LAURA
Cierro los ojos al sentir su cercanía. Su aliento roza mi rostro, y mi mente se llena de un grito mudo de terror. No quiero esto, pero sé que no puedo detenerlo.
Sus labios apenas tocan los míos en un roce breve, un beso que parece una sentencia. Luego, siento su boca en mi frente, cálida y posesiva.
—Te amo —dice con una certeza que me desarma—. No voy a robarte un beso. Quiero que me los entregues. Porque voy a hacer que me ames.
Su voz es baja, casi un susurro, pero la promesa en sus palabras me deja temblando.
Martín no dijo nada durante el resto de la velada, pero sus ojos no dejaron de seguirme. Su mirada era un peso constante, y Bryan, por su parte, lucía incómodo, como si la culpa y la vergüenza lo consumieran.
Horas después, llegamos a casa. Mientras la familia entraba, aproveché el momento para despedirme de mi amado bajo la luz tenue del portal.
—¿Estarás bien? —preguntó Bryan, su tono preocupado mientras sus dedos jugaban con los míos.
—No te preocupes por nada —le respondí con una sonrisa que intentaba ser convincente—. Hablé con Martín, y todo está bien. Sabe que fue un malentendido.
Él suspiró, pero su expresión seguía tensa.
—De todos modos, él y yo nos debemos una charla. No quiero que esta mala relación empeore. —Hizo una pausa, y su voz bajó al susurrar—. ¡Ay! Nunca debí llevarte ahí.
—Olvida lo sucedido —intenté tranquilizarlo, acariciando su rostro con suavidad—. Fue especial, diferente. Estoy segura de que ese momento mágico hubiese sido inolvidable.
—No me calientes la cabeza, pequeña traviesa —respondió con una sonrisa torcida, acercándose para robarme un beso—. Porque si sigues así, romperé las reglas y te haré el amor aquí mismo.
Su abrazo fue cálido y su beso, tan profundo que me hizo sentir como si flotara. Por un instante, me llevó al cielo, pero incluso ese paraíso no pudo disipar del todo la sensación de asco que Martín había dejado en mí.
—No quiero que te vayas —murmuré, separándome apenas de sus labios.
—Tampoco quisiera irme, pero mañana tengo que estar temprano en el hospital —dijo con una mueca de pesar, rozando mi frente con la suya.
—Ojalá no tuvieras que irte.
—Cuando seas mi esposa, estaré contigo las 24 horas del día —prometió, con una sonrisa traviesa—. Tanto que te aburriré, y terminarás suplicándome que te deje sola.
—Jamás me aburriré de tu compañía. Te amo tanto —le respondí, con el corazón apretado.
—Yo muchísimo más —contestó, mirándome con una ternura que casi dolía—. ¿Sabes? Te debo una cena especial.
—Lo sé —le dije, sellando la promesa con un beso—. Gracias por estar aquí.
—La pasé genial esta noche —admitió, riendo suavemente—. Y soñaré con esa travesura frustrada por mucho tiempo.
—Creo que seguirá en mi cabeza para siempre —confesé, sonriendo a pesar de todo.
Un estridente Tiiiiiiiiiii—tiiiiiiiiiiii rompió el momento. Sus padres, impacientes, esperaban en el auto. Bryan me dio un último abrazo, fuerte y reconfortante, antes de correr hacia el coche.
Lo vi alejarse, su figura perdiéndose en la oscuridad, y al darme la vuelta, me encontré con Celina. Estaba saludando con la mano, despidiéndose de Joshiel, el hermano de Bryan.
Su mirada, cargada de un misterio que no lograba descifrar, me hizo sentir que esta noche, lejos de terminar, apenas estaba comenzando.
—¡Ay, qué suerte tienes, hermana! —exclamó Celina con un largo suspiro, llevándose las manos al pecho como si fuera a desmayarse—. Bryan es un amor. Tan lindo, guapo, inteligente, con un cuerpo de esos que te acalambran toda y… ¡Dios! —Se estremeció dramáticamente—. Un hombre de chocolate que cualquier mujer querría tener en su cama. Eres una m*****a afortunada.
