Jaime

En su primer día de trabajo, Valeria llegó con la mejor ropa que pudo conseguir en su ropero (para la entrevista había alquilado un sastre), pero pronto descubrió que, aunque consideraba estar bien vestida, su ropa deslucía en comparación a la de otras chicas que no se ponían nada más barato que Gucci o Armani. Creyendo que, quizá por ser la novata y estar en su primer día, se le perdonaría ese pequeño detalle, Valeria actuó con normalidad, pero estaba equivocada porque, al entrar en la sala de juntas, en la que fue su primera reunión como asistente de Franco, quien era su jefe no dejó pasar la oportunidad para burlarse de ella.

—Pero, ¿qué chiros son esos que traes puestos? ¿Intentas ridiculizarme frente a los socios? —dijo Franco cuando pasó a un costado de Valeria, que ya se había sentado y esperaba el inicio de la reunión.

La joven levantó la vista y vio un brillo lejano y profundo en los ojos de Franco, que simulaba estar consternado y de muy mal genio, pero Valeria pronto adivinó que no era así y que su jefe estaba disfrutando la escena que empezaba a montar frente a las dos docenas de personas presentes.

—Jefe, lo lamento, es que no he recibido mi primera paga…

Adivinando hacia dónde iba Valeria a girar lo que debía ser su acto de humillación, Franco se apresuró a levantar la mano para indicarle que hiciera silencio. 

—No, niña, a tú jefe no le vengas con excusas. Esta no es la manera de venir presentada a trabajar. Me haces el favor y te consigues algo decente o no vuelves, así de sencillo. 

Antes de que Valeria pudiera contestarle algo, Franco se apresuró a ocupar su puesto en la mesa de directivos, dejando a su asistente con el color de un tomate recién asado y las palabras en la boca. Ya suficientemente abochornada, Valeria se levantó, intentando conservar la poca dignidad que le quedaba y salió de la sala, pero si creía que Franco la iba a dejar ir así no más, estaba equivocada.

—¿A dónde vas? —preguntó Franco desde su puesto, atrayendo todas las miradas, que se paseaban entre él y la pobre chica a la que estaba humillando— No te he dicho que podías irte.

—Pero, señor, usted dijo que…

—¿Dije qué, niña? ¿Ahora me vas a dar una lección sobre lo que dije? 

—No, yo, no era… lo siento, ¿quiere que me quede, señor?  

—No se trata de que yo quiera o no que se quede, niña, sino que es su responsabilidad quedarse, como mi asistente, y tomar nota de lo que se diga en la reunión.

La mirada de Valeria se paseó por las casi dos docenas de personas que en ese momento la miraban. Aunque procuró no sentirse avergonzada, era imposible no estarlo frente a todos ellos, muy bien vestidos, serios e incapaces de contradecir al hijo del presidente de la firma. 

—¿Y es que no piensa sentarse, niña? O es que va a tomar notas ahí de pie, como una escolar regañada —dijo Franco con una sonrisa, lo que provocó la risa de los demás hombres. 

—No, señor. Ya me siento, señor. 

De vuelta a su puesto en el perímetro exterior de la mesa de juntas y después de la humillación, Valeria tuvo que hacer un esfuerzo indecible por no humillarse más y llorar, que era lo que en ese momento más quería hacer y, sintiendo las miradas de los presentes todavía sobre sus hombros, se abstuvo de levantar la mirada, aunque era lo que quería y mirar con ira a Franco, cuya risa seguía escuchando. 

«Cómo lo odio. Desgraciado, ya va a ver, cuando tenga oportunidad…».

Pero esa oportunidad, y las elucubraciones de venganza de Valeria debieron esperar porque en ese momento todos los presentes se pusieron de pie, incluido Franco, con solemne reverencia. Al mirar qué ocurría, Valeria reconoció el rostro del señor Carrizosa, el presidente de la firma. Aunque era un hombre de más de sesenta años, seguía siendo apuesto y, no sin cierto horror, Valeria tuvo que reconocer que era una réplica más vieja de su hijo, o Franco una más joven de él y que, si Franco llegaba a la edad de su padre con ese aspecto sería un Sugar Daddy irresistible. 

La reunión inició y, desde su puesto, Valeria sacó el pequeño bloc de notas que había llevado para la ocasión, pero vio, con denodado espanto, que todos los demás asistentes sacaban sus computadoras Apple para grabar la junta mientras hacían notas. Si Franco la veía, la humillaría de nuevo y ahora delante de su padre, el señor Carrizosa, uno de los mejores abogados del país. Esa sí sería su ruina.

—Toma, usa el mío —dijo el joven al lado de Valeria mientras le ofrecía su computadora—. Mi jefe no es tan terrible y ni se dará cuenta de que no he tomado notas.

Al mirar a quien la estaba salvando de la inminente humillación, porque ya la mirada de Franco la estaba buscando, convencido de que Valeria no había llevado un Apple, la joven descubrió a un muchacho de su edad, apuesto y de rostro amable, que le obsequió una sonrisa. 

