Austin parpadeó, cayendo en cuenta de sus propias palabras. Dudó, lo vi en sus ojos.
―Lo supuse.
―¿Y por qué supones eso? ¿Qué te llevó a tal conclusión?
Las sienes me palpitaban, el dolor se volvió insoportable.
―Por como ignorabas las conversaciones cuando se tornaban sobre el trabajo, negocios…
―Esa es una respuesta muy vaga y un análisis muy superficial. Puedo ignorar la conversación por muchas razones; aburrimiento, charlas que escucho todas las noches, negocios que no son míos.
Enumeré cada una de las opciones.
La silla rechinó al levantarse abruptamente.
―No me voy a poner a discutir ridiculeces en estos momentos. Es de madrugada y no estoy de humor.
―¡Esto no se va a quedar así! ¿Por qué estás tan interesado en mi matrimonio?
Le grité. Se detuvo en la puerta, viéndome. Cuando pensé que iba a decir algo, terminó dándose la vuelta y saliendo.
Pero pude escuchar un susurro, o tal vez me lo imaginé. “Esta no es la vida que tú querías”.
Me dejó sola con mis dudas. Los pies me dolían y la cabeza me iba a explotar en cualquier momento. Me levanté yendo a la puerta que consideraba el baño y por fortuna acerté. Con cada paso que daba los pies me escocían. No sé en que momento lo hizo, pero prácticamente me vendó los pies hasta los tobillos, hasta podría confundirlo con un par de medias tobilleras.
Hice mis necesidades y volví a la cama. Los movimientos bruscos solo empeoraban la situación para los músculos de mis piernas.
Cerré los ojos y esperé que el sueño me venciera, pero no lo hizo. Por más que los ojos me ardían y los párpados me pesaban, no podía dormirme. Tenía sueño, mucho. Pero mi mente no dejaba de revolotear por todos lados. Me descubrí buscando en mis recuerdos, buscándolo a él. Porque, por más que intentaba negarlo o ignorarlo, más me preguntaba:
―¿Por qué se me hace tan familiar?
La mañana llegó y no logré pegar el ojo. Me encontraba abrazando una de las almohadas, con las sábanas cubriéndome hasta el pecho. Varias veces, en medio de la noche, me percaté de como intentaba oler su camisa, buscando algo de su aroma. Pero no olía a él, solo a detergente. La acción la realizaba inconscientemente, apenas que mi cerebro se daba cuenta de lo que estaba haciendo, lo dejaba de efectuar.
―Me estoy volviendo loca ―hablé conmigo misma―. Si él me conoce y yo a él no, podría ser porque fue hace muchos años. Tal vez… ¿en la infancia?
Negué con la cabeza.
―No, imposible. La infancia podría explicar el porqué me llamó “Kari”, pero no el hecho que supiera sobre mi desagrado al mundo de los negocios. De niña ni siquiera conocía del tema.
Chasquee la lengua, colocándome de lado. Es tedioso tener que recordar cada momento de mi infancia.
La puerta se abrió. Un Austin bien vestido y bañado entró. Lucía un traje de vestir gris y su cabello seguía mojado, dejando caer sus mechones y estos se pegaban a su frente. En sus manos traía una bandeja de madera. No me dirigió una palabra, ni buenos días ni nada. Estaba molesto. Si era por nuestra discusión, la única molesta debería ser yo.
Dejó la bandeja en la mesita de noche al lado de la cama. Consistía en un tazón de avena con cereal, pasas y fresas junto a una taza de café.
Se dispuso a irse y lo llamé. Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlo. Se giró, viéndome con escepticismo. Me senté en la cama.
―Solo tengo una pregunta que hacerte y eso es todo.
Volvió, hasta estar frente a mí, sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón. No me dijo nada, pero su mirada me indicaba que continuara.
―Tú y yo… ¿ya nos conocíamos de antes?
Tragó saliva, mas su expresión no cambió. Pero vi tan forzado su necesidad de permanecer inexpresivo.
―¿Por qué piensas eso?
―Porque hablas como si me conocieras.
―¿Sirve de algo que te diga que si? ¿Qué cambiará eso?
―Pero si nos conocíamos, ¿por qué actuaste como si fuéramos desconocidos? ―susurré como si alguien pudiera escucharnos―. En la reunión me ignoraste, fingiste que no existía.
Me miró con lastima y algo parecido a la vergüenza.
