CAPÍTULO 28

Nunca había viajado tan rápido a Chicago. El corazón me palpitaba con una mezcla de ansiedad y determinación. Antes de enfrentar lo que me esperaba, había algo que necesitaba hacer. Tomé un desvío hacia un pequeño vecindario de las afueras de California. Allí, en un modesto edificio de ladrillos gastados por el tiempo, vivía Ava Miller, mi amiga y compañera en la discoteca donde trabajábamos. Como yo, Ava soñaba con una vida diferente, alejada de las luces falsas y la música ensordecedora que solo servía para ocultar nuestras desesperaciones.

Cuando llegué, el sonido de los tacones golpeando las escaleras resonó en el estrecho pasillo. Toqué a su puerta, y tras un par de segundos, se abrió con un chirrido.

—Mia —dijo sorprendida, con los ojos enrojecidos como si acabara de llorar. Su cabello, que normalmente llevaba recogido, caía desordenado sobre sus hombros.

—No tengo mucho tiempo —respondí, entrando rápidamente y cerrando la puerta detrás de mí. Extendí mi bolso y saqué los cinco
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