Las venas me palpitaban al pensar en la reacción de Austin. ¿Qué expresión haría? Lastimosamente, no supe, porque me marché sin mirar atrás. Me subí al coche que pensé era el que me correspondía. Había dos hombres vestidos de negro en los asientos del frente. Me saludaron y se los devolví. No tuve que decirles mi destino, ellos ya se habían puesto en marcha. Las manos me sudaban al recordar a dónde iba. Me enfrentaría al hombre con el que me casé, con el que compartí cama por más de cinco años. El mismo hombre que me encerró y humilló. El viaje se me hizo muy corto para mí gusto. El auto se estacionó en la entrada y me bajé, pisando tierra firme con mis zapatos de tacón. Tragué saliva al ver a uno de los guardias que colaboró en mi encierro. Estaba a pasos de mí. Al reconocerme, notificó mi presencia por radio y se aproximó. Ambos guardias de Austin se pusieron frente a mí, protegiéndome como una barrera. Ni siquiera era capaz de ver al otro lado. De pronto, otros cuatro guardi
―Muy bien, que espere ―dije. Seguí disgustando las papitas mientras veía a Williams perder la paciencia por la impuntualidad. Ya pasó más de media hora y me importaba un rábano. Dejé que la radio reprodujera cinco canciones más antes de salir del coche. Sola. Ningún guardia se encontraba acompañándolo, por lo cual, yo tampoco necesitaba protección. Y estábamos en un lugar público. Los guardias de Austin quisieron protestar, mas no se los permití. Crucé la calle y me adentré en el restaurante. Aún era muy temprano para el almuerzo, aunque en mis planes no estaba el alimentarme en aquel lugar. Miré a Williams a los ojos mientras tomaba asiento. Pero él no pudo ver los míos debido a que le robé los lentes al guardia de las chucherías, para darme estilo. Los ojos de Williams destilaban odio, rencor y… asco. Eso último me revolvió el estómago. Sentía asco hacía mí por irme de la mano de otro hombre en el hospital. Y él no se veía en un espejo, lo que me hizo a mí y su engaño tan des
Con las chucherías que brindó Austin, disfrutamos de un buen festín en el auto cinema. Lastimosamente, yo no contaba con dinero en aquellos momentos, para comprarme una gaseosa. Ni siquiera sé donde fueron a parar los dólares que conseguí al vender mis joyas. La docena de guardias se encontraban en el lugar, disfrutando de la película en blanco y negro. Era cómica. El chucherías y El parlanchín no dejaban de reír.―A propósito, ¿cómo se llaman?―Yo soy Kevin y él es Enrique ―dijo El chucherías. ―Un placer conocerlos. Ya sabrán mi nombre, pero sería maleducado de mi parte no seguirles el saludo. Soy Karina Whi… Karina Call. Aunque usar el apellido de mi padre no era una mejoría. No puedo decir que estoy molesta con él porque no he logrado procesar su traición. Ni siquiera era capaz de creerlo. Kevin se acomodó los lentes, lo vi desde el espejo retrovisor. ―El jefe no está muy contento. ―¿Austin te pidió que regresáramos? ―No. Pero no está muy feliz respecto al hecho de que est
―¿Quieres emborracharte?―¿Sabes cuántos años tengo sin tomar alcohol? Nunca fui muy bebedora. Pero estuve privada de siquiera probarlo por varios años debido a mi régimen para quedar embarazada.―Permíteme. Sacó un cuchillo de cocina del carrito.―No será necesario. Lo despojé del cuchillo de cocina con mucho cuidado. ―Aprendí hacer esto en la universidad ―añadí. Posicioné el cuchillo contra el cuello de la botella, apuntando al corcho. Y de un solo golpe, hice volar el corcho. La espuma salió como una cascada, manchando el piso. Serví dos copas. Brindamos.―Por tu divorcio. Sé que lo decía con fines románticos, de esperanza al quitar la traba de mi matrimonio de sus planes por conquistarme. Pero no me importaba. Algo dentro de mí se removía de alegría por liberarme de aquel papel que me mantenía atada a Williams. No solo era por su engaño, ni por su encierro, ni por su participación en mi escasez de recuerdo. Era más por mí, como mujer, como esposa; no me sentía satisfech
