Pese a que lo intentó varias veces, Franco no consiguió levantar la mirada del talle que el conjunto formaba en la cintura de Valeria y, cuando al tercer intentó lo logró, después de encontró trabado en su senos, de los que le costó escapar lo mismo que a un aventurero de dos grandes colinas a las que no encontraba cómo atravesar.—Se ve muy bien… Sí. Se ve muy bien —consiguió articular Franco en el momento en que descubrió que tenía la boca seca.—Igual, me temo que no puedo llevarlo —dijo Valeria después de la tormentosa exploración a la que Franco sometió su cuerpo.—¿Por qué no puede llevarlo? —preguntó Franco, alzando la voz y antes de que la asistente del almacén consiguiera hacer una sugerencia de vendedora para que Valeria se decidiera a pagar el conjunto. —Porque… —Valeria bajó la mirada y se ruborizó— Es que es muy costoso, y como no he cobrado mi primer…—Yo lo pago —dijo Franco sin pensarlo dos veces—- Señorita, por favor, ponga ese traje a mi cuenta. Mi asistente se lo l
La reunión con los hermanos en pleito por un testamento que ni siquiera tenía validez salió mejor de lo que Valeria había pensado. Pese a que era un pedante, un guache y un canalla con ella, cuando se trataba de hablar con los clientes y convencerlos de su punto de vista, Franco resultaba ser un príncipe encantador, capaz de vender hielo a los esquimales o agua a los peces. En apenas una hora, los hermanos se estaban abrazando, perdonándose unos a otros las ofensas, peleas y malas palabras que se habían dirigido durante el tiempo en que creyeron que cada uno le estaba robando a los demás y, luego de firmar el documento conciliatorio, que además resolvía la división de la herencia por partes iguales, también entregaron, en la tesorería de la firma de abogados, el millonario cheque que le dejaba a Franco una comisión con la que hubiera podido regresar al almacén de ropa y comprar todo el inventario. —Redacte el informe de la reunión —dijo Franco a Valeria cuando hubo acompañado a los h
Pasó lo que Jaime le había advertido a Valeria y, a primera hora, Franco llamó a su asistente a preguntarle por los casos más recientes que habían llegado al área de Derecho Civil. Orgullosa de su trabajo del día anterior, Valeria recitó con precisión cada uno de los nueve casos que habían llegado al área, junto con una recomendación para lograr una solución conciliatoria. Después de unos minutos, Franco se giró y, luego de levantarse de su silla ejecutiva, se paró frente al ventanal, admirando la ciudad.—No quiso saber nada más de mí —dijo Franco después de algunos minutos más, en el momento en que Valeria le resumía el sexto caso.—¿Señor? —preguntó Valeria, no dando crédito a lo que acababa de escuchar porque asumió que su jefe estaba por hablarle de la cita de la noche anterior. —No vino. Me dejó esperándola. Es la primera vez que una mujer me hace algo así.Valeria no supo qué responder y, después de unos segundos en silencio, creyó que lo mejor era seguir con el resumen de los
Un poco antes del mediodía, cuando estaban revisando el quinto caso, el celular de Franco sonó y Valeria pudo ver la sonrisa que se dibujaba en el rostro de su jefe, pese a que intentó disimularla. Debía ser Dayana. Después de ofrecerle un guiño a Valeria, Franco se levantó y contestó la llamada y, aunque intentó concentrarse en los documentos de la carpeta que revisaban, Valeria no pudo evitar escuchar lo que su jefe decía. —Sí, sí, no te preocupes. Lo sé y lo entiendo —decía Franco, una y otra vez, en lo que parecía ser una larga y tendida exposición de argumentos de Dayana para ser perdonada—. Bien. ¿Entonces qué te parece si nos vemos para almorzar? Perfecto, sí, en el D´aggi. No, tranquila que esta vez me aseguraré de no saludar a nadie, ni siquiera si veo al Rey de Inglaterra al lado de mi mesa. Un beso. Te amo. Adiós.—¿Buenas noticias, señor? —preguntó Valeria cuando vio a Franco regresar.Sonriente, y no queriendo ocultar su felicidad sino, al contrario, con la impresión de
