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Capítulo treinta y dos: Celos a la deriva.

No tuvimos sexo, no me tocó de manera inapropiada. Salimos de la ducha y me envolvió en una bata de baño.

Me sentía mejor, como una presión que se iba liberando en mi pecho, poco a poco. Jamás había llorado frente a Austin, o eso creía, si tuviera conocimiento de lo que viví hace cinco años podría responder con seguridad. En la cama, se encontraba un paquete de toallas sanitarias y lo miré, con los ojos aún rojos.

―Le dije a una de las sirvientas que lo comprara y dejara aquí.

Repasé la vestimenta de aquel hombre, sus zapatos estaban arruinados, su ropa mojada. Cada paso que daba, se oía el rechinar de la acumulación de agua en las suelas.

―Te dejaré para que te arregles. Y te espero abajo para desayunar, es algo tarde, pero aún podemos. No me importa la hora, necesito comer tres veces al día.

Salió, dejándome ese dato sobre él mismo.

Con más calma, me coloqué la toalla sanitaria sobre la ropa interior y me vestí con una falda holgada que me llegaba por debajo de la rodilla.
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