Dejé el plato limpio. Austin no se había terminado su comida, su mente había pasado a procesar la información. ―Bien. Lo haré. Necesito la información de tu cuenta de banco. O, ¿lo quieres en efectivo?―No hemos discutido el precio. ―Tranquila ―Sonrió―. Yo no te haré regatear como el viejo de la casa de cambio. Te pagaré el doble de su valor. Las mejillas se me encendieron. ―No quiero el doble. Quiero que me pagues el precio justo. Su verdadero valor. Austin iba a seguir comiendo, pero se detuvo al escuchar mis palabras.―Acepta el bendito dinero. Es lo que vas a usar para tu futuro ―procesó mis palabras unos segundos―. Aunque tienes razón, despilfarra todo lo que quieras, igual te terminarás casando conmigo y mi dinero será tuyo.―Austin ―dije su nombre como una advertencia. Se encogió de hombros, dándole poca importancia. Comió con tranquilidad. En algún punto de la tarde, había abandonado la copa y me encontraba bebiendo directo de la botella.―Dame la botella ―exigió
―Marta, la mesa de postre irá en aquella esquina, junto a la mesa de aperitivos ―informé a la sirvienta, paseé mi vista por la pulcra y espaciosa habitación. Mi atención sé dirigió al centro del salón, decorado con una fuente escultural de cristal; dos hombres vestidos de traje y estrechando sus manos como si se tratara de un trato de negocios. Justo del tema que se trataba la reunión de mañana. En el piso rodeando la escultura, se encontraba plasmado un sol pintado en tonos dorados. ―Siento que le falta algo… ―Señora Karina, necesito que escoja las flores que usaremos mañana. Una sirvienta me entregó dos ramos distintos de flores. ―Lirios ―respondí al instante. No tenía que pensarlo dos veces, era mi flor favorita. Todo debía quedar perfecto. Mañana, mi esposo, Williams, buscaría nuevos inversionista para un proyecto. Vendrán muchos amigos de negocios de mi esposo… y otros no tanto. Williams no se llevaba bien con algunos de los inversionista. Pero son negocios, no se ten
Me tragué las palabras ante el rostro inexpresivo de Austin. Sus cejas pobladas estaban fruncidas. ―¿Por qué no miras por dónde vas? ―Me gritó con su mandíbula apretada. Sus ojos bajaron por mi cuerpo, no de forma lujuriosa. Terminó viendo mis pies descalzo cubiertos de tierra. ―¿Por qué te encuentras en ese estado? ¿Y tus zapatos?― ¡No es de tu incumbencia! ―dije, exaltada―. Una disculpa por meterme en tu camino. Me retiré con el mentón elevado, pasando frente al coche. Ya me disculpé, no tenía razones para quedarme a sociabilizar. Y si ya no iba a ser la esposa de Williams White no tenia que fingir ser amable con sus colegas de profesión. ―¡Oye! ―Me gritó y lo ignoré. Crucé la calle, siguiendo mi camino, aunque no sé a qué camino me dirigía. Necesitaba idear un plan para conseguir un lugar donde dormir. ―¿No me escuchas? Mi primer movimiento: vender las joyas que traía encima. Salí sin mi bolso, mi billetera, mis tarjetas, ni siquiera traía mi celular. Y ni habla
―¿Ese no es tu nombre? ―preguntó, pasándose las manos por el cabello. ―Mi nombre es Karina, no Kari ―Me señalé a mi misma. ―Pero es un diminutivo de tu nombre. Tus amigos deben llamarte…―No. Nadie nunca me ha llamado así ―Lo interrumpí. No sé por qué, pero me inquietó escucharlo llamarme así. Me provocó un hormigueo en mi espina dorsal. No. Se sintió diferente, como si ya hubiera vivido esto. ¿Es acaso lo que las personas llaman deja vu? La boca de Austin Cooper se abrió y volvió a cerrarse. Un hombre mayor salió de una puerta detrás del mostrador y se aproximó a nosotros. Mi acompañante se relajó ante la interrupción.―¿Qué quieren? ―El frágil y demacrado anciano se dirigió a nosotros de mala gana. Me impresionó tal trato a sus cliente. Carraspeó y escupió en una cubeta. O al menos espero que haya sido en una cubeta y no en el suelo, de nuestro lado del mostrador no se puede apreciar nada que esté en la parte inferior, gracias a Dios. ―¿Y entonces? ―gritó el viejo cascarr