentó responder Antonella, el desconcierto haciendo eco en su voz.

—¡Nada de “pero”! —la interrumpió Max con firmeza—. Antes de recordarme la agenda, debes confirmar cada reunión por las mañanas. Como te dije, no soporto perder el tiempo. Hoy es fin de mes, el tráfico estaba infernal, ¿te imaginas cuánto tiempo perdí en este viaje inútil?

Antonella sintió el calor subirle al rostro. La vergüenza y la culpa la invadieron. Max siempre había sido amable y sonriente, pero en este momento su frustración era palpable, y ella sabía que había arruinado su día. Se esforzó por mantener la compostura.

—Lo siento mucho, señor Bryant. No volverá a suceder —dijo, tratando de ocultar su incomodidad.

Max suspiró profundamente, pasando una mano cansada por su rostro.

—Eso espero —replicó, con voz más calmada, pero aún firme—. ¿Tengo más reuniones hoy?

Antonella miró el calendario nuevamente, dudando por un segundo, temerosa de haber cometido otro error.

—Sí… tiene una reunión con el señor Rosendale a las 3:30 de la tarde —confirmó ella con cautela.

—¿Es la última reunión del día? —preguntó él mientras abotonaba su chaqueta negra, preparándose para salir.

Antonella asintió.

—Está bien. Me iré a casa después de eso. Así que, cuando termines tus pendientes, puedes retirarte.

—De acuerdo, señor Bryant.

Sin decir más, Max salió de la oficina, dejándola allí sola. La puerta se cerró con un suave clic, y Antonella se quedó mirando al vacío, sintiendo cómo la tensión se disolvía en una mezcla de alivio y preocupación.

Había cometido un error, y aunque Max no la había reprendido con más severidad, la incomodidad de la situación y el peso de la responsabilidad la aplastaban. Por primera vez desde que empezó, sintió el frío real de aquel lugar. La presión de ser la asistente de alguien como Maximilian Bryant era enorme, y aquel error se lo había dejado claro.

Este pequeño error la hizo volver a confirmar cada detalle hasta parecer obsesiva, pero Antonella no encontraba paz ni claridad mental. Entre los problemas en casa, sus clases de universidad y la presión de su trabajo, sentía que apenas podía respirar. Sin embargo, otro error volvió a suceder, y esta vez el caos fue mayor, ya que involucraba a los tres hermanos Bryant.

Antonella se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hace sangre, mientras Chris, quien no debería estar ahí, pero estaba, la reprendía con gritos. El problema había sido de nuevo con una reunión. Antonella estaba convencida de haber programado la cita con el empresario italiano Theo Santini a la hora exacta que su asistente le había solicitado, pero, inexplicablemente, la hora fue cambiada sin notificación, y ahora Chris le gritaba sin piedad. Robert no estaba presente, pero Max sí, sentado en silencio en su silla ejecutiva, observándola mientras su hermano continuaba lanzándole palabras hirientes.

Antonella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y aunque quería llorar, se contuvo. Sabía que el mundo corporativo era implacable y que debía ser fuerte para sobrevivir. Este era solo un obstáculo más, se dijo, un error que la obligaría a endurecerse y crecer.

—Ya basta, Chris —la voz de Max cortó a su hermano, dejando la sala en un silencio incómodo—. Señorita McKay —le dijo, y Antonella levantó la mirada. Era vergonzoso, pero no tenía más opción que enfrentarlo—. Ya hemos hablado de esto antes, y sé que puedes pensar que son errores menores, pero aquí estamos hablando de reuniones con inversionistas importantes. Cada reunión es dinero, y nosotros no nos damos el lujo de perder.

—A diferencia de tu padre —se burló Chris, lanzando una mirada desdeñosa a Antonella.

Ella lo miró sorprendida y con una mezcla de enojo y confusión. Sabía que su padre había tenido dificultades con los negocios familiares, pero ¿cómo se atrevía Chris a burlarse de él así? ¿Acaso sabía algo que ella desconocía? Chris, notando su mirada, simplemente se encogió de hombros, sin inmutarse.

—Chris, basta —intervino Max nuevamente, mirándolo con severidad.

Este pequeño error la hizo volver a confirmar cada detalle hasta parecer obsesiva, pero Antonella no encontraba paz ni claridad mental. Entre los problemas en casa, sus clases de universidad y la presión de su trabajo, sentía que apenas podía respirar. Sin embargo, otro error volvió a suceder, y esta vez el caos fue mayor, ya que involucraba a los tres hermanos Bryant.

