Manché las sábanas. Y no tenía una toalla sanitaria. Quité las sábanas y las metí en un cesto. Miré mi retaguardia en el espejo. El pantalón de pijama estaba manchado con un líquido rojizo y me imaginaba que la ropa interior también. Me despoje de la ropa y las bragas y las metí en el mismo cestón. Me puse una pequeña toalla de baño entre la ropa interior nueva y mi intimidad. Pasé sobre mi cabeza un vestido holgado rojo, para disimular cualquier futuro accidente. No tenía ni un billete conmigo. Necesitaba encontrar el dinero que recibí en la casa de cambio para comprarme toallas sanitarias. Cubrí el cestón lleno de telas manchadas con una sábana limpia. Siempre me avergonzó tener mi periodo. Crecí solo con mi padre, el cual de por sí no le gustaba la idea de tener una niña, aunque aún así me cuidó y protegió. O eso creí, mejor dicho. Mi madre murió dándome a luz y no tuve ninguna otra figura femenina. Al llegar a mi pubertad, mi padre no pudo soportar todos los… cambios por los q
Podía ver como esas palabras se reproducían en mi cerebro en cámara lenta. TeOrinasteEncima―¡Por supuesto que no! ―grité. ―¿Te masturbaste y tuviste un squirt? Ojalá.―¡No!―¿Entonces? Ya en este punto no podía definir cuál opción era la más vergonzosa, así que opté por la verdad, como toda buena cristiana. ―¡Estoy menstruando! Parpadeó. ―¿Manchaste la cama? ―preguntó con normalidad, como si simplemente me estuviera pidiendo la hora. Dudaba que hubiera una parte de mi rostro en este momento que no estuviera colorada. La vergüenza era tal que me ardían los ojos. ―Sí. ―¿Y por qué lo ocultaste?―¿Por qué tú crees? Creo que mis hormonas me estaban influenciado junto a la vergüenza ya existente, porque me sentía muy molesta. ―Las sirvientas podrían haber hecho esto. ―Tú no entiendes. Salí del cuarto de lavado, dando fuertes pisotones. ―¡Karina! ¡Karina! Avancé sin mirar atrás y le grité:―¿Dónde están mis doscientos dólares? ¡Los necesito! Lo escuchaba a mis espaldas;
No tuvimos sexo, no me tocó de manera inapropiada. Salimos de la ducha y me envolvió en una bata de baño. Me sentía mejor, como una presión que se iba liberando en mi pecho, poco a poco. Jamás había llorado frente a Austin, o eso creía, si tuviera conocimiento de lo que viví hace cinco años podría responder con seguridad. En la cama, se encontraba un paquete de toallas sanitarias y lo miré, con los ojos aún rojos. ―Le dije a una de las sirvientas que lo comprara y dejara aquí. Repasé la vestimenta de aquel hombre, sus zapatos estaban arruinados, su ropa mojada. Cada paso que daba, se oía el rechinar de la acumulación de agua en las suelas. ―Te dejaré para que te arregles. Y te espero abajo para desayunar, es algo tarde, pero aún podemos. No me importa la hora, necesito comer tres veces al día. Salió, dejándome ese dato sobre él mismo. Con más calma, me coloqué la toalla sanitaria sobre la ropa interior y me vestí con una falda holgada que me llegaba por debajo de la rodilla.
