Después de quedar embarazada de un desconocido, Valeria entra a trabajar a una prestigiosa firma de abogados, en donde encontrará, entre contratos, conciliaciones y pleitos judiciales, algo más que el amor y la pareja que necesita en su vida.
Leer másDecididos a no obtener nunca una prueba de ADN de sus hijos, Valeria y Franco llegaron a instalarse en otro país, conscientes de que, de quedarse a trabajar en la firma del señor Carrizosa, sus hijos estarían siempre expuestos a su abuelo paterno que, tarde o temprano, obtendría las muestras que necesitaba de alguno de los trillizos para asegurarse si eran o no de su sangre. En su nuevo hogar, estaban seguros de que el padre de Franco no tendría forma de acercarse para corroborar la consanguinidad de sus nietos, y que distancia le dificultaría tanto esa obtención, que algún día quizá se cansara y, debiendo cumplir, como albacea, con la liquidación del testamento, la fortuna no sería un impedimento para la nueva familia y cuando eso pasara, ya poco o nada importaría si el señor Carrizosa obtenía o no la prueba de ADN. Con el dinero recibido por el testamento de su madre, Franco abrió un negocio de consultorías jurídicas internacionales, junto con Valeria, su socia. Juntos vivieron l
Para el momento en que Valeria entró a la sala de partos, la pareja todavía conservaba la promesa de no conocer el sexos de los tres pequeños -que podían ser cuatro, aunque las probabilidades se habían reducido con la última ecografía—. El hospital estaba lleno de emoción y tensión mientras los familiares y amigos cercanos se preparaban para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la familia. Valeria estaba siendo atendida por los médicos, mientras el Franco esperaba ansioso en la sala de espera. Finalmente, después de horas de trabajo de parto, los médicos anunciaron que los bebés estaban listos para nacer. —¡Vamos, empuje! Puede hacerlo"— alentaba la enfermera mientras la Valeria se esforzaba por traer a los bebés al mundo. —Gritaré si lo haces mal—, bromeó el Franco, tratando de aliviar la tensión. Después de casi dos horas, el primer bebé llegó al mundo, llorando con fuerza. Franco pudo oír su llanto desde la sala de espera y se emocionó. Las enfermeras trabajaron a gran ve
El día de la boda, Valeria quizá lucía el vestido con el que no había soñado, porque le hubiera gustado uno muy delgado, con cola de sirena y que se ciñera a su pequeña cintura, pero ahora que estaba a un mes, o quizá menos, de tener a los trillizos, no tuvo otra opción que llevar el mejor vestido de talla XXXXL que pudo conseguir y aunque se lo probó una infinidad de veces, nunca la convenció. —No es el vestido, hija —dijo finalmente su madre cuando la vio frustrarse por nonagésima vez—, es que tienes el cuerpo de una mujer con un embarazo múltiple, pero ya verás que, tan pronto tengas a los bebés, quedarás perfecta, como lucías antes del embarazo. Valeria apartó la mirada del espejo, porque su mamá tenía razón y por mucho que quisiera creer que lucía fantástica con ese vestido, jamás llegaría a convencerse porque, aunque pudiera verse algo tierna, no llegaría a ser lo espectacular que había esperado que fuera cuando soñaba con el día de su boda. —¡Esto es espantoso, mamá! —excla
Para Franco y Valeria no habían dudas sobre la paternidad de sus hijos y, aunque el señor Carrizosa intentó conseguir quién le pudiera hacer una prueba de ADN a los pequeños antes del nacimiento, después de consultar con varios médicos, jefes y hasta accionistas de laboratorios, nadie se ofreció -por ninguna cantidad de dinero- a arriesgar la vida y crecimiento de los trillizos, además de que no había forma de que hicieran la prueba sin el consentimiento de la madre. Después de algunos esfuerzos en vano, el señor Carrizosa se convenció de que solo le quedaba esperar para tener la certeza de que los hijos que esperaba su nuera sí eran en realidad sus nietos consanguíneos. Por su parte, Valeria nunca sintió la necesidad de sincerarse con sus padres, a quienes no llegó a manifestar sus dudas sobre la paternidad de Franco. —Ha sido una suerte, creo —dijo Franco cuando comentó el tema con Valeria, que ahora se había pasado a vivir en su apartamento—, porque no sé si tus padres nunca te