Antonella se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hace sangre, mientras Chris, quien no debería estar ahí, pero estaba, la reprendía con gritos. El problema había sido de nuevo con una reunión. Antonella estaba convencida de haber programado la cita con el empresario italiano Theo Santini a la hora exacta que su asistente le había solicitado. Pero, inexplicablemente, la hora fue cambiada sin notificación, y ahora Chris le gritaba sin piedad. Robert no estaba presente, pero Max sí, sentado en silencio en su silla ejecutiva, observándola mientras su hermano continuaba lanzándole palabras hirientes.

Antonella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y aunque quería llorar, se contuvo. Sabía que el mundo corporativo era implacable y que debía ser fuerte para sobrevivir. Este era solo un obstáculo más, se dijo, un error que la obligaría a endurecerse y crecer.

—Ya basta, Chris —la voz de Max cortó a su hermano, dejando la sala en un silencio incómodo—. Señorita McKay —le dijo, y Antonella levantó la mirada. Era vergonzoso, pero no tenía más opción que enfrentarlo—. Ya hemos hablado de esto antes, y sé que puedes pensar que son errores menores, pero aquí estamos hablando de reuniones con inversionistas importantes. Cada reunión es dinero, y nosotros no nos damos el lujo de perder.

—A diferencia de tu padre —se burló Chris, lanzando una mirada desdeñosa a Antonella.

Ella lo miró sorprendida y con una mezcla de enojo y confusión. Sabía que su padre había tenido dificultades con los negocios familiares, pero ¿cómo se atrevía Chris a burlarse de él así? ¿Acaso sabía algo que ella desconocía? Chris, notando su mirada, simplemente se encogió de hombros, sin inmutarse.

—Chris, basta —intervino Max nuevamente, mirándolo con severidad.

Antonella frunció el ceño, curiosa. Esa forma despectiva con la que Chris hablaba de su padre le parecía excesiva. ¿Había algo más detrás de esos comentarios, alguna información que Chris tenía y que ni ella ni su familia conocían?

—¿Tiene algo que decir, señorita McKay? —preguntó Max, con voz firme.

Antonella apretó las manos. Sabía perfectamente que la reunión había sido programada correctamente. Aunque aceptaba que el primer error pudo ser su culpa por descuido, desde entonces había sido meticulosa, revisando cada detalle con esmero. Sin embargo, no tenía más pruebas que su libreta de notas, y dudaba que Max o Chris le creyeran.

—No, señor. Lo siento mucho —contestó, tratando de mantener la compostura.

—Está bien. Hoy puedes retirarte temprano.

—Pero aún son las cuatro… —replicó Antonella, ya que su jornada terminaba a las seis.

Max la miró con esos ojos azules que parecían perforarla.

—¿Por qué siempre tienes que replicar? —su tono era duro y cargado de reproche—. No sé qué pasa contigo, pero últimamente cuestionas cada una de mis órdenes. Si he dicho que te retires, hazlo sin preguntar.

—Quizás ya no quiere trabajar con nosotros —comentó Chris con una sonrisa burlona, hiriéndola aún más.

Antonella se mordió la lengua para no responderle. A pesar de la rabia que le producía la actitud de Chris, sabía que replicar no serviría de nada. Sin embargo, una duda empezó a rondarle en la mente. ¿Acaso alguien estaba entrometiéndose en su trabajo? ¿Era posible que alguien estuviera manipulando la información para hacerla quedar mal?

Alzó la mirada hacia Chris, quien seguía sonriendo con esa expresión burlona, y luego miró a Max, quien se veía serio pero imperturbable. Tal vez ninguno de los dos realmente quería que ella estuviera allí. Si ese era el caso, ¿por qué la habían aceptado en primer lugar? ¿Era una simple prueba o una forma de humillarla?

Con las manos apretadas en puños, Antonella asintió, acatando la orden de antes. No tenía más opción que aceptar la situación. Recogió sus cosas y se marchó de la oficina antes de tiempo, sintiéndose humillada y frustrada. Al menos era viernes, y podría aprovechar el tiempo libre para adelantar tareas de la universidad, pero mientras se dirigía a casa, una idea comenzó a aflorar en su mente: tal vez este trabajo no era para ella. Quizás debería renunciar.

Antonella odiaba fallar y, aunque siempre se esforzaba por dar lo mejor de sí misma, estos errores recientes habían socavado su confianza. Además, sabía que fue su padre quien consiguió este puesto para que ella y su familia se acercaran a los Bryant, pero… ¿Valía la pena todo esto? Quizás lo mejor sería renunciar antes de que un error aún más grave perjudicara las relaciones entre los Bryant y su familia.

