*—Max:Era un hecho: Maximilian Bryant había renunciado a la presidencia del Grupo Bryant.El día que salió de su oficina como alma que lleva el diablo, Tiffany—quien ocupaba el antiguo puesto de Antonella—fue la primera en esparcir la noticia. No pasó mucho antes de que el rumor se esparciera como pólvora, rebotando de boca en boca hasta llegar a los oídos de su padre. Porque, obvio, ¿no?Max suspiró con cansancio.Después de días ignorando llamadas y mensajes, llegó el momento de dar la cara. No es que creyera que una conversación con su padre le haría cambiar de opinión, pero al menos zanjaría el tema de una vez por todas.Abrió la puerta de su todoterreno y bajó, caminando hacia el lado del copiloto para recoger a Pimpón. El pequeño perro se removió entre sus brazos, olfateando el aire con curiosidad. Últimamente, Pimpón era su paño de lágrimas, su única constante en medio del caos. Incluso más que James, quien era su mejor amigo. Con su mascota bien sujeta, Max avanzó hac
*—Max:Cuando volvió a la casa luego de ser sincero con su padre, Max no esperaba encontrarse con su madre justo ahí, de pie a un lado de la entradaLa luz tenue de la lámpara iluminaba su figura, destacando las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Se cubría la boca con una mano, mientras que con la otra sostenía a Pimpón, profundamente dormido en sus brazos.Max sintió un nudo en la garganta.—Mamá… —susurró, girándose hacia ella.Su madre bajó la mano lentamente y le sonrió, aunque en sus ojos enrojecidos aún se reflejaba el dolor.—Me imagino que estarás ocupado estos días, ¿verdad?No le preguntó nada, no mencionó ni su discusión con Bradley ni la desgarradora verdad que había salido a la luz, pero Max supo que lo había escuchado todo. Sabía sobre la pérdida de su hijo. Sabía sobre su decisión de ir en contra de la familia.Max abrió la boca, pero no encontró palabras.—Yo…No tenía respuestas. Planeaba estar ocupado, aunque ya no tuviera un trabajo.Su madre asintió suav
*—Antonella:Debería sentirse nerviosa, pero…Antonella intentó fingir una sonrisa mientras miraba a Ross McGregor, el hijo menor del amigo de su padre. Sí, debería sentirse nerviosa. Después de todo, estaba en una cena que definiría su futuro, un posible compromiso que no solo representaba un gran paso en su vida, sino también una oportunidad para ayudar a su familia. Sin embargo, lo único que sentía era una sola cosa: repulsión.Ross era un galán en toda regla: alto, de cuerpo atlético, cabello oscuro y ojos grises. Tenía una de esas sonrisas que se jactaban de su propio encanto y una seguridad que rozaba la arrogancia. Cualquier otra mujer habría caído rendida a sus pies, pero Antonella no era "cualquier otra mujer". Para ella, Ross no era más que otro hombre del montón, uno de esos que creen que el dinero les da derecho a todo.«¿Por qué se creía tan especial? ¿Solo porque tenía dinero?», pensó Antonella.Antonella contuvo las ganas de poner los ojos en blanco cuando Lucas
*—Antonella:Su ansiedad empeoraba con cada día que pasaba, aunque, por suerte, aún no afectaba gravemente su salud física.Desde hace semanas, Antonella seguía su tratamiento médico con disciplina: tomaba sus medicamentos a tiempo, mantenía la rutina de ejercicios ligeros recomendada, y asistía sin falta a sus chequeos. El día anterior, tras su consulta con el gastroenterólogo, le confirmaron que estaba mejorando. Aun así, le insistieron en no bajar la guardia. Le ajustaron la dieta y le extendieron una nueva receta para complementar el tratamiento. No era nada grave, pero sí necesario.Después de eso, pasó por el consultorio de su ginecóloga, la misma que había seguido su caso tras la pérdida del embarazo. Era una cita difícil de afrontar, pero importante. La revisión fue tranquila, sin hallazgos preocupantes, y por primera vez en semanas, escuchó la palabra “estabilidad” en boca de alguien más.Su médica le sugirió un nuevo método anticonceptivo: un DIU hormonal. Le explicó