De la misma forma en que Franco había formalizado su relación con Valeria en la firma, el señor Carrizosa se encargó de hacer el anuncio formal del compromiso de su hijo, con lo que disipó cualquier duda respecto a su decisión y estaba tan convencido -y animado a creer- de que los hijos de Valeria eran sus nietos sanguíneos, que fue más lejos y presentó a los trillizos como los hijos legítimos de Franco. —Logramos descartar la malintencionada afirmación de Magda, la antigua jefe del área de Derecho Laboral —dijo el señor Carrizosa en la sala de juntas, frente a todos los empleados de la firma—, y demostrar que los hijos que Valeria espera, son hijos de Franco. La pareja no dijo nada al respecto, pese a que quedaba un 1% de probabilidades de que los trillizos siguieran siendo de un padre desconocido, pero a esas alturas, hecho el anuncio frente a todos sus conocidos, no iban a contrariar las palabras que tanto trabajo y sufrimiento les había costado conseguir. —Me alegro mucho por
Todavía inquieto por el plan secreto de Valeria, pero habiéndole prometido que confiaría en su criterio y le seguiría el juego, Franco condujo hasta la mansión de su padre, a quien sorprendieron con su inesperada llegada. —La cena estaba por ser servida —dijo el señor Carrizosa cuando, todavía incrédulo, se acercó a la entrada de la casa para recibir a la pareja—. Espero que hayan venido con buenas noticias, porque si vienen a insistir en que les crea sus historia rara, mejor me hubieran llamado y se habrían ahorrado el tiempo, porque no estoy dispuesto a creerles nada. Franco miró a Valeria, que había quedado encargada de dirigir el plan con el que esperaba no solo conservar su anillo de compromiso, sino también recibir la bendición de su suegro. —A eso hemos venido, señor —dijo Valeria—. He logrado convencer a Franco de que acepte lo que usted y yo hablamos anoche, aquí mismo. El señor Carrizosa sonrió, sorprendido, porque habría jurado que tendría que vérselas con la pareja.
Ya en el apartamento de Franco, Valeria se quiso meter a la bañera y relajarse con un baño caliente, además de pensar en sus alternativas.—Pero, osita, en una hora…—Pienso mejor si estoy sola y relajada —dijo Valeria momentos antes de desvestirse.«El señor Carrizosa es igual a su hijo», pensó Valeria cuando ya el agua caliente envolvía su cuerpo. «Usa esa máscara de arrogancia y prepotencia cuando las cosas no salen como él quiere que sean, pero tan pronto percibe que los demás marchan a su ritmo y bajo su compás, entonces se muestra dulce y amable, como fue ayer, en su casa, cuando vio que yo había doblado la cabeza. Debe haber una forma de lograr convencerlo de que se está s
—Te he estado intentando contactar todo el día, Valeria. Pasé por tu oficina y me dijeron que estabas en el despacho de mi hijo, y aún no has regresado, ¿estás en este momento con él? —preguntó el señor Carrizosa. Valeria intercambió una mirada con Franco. —Sí señor, estoy con él en este momento —respondió Valeria. Pasaron unos segundos de silencio incómodo. —¿Ya no estás decidida a tomar la decisión más inteligente? —preguntó el señor Carrizosa— No me digas que Franco te endulzó el oído con promesas de un cálido nido de amor en el que nunca entrará el hambre, porque déjame decirte que me encargaré, personalmente, de que ninguna firma de abogados de este país los contrate nunca, ¿me entiendes? —Las circunstancias han cambiado, señor —dijo Valeria con tranquilidad, como si no hubiese escuchado la amenaza que el señor Carrizosa acababa de hacerle—. Tengo pruebas suficientes para demostrar que los hijos que estoy esperando son de Franco. —¡¿Qué?! ¿Pero ahora qué se te ha ocurrid
Llegados al motel en el que suponían que había tenido lugar su primer encuentro amoroso, la memoria de Franco no tuvo el efecto que los dos habían confiado que sucedería, como tampoco obró el milagro en Valeria. Para ella, seguía siendo el lugar en donde una mañana despertó, segura de que había perdido su virginidad la noche anterior con un desconocido y canalla que ni siquiera había esperado a que ella se despertara; para él, no era más que uno de los cientos de moteles de la ciudad.—Salvo que estemos pensando en alquilar una habitación, me temo que aquí no vamos a hacer nada —dijo Valeria cuando, después de recorrer la propiedad con la mirada, se convenció de que Franco no lograba recordar nada, aparte de lo que ya le había dicho.