•••Narra Karina••• Los ojos me pesaban, mas necesitaba abrirlos. Sentía los labios resecos al igual que la garganta. Mi cuerpo parecía rellenado con plomo. Abrí los ojos, deslumbrándome con una luz blanca. Me desmayé. Sí, lo recuerdo, caí en medio de la calle. La cabeza me dolía, pero no era el dolor habitual en el interior, este era causado por un golpe. Pasé la mano por mi cabeza, palpando delicadamente el chichón debajo de los mechones de cabello. Me sobresalté al distinguir unos ojos avellanas frente a mí. No sé de dónde saqué la fuerza, pero me senté de golpe. ―No te muevas de esa forma ―habló con seriedad. Sus manos fueron a mis hombros, sosteniéndolos con firmeza. Me obligó recostarme, me sorprendió la delicadeza con lo que lo hizo pese a su agarre. Aún me sentía desorientada, así que no discutí. Un hombre estaba detrás de él, calculaba que estaba entre sus treinta. Se mantuvo distante. No decía nada. No tardé en darme cuenta que era un hospital. ―¿Cómo te sient
Su declaración provocó que me relamiera los labios. Se acercó a mí a paso lento. ―Y yo no conozco nada de ti ―declaré. ―Eso se puede resolver. Pasó su mano sobre mi bata, por mi columna vertebral, causándome escalofrío. Entendí sus palabras, capté lo que quiso decir, su insinuación. Pensé en lo que había hecho Williams, como me engañó a pesar de volver a restaurar nuestro matrimonio. No fue durante nuestro intento de divorcio, fue en medio de nuestra desabrida reconciliación. Si él puede tener una amante, yo también. Miré sus labios carnosos. Sé que intuyó mi mirada, porque su mano viajó de mi columna a mi cintura y me tomó con firmeza, acercándome a él. Antes de que pudiera hacer algo de lo que me podría arrepentir o disfrutar demasiado, la puerta se abrió. El hombre treintón y chismoso entró como una tormenta categoría cinco. Austin giro su cabeza, enfadado. Lo vi apretar los dientes. Antes de que el susodicho lo despidiera, el hombre dijo:―El señor Williams White es
Me acosté en el sillón de la sala. No podía negar que se me hacía fácil sentirme cómoda en aquel lugar, pero no era mi casa. Austin se sentó frente a mí, dejando una bandeja con dos jugos de naranja.―Le pedí a la cocinera que preparara algo ligero para desayunar. Tomó su jugo. Esperé que tocara el tema, mas no lo hizo, así que yo tampoco lo saqué. Ya tomé una decisión y no necesito consultársela a nadie, y mucho menos esperar su aprobación. Hace unos días quería recuperar mi matrimonio; hoy solo quiero destruirlo. ―No he visto a ningún empleado hasta los momento, ¿cómo lo haces?―Se quedan en la casa de al lado. Son dos propiedades en una. Su tarea es mantener limpia la casa mientras no estoy, luego pueden irse a la otra casa hacer lo que quieran. Claro, cuando yo estoy aquí, se encargan de la comida. ―¿Mantienes así todas tus propiedades? ¿No estás perdiendo dinero por tener que pagarle a las personas por mantener tantos lugares que no te dan ninguna remuneración económica?
