Con las chucherías que brindó Austin, disfrutamos de un buen festín en el auto cinema. Lastimosamente, yo no contaba con dinero en aquellos momentos, para comprarme una gaseosa. Ni siquiera sé donde fueron a parar los dólares que conseguí al vender mis joyas. La docena de guardias se encontraban en el lugar, disfrutando de la película en blanco y negro. Era cómica. El chucherías y El parlanchín no dejaban de reír.―A propósito, ¿cómo se llaman?―Yo soy Kevin y él es Enrique ―dijo El chucherías. ―Un placer conocerlos. Ya sabrán mi nombre, pero sería maleducado de mi parte no seguirles el saludo. Soy Karina Whi… Karina Call. Aunque usar el apellido de mi padre no era una mejoría. No puedo decir que estoy molesta con él porque no he logrado procesar su traición. Ni siquiera era capaz de creerlo. Kevin se acomodó los lentes, lo vi desde el espejo retrovisor. ―El jefe no está muy contento. ―¿Austin te pidió que regresáramos? ―No. Pero no está muy feliz respecto al hecho de que est
―¿Quieres emborracharte?―¿Sabes cuántos años tengo sin tomar alcohol? Nunca fui muy bebedora. Pero estuve privada de siquiera probarlo por varios años debido a mi régimen para quedar embarazada.―Permíteme. Sacó un cuchillo de cocina del carrito.―No será necesario. Lo despojé del cuchillo de cocina con mucho cuidado. ―Aprendí hacer esto en la universidad ―añadí. Posicioné el cuchillo contra el cuello de la botella, apuntando al corcho. Y de un solo golpe, hice volar el corcho. La espuma salió como una cascada, manchando el piso. Serví dos copas. Brindamos.―Por tu divorcio. Sé que lo decía con fines románticos, de esperanza al quitar la traba de mi matrimonio de sus planes por conquistarme. Pero no me importaba. Algo dentro de mí se removía de alegría por liberarme de aquel papel que me mantenía atada a Williams. No solo era por su engaño, ni por su encierro, ni por su participación en mi escasez de recuerdo. Era más por mí, como mujer, como esposa; no me sentía satisfech
Dejé el plato limpio. Austin no se había terminado su comida, su mente había pasado a procesar la información. ―Bien. Lo haré. Necesito la información de tu cuenta de banco. O, ¿lo quieres en efectivo?―No hemos discutido el precio. ―Tranquila ―Sonrió―. Yo no te haré regatear como el viejo de la casa de cambio. Te pagaré el doble de su valor. Las mejillas se me encendieron. ―No quiero el doble. Quiero que me pagues el precio justo. Su verdadero valor. Austin iba a seguir comiendo, pero se detuvo al escuchar mis palabras.―Acepta el bendito dinero. Es lo que vas a usar para tu futuro ―procesó mis palabras unos segundos―. Aunque tienes razón, despilfarra todo lo que quieras, igual te terminarás casando conmigo y mi dinero será tuyo.―Austin ―dije su nombre como una advertencia. Se encogió de hombros, dándole poca importancia. Comió con tranquilidad. En algún punto de la tarde, había abandonado la copa y me encontraba bebiendo directo de la botella.―Dame la botella ―exigió a
La caricia en mi cabello se detuvo. El silencio se prolongó no por segundos, fueron minutos. La opinión de Austin me importaba. No necesitaba su permiso, no estaba buscando eso. Pero sentía afecto hacia él y sus sentimientos. Sé que quería que me quedara en esta casa, pero necesitaba hacer mi vida. Nunca pude experimentar la vida de soltera y mucho menos fui independiente, porque siempre tuve a un hombre a mi lado que me mantenía y se encargaba de mí. Realmente, no pude experimentar esa carga, esa responsabilidad por la que pasan la mayoría de las personas, de los adultos funcionales. Sabía que mi noticia le dolería. Sabía de los sentimientos que tenía hacía mí pero, no lo estaba rechazando, solo estaba pidiendo mi espacio personal. Como cualquier ser humano. ―Pensé que te quedarías en esta casa. ―Pensaste mal ―Lo dije con humor, mas no le hizo gracia.―¿Dónde te quedarás? ―Con el dinero de las propiedades compraré un lugar bonito y funcional. Y aún así me quedaría mucho dinero