Mientras seguía hablando, sus palabras comenzaron a desvanecerse en mi mente. Quizás era porque algo más ocupaba mis pensamientos: esa pequeña escena sospechosa que había presenciado antes. Mis ojos se entrecerraron mientras mi mente hacía un rápido análisis. Entonces, la respuesta me golpeó como un rayo.
—¿Desde cuándo te gusta Joshiel?
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo…? Es que… bueno… —tartamudeó nerviosa, su rostro pasando de sorpresa a vergüenza—. ¿Cómo crees? Yo no podría… ¿Se nota demasiado?
Sonreí con complicidad y me acerqué a su oído para susurrarle:
—Tranquila, no se lo diré a nadie.
Se rió nerviosa y entró detrás de mí a la casa. Aseguré la puerta y subimos las escaleras riéndonos bajito, como niñas que acaban de compartir un secreto. Pero nuestro momento se interrumpió abruptamente cuando Martín apareció de improviso, saliendo de su habitación.
—¡Carajo! —exclamé en un sobresalto, deteniéndome en seco al verlo.
Celina aprovechó la tensión para escapar rápidamente a su habitación.
—Me adelantaré —dijo, dejándome sola con él.
Martín me miraba con esa expresión incómoda, una mezcla de intensidad y algo que no podía descifrar. Tenía los brazos detrás de la espalda, como si ocultara algo. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a estallar, hasta que finalmente habló:
—Espero que te guste. —Extendió una pequeña caja hacia mí, con un tono inesperadamente dulce—. No quise entregarlo frente a todos.
Luego de decir eso, me dedicó una mirada suave y se dio la vuelta, entrando a su habitación y cerrando la puerta con calma. Me quedé paralizada, sosteniendo el regalo en mis manos, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, caminé lentamente hacia mi cuarto, aún en estado de shock, cuando Celina asomó la cabeza por la puerta de su habitación y me jaló hacia adentro.
—¡Necesito hablar contigo, es urgente! —balbuceó, cerrando la puerta tras de mí.
Me dejé caer en su cama, todavía sorprendida por el inesperado regalo. Miraba la caja sin abrir, como si pudiera explotar en cualquier momento. Celina, siendo la curiosa que siempre ha sido, no tardó en fijarse en ella.
—¿Qué es eso? ¿Un regalo? —preguntó, con los ojos brillando de emoción—. ¿De Martín? ¡Ábrelo! Muero por saber qué te dio ese malhumorado que tengo como hermano.
—No creo que debas verlo —respondí, incómoda.
—¿Por qué no?
—Pues… —vacilé, buscando las palabras adecuadas—. Es complicado. ¿Y si es algo que deje claro que está interesado en mí? ¿Qué se supone que le diga luego?
—¡Ay, por favor! Ya déjate de pretextos y ábrelo, hermanita. ¡No me dejes en ascuas! ¡Ábrelo, ábrelo, ábrelo! — insiste.