―No actué de ese modo porque no me recordarás. Ese no fue mi impedimento para evitar acercarme a ti todo este tiempo.
―¿Y entonces?
―Tenía que mantenerme indiferente.
―¿Por qué?
―No lo entenderías. Son muchas cosas.
La mente se me fue a mil. Buscaba su rostro entre mis recuerdos, abriendo puertas dentro de mi cerebro. Nada. Si me parecía familiar, pero no sé de dónde.
―¿Por qué no recuerdo nada? ―Me dije a mi misma.
Se acercó a mí y depositó su mano en mi mejilla, con ternura, apartando un mechón de cabello. La sensación me causó escalofríos.
―Yo sé que recordarás, solo necesito eliminar los obstáculos que lo impiden.
Su mano se sentía cálida, me causó hormigueo en el rostro. Hice lo posible por no sonrojarme.
―¿No dormiste bien? ―Lo preguntó con cariño. Pasó su dedo por una de mis ojeras para luego apartarse.
Su acción me dejó perpleja. Actuó con tanta naturalidad que no supe que pensar. Quise preguntarle: ¿Por qué hiciste eso?
Pero las palabras no me salieron.
―No ―Por alguna razón respondí con honestidad. Siempre decía: “Sí. Dormí. Estoy bien”.
No entendía porque hablé con sinceridad.
Depositó la bandeja ante mí, sobre mi regazo.
―Desayuna y luego vuelve a dormir.
―No tengo sueño.
―Pero, ¿cuánto dormiste? ¿Tres horas, dos, una?
Le ofrecí una sonrisa culpable.
―Cero.
Agrandó los ojos, luciendo verdaderamente disgustado.
―Te dije que durmieras. Salí del cuarto pensando que te dormirías.
―Tenía sueño, pero no me pude dormir. Supéralo.
―Karina, sabes que tienes que dormir bien por tu…
Entrecerré los ojos, dudosa. Estaba a punto de hablar sobre mí. Iba a decir algo que sabía sobre mí y no debería. Estaba segura. ¿Qué tanto sabía este hombre de mi vida?
Ignoré mis dudas para concentrarme en su creciente desagrado.
―¡Debes dormir! Come y acuéstate.
―No puedo dormir. Tengo cosas que resolver.
Debía ir a ver a mi padre, apaciguar su ira ya que de seguro mi esposo le contó sobre el divorcio. El hombre debe estar echando humo. Luego tenía que hablar con Williams, intentar resolver el problema. Era obvio que no estaba pensando con la cabeza fría.
Después debía… bueno, todo dependerá de las dos cosas que mencioné anteriormente.
―¿Qué cosas?
Se abrochó un gemelo y luego el otro. Fingió desinterés mientras me preguntaba, pero yo sabía que tenía toda su atención y eso me gustaba.
―Desde anoche estás muy curioso con el tema ―Me metí un bocado de avena a la boca, disfrutando de la combinación de las frutas y las pasas. Con la boca llena, dije―: Te propongo un trato. Yo te digo lo que has estado queriendo saber durante toda la noche si tú respondes mis preguntas.
Me miró. Enarcó una ceja, inquisitivo. Se metió las manos en los bolsillos, tal parece una costumbre.
―Hecho.
Me sorprendió que ni lo pensara. No conocía mucho de negocios, pero siempre intentaban hacerse los interesantes e indiferentes al realizar tratos.
Pese a la firmeza de su postura, pude distinguir que no estábamos escenificando un trato empresarial, no me miraba como empresario, incluso con mi clara provocación. Él me miraba… diferente. No reconocí esa expresión en ninguna otra persona, por más que escarbara en mi mente. Ni siquiera he visto a mi propio esposo mirarme así.
―Bien. Tú primero. Tienes que responder mis preguntas ―dije.
Lo que antes era una línea firme, ahora se convirtió en una sonrisa.
―¿Yo soy el que debe empezar, no tú?
La situación la encontró graciosa. Pude distinguir unos hoyuelos en su rostro. Creo que era la primera vez que lo veía sonreír. Mi corazón comenzó a latir con rapidez. ¿Se me subiría la tensión? Debió ser eso.
―Jamás pusiste una pauta al respecto. No aclaraste quien debe comenzar. Y como apoyo la igualdad entre hombres y mujeres, pues, los hombres primero.
