Franco vio con atención a la joven que ingresó a la oficina. Le había agradado el rostro con el que se encontró al abrir la puerta del despacho y ahora deseaba verla de nuevo, con más detalle, así que se sorprendió cuando la vio con la mano cubriéndose la boca.
—¿Puedes quitarte la mano de la boca? —dijo Franco, más que como una pregunta, como si diera una orden.
Valeria consiguió tragarse el vómito antes de sentarse y pudo cumplir con el deseo de Franco, pero desde ese momento se dio cuenta de que, de aquel gentil hombre que le sonrió al salir, ya no quedaba ni el recuerdo.
—Magda quiere contratarte, pero yo no estoy convencido de hacerlo —dijo Franco cuando vio que Valeria ya estaba sentada— ¿Se te ocurre algo que me haga cambiar de opinión?
Los ojos de Valeria se incrustaron en la mirada de Franco, que la observaba como si ella fuese una mercancía que estaba considerando comprar y, pese a que había logrado controlar las náuseas, la sensación de que vomitaría en cualquier momento no había desaparecido del todo.
—Puedo hablarle sobre cualquier ley o régimen del que quiera preguntarme —dijo Valeria con lentitud, temiendo que, si hablaba muy rápido, las náuseas regresarían.
—Ah, eres una de esas listillas de la universidad, ¿eh? Pero dime, ¿solo tienes buena memoria?
Por un instante, Valeria tuvo la sensación de que ya había visto antes a ese hombre engreído que ahora estaba frente a ella, pero lo descartó enseguida. Estaba segura de que, si así hubiera sido, lo recordaría con facilidad porque lo habría odiado desde el primer momento.
—Tengo buena memoria, sí —dijo Valeria—, pero también soy buena analizando situaciones, y personas.
Sabía que su respuesta era desafiante, pero era lo que le provocaban los hombres como Franco, que miraban a sus semejantes por encima del hombro y esperaban que nadie pisara donde ellos ya lo habían hecho.
—¿Ah, sí? —dijo Franco a la vez que se inclinaba sobre su asiento y se apoyaba sobre la mesa que lo separaba de Valeria— Dime, entonces, qué puedes analizar de mí.
«Que eres un pedante y un miserable por colocarme en esta situación, a mí, que necesito este trabajo y acabo de enterarme de que estoy embarazada sin saber quién es el padre de la criatura que ahora crece en mi vientre y me está provocando este dolor, estas náuseas con las que voy a salpicar tu camisa de varios cientos de dólares, engreído».
—Veo a un líder inspirador, algo duro, pero de los que motivan a sus subordinados a ser mejores y dar lo mejor de sí mismos —respondió Valeria con una de las típicas frases de cajón que había aprendido en los cursos de preparación de entrevistas y que, estaba segura, funcionarían con el ego henchido de un hombre como Franco.
—Vaya, sí, tienes ese don —dijo Franco, satisfecho y dando una palmada en la mesa, que estremeció a Magda y a su asistente—, creí que solo estabas pavoneándote como una sabionda.
Valeria sonrió con algo de timidez premeditada, incluso logró sonrojarse a voluntad, lo que pareció encantar aún más a Franco.
—Sí, Magda, estás en lo cierto, esta es la abogada junior que necesito para mi despacho.
«¡¿QUÉ?!», pensó Valeria. «¡¿Para su despacho?! ¡El diablo me lleve, no quiero a este como mi jefe!»
—Felicidades, Valeria, has logrado lo que muy pocos consiguen y es convencer al hijo del señor Carrizosa —dijo Magda.
«El hijo… ay, no, ¿es en serio?»
—Muchas gracias, pero, si me permiten, es que… —consiguió decir Valeria al levantarse y sentir que, esta vez, el vómito vendría con la fuerza de un vendaval y hasta era probable que se le saliera por la nariz si intentaba evitarlo— Disculpen.
Sin esperar a que ninguno de los presentes respondiera, Valeria salió corriendo de la sala. Ya había asegurado, al menos de palabra, el puesto de trabajo de sus sueños y, si era cierto que le había caído en gracia a quien (por desgracia) sería su jefe, ahora podía tomarse un respiro y correr al baño.
—Graciosa y muy peculiar la chica que has conseguido, Magda —dijo Franco al ver las apresuradas piernas de Valeria desaparecer por la puerta—. Me agrada.
Magda dio una indicación a su asistente, que salió en ese momento de la oficina. Magda esperó a que el joven se hubiera ido para murmurar.
—Franco, solo te pido que, esta vez, por favor no…
—No tienes que decirlo, Magda. —Se apresuró a interrumpir Franco lo que, sabía, Magda iba a advertirle—. Ya no me fijo en jovencitas como ella, te lo juro. Ahora estoy dispuesto a cambiar y voy a seguir los consejos de mi padre. Buscaré a una mujer ya madura que esté pensando en casarse, no niñas que todavía juegan al noviazgo.
—Espero que esta vez sea verdad, Franco, solo eso espero.
—Puedes apostar a eso, Magda, tranquila.