LAURAAnte su insistencia de Celina, no tuve más remedio que ceder. Quité el papel regalo con cuidado, casi con temor. Mi corazón se aceleraba más y más mientras abría la pequeña caja. Y entonces, ahí estaba: un delicado perfume acompañado de un juego de aretes, cadena, pulsera.—¡Vaya sorpresa! —murmuré, sin saber qué pensar.Celina, en cambio, soltó un largo silbido de admiración.—¡Dios mío! —grita Celina, su emoción palpable—. ¡Están hermosos! Te juro que jamás pensé que Martín tuviera un gusto tan exquisito.Celina no podía dejar de sonreír, completamente emocionada. Pero luego notó mi expresión y su tono cambió.—¿Qué te pasa? Estás pálida. ¿No te gusta el regalo?—Es que no me esperaba esto —respondí, todavía un poco sorprendida.—¡Ay, claro! Pensaste que te regalaría una tanga o un gran consolador, ¿verdad? —se soltó a carcajadas.—¡Qué cosas dices, loca! —respondí, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de mi rostro.—Diría que, por esa cara roja, es exactamente lo que esperaba
LAURAVolvimos a reír. Pero entonces, un pensamiento me atravesó el alma. ¿Qué pasaría si decidiera exponer a Martín y su enfermizo amor? ¿Me apoyarían o simplemente aceptarían un romance con él? Para todos, él es un partido perfecto: un modelo de hijo y hermano, un hombre inteligente, respetuoso, lleno de valores y virtudes. Es prácticamente impecable, y su fastidio hacia Bryan es algo que se minimiza, se justifica.—¡Hermana! ¿Estás bien? De repente te quedaste perdida en el espacio —dice Celina.—No es nada, solo que... No sé. Pensaba en Martín y en lo molesto que es con mi relación.—Te confieso algo tonto, hermana, sin que te burles, pero desde hace algunos años he estado celosa de ti. No solo porque puedes estar con el hombre que amas, sino porque Martín te quiere más a ti. Al principio fue duro saber que ya no era la hermana preferida, me sentí apartada. Pero luego entendí que el amor se puede compartir, y que Martín sigue siendo mi hermano, y nos quiere por igual. —Dijo, un to
LAURA—¿Me amenazas, señorita? — pregunto risueña— Vamos, solo los he visto en mi imaginación, en las novelas perversas que leo, y he tocado solo el de Joshiel. Pero sé que el de Bryan es mágico.— Está dentro de los estándares normales. ¡Ok! ¡Satisfecha!— ¿Solo así? Creí que me lo describirías de arriba abajo. ¿Sabes? En mi opinión, lo importante de un pene es a quién va pegado. Qué tan sexy es el portador. No es lo mismo hacerle el amor a Bryan que a uno de sus parientes o a un desconocido. Se puede disfrutar del sexo, incluso teniendo un pitito, un pepino o uno de esos extraños medio torcidos, ¿verdad? Pero siempre terminas disfrutando más cuando existe amor y esa atracción que te acalambra todo con solo verlo —se estremece y suspira.Me quedo en silencio, sorprendida por su descaro, pero al mismo tiempo, algo fascinada por su visión tan abierta y sin tabúes.— Parece que sabes mucho de esto — le digo.— Bueno, estudio medicina y tengo que investigar —se ríe—. Aunque en este camp
LAURAÉl se acerca, sus labios rozan mi nuca, y una corriente eléctrica recorre mi cuerpo cuando su lengua la acaricia. Un suspiro escapa de mis labios, y trago saliva, luchando por recuperar el control que ya siento desvanecerse. ¿Cómo puedo resistirme a esto? ¿Por qué quiero que no lo haga?La verdad es que no quiero que se detenga, pero mi mente grita que debo ponerle freno. Mi respiración se acelera, y un calor indescriptible recorre mi piel. Pero algo en él, algo en esa calma inquietante, me hace sentir más atrapada, más perdida. No quiero pensar en las consecuencias, no ahora, no con él tan cerca, tan real.—Te deseo tanto, Laura, pero no voy a romper las reglas —susurra con suavidad, y esas palabras, aunque dulces, me hacen temblar aún más. Toma mi mentón con delicadeza, obligándome a mirarlo. Su mirada no se aparta de la mía—. Deja de resistirte, me deseas tanto como yo a ti. Tu cuerpo lo sabe, y no puedes evitar que responda como ahora lo hace —afirma, deslizando su mano izqu
