CAPITULO 108

Martin

Habían pasado siete meses. Todo parecía estar en calma en Ipiales, un pequeño pueblo colombiano casi en la frontera. Me acostumbré a la rutina, al anonimato. Laura y yo habíamos encontrado un refugio temporal, una burbuja de tranquilidad que, aunque frágil, nos permitía respirar. Pero esa sensación de seguridad se desmoronó en un instante.

Acababa de salir de una tienda con una bolsa en la mano cuando lo vi. Era Rodrigo.

Me quedé helado. Mi cuerpo se tensó al instante, un escalofrío recorriéndome la espalda. Él también se detuvo, sus ojos reflejaban sorpresa y algo más… ¿Culpa? ¿Duda?

Rodrigo estaba nervioso. Lo veía en sus manos temblorosas, en cómo su mirada me escaneaba, como si estuviera decidiendo si hablar o actuar. Pero no le di tiempo. Giré sobre mis talones y salí corriendo en la dirección contraria.

Las calles eran estrechas, llenas de gente. Me movía rápido, esquivando vendedores ambulantes y motocicletas estacionadas. Mis pasos retumbaban en mis oídos. No sabía cuán
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