Como si hubiera despertado a un león hambriento, me tomó por la parte posterior de los muslos y me levantó. Caminó conmigo en sus brazos. Sus labios rozaron los míos, mas no me besó. Pero esa simple caricia hizo que se me erizara todo el bello del cuerpo. Me lanzó sobre la cama, dejándome justo en el centro. Lo miré desde mi posición, se veía poderoso, deseoso, dominante. Yo lo quería, pero no sabía cuanto tiempo pensaba torturarme. Presioné mis rodillas, para calmar aquel insaciable deseo. Jaló uno de mis tobillos.―Deberías tener cuidado con lo que pides. No me culpes si no eres capaz de aguantar ―Me desafió. Tiró de mis piernas hasta que estas sobresalían de los bordes de la cama. Sin dudarlo, bajó mi ropa interior, quitándomela. Ahora solo tenía la falda blanca. Se metió entre mis muslos, logrando sonrojarme. Podía sentir su cálido aliento sobre mi clítoris. Me avergonzaba el hecho de estar desnuda frente a otro hombre, en especial en esta situación tan íntima. No porque sin
Se quedó quieto, no movió su cuerpo ni un centímetro. Me di cuenta que estaba esperando que respondiera.―Sí, ve despacio ―dije en un hilo de voz. Y por fin mi cerebro pudo procesar la información: Iba a tener sexo con Austin. Iba a sentir dentro de mí a otro hombre, y por desgracia de Williams; admito que por primera vez iba a estar con un hombre que me excitaba. Lo pude sentir en la entrada de mi vulva. Despacio, fue introduciéndose en mi interior. El vientre me hormigueaba con cada centímetro que invadía mi canal. Me permití tomarme el tiempo para degustara su grosor, su tamaño, su contextura, las parte de mi cavidad que lograba tocar. ―Tu vagina está muy caliente ―exhaló. Sus uñas se enterraron en mis caderas, mas solo pude gemir―. ¡Maldita sea, Karina! Me estás succionando por completo. Sus palabras hicieron que mi interior se contrajera. Tiró de mis caderas y se introdujo por completo, hasta que sentí su cuerpo conectado con el mío. A este punto mis jugos chorreaban por mis
La pregunta a mí me estaba matando, pero a Austin parecía hacerlo feliz. Se montó en la cama con rapidez. Me eché hacía atrás hasta quedar al borde de la cama. Perdí el equilibrio y casi me fue de espaldas, pero Austin fue más rápido y tomó mi brazo, jalándome hasta estrecharme contra su cuerpo. Sus ojos tenían un brillo inusual.―¿Por qué preguntas? ¿Estás recordando algo? ¿Que viste? Sus preguntas respondieron la mía. Efectivamente, fuimos amantes en el pasado.―Pero… yo no me acuerdo. Entre más segundos pasaba, más me perdía. ―Pero irás recordando. Besó mi mejilla con lentitud, como lo haría un novio o un esposo. Me aparté con dificultad, mas logré que me soltara. Me miró, con los ojos agrandados. ―¿Por qué no recuerdo haberme acostado contigo? ―Un miedo creciente ocupó mi estómago, uno que buscaba una explicación―. ¿Me drogaste? ¿Por eso no recuerdo? No lo abofetee, pero se tambaleó como si lo hubiera hecho. Me encontraba de pie, lejos de la cama. Él se bajó de la cama y
De Williams lo sospechaba. Pero, ¿de mi padre? Era imposible.―Estás loco. ―Es la verdad.―Pero… ¿por qué? ¿Cómo? Una punzada recorrió el interior de mi cabeza. Sentí sus palabras como si mi estómago estuviera repleto de plata.―A tu padre no le convenía una alianza matrimonial con los Cooper. Porque el objetivo de tu padre era convertirse en el eje del país, pero mis padres ocupaban ese lugar. Y a diferencia de Williams, ellos ni yo hubiéramos aceptado el trato que ofrecía por tu mano. Jamás supe cuál era ese bendito trato. ―¿Qué ofrecía? Austin se sentó en la silla de la esquina, veía el piso. ―A ti a cambio de expandir el imperio Call. Apoyo incondicional, inversiones, ceder parte de la fortuna del esposo. En un matrimonio por conveniencia siempre ponen la cantidad de acciones que pasaría a la otra persona, es poco, pero lo suficiente para abrirte paso. Pero tu padre quería más, pidió más y consiguió más. ―¿Por qué Williams firmaría algo así? Me senté en la cama, procesand
Comí. Por primera vez en mi vida, se me olvidaron los modales a la hora de comer, devoré el plato lleno de tostadas, huevo y salchicha. Por suerte, no había nadie en la habitación. Era como si todo mi apetito sexual se transportó a mi estómago. Hoy tuve la mayor cantidad de sexo en mi vida, en un solo día. Era como si hubiera completado una rutina de ejercicio y eso me produjera un hambre insaciable. Tomé del jugo de naranja y me vestí con un conjunto que encontré en el closet. Pantalón negro estilo campana y una camisa rosa sin ninguna clase de manga, dejando al descubierto mis hombros, mi clavícula y la sutil línea de mis senos. Desde que me casé no me había podido vestir con libertad, jovial. Estuve encerrada entre faldas elegantes y vestidos de diseñador. Eso no estaba mal pero, de vez en cuando, me quería vestir como quisiera. Por más casada que estuviera y el tiempo que le dediqué a un hombre que no valió la pena, aún seguía siendo joven y merecía vivir la vida que me per