Después de haber logrado aliviar su urgencia, Valeria se limpió la cara y cepilló sus dientes antes de regresar al despacho del que había salido. Encontró a Magda, que parecía estarla esperando.
—¿Está todo bien, Valeria? —preguntó Magda cuando vio regresar a la joven.
—Sí, gracias, es solo que, ya sabes, necesitaba cambiarme.
—Ah, sí, bueno. En ese caso, necesitaré que dejes una copia de tu documento y tus datos con mi asistente, para la elaboración de tu contrato.
—¿Es verdad que él va a ser mi jefe, digo, el hijo del señor Carrizosa? —preguntó Valeria con la esperanza de que lo último que había escuchado hubiera sido producto de las náuseas, y no la realidad.
—Sí, él será tu jefe y estarás en el área de Derecho Civil, que es la que Franco maneja —respondió Magda a quien no pasó desapercibida la desilusión de Valeria—. Ven.
Valeria siguió a Magda, que la llevó al interior de la oficina en donde había realizado la entrevista.
—Franco es muy listo, de hecho, es más listo que inteligente, de eso te darás cuenta pronto y es por eso que está necesitando a una asistente más pila que él, ¿entiendes? —dijo Magda. Valeria asintió—. Pronto te darás cuenta de que tú serás la encargada de preparar los casos y redactar los conceptos de los clientes, pero en cuanto a él, será quien convenza a los jueces y consiga que las partes en disputa lleguen a un acuerdo. Por lo demás, si tienes cualquier inconveniente con él, te sugiero que pases primero por mi oficina y hablamos, ¿entiendes? Habla primero conmigo.
Valeria asintió de nuevo y, por un instante, consideró si no estaría entregándole su alma al diablo, pero al ver los costosos zapatos de Magda, su vestido y peinado, consideró que, por el sueldo, bien valía la pena lidiar con quien sería su nuevo jefe.
Después de dejar las copias y los datos que el asistente de Magda necesitaba para elaborar el contrato, Valeria fue a casa de su mejor amiga, a quien había prometido contarle no solo sobre el resultado de la entrevista sino también, y más urgente, el de la prueba de embarazo.—¿Entonces, estás segura de que fue en la fiesta de graduación? —preguntó Sofía, la mejor amiga de Valeria, después de que le contara no solo sobre el resultado de la prueba, sino que, por las náuseas, estuvo a muy poco de perder su empleo, incluso antes de haberlo conseguido.—Sí, lo estoy porque, bueno, esa noche también, ya sabes…Sofía se llevó las manos a la boca.—¡Fue tu primera vez! —exclamó Sofía.—Primera y única, así que más segura no podría estar.—Pero, no usaste ninguna protección, ¿o qué pasó? No me digas que no sabías…—¿Cómo se hacen los bebés? —dijo Valeria, con sarcasmo— Por supuesto, pero recuerda que había bebido mucho y ya no estoy segura de nada. Ni siquiera recuerdo el rostro del hombre co
En su primer día de trabajo, Valeria llegó con la mejor ropa que pudo conseguir en su ropero (para la entrevista había alquilado un sastre), pero pronto descubrió que, aunque consideraba estar bien vestida, su ropa deslucía en comparación a la de otras chicas que no se ponían nada más barato que Gucci o Armani. Creyendo que, quizá por ser la novata y estar en su primer día, se le perdonaría ese pequeño detalle, Valeria actuó con normalidad, pero estaba equivocada porque, al entrar en la sala de juntas, en la que fue su primera reunión como asistente de Franco, quien era su jefe no dejó pasar la oportunidad para burlarse de ella.—Pero, ¿qué chiros son esos que traes puestos? ¿Intentas ridiculizarme frente a los socios? —dijo Franco cuando pasó a un costado de Valeria, que ya se había sentado y esperaba el inicio de la reunión.La joven levantó la vista y vio un brillo lejano y profundo en los ojos de Franco, que simulaba estar consternado y de muy mal genio, pero Valeria pronto adivin
—¡Niña! —gritó Franco desde su despacho, una lujosa oficina de cincuenta metros cuadrados bordeada por un ventanal que daba a la cúspide de los rascacielos que rodeaban el edificio. Cuando Valeria entró, quedó tan impresionada que no quiso ni imaginarse cómo sería la oficina del señor Carrizosa.—¿Señor? ¿Necesita algo? —preguntó Valeria entrando con timidez al despacho, con la libreta de apuntes que había llevado ese día aferrada contra su pecho, como si fuese un escudo que la pudiera proteger de los zarpazos de león que Franco parecía estar por lanzarle. —Pues a ti, niña, ¿a quién más voy a necesitar? No será a la presidente de la Corte Suprema de Justicia, ¿verdad?—Sí, digo, no, es decir, sí, pero no… Me necesita a mí, señor, a mí, no a la presidenta de la Corte Suprema…—¿Siempre eres así de nerviosa? Porque ayer, en la entrevista, no lo parecías, ¿o es esa ropa barata que usas la que te pone así?De nuevo la mención a la ropa y la sonrisita macabra de Franco al reconocer cómo i