LAURA—Solo pídelo —susurra Martín, y sus palabras resuenan en mi cabeza como un eco, una tentación que no puedo ignorar. —No, no, no —gimo, pero no es un grito de negación, sino de placer. Su lengua desciende a mi sexo, y en un instante, pierdo el control. —¡Dios mío! No puedo más. Un gemido escapa de mis labios, y los muerdo con fuerza, tratando de ahogar las palabras que no debería decir, las palabras que podrían traicionarme. Él vuelve a subir, acercándose a mi boca, y sus ojos me miran con un deseo tan intenso que me quema por dentro. —Nos deseamos, Laura —dice, su voz cargada de pasión—. Deseo tanto amarte. Sus labios se encuentran con los míos, y esta vez no me resisto. Lo beso con una vehemencia que me sorprende, arqueando mi espalda mientras sus dedos se mueven dentro de mí, siguiendo un ritmo que me hace perder la cabeza. —¡No! —grito, pero no es un grito de placer. Es un grito de angustia, de desesperación. Y de repente, despierto. Estoy agitada, con el corazón latie
LAURASe acerca a mis labios, y antes de que pueda rozarlos, una chispa de determinación atraviesa mi mente. Levanto mi rodilla con toda la fuerza que puedo reunir y ¡zas!, lo golpeo en la entrepierna.Un gemido de dolor lo obliga a soltarme, y retrocede tambaleándose.—Nunca más vuelvas a tocarme —digo, con voz firme y la respiración agitada.—Llegará el día en que te tome entre mis brazos y te haga el amor de una manera tan intensa que jamás querrás a otro hombre en tu vida.Sus palabras caen como un golpe y, antes de pensarlo, mi mano cruza su rostro con una bofetada cargada de rabia.—Estás enfermo. ¡Mírate! Ya no eres mi héroe de infancia. Ahora eres el monstruo bajo la cama que no quiero encontrar.Él apenas parpadea, como si mi rechazo no tuviera peso alguno. Da un paso hacia mí, y yo retrocedo instintivamente. Antes de darme cuenta, mi espalda toca la fría pared, atrapándome sin salida.—Seré el hombre que te haga gritar de placer —dice, colocando sus manos a los lados, cercán
Celina se pone nerviosa.—Buenos días, hermano.—Eso está mejor. —Martín sale de la habitación con pasos firmes, visiblemente enfadado.Celina entra justo después, y mi mente queda en blanco mientras intento encontrar una excusa coherente. Todo parece ir en cámara lenta mientras la veo cruzar el umbral.—¿Qué hacía aquí ese grosero? —pregunta con curiosidad.—Eh… Martín estaba ejercitándose, como siempre, ya sabes… —respondo con nerviosismo, buscando algo creíble. Entonces veo mi laptop encendida en el escritorio y la inspiración llega—. Al bajar a la cocina, lo encontré tomando agua y le pedí que me ayudara con un problema en mi computadora. Tengo un examen y no encontraba un archivo importante. Resulta que lo había eliminado sin darme cuenta. —Sonrío débilmente, intentando sonar convincente.Celina me mira con una media sonrisa, dudando.—En eso es un experto. El mejor. —comenta, y no sé si ha creído mi excusa o está jugando conmigo.—Sí, lo es. —Intento desviar la conversación—. ¿Y
LAURAPor ahora, no me molesta del todo. Mi prioridad era obtener la aprobación para salir de casa, y eso ya lo logré. Si Martín tiene sus planes, yo tengo los míos. Veremos quién se sale con la suya al final.Unas horas más tarde, camino a la universidad, Celina permaneció en silencio. Supongo que mi decisión de irme la tomó por sorpresa. Aunque me brindó su apoyo, el pensar que estará sola la entristece profundamente. Desde hace diez años soy más que su hermana: su compañera, su amiga, su cómplice en locuras. Ahora, la idea de que me aleje la atormenta.Por otro lado, para Ramiro, mi partida es la oportunidad perfecta para romper las reglas que hasta ahora lo han mantenido a raya. Llegamos al estacionamiento de la prestigiosa Pontificia Universidad Javeriana, y el ambiente se siente algo tenso.—Desde que salimos de casa, no has dicho nada —le digo a Celina al bajar del auto, intentando romper el hielo.—Es que todavía estoy asimilando tu ausencia —admite, con un tono apenado.—No m