Una risa baja resonó en la habitación. Me causó escalofríos, no por el nuevo descubrimiento del sonido que puede salir de su garganta, sino por lo familiar que se sintió. Mi cabeza reprodujo esa sutil carcajada una y otra vez como un bucle.
Austin sintió el cambio en mí, lo sé porque su expresión se tornó sería. Sus ojos estuvieron fijos en los míos. Me veía con decisión.
―De acuerdo. Pero yo también pondré una condición ―anunció. Esta vez sí me sentí en un trato de negocios. Como si fuera muy importante que cumpliera con mi palabra―. Debes contarme todo con lujos de detalle. Todo lo que te pregunte; me dirás la razón, el propósito, el objetivo, si las cosas cambian de rumbo, el por qué y debes ser específica.
Vaya, parecía que le gustaba el chisme. Soy consciente que quiere acabar con mi marido, soy consciente que quiere verlo en la ruina, soy consciente que quiere verlo sufrir, y aún así dije:
―Trato hecho.
Austin me sonrió con suficiencia. ―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría? ―No. Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no. Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error. Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto. ―¿Nos conocimos en la secundaria? ―No. De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué. ―¿Nos conocimos en preparatoria? ―No.―¿Nos conocimos en la universidad?―No. ―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada. Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar. ―Aquí no fue. Utilizó el vacío legal par
Austin invadió mi boca, introduciendo su lengua, causándome escalofríos. Intenté defenderme, pero entre más jugaba con mi lengua, más me costaba alejarme. Ese sabor tan culposo como placentero estaba ganando la batalla. No me dejaba descansar y tampoco quería que lo hiciera. Fue dominante, posesivo. Siempre controló el juego. Mis manos fueron a su pecho, me propuse apartarlo y no lo logré. Sus músculos se notaban apretados contra mis manos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas, el vientre me hormigueaba, mis emociones me traicionaban, al igual que todo mi cuerpo. ¡Estaba casada! ¡Quería recuperar mi matrimonio! ¡Debía serle fiel!¡No podía tener una aventura siendo una mujer casada!¡No podía traicionar a mi esposo! Mis pensamientos se convirtieron en humo. Mi cuerpo no obedecía. En algún punto terminamos contra la puerta del baño. Sus manos viajaron por mis piernas desnudas, para luego tocar zonas indebidas que estaban cubiertas por la ropa. No podía negarlo, mi zo
Entré a paso firme. Mi mirada fue directo al hombre sentado frente a un escritorio, con su cabeza enterrada en unos papeles. No me molesté en ver las paredes de cristal, para evitar desmayarme. ―Padre ―anuncié. ―Te estaba esperando ―dijo sin levantar la vista, pero pude notar como comenzó a escribir más rápido para prestarme atención. Nunca dejaba un papel a la mitad, debía terminarlo y luego es que hablaba. Y efectivamente, Williams le contó a mi padre. Esto era un trato de negocios, es normal que lo hiciera. Pero me molestaba, ya que lo mostraba muy decidido. Una vez que terminó, soltó el lápiz y levantó su cabellera rubia canosa. A diferencia mi persona, él si era rubio natural. Yo no. Me pintaba el cabello desde hace varios años, es que me hacía parecer más su hija de ese modo. Apenas que un mechón negro se comenzaba a notar, no tardaba en echarme tinte. Miré el rostro de mi padre, esperando divisar la molestia y la decepción en sus ojos café, pero encontré calma y tranqu
Transcurso del día siete desde que recuperamos nuestro matrimonio (antes de la tragedia): Me dormí a las una de la madrugada. Tuve un sueño espeso, tan vivido y al mismo tiempo, tan extraño. No tenía sentido, eran pequeños fragmentos de segundos. Era como si me pusieran escenas al azar, repartidas como un rompecabezas que necesitaba armar. Aunque ese no era el problema; todo lo veía borroso. Como si fuera una sección de mi cerebro que estaba bajo mantenimiento. Mi maleta estaba hecha un desastre… No había nadie ahí, pude sentir rabia y furia. Tiraba cosas dentro de la maleta. Era… ¿Era yo? ¡Eran mis manos! La escena cambiaba. Un día sombrío en la playa, una playa que desconocía, pero ahí estaba. Pude escuchar truenos, la piel se me erizó. La escena cambiaba. Oscuridad, seguida de música. Era un grupo musical, pero no sabía cuál. ¡No! Si lo conocía. Mis huesos recordaban la melodía, pero mi cerebro no. La he escuchado en algún lado, pero, ¿dónde? La escena cambiaba. El tors