*—Antonella:Caminaron de regreso al coche en silencio. Max le abrió la puerta nuevamente, y esta vez ella aceptó el gesto con un simple asentimiento. Se acomodó de nuevo en el asiento del copiloto, sintiendo cómo el cuero frío contrastaba con el calor de la chaqueta que aún llevaba puesta.Max encendió el auto, no para marcharse, sino para activar la calefacción. El suave zumbido del motor llenó el silencio tenso entre ellos, mientras el aire cálido comenzaba a colarse poco a poco en la cabina. Aun así, él no se movió. Se quedó quieto, con las manos apoyadas en el volante como si este fuera su único punto de anclaje, como si estuviera reuniendo el valor para soltar una verdad que le pesaba desde hacía demasiado.Antonella lo observó en silencio, sintiendo cómo su pecho se comprimía. El resplandor tenue de las luces del parque se reflejaba en sus ojos, volviéndolos más oscuros, casi tristes.—Siento todo lo que pasó —murmuró Max al fin, sin mirarla aún.Antonella parpadeó, sorp
*—Antonella:«Este es solo un paso más hacia el éxito», se dijo Antonella McKay, conocida cariñosamente como Ellie por sus familiares y amigos más cercanos, mientras entraba en el imponente edificio de cristal donde pronto comenzaría a trabajar.Alzó la vista hacia las oficinas del Grupo Bryant, una reconocida corporación familiar con empresas en sectores comerciales, financieros y manufactureros. La familia Bryant era famosa por su prestigio y habilidad para los negocios. Hoy, Antonella se unía como asistente de uno de los hijos del magnate Bradley Bryant.Respiró hondo y cruzó la puerta automática de cristal, que se abrió suavemente a su paso. Una vez dentro, miró alrededor de la recepción, observando a dos chicas detrás de un mostrador, ocupadas con el control de visitantes. Se aclaró la garganta, y una de ellas levantó la mirada del computador.—Buen día, Grupo Bryant, ¿en qué puedo ayudarla? —saludó la recepcionista.Antonella le dedicó una sonrisa.—Sí, tengo una cita con el señ
*—Max:La reciente visita había sido… interesante.Max observó cómo la atractiva pelirroja salía de su oficina acompañada por la señora Miles, su actual asistente. Sintió una extraña curiosidad por la mujer que sería su próxima ayudante. Miró la taza que ella había dejado en el escritorio y se dio cuenta de la marca de su labial rojo en el borde. Recordó el momento en que Antonella había bebido el té y, al terminar, había pasado su lengua por sus labios rojos, dejándolo deslumbrado. Aquel gesto tan casual le había parecido de lo más sensual y le provocó una reacción inesperada. Se removió incómodo en el asiento, sorprendido de sí mismo. ¿Por qué estaba tan excitado por una chica de apenas 20 años? Después de todo, había conocido a mujeres mucho más deslumbrantes.Sin embargo, debía admitir que Antonella era hermosa. La chica era de piel clara, casi como la leche, y Max imaginó cómo se verían sus labios marcando esa piel sensible. Además, sus ojos verdes tenían un brillo cautivador, p
*—Antonella:El día había sido bastante entretenido.Antonella había pasado un maravilloso día con la señora Miles, cuyo nombre era Florence. Ella insistió en que la llamara por su nombre y se encargó de enseñarle cada rincón del edificio donde Antonella trabajaría de ahora en adelante. Florence también le dio algunos consejos, que Antonella anotó cuidadosamente, queriendo absorber cada detalle para desempeñar bien su nuevo rol.Al mediodía, ambas almorzaron juntas, aprovechando la ocasión para conocerse mejor, ya que trabajarían codo a codo durante los próximos 15 días. Después, Florence la condujo hasta la oficina donde ambas desempeñarían sus funciones como asistentes tanto del presidente como del vicepresidente del grupo, mostrándole con paciencia cada detalle necesario para su trabajo. Antonella memorizó cada indicación, decidida a aprovechar al máximo esta oportunidad.Un detalle importante que Florence mencionó fue que el señor Robert Bryant, el actual presidente del grupo tras