Manché las sábanas. Y no tenía una toalla sanitaria. Quité las sábanas y las metí en un cesto. Miré mi retaguardia en el espejo. El pantalón de pijama estaba manchado con un líquido rojizo y me imaginaba que la ropa interior también. Me despoje de la ropa y las bragas y las metí en el mismo cestón. Me puse una pequeña toalla de baño entre la ropa interior nueva y mi intimidad. Pasé sobre mi cabeza un vestido holgado rojo, para disimular cualquier futuro accidente. No tenía ni un billete conmigo. Necesitaba encontrar el dinero que recibí en la casa de cambio para comprarme toallas sanitarias. Cubrí el cestón lleno de telas manchadas con una sábana limpia. Siempre me avergonzó tener mi periodo. Crecí solo con mi padre, el cual de por sí no le gustaba la idea de tener una niña, aunque aún así me cuidó y protegió. O eso creí, mejor dicho. Mi madre murió dándome a luz y no tuve ninguna otra figura femenina. Al llegar a mi pubertad, mi padre no pudo soportar todos los… cambios por los q
Podía ver como esas palabras se reproducían en mi cerebro en cámara lenta. TeOrinasteEncima―¡Por supuesto que no! ―grité. ―¿Te masturbaste y tuviste un squirt? Ojalá.―¡No!―¿Entonces? Ya en este punto no podía definir cuál opción era la más vergonzosa, así que opté por la verdad, como toda buena cristiana. ―¡Estoy menstruando! Parpadeó. ―¿Manchaste la cama? ―preguntó con normalidad, como si simplemente me estuviera pidiendo la hora. Dudaba que hubiera una parte de mi rostro en este momento que no estuviera colorada. La vergüenza era tal que me ardían los ojos. ―Sí. ―¿Y por qué lo ocultaste?―¿Por qué tú crees? Creo que mis hormonas me estaban influenciado junto a la vergüenza ya existente, porque me sentía muy molesta. ―Las sirvientas podrían haber hecho esto. ―Tú no entiendes. Salí del cuarto de lavado, dando fuertes pisotones. ―¡Karina! ¡Karina! Avancé sin mirar atrás y le grité:―¿Dónde están mis doscientos dólares? ¡Los necesito! Lo escuchaba a mis espaldas;
No tuvimos sexo, no me tocó de manera inapropiada. Salimos de la ducha y me envolvió en una bata de baño. Me sentía mejor, como una presión que se iba liberando en mi pecho, poco a poco. Jamás había llorado frente a Austin, o eso creía, si tuviera conocimiento de lo que viví hace cinco años podría responder con seguridad. En la cama, se encontraba un paquete de toallas sanitarias y lo miré, con los ojos aún rojos. ―Le dije a una de las sirvientas que lo comprara y dejara aquí. Repasé la vestimenta de aquel hombre, sus zapatos estaban arruinados, su ropa mojada. Cada paso que daba, se oía el rechinar de la acumulación de agua en las suelas. ―Te dejaré para que te arregles. Y te espero abajo para desayunar, es algo tarde, pero aún podemos. No me importa la hora, necesito comer tres veces al día. Salió, dejándome ese dato sobre él mismo. Con más calma, me coloqué la toalla sanitaria sobre la ropa interior y me vestí con una falda holgada que me llegaba por debajo de la rodilla.
Esa tarde no salí de mi habitación. Pedí que me llevarán el almuerzo a la habitación. Estaba molesta por la respuesta que él me dio y por la que di yo misma. En la cena fue igual. Comí en mi habitación y no salí. Austin no se molestó en buscarme, en llamar mi puerta. Ni siquiera preguntó por mi a través de una sirvienta. Y no tenía el porque. Yo fui clara, solo éramos amantes. Físico y nada más. Él podía estar con quién quisiese. Pero solo el imaginármelo con otra persona me revolvía el estómago. Yo no lo entiendo y él no me entiende a mí. Viví toda mi vida dependiendo de los hombres y complaciéndolos. Quería ser independiente, comenzar desde cero. Estar con Austin sería igual a tropezar con la misma piedra. No pensaba rechazar a Austin toda mi vida, pero sería muy ilusa por creer que él me esperaría. Solo quería estar estable económica y mentalmente antes de aceptar a otro hombre en mi vida, por más que mis huesitos murieran por él. Me rendí a la medianoche y me acosté a dormir. F