El día de la boda, Valeria quizá lucía el vestido con el que no había soñado, porque le hubiera gustado uno muy delgado, con cola de sirena y que se ciñera a su pequeña cintura, pero ahora que estaba a un mes, o quizá menos, de tener a los trillizos, no tuvo otra opción que llevar el mejor vestido de talla XXXXL que pudo conseguir y aunque se lo probó una infinidad de veces, nunca la convenció. —No es el vestido, hija —dijo finalmente su madre cuando la vio frustrarse por nonagésima vez—, es que tienes el cuerpo de una mujer con un embarazo múltiple, pero ya verás que, tan pronto tengas a los bebés, quedarás perfecta, como lucías antes del embarazo. Valeria apartó la mirada del espejo, porque su mamá tenía razón y por mucho que quisiera creer que lucía fantástica con ese vestido, jamás llegaría a convencerse porque, aunque pudiera verse algo tierna, no llegaría a ser lo espectacular que había esperado que fuera cuando soñaba con el día de su boda. —¡Esto es espantoso, mamá! —excla
Para el momento en que Valeria entró a la sala de partos, la pareja todavía conservaba la promesa de no conocer el sexos de los tres pequeños -que podían ser cuatro, aunque las probabilidades se habían reducido con la última ecografía—. El hospital estaba lleno de emoción y tensión mientras los familiares y amigos cercanos se preparaban para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la familia. Valeria estaba siendo atendida por los médicos, mientras el Franco esperaba ansioso en la sala de espera. Finalmente, después de horas de trabajo de parto, los médicos anunciaron que los bebés estaban listos para nacer. —¡Vamos, empuje! Puede hacerlo"— alentaba la enfermera mientras la Valeria se esforzaba por traer a los bebés al mundo. —Gritaré si lo haces mal—, bromeó el Franco, tratando de aliviar la tensión. Después de casi dos horas, el primer bebé llegó al mundo, llorando con fuerza. Franco pudo oír su llanto desde la sala de espera y se emocionó. Las enfermeras trabajaron a gran ve
Decididos a no obtener nunca una prueba de ADN de sus hijos, Valeria y Franco llegaron a instalarse en otro país, conscientes de que, de quedarse a trabajar en la firma del señor Carrizosa, sus hijos estarían siempre expuestos a su abuelo paterno que, tarde o temprano, obtendría las muestras que necesitaba de alguno de los trillizos para asegurarse si eran o no de su sangre. En su nuevo hogar, estaban seguros de que el padre de Franco no tendría forma de acercarse para corroborar la consanguinidad de sus nietos, y que distancia le dificultaría tanto esa obtención, que algún día quizá se cansara y, debiendo cumplir, como albacea, con la liquidación del testamento, la fortuna no sería un impedimento para la nueva familia y cuando eso pasara, ya poco o nada importaría si el señor Carrizosa obtenía o no la prueba de ADN. Con el dinero recibido por el testamento de su madre, Franco abrió un negocio de consultorías jurídicas internacionales, junto con Valeria, su socia. Juntos vivieron l
Momentos antes de entrar a la entrevista del trabajo de su vida, Valeria estaba en el baño, haciéndose un test de embarazo. Esa mañana había vuelto a sentir las mismas náuseas de hacía unos días y ya la incertidumbre la estaba matando. Sí, estaba en el lujoso baño de las oficinas de Carrizosa y Asociados, una de las firmas de abogados más prestigiosas de la ciudad, que solo competía en calidad y desempeño con Falinni & Darrida, haciéndose una prueba, pero es que era en ese momento o ya la ansiedad le impediría siquiera presentarse. Miró el reloj, con la tablita en la mano. Ya habían pasado los cinco minutos que indicaba la prueba y solo le quedaban tres para entrar en la oficina. Valeria tomó aire y vio el resultado. —¿Señorita, ha escuchado usted mi pregunta? —dijo la abogada que realizaba la entrevista, una mujer de no más de treinta y cinco años a la que se veía lo bien que le pagaban porque incluso su peinado era de más de cien dólares. —Oh, sí, ya, lo siento, es que… a veces di
