Me tragué las palabras ante el rostro inexpresivo de Austin. Sus cejas pobladas estaban fruncidas.
―¿Por qué no miras por dónde vas? ―Me gritó con su mandíbula apretada.
Sus ojos bajaron por mi cuerpo, no de forma lujuriosa. Terminó viendo mis pies descalzo cubiertos de tierra.
―¿Por qué te encuentras en ese estado? ¿Y tus zapatos?
― ¡No es de tu incumbencia! ―dije, exaltada―. Una disculpa por meterme en tu camino.
Me retiré con el mentón elevado, pasando frente al coche.
Ya me disculpé, no tenía razones para quedarme a sociabilizar. Y si ya no iba a ser la esposa de Williams White no tenia que fingir ser amable con sus colegas de profesión.
―¡Oye! ―Me gritó y lo ignoré.
Crucé la calle, siguiendo mi camino, aunque no sé a qué camino me dirigía.
Necesitaba idear un plan para conseguir un lugar donde dormir.
―¿No me escuchas?
Mi primer movimiento: vender las joyas que traía encima.
Salí sin mi bolso, mi billetera, mis tarjetas, ni siquiera traía mi celular. Y ni hablar sobre los tacones que dejé en el salón principal.
―¿Vas hacer que te siga? ―habló en voz alta, molesto.
Lo escuché maldecir, mas lo ignoré. No estaba de humor para discutir con ese ser desagradable.
Segundo movimiento: Ir al hotel más cercano.
Mis pies estaban magullados y heridos, no pensaba caminar mucho. A menos que mi paso dos fuese pagar un taxi… No, no debería gastar dinero de esa manera. Quien sabe cuantos días estaremos en esta guerra. Pero sé que tendrá que volver rogándome para que regrese. Esta decisión la tomó de manera precipitada. No puedo permitir que todo mi esfuerzo se vaya por la borda, no lo soporté por cinco años en vano.
―¿Crees que es divertido? ¡Estás jugando con mi paciencia, mujer! ―Su entonación era cada vez más grave.
¡Esperen! ¿Qué hora era? ¿Habría alguna casa de cambio abierta a altas horas de la noche?
El Cadillac XT6 apareció a mi lado, avanzaba a mi ritmo, como una tortuga. El conductor bajó su ventanilla.
―¿Y tu esposo?
Tu esposo esto, tu esposo aquello… Todo es mi esposo, mi mundo gira en su entorno.
―¡Que yo voy a saber! No soy su niñera.
Continué avanzando y el coche no se iba, seguía a mi lado. Pero no dejé que eso me distrajera de mis pensamientos.
No he ido a una casa de cambio en mi vida, no conozco sus horarios ni ubicaciones.
―¿Conoces alguna casa de cambio por aquí cerca?
Frunció el ceño; sus profundos ojos color avellanas relucían en la oscuridad.
―¿Para qué?
―Pues, para cambiar. Por eso es una “casa de cambio” ―hablé con cansancio.
Volteó los ojos.
―Conozco una casa de cambio. Te puedo llevar ―Desvió la mirada al hacerme tal ofrecimiento, como si le molestará el hecho de que pensara que estaba siendo amable.
Ahora la que frunció el ceño fui yo. Analicé el coche detenidamente para volver a observar al conductor.
―Tú y Williams se llevan mal ―No era una pregunta.
Enarcó una ceja.
―¿Por qué piensas que nos llevamos mal?
Imité su gesto con la ceja, por lo absurdo de la pregunta. En algún punto de la conversación, comencé a caminar más lento.
―No me puedo subir a tu coche. No sé que tan mal está la relación entre ustedes. ¿Y si me haces algo malo?
Detuvo el coche y se bajó del mismo. Se acomodó el saco de vestir, viéndome con firmeza.
Retrocedí por instinto.
―“Algo malo”. ¿Qué estás intentando decir?
Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, retándome a repetir las palabras mientras lo miraba a los ojos. Me paré frente a él, cruzando mis brazos sobre el pecho. Estaba tan cerca que podía sentir su varonil fragancia. Su altura era envidiable e hice lo posible por calmar mi pulso acelerado.
―Creo que fui muy clara. No estoy de humor para discutir, déjame en paz.
―Si tanto quisiera secuestrarte ya lo habría hecho. Es de noche, no hay nada ni nadie alrededor. Sería fácil meterte en el auto y raptarte. En su lugar, estoy aquí, dialogando contigo a pesar de tus malos tratos ―habló con frialdad, claramente molesto por mis palabras. Y creo que hasta parecía… afectado, herido.
No respondí, me sentí incomoda por su actuar; por sus expresión lastimera que quería ocultar. Intentó esconderlo pasando su mano por su cabello color miel, pero no lo logró.
―¿Harías el favor de introducirte en el coche? ―suspiró―. No es correcto dejar a una dama vagando por una calle desierta y oscura.
Mi orgullo me gritaba que me negara, pero mi razonamiento me decía que no me guiara por mi orgullo. Miré hacía atrás, efectivamente, no había ni un alma en las calles y todo era tan silencioso que podía escuchar a los búhos cantar. Avergonzada, subí al coche.
El auto olía a su colonia. Me removí en el asiento, incomoda. Él subió como si nada y arrancó.
―¿Dónde queda? ―pregunté con naturalidad.
―A unas cuadras de aquí.
¿Tan cerca? No tenía ni idea de que teníamos una casa de cambio tan cerca de la mansión. Tal vez porque jamás me interesó salir mucho de compras, prefería las compras online. Solo salía para reunirme con las esposas de los socios de mi esposo, para, ya saben… interpretar el papel de esposa perfecta y mimada.
Esos pensamientos solo me pusieron de mal humor.
En el corto transcurso en coche, noté los ojos del señor Cooper sobre mí en varias ocasiones. Respiré profundo para evitar sentirme inquieta.
Se estacionó frente a lo que yo suponía era la casa de cambio. Me sacó de lugar el estado del “local”. Se veía lúgubre y viejo, mal cuidado. Lo que debería ser el letrero con el nombre del sitio, no era más que un cartel con los colores corrido y la pintura caducada, cubierto de suciedad. Y no hablemos de las paredes necesitadas de un retoque con urgencia y las ventanas tan empolvadas que ni siquiera se podía ver el interior.
―¿Cómo conoces este lugar? ―pregunté, verdaderamente confundida.
La única forma de saber que esto es una casa de cambio es entrando, porque ni por accidente se pensaría que lo es. Si recuerdo pasar por esta calle una que otra vez cuando salía en coche, pero siempre pensaba que era algún local abandonado y sin dueño.
Lo dudó, como si fuera algo muy importante y al mismo tiempo secreto.
―Aquí terminó un objeto muy valioso para mí.
Me miró como si estuviera esperando que dijera algo, cosa que no hice.
―Una cadena… ―Una vez más, hizo una pausa, me veía fijamente.
Estoy segura que quería que participará en la conversación. Su mirada era expectante, como si buscará una respuesta en mí.
―Una cadena de oro ―prosiguió.
Suspiró, derrotado. Se bajó del coche sin más.
Creo que ya sabía lo que quería que le preguntara.
Me bajé del coche con prisa, siguiéndolo hasta la acera.
―¡Oye! Esa cadena… ―Me miró con algo parecido a la esperanza dibujando su rostro―. ¿La encontraste?
Su rostro se ensombreció por un segundo. No acertado y no comprendía que quería que dijera. Pero una vez más, la esperanza cruzó su rostro.
―Sí. ¿Por qué? ―habló con lentitud.
―Curiosidad.
Su mirada estaba llena de decepción. Quiso fingir lo contrario pero no pudo.
Abrió la puerta y campana sonó. Su gesto me hizo pensar que era una forma de cerrar esta incomprensible conversación, de fingir que jamás pasó. Creo que sería lo mejor, también pudo ser que yo me haya inventado todo este circo sobre sus gestos.
Porque, ¿por qué el esperaría que yo respondiera algo sobre su vida? Jamás he visto a este hombre. He escuchado hablar de él, solo cosas negativas de parte de mi marido. Y nunca mencionó nada sobre una cadena.
Permitió que yo pasara primero, como todo un caballero. Di un paso atrás al escuchar crujir una tabla de madera del suelo. Los estantes estaban abarrotados hasta más no poder, llenos de objetos diversos. No tenían un orden en si. Joyería, ropa, instrumentos musicales, decoraciones del hogar; todo estaba regado y amontonado. Hasta había unos muñecos muy feos que en lugar de comprarlos deberían ser exorcizados.
Una mano se posó en mi espalda, invitándome avanzar. Observé al señor Cooper por encima del hombro, su vista estaba clavada al frente. Me tocó con tanta normalidad como si fuéramos cercanos. Con cada paso recolectaba una gran cantidad de polvo. Llegué a pesar que la calle estaba más limpia que este lugar. Seguí caminando, dudosa. Sabía que las plantas de mis pies tenían algunos raspones abierto por caminar descalza en la calle, sentía el ardor mezclado con una ligera comezón en mi piel sensible, y eso me asustaba, con todo el polvo que estaba agarrando estaba segura que se me iban a infectar las heridas.
Justo pasé junto a unas sandalias y deseé llevarlas puestas. Lucían nuevas. Eran negras, tenía dos tiras que pasaban sobre los dedos y otro tira más que se encargaba de sujetar el tobillo. Sencillas pero funcionales y cómodas, es justo lo que necesitaba en aquel momento. No tacones, no zapatos deportivos. Mis pies adoloridos no aguantarían aquel martirio.
Llegamos al mostrador de madera, solitario. Toqué una campana colocada frente a mí. Vi mis dedos manchados de polvo, voltee a ver al señor Cooper con total inocencia, enseñándole mis dedos. Con mi expresión dejé en claro lo afectada que me encontraba por todo el polvo que me rodeaba. Se rio por mi gesto. Aproveché el momento de intimidad y comodidad que tuvimos y abusé de su confianza. Me limpié de su saco, sonriendo con ternura luego de haber cometido tal maldad. No iba a ensuciar mi vestida.
―¡Kari! No hagas eso ―Se quejó, con algo parecido al cariño y la familiaridad en su voz.
Mi cabeza se inclinó a un lado.
―¿Kari?
Me sacó de onda que haya utilizado un diminutivo de mi nombre. Nadie me ha llamado Kari, ni siquiera mi padre. Siempre he sido Karina, simple y seco.
Este hombre al cual aseguraba que le caía mal por no sé cuál razón, acababa de llamarme de una manera muy personal, como si nos conociéramos de toda la vida.
Tragó saliva y miró a cualquier otra parte.
―¿Por qué me llamaste Kari? ¿Nos conocemos de algún lado? ―Volví a preguntar.
No pensaba dejar este tema atrás.
―¿Ese no es tu nombre? ―preguntó, pasándose las manos por el cabello. ―Mi nombre es Karina, no Kari ―Me señalé a mi misma. ―Pero es un diminutivo de tu nombre. Tus amigos deben llamarte…―No. Nadie nunca me ha llamado así ―Lo interrumpí. No sé por qué, pero me inquietó escucharlo llamarme así. Me provocó un hormigueo en mi espina dorsal. No. Se sintió diferente, como si ya hubiera vivido esto. ¿Es acaso lo que las personas llaman deja vu? La boca de Austin Cooper se abrió y volvió a cerrarse. Un hombre mayor salió de una puerta detrás del mostrador y se aproximó a nosotros. Mi acompañante se relajó ante la interrupción.―¿Qué quieren? ―El frágil y demacrado anciano se dirigió a nosotros de mala gana. Me impresionó tal trato a sus cliente. Carraspeó y escupió en una cubeta. O al menos espero que haya sido en una cubeta y no en el suelo, de nuestro lado del mostrador no se puede apreciar nada que esté en la parte inferior, gracias a Dios. ―¿Y entonces? ―gritó el viejo cascarr
Fijé mi vista en los billetes verdes mientras eran dejados sobre el mostrador. El lugar estaba en silencio. El señor Cooper estaba detrás de mí, su fragancia era fuerte y varonil. Me negué a verlo. Con cada billete que soltaba yo exhalaba, liberando presión y rabia. Ya estaba harta de estar en medio de los hombres poderosos. No resistía más siendo utilizada para su beneficio. No sé preocupaban por mis intereses, solo por los suyos. Solo era un peón en su juego. Una vez que ya no servía me desecharan, como lo hizo mi esposo. Era tan humillante. Maldito Williams, haría que se arrepintiera. Yo sé que se dará cuenta que tomó una decisión apresurada. Solo habló desde el odio. Debía admitir que esperaba que él me pidiera regresar. Y eso me hacía sentir miserable, porque siempre dependí de Williams y mi padre. Resultaba vergonzoso, pero era la vida que escogí al casarme con él. Si se divorcia de mí, no me quedarán más que las sobras y tendría que humillarme a mí misma para que me deje v
Pasos, voces, oscuridad. No sé si era parte de mi sueño o estaba despierta, mas me negaba abrir los ojos. Unas fuertes manos me rodeaban el pecho y los muslos. Solo podía ver oscuridad. Pero había algo que reconocí, un olor… un perfume. Lo sentí tan familiar y al mismo tiempo tan nostálgico, como si tuviera años sin olerlo. Y sabía a quién le pertenece y era por eso que se me hacía tan extraño que me resultara familiar. Era el de Austin. Morfeo me estaba llamando y no me pude resistir a la tentación, volví a caer rendida.…. Unas manos recorrían mis adoloridos pies, los acariciaba. Era relajante, hasta que me comenzó arder y me desperté del susto. Lo primero que vi fueron los ojos de Austin, avellanas. Sí, definitivamente no eran dorados ni cobre, eran avellanas tildando a dorado. Creí que empecé a delirar e imaginar cosas, porque vi un destello, una imagen en mi mente de esos mismos ojos viéndome. ¿En dónde? ¿Cuándo, cómo? El pecho me subía y bajaba a gran velocidad. Él se encont
Austin parpadeó, cayendo en cuenta de sus propias palabras. Dudó, lo vi en sus ojos. ―Lo supuse. ―¿Y por qué supones eso? ¿Qué te llevó a tal conclusión? Las sienes me palpitaban, el dolor se volvió insoportable.―Por como ignorabas las conversaciones cuando se tornaban sobre el trabajo, negocios…―Esa es una respuesta muy vaga y un análisis muy superficial. Puedo ignorar la conversación por muchas razones; aburrimiento, charlas que escucho todas las noches, negocios que no son míos. Enumeré cada una de las opciones. La silla rechinó al levantarse abruptamente. ―No me voy a poner a discutir ridiculeces en estos momentos. Es de madrugada y no estoy de humor.―¡Esto no se va a quedar así! ¿Por qué estás tan interesado en mi matrimonio? Le grité. Se detuvo en la puerta, viéndome. Cuando pensé que iba a decir algo, terminó dándose la vuelta y saliendo. Pero pude escuchar un susurro, o tal vez me lo imaginé. “Esta no es la vida que tú querías”. Me dejó sola con mis dudas. Los
Austin me sonrió con suficiencia. ―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría? ―No. Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no. Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error. Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto. ―¿Nos conocimos en la secundaria? ―No. De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué. ―¿Nos conocimos en preparatoria? ―No.―¿Nos conocimos en la universidad?―No. ―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada. Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar. ―Aquí no fue. Utilizó el vacío legal par
Austin invadió mi boca, introduciendo su lengua, causándome escalofríos. Intenté defenderme, pero entre más jugaba con mi lengua, más me costaba alejarme. Ese sabor tan culposo como placentero estaba ganando la batalla. No me dejaba descansar y tampoco quería que lo hiciera. Fue dominante, posesivo. Siempre controló el juego. Mis manos fueron a su pecho, me propuse apartarlo y no lo logré. Sus músculos se notaban apretados contra mis manos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas, el vientre me hormigueaba, mis emociones me traicionaban, al igual que todo mi cuerpo. ¡Estaba casada! ¡Quería recuperar mi matrimonio! ¡Debía serle fiel!¡No podía tener una aventura siendo una mujer casada!¡No podía traicionar a mi esposo! Mis pensamientos se convirtieron en humo. Mi cuerpo no obedecía. En algún punto terminamos contra la puerta del baño. Sus manos viajaron por mis piernas desnudas, para luego tocar zonas indebidas que estaban cubiertas por la ropa. No podía negarlo, mi zo
Entré a paso firme. Mi mirada fue directo al hombre sentado frente a un escritorio, con su cabeza enterrada en unos papeles. No me molesté en ver las paredes de cristal, para evitar desmayarme. ―Padre ―anuncié. ―Te estaba esperando ―dijo sin levantar la vista, pero pude notar como comenzó a escribir más rápido para prestarme atención. Nunca dejaba un papel a la mitad, debía terminarlo y luego es que hablaba. Y efectivamente, Williams le contó a mi padre. Esto era un trato de negocios, es normal que lo hiciera. Pero me molestaba, ya que lo mostraba muy decidido. Una vez que terminó, soltó el lápiz y levantó su cabellera rubia canosa. A diferencia mi persona, él si era rubio natural. Yo no. Me pintaba el cabello desde hace varios años, es que me hacía parecer más su hija de ese modo. Apenas que un mechón negro se comenzaba a notar, no tardaba en echarme tinte. Miré el rostro de mi padre, esperando divisar la molestia y la decepción en sus ojos café, pero encontré calma y tranqu
Transcurso del día siete desde que recuperamos nuestro matrimonio (antes de la tragedia): Me dormí a las una de la madrugada. Tuve un sueño espeso, tan vivido y al mismo tiempo, tan extraño. No tenía sentido, eran pequeños fragmentos de segundos. Era como si me pusieran escenas al azar, repartidas como un rompecabezas que necesitaba armar. Aunque ese no era el problema; todo lo veía borroso. Como si fuera una sección de mi cerebro que estaba bajo mantenimiento. Mi maleta estaba hecha un desastre… No había nadie ahí, pude sentir rabia y furia. Tiraba cosas dentro de la maleta. Era… ¿Era yo? ¡Eran mis manos! La escena cambiaba. Un día sombrío en la playa, una playa que desconocía, pero ahí estaba. Pude escuchar truenos, la piel se me erizó. La escena cambiaba. Oscuridad, seguida de música. Era un grupo musical, pero no sabía cuál. ¡No! Si lo conocía. Mis huesos recordaban la melodía, pero mi cerebro no. La he escuchado en algún lado, pero, ¿dónde? La escena cambiaba. El tors