Transcurso del día siete desde que recuperamos nuestro matrimonio (antes de la tragedia): Me dormí a las una de la madrugada. Tuve un sueño espeso, tan vivido y al mismo tiempo, tan extraño. No tenía sentido, eran pequeños fragmentos de segundos. Era como si me pusieran escenas al azar, repartidas como un rompecabezas que necesitaba armar. Aunque ese no era el problema; todo lo veía borroso. Como si fuera una sección de mi cerebro que estaba bajo mantenimiento. Mi maleta estaba hecha un desastre… No había nadie ahí, pude sentir rabia y furia. Tiraba cosas dentro de la maleta. Era… ¿Era yo? ¡Eran mis manos! La escena cambiaba. Un día sombrío en la playa, una playa que desconocía, pero ahí estaba. Pude escuchar truenos, la piel se me erizó. La escena cambiaba. Oscuridad, seguida de música. Era un grupo musical, pero no sabía cuál. ¡No! Si lo conocía. Mis huesos recordaban la melodía, pero mi cerebro no. La he escuchado en algún lado, pero, ¿dónde? La escena cambiaba. El tors
Esperé, esperé y esperé, y seguí esperando. Pensé que en algún momento vendría a decirme que fue un ataque de ira, a pedirme disculpa por tal comportamiento, o siquiera vendría a dormir, pero no. Estuve hasta la madrugada gritando y pidiendo ayuda, ningún sirviente se dignó abrir la puerta. Williams se los debió de haber ordenado. Nadie vino a traerme la cena. Cuando perdí la esperanza, me dio un ataque de ira; destruí todo lo que había en la habitación. Tiré los objetos al piso, las almohadas, las sábanas, los adornos, los cuadros en la pared. Convertí la habitación en una escena del crimen. Ya para ese entonces la cabeza me martilleaba y el tic nervioso se adueñó de mi ojo. No pude dormir, aunque ni lo intenté. Estaba muy ocupada rompiendo una a una las prendas de Williams. No lo iba a negar, lloré. No por su infidelidad, sino por miedo, miedo a no saber de qué sería capaz. Ya me encerró, la pregunta era: ¿por cuánto tiempo? Necesitaba escapar. Lastimosamente, estaba en un s
Caí sobre mis talones, perdí el equilibrio y mi culo terminó en el suelo. El sonido fue leve debido al césped, pero no me arriesgué a tomarme el tiempo de calmarme. Corrí. La adrenalina tomó el control y no sentí dolor alguno, ni cansancio. Mis pies no se detenían. Escuché los gritos de uno de los guardias que de seguro me vio huir, pero eso no me detuvo. Al contrario, aceleré el paso. Iba por la calle, me crucé con personas y carros, mas no me detuve. Pude pedirles ayuda a alguien pero no estaba razonando. La energía que recorría mi cuerpo estaba a mil, era como si el oxígeno no llegara a mi cerebro. Me metí en un centro comercial, esquivé a las personas. Por suerte, estaba lleno. Logré despistarlos. Llegué al tercer piso del centro comercial y al saber que ya no estaba en peligro, mis piernas me comenzaron a pesar. Sentí los tobillos flojos y los muslos me palpitaban. Me senté en las escaleras, o me dejé caer, mejor dicho. Separé mis piernas y puse mis antebrazos en mis rodillas
•••Narra Austin••• La entrevista salió tal y como yo quería, me veía como el príncipe encantador y coqueto que las personas creían que era por mi apariencia. No era una amenaza, no me veían como tal. Muchos me odiaban, pero en mi defensa, era un pobre chico que perdió a sus padres a una temprana edad y se negaba alterar y vender los terrenos para que prevaleciera su memoria un poco más de tiempo. Expliqué la razón de mi decisión, por mis padres, el dolor. Creían que la única razón por la que no he vendido ni puesto en funcionamiento las propiedades del país era porque no estaba preparado para ello. No iba a negar que tenían un significado emocional para mí, pero eso era secundario. Quería venganza. No permitiré que este país se movilice, avance, no hasta que esté seguro que los culpables de la muerte de mis padres no saquen ningún beneficio de ello. Con las manos en los bolsillos, me dispuse a salir del edificio a paso veloz. Pude escuchar el resonar de unos tacones detrás de m