Franco vio con atención a la joven que ingresó a la oficina. Le había agradado el rostro con el que se encontró al abrir la puerta del despacho y ahora deseaba verla de nuevo, con más detalle, así que se sorprendió cuando la vio con la mano cubriéndose la boca. —¿Puedes quitarte la mano de la boca? —dijo Franco, más que como una pregunta, como si diera una orden.Valeria consiguió tragarse el vómito antes de sentarse y pudo cumplir con el deseo de Franco, pero desde ese momento se dio cuenta de que, de aquel gentil hombre que le sonrió al salir, ya no quedaba ni el recuerdo.—Magda quiere contratarte, pero yo no estoy convencido de hacerlo —dijo Franco cuando vio que Valeria ya estaba sentada— ¿Se te ocurre algo que me haga cambiar de opinión?Los ojos de Valeria se incrustaron en la mirada de Franco, que la observaba como si ella fuese una mercancía que estaba considerando comprar y, pese a que había logrado controlar las náuseas, la sensación de que vomitaría en cualquier momento n
Después de dejar las copias y los datos que el asistente de Magda necesitaba para elaborar el contrato, Valeria fue a casa de su mejor amiga, a quien había prometido contarle no solo sobre el resultado de la entrevista sino también, y más urgente, el de la prueba de embarazo.—¿Entonces, estás segura de que fue en la fiesta de graduación? —preguntó Sofía, la mejor amiga de Valeria, después de que le contara no solo sobre el resultado de la prueba, sino que, por las náuseas, estuvo a muy poco de perder su empleo, incluso antes de haberlo conseguido.—Sí, lo estoy porque, bueno, esa noche también, ya sabes…Sofía se llevó las manos a la boca.—¡Fue tu primera vez! —exclamó Sofía.—Primera y única, así que más segura no podría estar.—Pero, no usaste ninguna protección, ¿o qué pasó? No me digas que no sabías…—¿Cómo se hacen los bebés? —dijo Valeria, con sarcasmo— Por supuesto, pero recuerda que había bebido mucho y ya no estoy segura de nada. Ni siquiera recuerdo el rostro del hombre co
En su primer día de trabajo, Valeria llegó con la mejor ropa que pudo conseguir en su ropero (para la entrevista había alquilado un sastre), pero pronto descubrió que, aunque consideraba estar bien vestida, su ropa deslucía en comparación a la de otras chicas que no se ponían nada más barato que Gucci o Armani. Creyendo que, quizá por ser la novata y estar en su primer día, se le perdonaría ese pequeño detalle, Valeria actuó con normalidad, pero estaba equivocada porque, al entrar en la sala de juntas, en la que fue su primera reunión como asistente de Franco, quien era su jefe no dejó pasar la oportunidad para burlarse de ella.—Pero, ¿qué chiros son esos que traes puestos? ¿Intentas ridiculizarme frente a los socios? —dijo Franco cuando pasó a un costado de Valeria, que ya se había sentado y esperaba el inicio de la reunión.La joven levantó la vista y vio un brillo lejano y profundo en los ojos de Franco, que simulaba estar consternado y de muy mal genio, pero Valeria pronto adivin
—¡Niña! —gritó Franco desde su despacho, una lujosa oficina de cincuenta metros cuadrados bordeada por un ventanal que daba a la cúspide de los rascacielos que rodeaban el edificio. Cuando Valeria entró, quedó tan impresionada que no quiso ni imaginarse cómo sería la oficina del señor Carrizosa.—¿Señor? ¿Necesita algo? —preguntó Valeria entrando con timidez al despacho, con la libreta de apuntes que había llevado ese día aferrada contra su pecho, como si fuese un escudo que la pudiera proteger de los zarpazos de león que Franco parecía estar por lanzarle. —Pues a ti, niña, ¿a quién más voy a necesitar? No será a la presidente de la Corte Suprema de Justicia, ¿verdad?—Sí, digo, no, es decir, sí, pero no… Me necesita a mí, señor, a mí, no a la presidenta de la Corte Suprema…—¿Siempre eres así de nerviosa? Porque ayer, en la entrevista, no lo parecías, ¿o es esa ropa barata que usas la que te pone así?De nuevo la mención a la ropa y la sonrisita macabra de Franco al reconocer cómo i