De regreso a la oficina, Valeria confiaba en que iba a congeniar un poco más con su jefe, que debía estar de muy buen humor después de haber almorzado con Dayana, pero después de haber entrado al despacho, Hortensia se acercó a ella y, con su celular en la mano, le indicó a la joven que Franco estaba al teléfono. —¿Aló? —dijo Valeria cuando recibió el celular y lo colocó contra su oreja.—Niña —dijo Franco, al otro lado de la línea—. Necesito que venga a la dirección que le voy a dictar, rápido. Apresurada por tomar el dato, Valeria sacó lo primero que encontró en su bolso y que le sirviera para anotar. Pese a que buscó un esfero, lo primero que tuvo a la mano fue el lápiz labial y, sobre una hoja de la impresora que Franco tenía en la oficina, anotó la dirección que su jefe le dictó.—Venga enseguida, niña. Lo más pronto que pueda. Es urgente. ¡Mi vida depende de que venga!—Sí señor. Ya mismo salgo, pero puedo saber… —¡Ya! —gritó Franco.—Bien, bien. Ya voy.Asustada por la maner
Después de explicar por novena vez lo que había pasado, la llamada de su jefe, la voz de angustia con la que le suplicó que fuera y la velocidad con la que dictó la dirección, el oficial al mando de la estación de policía se convenció de que esa jovencita bien vestida no iba a dejarlo en paz hasta que no asignara a uno de sus hombres para que la acompaña. —Está bien, señorita —dijo el oficial, pasándose las manos por el rostro—. Le diré a uno de mis hombres que la acompañe, pero, la verdad, no creo que a su jefe le haya sucedido nada malo.—¿Por qué lo cree? —preguntó Valeria— ¿No me ha escuchado? Le dije que me llamó como si estuviera en peligro, me pidió que viniera urgente, hasta acá, y el taxista me advirtió sobre ese lugar, me dijo que no fuera a acercarme sin un policía, y que…—Sí, señorita, eso ya me lo ha dicho como diez veces. Ahora mismo le digo a un patrullero que la acompañe. Después de que uno de los agentes fuera encargado de acompañar a Valeria, la joven se aventuró
Valeria y el patrullero que la acompañaba miraban en dirección a la entrada de la casa sin poder dar crédito a lo que veían. La radio del policía solicitaba más datos sobre los pormenores del supuesto crimen que se estaba perpetrando en la propiedad, pero, sin decir nada, el patrullero solo extendió la mano y apagó el dispositivo que colgaba de su cintura.—¿Está segura de que ese es su jefe, señorita? —preguntó el policía— ¿Es ése el hombre al que estábamos buscando?Sin atreverse a mirar a la cara al patrullero, Valeria solo asintió mientras seguía, con la mirada, a Franco que caminaba, tomado de la mano, con Dayana y una pareja de personas mayores por delante. Cuando el hombre mayor abrió la puerta del antejardín para que la pareja saliera, la mirada de Franco se cruzó con la de Valeria, que estaba considerando hacer, en ese momento, lo que creyó que le estaba sucediendo a Franco en la casa de la que iba a rescatarlo.—¿Niña, qué hace? —preguntó Franco al ver que Valeria estaba aco
Esa noche, al salir del trabajo, Valeria llamó a sus papás para avisarles que se quedaría a dormir en casa de Sofía. Quería hablar sobre el tirano de su jefe con su mejor amiga, y aprovechar la ocasión para volver a plantearle a Sofía la posibilidad de que se fueran a vivir juntas, antes de que sus frecuentes náuseas en las noches y las madrugadas pudieran llamar la atención de sus padres.—Si se enteran que estoy embarazada van a matarme —dijo Valeria después de llegar a casa de Sofía y acomodarse con ella en la habitación—, pero si además saben que no sé quién es el padre, capaces son que me desentierran y me vuelven a matar.—¡Ay, pero cómo exageras! —dijo Sofía— Para mí, que sí s