Enamorada de mi hermanastro
Enamorada de mi hermanastro
Por: Lissandra
Capitulo 1

LAURA

Para mi cumpleaños número 19, papá organizó una cena en un lujoso restaurante del centro. Decidí invitar a Bryan y a su familia, sin mencionar nada a Martín, pensando que sería una sorpresa agradable. Mientras todos se preparaban para salir y acomodarse en los autos, subí a mi habitación para buscar mi bolso. No tenía idea de que, al bajar, me encontraría completamente sola con Martín en la sala. 

—Vendrás conmigo. Tu novio ya está en el auto —dijo Martín, su sonrisa apenas visible, pero con una calma que me hizo sentir incómoda. 

—Perfecto —respondí, tratando de ocultar la molestia que su presencia siempre me provocaba. Me adelanté hacia la puerta, pero antes de dar un paso, sentí su mano aferrándose a mi brazo con una fuerza inesperada. 

—¡Mientras vivas bajo este techo, él no pondrá un pie dentro! ¿Me oíste, Laura? —su voz, dura y autoritaria, me paralizó por un momento. No podía creer lo que escuchaba. 

—¡Suéltame, imbécil! —grité, apartándome de su agarre con fuerza—. ¿Quién te crees que eres para mandarme? ¡No eres nadie! Haré lo que se me dé la gana, y si Bryan quiere pasar la noche conmigo, no vas a impedirlo. 

—¡Claro que lo impediré! —respondió, empujándome contra la pared con un impulso tan violento que casi me hizo perder el equilibrio. 

—¿Por qué? —mi voz salió rota, llena de rabia y confusión, mientras lo miraba, desafiante, a los ojos. 

—¡Porque te amo, m*****a sea! —gritó, y sus palabras me dejaron completamente paralizada—. Te amo con una desesperación que jamás creí posible. Me vuelves loco, ¿acaso no te has dado cuenta?

Un silencio pesado se instaló entre nosotros. Mi mente quedó en blanco, como si un puñal me hubiera atravesado, dejándome sin aire, sin palabras. Sus ojos, tan intensos, me atravesaban como si pudieran leer todos mis secretos. El mundo se desvaneció por un segundo eterno. Aunque había soltado mi brazo, mis pies parecían pegados al suelo, como si no pudiera moverme. Sentí sus ojos fijos en mí, tan ardientes que me quemaban, como si estuviera ardiendo en el infierno. 

Entonces, dio un paso hacia mí, y mi cuerpo reaccionó instintivamente. Retrocedí, pero fue inútil. No podía escapar de su presencia. 

Mi espalda chocó contra la pared, y él aprovechó para acorralarme. Lo miré aterrada mientras una sensación indescriptible se apoderaba de mi cuerpo: una mezcla de miedo y vulnerabilidad que me paralizaba. 

—Te amo —confesó, con su voz quebrada por la intensidad de sus emociones—. Te amo, desde hace cuatro años he luchado contra esto, contra estos sentimientos, pero no puedo. Es imposible no amarte más con cada día que pasa. 

Su declaración me dejó sin aliento. 

—Estás enfermo —dije, con un hilo de voz que apenas ocultaba mi pánico—. No puedes amarme. 

—En el corazón no se manda, Laura —replicó con un tono cargado de desesperación—. He intentado destruir este sentimiento, aplastarlo, arrancarlo, pero no puedo. Cada día crece más, se hace más grande, más incontrolable. ¿Por qué no puedes entenderlo? 

Su voz se elevó en un grito entre dientes, y con un movimiento rápido colocó sus manos contra la pared, atrapándome entre su cuerpo y la fría superficie. Su proximidad me sofocaba. El calor que irradiaba me quemaba como si estuviera envuelta en llamas. 

—Nunca pasará nada entre nosotros —logré responder, bajando la mirada, incapaz de enfrentar la dulzura ardiente de sus ojos que intentaban devorarme. 

—Lo sé —dijo, con una amargura que retumbó en el espacio—. No tienes que repetirlo. 

Golpeó la pared con un manotazo, el ruido seco resonando como un eco de su frustración. 

Se acercó más, pegando su cuerpo al mío. Su respiración golpeaba mi rostro, su perfume inundaba mis fosas nasales, y mi miedo se hizo insoportable. Mi cuerpo comenzó a temblar, y mi respiración se volvió errática. Intenté girar la cara, desesperada por escapar de esa cercanía asfixiante. Entonces, lo sentí. 

Su erección rozó mi vestido, enviando un escalofrío de pánico por todo mi ser. Giré el rostro con fuerza, buscando una salida, cualquier cosa que me liberara de esa situación. 

Y entonces lo oí: “Se hace tarde, Laura.” Era Bryan. Su voz, fuerte y segura, se acercaba desde la entrada. En ese momento, Martín se apartó de mí, su expresión era una mezcla de furia y resignación. 

Aproveché la oportunidad para escapar. Caminé con pasos rápidos hacia la puerta y la abrí, sintiendo el aire fresco como un alivio que llenaba mis pulmones. A pocos metros estaba Bryan, esperándome con su cálida sonrisa. 

—¡Bryan! —grité, corriendo hacia sus brazos. 

Me envolvió con su calor, girándome con entusiasmo. Su abrazo debería haberme reconfortado, pero la angustia seguía aferrada a mi pecho como un peso imposible de ignorar. 

—¿Estás bien? Te veo pálida —dijo, preocupado, apartando los cabellos que cubrían mi rostro. 

—No es nada, amor —mentí, estampando un beso en sus labios para disimular mi temblor—. Solo vi una rata horrible salir de mi habitación y me espanté. 

—¡Ay, cariño! —respondió con dulzura, acomodándome el cabello mientras reía suavemente—. Todo estará bien. Yo mismo me encargaré de ese animal cuando pueda entrar a tu recámara —susurró, intentando tranquilizarme. 

Sonreí débilmente, pero por dentro, mi mente seguía reviviendo lo ocurrido. Las palabras de Martín, su mirada desesperada, su proximidad invasiva... Todo estaba grabado en mi memoria, y sabía que, aunque estuviera en los brazos de Bryan, no sería tan fácil borrar ese instante de mi vida. 

Instantes después, Martín pasa por nuestro lado, adelantándose con pasos firmes. 

—¡Ya es tarde, tortolitos! ¡Vámonos! —grita mientras abre la puerta del auto, su tono cargado de impaciencia. 

Bryan suspira y murmura en mi oído: 

—Sigo sin agradarle a tu Martín. 

—Debe valerte m****a lo que él piense —respondo, encogiéndome de hombros.

—Y parece que a ti tampoco te agrada del todo. 

—Tenemos nuestras diferencias, por obvias razones —contesto mientras camino hacia el vehículo. 

—Me las contarás algún día. 

—Tal vez —digo, dejando escapar un pequeño suspiro antes de mirarlo y regalarle una sonrisa que oculta más de lo que revela. 

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP