Pasos, voces, oscuridad. No sé si era parte de mi sueño o estaba despierta, mas me negaba abrir los ojos. Unas fuertes manos me rodeaban el pecho y los muslos. Solo podía ver oscuridad. Pero había algo que reconocí, un olor… un perfume. Lo sentí tan familiar y al mismo tiempo tan nostálgico, como si tuviera años sin olerlo. Y sabía a quién le pertenece y era por eso que se me hacía tan extraño que me resultara familiar. Era el de Austin.
Morfeo me estaba llamando y no me pude resistir a la tentación, volví a caer rendida.
….
Unas manos recorrían mis adoloridos pies, los acariciaba. Era relajante, hasta que me comenzó arder y me desperté del susto. Lo primero que vi fueron los ojos de Austin, avellanas. Sí, definitivamente no eran dorados ni cobre, eran avellanas tildando a dorado. Creí que empecé a delirar e imaginar cosas, porque vi un destello, una imagen en mi mente de esos mismos ojos viéndome. ¿En dónde? ¿Cuándo, cómo?
El pecho me subía y bajaba a gran velocidad. Él se encontraba sentado en una silla, frente a la cama, junto a mis pies. Ya no llevaba su saco, solo la camisa de vestir blanca con las mangas recogidas, dejando ver sus antebrazos. La corbata estaba desatada, le caía como una bufanda y los primeros botones de su camisa estaban sueltos, dejando ver su cuello. No podía negar que la imagen era gloriosa.
En su mano había algodón y alcohol. Eso explicaba el dolor.
¡Espera! ¿Dónde estaba?
La habitación era blanca y pulcra. Las ventanas grandes y corredizas. El lugar carecía de personalidad y calidez, me daba vibras robóticas y formales.
La cama era lo más cerca a la comodidad, era algo rígida pero cumplía su función.
La habitación era muy normal, el problema es que no reconocía el lugar.
―¿Dónde estoy?
Austin se aclaró la garganta.
―Estás en una de mis propiedades.
Propiedades.
Casi se me olvidaba que de eso se basa la fortuna Cooper. Adquieren y venden propiedades, ya sea viviendas, escuelas, hospitales, fábricas. Las mejoran y las venden al mejor postor. Tienen otras empresas que se encargaban de áreas que se conectaban a las propiedades. Como bienes raíces, fabricación de inmueble y de materiales industriales; cemento, pegamento, cerámicas.
Y sus empresas eran una de las razones por la cual mi esposo le tenía tanto odio. Williams era dueño de una constructora, y las constructora necesitan materiales como los que ya mencioné anteriormente; cemento, pegamento, cerámicas, ect. Adivinen cual es la empresa de fabricación de materiales industriales más grande y a quien no le venden. Exactamente. Austin es la cabeza de la fortuna Cooper y no hace negocios con mi esposo. Esa es una de las razones por la que lo odia. Aunque no entiendo que habrá hecho Williams para que Austin lo pusiera en la lista negra.
Y otra de las razones por la que mi marido y el resto de empresarios de este país le tiene tanto odio, es más por cuestiones nacionales, patrióticas. Los Cooper son dueños de un jugoso porcentaje de propiedades del país, como: casas, apartamentos y hoteles (pero no están en funcionamiento). Así como también poseen terrenos muy codiciados. Muchos millonarios le han ofrecido comprar las zonas para construir parques de diversiones, acuáticos, piscinas, centros comerciales. Pero él se niega a soltar los lugares, pese a no estar usándolos y no tener planes de sacarle provecho, seguía aferrado a no vender. Por lo cual lo consideraban un retroceso para la expansión monetaria del país. No lo bajan de egoísta porque prefiere hacer negocios en otros países y enriquecer a otros países en lugar del suyo.
Siempre he escuchado de Austin Cooper por mi marido, conozco más de los negocios de Austin que de mi propio esposo. Cómo siempre se la pasaba hablando de él. Jamás me ha interesado el mundo de los negocios ni las personas que lo manejan. No me apasionaba para nada.
―Exactamente, ¿dónde?
―A las afueras de la ciudad.
Me revolví en la cama, sentándome sobre la misma. Me percaté de mis piernas descubiertas. Miré mi atuendo, que no era más que una camisa gris de manga corta.
―¿Y mi ropa? ―dije, asustada.
Levantó las manos como un criminal entregándose a la justicia.
―No mal pienses. Solo te cambié la ropa.
Me sonrojé ante la imagen de Austin despojándome de mi vestido. ¿Cuál fue la ropa interior que había escogido?
Ah, ya. Era linda y sexy. Muy bien.
―¿Y cuál era la necesidad de cambiarme?
Tomé el dobladillo de la camisa que me llegaba hasta los muslos. Pude ver cómo los ojos del señor Cooper se dirigieron aquella zona y volvió rápidamente a mirarme el rostro, actuó como si nunca hubiera hecho eso.
―Estabas sudada y el vestido sucio.
Si antes estaba sonrojada, ahora mis mejillas estaban en llamas. Que vergüenza de imagen debí haber dado.
―Cosas que pasan cuando caminas por muchas horas ―Me defendí.
―No lo dudo.
Vi un tazón con agua, algunas toallas pequeñas y otras toallitas para bebé. Enseguida entendí que no solo cambió mi ropa, también limpió mi cuerpo.
No pude ni mirarlo a los ojos, vio más allá de lo que se consideraba decente. Me toqué encima de la ropa, sintiendo mi sostén. Muy bien, si tenía eso, entonces debía tener puestas mis bragas. Al menos no conocía las partes más privadas de mi cuerpo.
Bostecé, con los ojos ardiéndome.
―Deberías dormir, yo solo limpiaré las heridas.
Cuando iba agarrar mis pies, me encogí. Pegué mis rodillas contra mi pecho.
―Solo voy a curarte las heridas ―repitió.
Había honestidad en su mirada. Fui relajando las piernas hasta estirarlas completamente. Tomó mis pies entre sus manos y comenzó a presionar unos algodones. Me ardía y escocía. Aparté los pies varias veces, hasta que comencé acostumbrarme a la sensación. Mi mente divagó al ver el entorno tan íntimo en el que nos encontramos.
La única persona con la que he compartido cama es Williams. Le entregué mi pureza, mi cuerpo, mi tiempo, mi juventud, mis sueños. Y él me entregó unos papeles de divorcio.
Comenzó a rociarme un líquido frío y transparente.
―Pareces que tienes mucha experiencia curando herida, ¿en dónde adquiriste los conocimientos? ―Hice lo posible para desviar mi mente de aquellos pensamientos, una conversación siempre es la mejor opción.
―Tuve muchas peleas en mi adolescencia y en la universidad ―Se mofó con un destello de tristeza en su mirada. Casi imperceptible.
―No me puedo imaginar a un Austin problemático y sin riendas, ni siquiera de adolescente.
―Podía ser un gran dolor en el trasero para mis padres.
Sus padres… Esta noche es mi primera vez conociendo personalmente a Austin, pero siempre había escuchado hablar de él, mas no conocía su rostro. Siempre lo mantuvieron en secreto, lejos del ojo público, ocultando su identidad. En cambio, sus padres si eran muy conocidos, no había persona que no hablara de ellos, ni de la tragedia que ocurrió durante la época vacacional. Los periódicos estallaron la mañana siguiente, informando sobre la muerte del Señor y la Señora Cooper. Un accidente en la nieve, una ventisca helada que dejó atrapada a la pareja en una casucha en el bosque, luego de una avalancha. Resistieron por más de tres días encerrados en ese lugar, bajo metros y metros de nieve. Al encontrarlos, no murieron de hambre, tampoco de sed, fue el frío el que los mató. Murieron abrazados, congelados. Fue hace tres años, pero es una noticia que no podré borrar de mi mente.
De lo poco que los conocí, siempre estaban sonrientes. No expedían esa vibra calculadora digna de los empresarios promedios. Ellos destellaban calidez y alegría a cualquier reunión que asistían. Tras su muerte, Austin y su hermana Maya, se hicieron cargo de la empresa y la fortuna. Pero se mantuvieron alejados del país, fuera de las cámaras y muy poco asistían de forma presencial a las reuniones.
―¿Qué edad tienes? ―pregunté, pesos a qué sabía la respuesta.
Eso atrajo su atención, tal vez por mi repentino interés en su persona.
―Veintiséis años.
Williams se había equivocado, me había dicho que tenía veinticinco. Entonces, es un año mayor que yo.
Eso significa que tenía veintitrés cuando ocurrió todo. Cuando su mundo dio vueltas sin detenerse.
―Solo eres un año mayor que yo.
Era muy joven cuando tuvo que hacerse cargo de toda la fortuna. A esa edad apenas su padre le debía estar enseñando lo básico, seguro aún estaba aprendiendo desde el fondo, encargándose de la fotocopiadora o algo por el estilo.
Que de un día para otro tengas sobre tus hombros el sustento de miles de empleados y un legado que mantener. Muy difícil.
―Sí, solo un año… Eres muy joven, Karina. Muy joven para haber sido casada con un hombre que es siete años mayor que tú.
Su comentario deslizó veneno bajo su lengua.
―¿Disculpa?
―¿Qué? ―Fingió ignorancia luego de lanzar su comentario pasivo agresivo.
―¿Por qué te metes en mi matrimonio? ―dije, ofendida.
―¿Qué? ¿Me vas a negar que fue un matrimonio forzado? ¿Me vas a decir que te casaste por amor? ―Ahora es él el que se encontraba ofendido.
―¿Y eso que importa?
Aparté mis pies, molesta.
―¿Te parece justo que hayas tenido que cambiar toda tu vida y compartirla con un hombre que no amas solo para expandir el imperio Call?
―Así son los negocios.
―Tu vida no es un negocio, ni siquiera te gusta este mundo.
Iba a gritarle por ser un entrometido, por hablar de un asunto que no le corresponde siendo un desconocido. Pero… sus palabras.
―¿Cómo sabes que no me gusta el mundo de los negocios?
Austin parpadeó, cayendo en cuenta de sus propias palabras. Dudó, lo vi en sus ojos. ―Lo supuse. ―¿Y por qué supones eso? ¿Qué te llevó a tal conclusión? Las sienes me palpitaban, el dolor se volvió insoportable.―Por como ignorabas las conversaciones cuando se tornaban sobre el trabajo, negocios…―Esa es una respuesta muy vaga y un análisis muy superficial. Puedo ignorar la conversación por muchas razones; aburrimiento, charlas que escucho todas las noches, negocios que no son míos. Enumeré cada una de las opciones. La silla rechinó al levantarse abruptamente. ―No me voy a poner a discutir ridiculeces en estos momentos. Es de madrugada y no estoy de humor.―¡Esto no se va a quedar así! ¿Por qué estás tan interesado en mi matrimonio? Le grité. Se detuvo en la puerta, viéndome. Cuando pensé que iba a decir algo, terminó dándose la vuelta y saliendo. Pero pude escuchar un susurro, o tal vez me lo imaginé. “Esta no es la vida que tú querías”. Me dejó sola con mis dudas. Los
Austin me sonrió con suficiencia. ―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría? ―No. Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no. Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error. Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto. ―¿Nos conocimos en la secundaria? ―No. De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué. ―¿Nos conocimos en preparatoria? ―No.―¿Nos conocimos en la universidad?―No. ―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada. Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar. ―Aquí no fue. Utilizó el vacío legal par
Austin invadió mi boca, introduciendo su lengua, causándome escalofríos. Intenté defenderme, pero entre más jugaba con mi lengua, más me costaba alejarme. Ese sabor tan culposo como placentero estaba ganando la batalla. No me dejaba descansar y tampoco quería que lo hiciera. Fue dominante, posesivo. Siempre controló el juego. Mis manos fueron a su pecho, me propuse apartarlo y no lo logré. Sus músculos se notaban apretados contra mis manos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas, el vientre me hormigueaba, mis emociones me traicionaban, al igual que todo mi cuerpo. ¡Estaba casada! ¡Quería recuperar mi matrimonio! ¡Debía serle fiel!¡No podía tener una aventura siendo una mujer casada!¡No podía traicionar a mi esposo! Mis pensamientos se convirtieron en humo. Mi cuerpo no obedecía. En algún punto terminamos contra la puerta del baño. Sus manos viajaron por mis piernas desnudas, para luego tocar zonas indebidas que estaban cubiertas por la ropa. No podía negarlo, mi zo
Entré a paso firme. Mi mirada fue directo al hombre sentado frente a un escritorio, con su cabeza enterrada en unos papeles. No me molesté en ver las paredes de cristal, para evitar desmayarme. ―Padre ―anuncié. ―Te estaba esperando ―dijo sin levantar la vista, pero pude notar como comenzó a escribir más rápido para prestarme atención. Nunca dejaba un papel a la mitad, debía terminarlo y luego es que hablaba. Y efectivamente, Williams le contó a mi padre. Esto era un trato de negocios, es normal que lo hiciera. Pero me molestaba, ya que lo mostraba muy decidido. Una vez que terminó, soltó el lápiz y levantó su cabellera rubia canosa. A diferencia mi persona, él si era rubio natural. Yo no. Me pintaba el cabello desde hace varios años, es que me hacía parecer más su hija de ese modo. Apenas que un mechón negro se comenzaba a notar, no tardaba en echarme tinte. Miré el rostro de mi padre, esperando divisar la molestia y la decepción en sus ojos café, pero encontré calma y tranqu
Transcurso del día siete desde que recuperamos nuestro matrimonio (antes de la tragedia): Me dormí a las una de la madrugada. Tuve un sueño espeso, tan vivido y al mismo tiempo, tan extraño. No tenía sentido, eran pequeños fragmentos de segundos. Era como si me pusieran escenas al azar, repartidas como un rompecabezas que necesitaba armar. Aunque ese no era el problema; todo lo veía borroso. Como si fuera una sección de mi cerebro que estaba bajo mantenimiento. Mi maleta estaba hecha un desastre… No había nadie ahí, pude sentir rabia y furia. Tiraba cosas dentro de la maleta. Era… ¿Era yo? ¡Eran mis manos! La escena cambiaba. Un día sombrío en la playa, una playa que desconocía, pero ahí estaba. Pude escuchar truenos, la piel se me erizó. La escena cambiaba. Oscuridad, seguida de música. Era un grupo musical, pero no sabía cuál. ¡No! Si lo conocía. Mis huesos recordaban la melodía, pero mi cerebro no. La he escuchado en algún lado, pero, ¿dónde? La escena cambiaba. El tors
Esperé, esperé y esperé, y seguí esperando. Pensé que en algún momento vendría a decirme que fue un ataque de ira, a pedirme disculpa por tal comportamiento, o siquiera vendría a dormir, pero no. Estuve hasta la madrugada gritando y pidiendo ayuda, ningún sirviente se dignó abrir la puerta. Williams se los debió de haber ordenado. Nadie vino a traerme la cena. Cuando perdí la esperanza, me dio un ataque de ira; destruí todo lo que había en la habitación. Tiré los objetos al piso, las almohadas, las sábanas, los adornos, los cuadros en la pared. Convertí la habitación en una escena del crimen. Ya para ese entonces la cabeza me martilleaba y el tic nervioso se adueñó de mi ojo. No pude dormir, aunque ni lo intenté. Estaba muy ocupada rompiendo una a una las prendas de Williams. No lo iba a negar, lloré. No por su infidelidad, sino por miedo, miedo a no saber de qué sería capaz. Ya me encerró, la pregunta era: ¿por cuánto tiempo? Necesitaba escapar. Lastimosamente, estaba en un s
Caí sobre mis talones, perdí el equilibrio y mi culo terminó en el suelo. El sonido fue leve debido al césped, pero no me arriesgué a tomarme el tiempo de calmarme. Corrí. La adrenalina tomó el control y no sentí dolor alguno, ni cansancio. Mis pies no se detenían. Escuché los gritos de uno de los guardias que de seguro me vio huir, pero eso no me detuvo. Al contrario, aceleré el paso. Iba por la calle, me crucé con personas y carros, mas no me detuve. Pude pedirles ayuda a alguien pero no estaba razonando. La energía que recorría mi cuerpo estaba a mil, era como si el oxígeno no llegara a mi cerebro. Me metí en un centro comercial, esquivé a las personas. Por suerte, estaba lleno. Logré despistarlos. Llegué al tercer piso del centro comercial y al saber que ya no estaba en peligro, mis piernas me comenzaron a pesar. Sentí los tobillos flojos y los muslos me palpitaban. Me senté en las escaleras, o me dejé caer, mejor dicho. Separé mis piernas y puse mis antebrazos en mis rodillas
•••Narra Austin••• La entrevista salió tal y como yo quería, me veía como el príncipe encantador y coqueto que las personas creían que era por mi apariencia. No era una amenaza, no me veían como tal. Muchos me odiaban, pero en mi defensa, era un pobre chico que perdió a sus padres a una temprana edad y se negaba alterar y vender los terrenos para que prevaleciera su memoria un poco más de tiempo. Expliqué la razón de mi decisión, por mis padres, el dolor. Creían que la única razón por la que no he vendido ni puesto en funcionamiento las propiedades del país era porque no estaba preparado para ello. No iba a negar que tenían un significado emocional para mí, pero eso era secundario. Quería venganza. No permitiré que este país se movilice, avance, no hasta que esté seguro que los culpables de la muerte de mis padres no saquen ningún beneficio de ello. Con las manos en los bolsillos, me dispuse a salir del edificio a paso veloz. Pude escuchar el resonar de unos tacones detrás de m