Cuando llegó a casa, Antonella notó que sus padres no estaban, pero sus hermanas sí. Al subir al segundo piso hacia su habitación, se encontró con Shanna en el pasillo. Las cuatro hermanas eran bastante diferentes entre sí. Antonella había heredado el pelo rojo de su abuela paterna irlandesa, mientras que Shanna y Brianna, las gemelas de 18 años, tenían el cabello castaño oscuro de su padre, y Cassadee, la menor de 16 años, conocida cariñosamente como Cassie, tenía el pelo castaño claro, como su madre. Lo único que todas compartían eran los ojos verdes brillante de su padre, herencia de su abuela europea. Antonella siempre se había sentido como una mezcla exótica, lo cual a veces le generaba burlas y envidias, incluso por parte de su propia hermana menor, Shanna.

Shanna se apoyó en la pared y la miró con indiferencia mientras Antonella pasaba por su lado. Siempre vestía a la moda y llevaba ropa de marcas caras. Antonella no entendía por qué su padre le había dado una tarjeta de crédito para gastar a su antojo, especialmente en un momento en el que la familia estaba pasando por dificultades económicas. Al menos Brianna y Cassie parecían más conscientes de la situación, pero Shanna era la niña mimada de la familia.

—¿Cómo te va en el trabajo? —preguntó Shanna, sin apartar la mirada de sus largas uñas acrílicas.

—Bien, me está yendo bien —contestó Antonella con una sonrisa fingida. No iba a contarle a su "querida" hermana lo que había sucedido en el trabajo ni cómo había considerado renunciar.

Shanna entrecerró los ojos, analizándola con una expresión despectiva.

—Debería ser yo quien estuviera en tu lugar —murmuró con amargura.

Antonella soltó una risa suave, negando con la cabeza. Sabía que Shanna, quien había terminado el instituto hacía poco, no tenía planes para su vida y solo pensaba en gastar. Decidió no responder, ya que cualquier comentario terminaría en una discusión sin sentido. Aunque era la hermana mayor, su relación con sus hermanas siempre había sido tensa, como si hubiera una barrera invisible entre ellas. Sabía que, en parte, esa distancia se debía a su padre, quien constantemente la elogiaba, provocando más resentimiento entre sus hermanas. Suspiró, pensando en lo que diría su padre cuando se enterara de su deseo de renunciar.

Trató de ignorar a Shanna y siguió hacia su habitación, pero las palabras de su hermana la detuvieron en seco.

—No sé por qué papá te puso en ese puesto, pero, sea lo que sea, no vas a poder conquistar a Max.

Antonella se volvió y la miró sorprendida.

—No tengo la intención de hacer eso —respondió con serenidad.

Shanna soltó una risa burlona.

—Claro, y yo soy la reina de España —se mofó—. Nuestro padre está ansioso de que alguna de nosotras enganche a uno de los Bryant. Te envió a ti porque eres la mayor, pero si fallas con Max, obvio que intentará con alguna de nosotras —Shanna se acercó un paso más, bajando la voz con un tono venenoso—. Estoy esperando mi turno, ¿sabes?

Antonella observó a Shanna, quien, a sus 18 años, ya demostraba una sorprendente madurez y tenía un cuerpo bien desarrollado. Estaba convencida de que, si Shanna se lo propusiera, podría conquistar a Max con facilidad. Ella parecía encajar con el tipo de mujer que él preferiría... aunque Antonella no estaba del todo segura de cuál era su tipo. Sin embargo, si Max tuviera un tipo definido, Shanna sin duda encajaría en él.

—Pronto lo tendrás, entonces —respondió Antonella con frialdad, sin saber porque de alguna forma, se sintió celosa de Shanna teniendo a Max.

—Así será, y yo sí sabré cómo enamorarlo —aseguró Shanna, levantando el mentón con arrogancia.

—Buena suerte, entonces.

Antonella cerró la puerta de su habitación y dejó escapar un suspiro pesado. Se dejó caer en la cama y soltó un grito ahogado, frustrada por toda esta situación. Si hubiera sabido lo incómoda que se sentiría al aceptar ese empleo, jamás habría dicho que sí. Miró el techo, pensando en el comentario de Shanna. A medida que analizaba las palabras de su hermana, comenzó a sospechar que su padre había movido los hilos para colocarla en medio de los hermanos Bryant, con la esperanza de que alguno de ellos se enamorara de ella. Tal vez pensaba que tener a una de sus hijas casada con un miembro poderoso de esa familia sería su boleto al éxito. Pero, lo sentía por él; ella no era como Shanna. No era coqueta ni planeaba conquistar a nadie.

Era una persona seria, solo pensaba en trabajar y estudiar. Incluso había dejado de ver a su mejor amiga por falta de tiempo. Dudaba que alguno de esos hombres, acostumbrados a mujeres de alto nivel, se fijara en alguien como ella solo porque tenía un aspecto "exótico". No, no iba a suceder.

Era mejor que dejara de pensar en Max o en cualquier otro Bryant como posibles parejas. Lo más sensato sería renunciar a tiempo y seguir buscando su propio camino.

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