La redacción del documento no le llevó mucho tiempo a Valeria, que se basó en un formato que encontró entre los documentos que le pasó Hortensia, y en los que se debería presentar los trabajos que le pasara a Franco. —Ten mucho cuidado con los detalles —le advirtió Hortensia cuando le pasó los archivos a su Drive—. Ya viste que te tiene entre ojos y que no le agradas ni un poquito, así que estará pendiente de cualquier falla que cometas para hacértelo saber… y no de una forma muy dulce. Valeria asintió, todavía con lo que acababa de pasarle esa mañana muy fresco en su memoria, y hasta en su piel, que se erizó de solo pensar en pasar una nueva vergüenza, así que repasó dos diez veces el documento antes de considerar que estaba terminado. Al mirar el reloj en el escritorio de la computadora, vio que eran pasadas las diez y media. Valeria se levantó de su cubículo y caminó hasta el escritorio de Hortensia. Aunque era una mujer que pasaba de los cincuenta años,era la única que conocía
Después de que Jaime hubiera regresado a su cubículo, Franco se acercó al de Valeria y le pidió, llamándola “niña”, que le pasara el documento que acababa de elaborar para revisarlo. Valeria asintió sin casi poder respirar. Cuando Franco se marchó a su oficina, Valeria no podía creer que, en solo unas pocas horas, ese hombre, que era su jefe, ya la pusiera tan nerviosa. —¿Quieres que te lleve un vaso con agua, querida? —preguntó Hortensia cuando vio el rostro pálido de Valeria y su mirada dilatada. —Voy a necesitar un tequila doble —contestó Valeria mientras se levantaba, luego de haberse asegurado de enviar la copia del documento a Franco—. Si tienes algo así, te lo agradecería. —Pídeselo a él —dijo Hortensia con una sonrisa cómplice—. Seguro y te lo sirve. —Sí, en eso tienes razón —contestó Valeria—, pero será sobre mi cadáver. Deséame suerte. —Vas a necesitar mucho más que eso, pero si en algo te ayuda, te la deseo. Valeria entró a la oficina de Franco, que ya estaba senta
Al pasar por el cubículo de Jaime, Valeria se extrañó al no verlo. Paseó la mirada por encima de los demás cubículos, en donde trabajaban otros asistentes a los que sonrió mientras intentaba dar con el rostro que tanto necesitaba hallar.«No puede ser. Solo esto me faltaba. Que Jaime desapareciera, ¡justo en el momento en que necesito salir a comprar ropa!».—Estoy buscando al chico que se sienta aquí, a Jaime —dijo Valeria cuando ya parecía una loca que se hubiera parado, sin otro oficio, a mirar por encima de las cabezas de los asistentes.—Está en una reunión con su jefe —contestó la chica que se sentaba al lado de Jaime y en la que Valeria recién se fijaba—. No creo que regrese pronto. Después de agradecer la respuesta y pedir las indicaciones para llegar al área de Derecho Administrativo, que era en donde estaba asignado Jaime, Valeria vio, con horror, que Jaime se encontraba en la sala de reuniones y no parecía que fuera a salir pronto. Valeria no sabía qué hacer porque él era
Pese a que lo intentó varias veces, Franco no consiguió levantar la mirada del talle que el conjunto formaba en la cintura de Valeria y, cuando al tercer intentó lo logró, después de encontró trabado en su senos, de los que le costó escapar lo mismo que a un aventurero de dos grandes colinas a las que no encontraba cómo atravesar.—Se ve muy bien… Sí. Se ve muy bien —consiguió articular Franco en el momento en que descubrió que tenía la boca seca.—Igual, me temo que no puedo llevarlo —dijo Valeria después de la tormentosa exploración a la que Franco sometió su cuerpo.—¿Por qué no puede llevarlo? —preguntó Franco, alzando la voz y antes de que la asistente del almacén consiguiera hacer una sugerencia de vendedora para que Valeria se decidiera a pagar el conjunto. —Porque… —Valeria bajó la mirada y se ruborizó— Es que es muy costoso, y como no he cobrado mi primer…—Yo lo pago —dijo Franco sin pensarlo dos veces—- Señorita, por favor, ponga ese traje a mi cuenta. Mi asistente se lo l
La reunión con los hermanos en pleito por un testamento que ni siquiera tenía validez salió mejor de lo que Valeria había pensado. Pese a que era un pedante, un guache y un canalla con ella, cuando se trataba de hablar con los clientes y convencerlos de su punto de vista, Franco resultaba ser un príncipe encantador, capaz de vender hielo a los esquimales o agua a los peces. En apenas una hora, los hermanos se estaban abrazando, perdonándose unos a otros las ofensas, peleas y malas palabras que se habían dirigido durante el tiempo en que creyeron que cada uno le estaba robando a los demás y, luego de firmar el documento conciliatorio, que además resolvía la división de la herencia por partes iguales, también entregaron, en la tesorería de la firma de abogados, el millonario cheque que le dejaba a Franco una comisión con la que hubiera podido regresar al almacén de ropa y comprar todo el inventario. —Redacte el informe de la reunión —dijo Franco a Valeria cuando hubo acompañado a los h