Luego de un largo minuto que sentí como horas, la solté. Me sentía como el joven de hace cinco años. ―¿Sabe qué le pasó? ―preguntó uno de ellos mientras la subían a una camilla.―Se desmayó. Simplemente cayó. Se golpeó la cabeza al caer ―respondí con rapidez. La revisaron de pies a cabeza, vieron sus signos, le tomaron la tensión.―¿La paciente está embarazada? ―¡No! ―¿La paciente está en etapa de lactancia?―¡No! ―¿La paciente a consumido alcohol o droga, cualquier sustancia psicotrópica?―¡Por Dios, no! A Karina ni siquiera le gusta el alcohol, mucho menos se drogaría. ―¿Conoce el historial de la paciente? ―Tantas preguntas me mareaban, pero le agarré el hilo―. ¿Sufre algún trastorno, condición genética, ha pasado por alguna cirugía?―Hace cinco años tuvo un accidente automovilístico; sufrió una lesión cerebral que le causó amnesia. Hasta el día de hoy a sufrido de dolores de cabeza debido al estrés constante en su vida. Su familia no le permite medicarse y ni siquiera la d
―En los exámenes de sangre los Leucocitos están bajos, lo que significa que sus defensas también. Está expuesta a contraer enfermedades con más facilidad que los demás. Necesitamos subir eso. ―Entiendo. Procesé sus palabras con rapidez. ―Pero, los exámenes de sangre no son el problema, el ultrasonido tampoco. Está en orden. Levanté una ceja. ―¿Entonces? ―Por fin tuve una excusa para poder ver el historial detallado de Karina. Antes estaba clausurado, pero al traerla por urgencia, logré conseguirlo. Sacó una hoja larga. ―Tú me habías dicho que sufría de amnesia disociativa, por el trauma del accidente automovilístico, pero no es así. Le diagnosticaron amnesia retrograda por lesión cerebral. Lo miré, confundido. Por alguna razón estaba emocionado por su hallazgo. ―¿Cuál es la diferencia?―Austin ―Me habló con calma―. Todo estos años creías que no te recordaba porque sufría amnesia disociativa y tú formabas parte de esos traumas. Por eso te olvidó. Pero no es así.―Pero, a el
•••Narra Karina••• Los ojos me pesaban, mas necesitaba abrirlos. Sentía los labios resecos al igual que la garganta. Mi cuerpo parecía rellenado con plomo. Abrí los ojos, deslumbrándome con una luz blanca. Me desmayé. Sí, lo recuerdo, caí en medio de la calle. La cabeza me dolía, pero no era el dolor habitual en el interior, este era causado por un golpe. Pasé la mano por mi cabeza, palpando delicadamente el chichón debajo de los mechones de cabello. Me sobresalté al distinguir unos ojos avellanas frente a mí. No sé de dónde saqué la fuerza, pero me senté de golpe. ―No te muevas de esa forma ―habló con seriedad. Sus manos fueron a mis hombros, sosteniéndolos con firmeza. Me obligó recostarme, me sorprendió la delicadeza con lo que lo hizo pese a su agarre. Aún me sentía desorientada, así que no discutí. Un hombre estaba detrás de él, calculaba que estaba entre sus treinta. Se mantuvo distante. No decía nada. No tardé en darme cuenta que era un hospital. ―¿Cómo te sient
Su declaración provocó que me relamiera los labios. Se acercó a mí a paso lento. ―Y yo no conozco nada de ti ―declaré. ―Eso se puede resolver. Pasó su mano sobre mi bata, por mi columna vertebral, causándome escalofrío. Entendí sus palabras, capté lo que quiso decir, su insinuación. Pensé en lo que había hecho Williams, como me engañó a pesar de volver a restaurar nuestro matrimonio. No fue durante nuestro intento de divorcio, fue en medio de nuestra desabrida reconciliación. Si él puede tener una amante, yo también. Miré sus labios carnosos. Sé que intuyó mi mirada, porque su mano viajó de mi columna a mi cintura y me tomó con firmeza, acercándome a él. Antes de que pudiera hacer algo de lo que me podría arrepentir o disfrutar demasiado, la puerta se abrió. El hombre treintón y chismoso entró como una tormenta categoría cinco. Austin giro su cabeza, enfadado. Lo vi apretar los dientes. Antes de que el susodicho lo despidiera, el hombre dijo:―El señor Williams White es