Capítulo 5

LAURA

Cierro los ojos al sentir su cercanía. Su aliento roza mi rostro, y mi mente se llena de un grito mudo de terror. No quiero esto, pero sé que no puedo detenerlo.

Sus labios apenas tocan los míos en un roce breve, un beso que parece una sentencia. Luego, siento su boca en mi frente, cálida y posesiva.

—Te amo —dice con una certeza que me desarma—. No voy a robarte un beso. Quiero que me los entregues. Porque voy a hacer que me ames.

Su voz es baja, casi un susurro, pero la promesa en sus palabras me deja temblando.

Martín no dijo nada durante el resto de la velada, pero sus ojos no dejaron de seguirme. Su mirada era un peso constante, y Bryan, por su parte, lucía incómodo, como si la culpa y la vergüenza lo consumieran.

Horas después, llegamos a casa. Mientras la familia entraba, aproveché el momento para despedirme de mi amado bajo la luz tenue del portal.

—¿Estarás bien? —preguntó Bryan, su tono preocupado mientras sus dedos jugaban con los míos.

—No te preocupes por nada —le respondí con una sonrisa que intentaba ser convincente—. Hablé con Martín, y todo está bien. Sabe que fue un malentendido.

Él suspiró, pero su expresión seguía tensa.

—De todos modos, él y yo nos debemos una charla. No quiero que esta mala relación empeore. —Hizo una pausa, y su voz bajó al susurrar—. ¡Ay! Nunca debí llevarte ahí.

—Olvida lo sucedido —intenté tranquilizarlo, acariciando su rostro con suavidad—. Fue especial, diferente. Estoy segura de que ese momento mágico hubiese sido inolvidable.

—No me calientes la cabeza, pequeña traviesa —respondió con una sonrisa torcida, acercándose para robarme un beso—. Porque si sigues así, romperé las reglas y te haré el amor aquí mismo.

Su abrazo fue cálido y su beso, tan profundo que me hizo sentir como si flotara. Por un instante, me llevó al cielo, pero incluso ese paraíso no pudo disipar del todo la sensación de asco que Martín había dejado en mí.

—No quiero que te vayas —murmuré, separándome apenas de sus labios.

—Tampoco quisiera irme, pero mañana tengo que estar temprano en el hospital —dijo con una mueca de pesar, rozando mi frente con la suya.

—Ojalá no tuvieras que irte.

—Cuando seas mi esposa, estaré contigo las 24 horas del día —prometió, con una sonrisa traviesa—. Tanto que te aburriré, y terminarás suplicándome que te deje sola.

—Jamás me aburriré de tu compañía. Te amo tanto —le respondí, con el corazón apretado.

—Yo muchísimo más —contestó, mirándome con una ternura que casi dolía—. ¿Sabes? Te debo una cena especial.

—Lo sé —le dije, sellando la promesa con un beso—. Gracias por estar aquí.

—La pasé genial esta noche —admitió, riendo suavemente—. Y soñaré con esa travesura frustrada por mucho tiempo.

—Creo que seguirá en mi cabeza para siempre —confesé, sonriendo a pesar de todo.

Un estridente Tiiiiiiiiiii—tiiiiiiiiiiii rompió el momento. Sus padres, impacientes, esperaban en el auto. Bryan me dio un último abrazo, fuerte y reconfortante, antes de correr hacia el coche.

Lo vi alejarse, su figura perdiéndose en la oscuridad, y al darme la vuelta, me encontré con Celina. Estaba saludando con la mano, despidiéndose de Joshiel, el hermano de Bryan.

Su mirada, cargada de un misterio que no lograba descifrar, me hizo sentir que esta noche, lejos de terminar, apenas estaba comenzando.

—¡Ay, qué suerte tienes, hermana! —exclamó Celina con un largo suspiro, llevándose las manos al pecho como si fuera a desmayarse—. Bryan es un amor. Tan lindo, guapo, inteligente, con un cuerpo de esos que te acalambran toda y… ¡Dios! —Se estremeció dramáticamente—. Un hombre de chocolate que cualquier mujer querría tener en su cama. Eres una m*****a afortunada.

Mientras seguía hablando, sus palabras comenzaron a desvanecerse en mi mente. Quizás era porque algo más ocupaba mis pensamientos: esa pequeña escena sospechosa que había presenciado antes. Mis ojos se entrecerraron mientras mi mente hacía un rápido análisis. Entonces, la respuesta me golpeó como un rayo.

—¿Desde cuándo te gusta Joshiel?

—¿Qué? ¡No! ¿Cómo…? Es que… bueno… —tartamudeó nerviosa, su rostro pasando de sorpresa a vergüenza—. ¿Cómo crees? Yo no podría… ¿Se nota demasiado?

Sonreí con complicidad y me acerqué a su oído para susurrarle:

—Tranquila, no se lo diré a nadie.

Se rió nerviosa y entró detrás de mí a la casa. Aseguré la puerta y subimos las escaleras riéndonos bajito, como niñas que acaban de compartir un secreto. Pero nuestro momento se interrumpió abruptamente cuando Martín apareció de improviso, saliendo de su habitación.

—¡Carajo! —exclamé en un sobresalto, deteniéndome en seco al verlo.

Celina aprovechó la tensión para escapar rápidamente a su habitación.

—Me adelantaré —dijo, dejándome sola con él.

Martín me miraba con esa expresión incómoda, una mezcla de intensidad y algo que no podía descifrar. Tenía los brazos detrás de la espalda, como si ocultara algo. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a estallar, hasta que finalmente habló:

—Espero que te guste. —Extendió una pequeña caja hacia mí, con un tono inesperadamente dulce—. No quise entregarlo frente a todos.

Luego de decir eso, me dedicó una mirada suave y se dio la vuelta, entrando a su habitación y cerrando la puerta con calma. Me quedé paralizada, sosteniendo el regalo en mis manos, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, caminé lentamente hacia mi cuarto, aún en estado de shock, cuando Celina asomó la cabeza por la puerta de su habitación y me jaló hacia adentro.

—¡Necesito hablar contigo, es urgente! —balbuceó, cerrando la puerta tras de mí.

Me dejé caer en su cama, todavía sorprendida por el inesperado regalo. Miraba la caja sin abrir, como si pudiera explotar en cualquier momento. Celina, siendo la curiosa que siempre ha sido, no tardó en fijarse en ella.

—¿Qué es eso? ¿Un regalo? —preguntó, con los ojos brillando de emoción—. ¿De Martín? ¡Ábrelo! Muero por saber qué te dio ese malhumorado que tengo como hermano.

—No creo que debas verlo —respondí, incómoda.

—¿Por qué no?

—Pues… —vacilé, buscando las palabras adecuadas—. Es complicado. ¿Y si es algo que deje claro que está interesado en mí? ¿Qué se supone que le diga luego?

—¡Ay, por favor! Ya déjate de pretextos y ábrelo, hermanita. ¡No me dejes en ascuas! ¡Ábrelo, ábrelo, ábrelo! — insiste.

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