Esa tarde no salí de mi habitación. Pedí que me llevarán el almuerzo a la habitación. Estaba molesta por la respuesta que él me dio y por la que di yo misma. En la cena fue igual. Comí en mi habitación y no salí. Austin no se molestó en buscarme, en llamar mi puerta. Ni siquiera preguntó por mi a través de una sirvienta. Y no tenía el porque. Yo fui clara, solo éramos amantes. Físico y nada más. Él podía estar con quién quisiese. Pero solo el imaginármelo con otra persona me revolvía el estómago. Yo no lo entiendo y él no me entiende a mí. Viví toda mi vida dependiendo de los hombres y complaciéndolos. Quería ser independiente, comenzar desde cero. Estar con Austin sería igual a tropezar con la misma piedra. No pensaba rechazar a Austin toda mi vida, pero sería muy ilusa por creer que él me esperaría. Solo quería estar estable económica y mentalmente antes de aceptar a otro hombre en mi vida, por más que mis huesitos murieran por él. Me rendí a la medianoche y me acosté a dormir. F
Austin se marchó y yo me encontraba perpleja pensando en lo que acabada de pasar. ¿Él quería sexo? Sí. ¿Él estaba excitado? Si.¿Él tenía una erección? Si.Pero, él aceptó mi “no”. Aún me encontraba confundida. Pensé que solo en las películas las parejas sexuales o románticas se detenían al escuchar un “no” de la otra parte. Pero me ocurrió a mí, en verdad me pasó. Se sentía bien, me sentía bien. Demasiado. Inconscientemente, sonreí. Me bañé y cambié la toalla higiénica. Me vestí y salí de la habitación. Aún tenía la discusión con Austin en mi cabeza, mas me encontraba de buen humor esa mañana. Una simple acción podía cambiar el estado de ánimo de una persona. Bajé a desayunar, pero obviamente no se encontraba lista la comida. Debían ser como las seis de la mañana y Austin estaba libre, según dijo. . Entré a la cocina y no había ni un alma. Me preparé un emparedado con pavo, queso, mayonesa, salsa de tomate, lechuga, cebolla y mostaza. Me senté en el taburete frente a la e
Ya son las once. Ya debería estar preparando el almuerzo. La pregunta era: ¿qué preparaba y como lo hacía? Podía preparar un emparedado, cereal con leche, panqueques. Cosas básicas. Pero, ¿un almuerzo sofisticado? No. Y no podía preparar una mediocridad porque ahí estaría Austin para mofarse. Juzgándome como el empresario que era. Lo bueno es que existía YouTube. Era la respuesta a todo. “recetas de almuerzo que te harán ver cómo un profesional a pesar de no saber pelar una papa”. Apreté el buscador. Milagrosamente, me aparecieron cientos de resultados. Me alegraba no ser la única pendeja que buscó eso. Las recetas saturaban la página de YouTube. Será difícil obviamente, mas lo lograré. Busqué una que me convenciera. Los materiales no eran problema, sobraban en esta casa. El problema era que los vídeos mentían. Te decían que era fácil y creo que sería más sencillo resolver ecuaciones no lineales en etapa universitaria. Hasta que por fin encontré uno perfecto. Ideal. Pa
En algún punto, terminé sobre sus piernas, comiéndonos a beso. Olvidamos la comida y el hecho de que tuviera el periodo. Austin sabía que me incomodaba de por sí la menstruación y aún más si era en el ámbito sexual. Así que sus manos se limitaron a mi cintura, pechos y rostro. Mis senos aún estaban sensibles por sus mordidas, sus manos fueron conscientes y me tocó con suavidad. Su boca era todo lo contrario, me reclamaba con fiereza e invadía todo lo que podía. Sabía que debía detenerme, pero el deseo y la embriagadora y cautivadora presencia de Austin, me nubló el juicio. Saber que estaba entre sus manos, me encantaba. Sentí el bulto creciente contra mis muslos y esa fue la señal de advertencia. Puso su mano en mi hombro y me apartó con delicadeza. Me gustaría decir que yo fui la fuerte, pero estaría mintiendo. No le permití moverme con facilidad, pero terminé cediendo. ―Deberíamos detenernos aquí ―dijo a un centímetro de mis labios. Su pecho subía y bajaba con prisa. Los labio
Me agarró por la cintura y me terminó de sacar. Raramente, estábamos en un jardín. Mis sandalias tocaban el césped. Había flores dispersas por las esquinas y las paredes estaban hechas de cristal. No, no solo la pared. Miré el techo y es cuando me di cuenta. Era un domo. De todos los lugares que me imaginé ver, un jardín dentro de un domo de cristal era lo último que se me pasó por la cabeza. Estaba confundida. ―Luego de que intentan matarte y escapar, es bueno que lo primero que veas sea un lugar así de pacífico cuando estés a salvo. La manera en la que lo dijo, sus palabras, tocaron una fibra nerviosa cerca de mi corazón. Por instinto, acaricié su mano con la yema de mis dedos. ―Pero… ¿cómo es que este lugar está protegido? Observé a una mariposa de colores cálidos pasearse por las flores. ―Esta es la parte trasera de la casa. Ven. Con mi mano sujeta me hizo avanzar. Pasamos por una puerta de cristal y un túnel hecho de lo mismo. Ahí fue cuando me percaté, detrás del c