—Gracias —dijo Valeria, tímida.

Susurrando, el joven ayudó a Valeria a iniciar la grabadora de la computadora y le indicó en qué aplicación debía tomar las notas. 

—Soy Jaime, por cierto. 

—Valeria.

—Sí, ya sabía…

—¿Ah?

—Nada, lo siento —respondió Jaime algo colorado porque acababa de descubrirse—. Digo, que es un gusto, Valeria. Me encanta tu nombre.

—Gracias.

A medida que transcurría la reunión, en la que se discutían los casos más relevantes que llevaba cada una de las áreas de la firma, Valeria se percató de que las ínfulas de Franco se habían esfumado y ahora incluso parecía empequeñecido al lado de tantos y tan ilustres abogados. Esa idea consiguió satisfacerla y estaba convencida de que el puesto que Franco tenía en esa mesa se debía al hecho de que era el hijo mimado del presidente, nada más.   

«… es por eso que está necesitando a una asistente más pila que él», recordó Valeria que le había dicho Magda. 

Satisfecha por lo que debía ser un acto de humillación para Franco, que no había hablado en toda la reunión, Valeria sonrió para sí misma y, al hacerlo, notó que Jaime la miraba.

—Recordé un chiste —susurró para no dar la impresión de que era una loca.

—Tienes una sonrisa hermosa. Me encanta —dijo Jaime.

Valeria le agradeció el halago con otra sonrisa y hubiera podido decirle algo más a su admirador si no fuera por el hecho de que, en ese momento, reconoció la voz de Franco, que iba a intervenir en la junta.

«Quién sabe qué estupidez dirá ahora», pensó Valeria mientras estrechaba los labios, preparada para escuchar a su jefe y disfrutar con lo que fuera a decir frente a tan ilustres e inteligentes abogados.

—Como representante del área de Derecho Civil, me enorgullece decir que, en este momento, solo tenemos pendientes algunos pocos casos pro bono, puesto que aquellos consignados por nuestros clientes ya se encuentran en la etapa de solemnización de los acuerdos a los que hemos llegado —dijo Franco con una enorme sonrisa de dientes blancos y perfectos—. Seguimos siendo el área con más eficacia en procesos, menos pleitos ante los jueces y que más factura. 

Por un instante, Valeria vio a los demás abogados empequeñecidos y, sin poder creerlo, vio que el señor Carrizosa sonreía, satisfecho, a su hijo. 

—Al menos tu jefe es el mejor, porque ni siquiera llega a juicio —susurró Jaime—. Siempre lo resuelve todo en conciliaciones. 

Valeria miró a Jaime con la boca todavía abierta. Seguía sin poder creer lo que había escuchado porque, por lo general, los procesos del área de Derecho Civil eran siempre lo más demorados, podían acumular años en los tribunales sin llegar a resolverse y, por este hecho, era una de las áreas que menos réditos representaba para las firmas de abogados, que no llegaban a cobrar sus cuantiosas cifras por las demoras e incluso, muchas veces los clientes se desesperaban y desistían de los casos.

—¿No es genial? —preguntó Jaime al ver la cara de consternación de Valeria— Tal vez puedas aprender algo de él y tú a mí también me enseñas, a propósito, te gustaría almorzar conmigo.

Valeria asintió a la vez que volvía su mirada a Franco. Había esperado verlo humillado y satisfacerse con eso, pero, en cambio, resultaba ser que era el mejor abogado de la firma de su padre.   

«Franco es muy listo, de hecho, es más listo que inteligente, de eso te darás cuenta pronto…», recordó entonces Valeria que Magda también le había dicho.

«Pero ya verás, desgraciado, que me desquitaré de lo que hoy me hiciste pasar, Franco. ¡Eso te lo juro!».

La reunión terminó poco después de la intervención de Franco y Valeria se apresuró a subir el audio que había grabado a su cuenta en la nube, junto con las notas, para tenerlas listas y evitar que su jefe tuviera otra oportunidad para humillarla. 

—¿Te parece si nos vemos a las dos? —preguntó Jaime a Valeria cuando ella le devolvió la computadora.

—¿A las dos?

—Sí, para almorzar, ¿recuerdas?

—Ah, sí, lo siento… ¿almuerzan a las dos? —preguntó Valeria.

—Bueno, lo normal es a la una, pero conozco los horarios de tu jefe y sé que no te va a dejar almorzar antes, así que hablaré con el mío para tomar mi almuerzo a esa hora.

—No me digas eso —dijo Valeria mientras consideraba que, en su estado actual, tendría que tomar las comidas a un horario fijo y, ojalá, lo más temprano posible. Ocultar su embarazo iba a ser más difícil de lo que estaba considerando.

—Bueno, Vale, nos vemos más tarde. Que tengas una bonita jornada.

Valeria se despidió con una sonrisa de su nuevo amigo de trabajo. 

«¿A las dos? ¿Ahora tengo que soportar a ese pedante hasta las dos? ¡No puede ser!».

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