Esperé, esperé y esperé, y seguí esperando. Pensé que en algún momento vendría a decirme que fue un ataque de ira, a pedirme disculpa por tal comportamiento, o siquiera vendría a dormir, pero no. Estuve hasta la madrugada gritando y pidiendo ayuda, ningún sirviente se dignó abrir la puerta. Williams se los debió de haber ordenado. Nadie vino a traerme la cena. Cuando perdí la esperanza, me dio un ataque de ira; destruí todo lo que había en la habitación. Tiré los objetos al piso, las almohadas, las sábanas, los adornos, los cuadros en la pared. Convertí la habitación en una escena del crimen. Ya para ese entonces la cabeza me martilleaba y el tic nervioso se adueñó de mi ojo. No pude dormir, aunque ni lo intenté. Estaba muy ocupada rompiendo una a una las prendas de Williams. No lo iba a negar, lloré. No por su infidelidad, sino por miedo, miedo a no saber de qué sería capaz. Ya me encerró, la pregunta era: ¿por cuánto tiempo? Necesitaba escapar. Lastimosamente, estaba en un s
Caí sobre mis talones, perdí el equilibrio y mi culo terminó en el suelo. El sonido fue leve debido al césped, pero no me arriesgué a tomarme el tiempo de calmarme. Corrí. La adrenalina tomó el control y no sentí dolor alguno, ni cansancio. Mis pies no se detenían. Escuché los gritos de uno de los guardias que de seguro me vio huir, pero eso no me detuvo. Al contrario, aceleré el paso. Iba por la calle, me crucé con personas y carros, mas no me detuve. Pude pedirles ayuda a alguien pero no estaba razonando. La energía que recorría mi cuerpo estaba a mil, era como si el oxígeno no llegara a mi cerebro. Me metí en un centro comercial, esquivé a las personas. Por suerte, estaba lleno. Logré despistarlos. Llegué al tercer piso del centro comercial y al saber que ya no estaba en peligro, mis piernas me comenzaron a pesar. Sentí los tobillos flojos y los muslos me palpitaban. Me senté en las escaleras, o me dejé caer, mejor dicho. Separé mis piernas y puse mis antebrazos en mis rodillas
•••Narra Austin••• La entrevista salió tal y como yo quería, me veía como el príncipe encantador y coqueto que las personas creían que era por mi apariencia. No era una amenaza, no me veían como tal. Muchos me odiaban, pero en mi defensa, era un pobre chico que perdió a sus padres a una temprana edad y se negaba alterar y vender los terrenos para que prevaleciera su memoria un poco más de tiempo. Expliqué la razón de mi decisión, por mis padres, el dolor. Creían que la única razón por la que no he vendido ni puesto en funcionamiento las propiedades del país era porque no estaba preparado para ello. No iba a negar que tenían un significado emocional para mí, pero eso era secundario. Quería venganza. No permitiré que este país se movilice, avance, no hasta que esté seguro que los culpables de la muerte de mis padres no saquen ningún beneficio de ello. Con las manos en los bolsillos, me dispuse a salir del edificio a paso veloz. Pude escuchar el resonar de unos tacones detrás de m
Luego de un largo minuto que sentí como horas, la solté. Me sentía como el joven de hace cinco años. ―¿Sabe qué le pasó? ―preguntó uno de ellos mientras la subían a una camilla.―Se desmayó. Simplemente cayó. Se golpeó la cabeza al caer ―respondí con rapidez. La revisaron de pies a cabeza, vieron sus signos, le tomaron la tensión.―¿La paciente está embarazada? ―¡No! ―¿La paciente está en etapa de lactancia?―¡No! ―¿La paciente a consumido alcohol o droga, cualquier sustancia psicotrópica?―¡Por Dios, no! A Karina ni siquiera le gusta el alcohol, mucho menos se drogaría. ―¿Conoce el historial de la paciente? ―Tantas preguntas me mareaban, pero le agarré el hilo―. ¿Sufre algún trastorno, condición genética, ha pasado por alguna cirugía?―Hace cinco años tuvo un accidente automovilístico; sufrió una lesión cerebral que le causó amnesia. Hasta el día de hoy a sufrido de dolores de cabeza debido al estrés constante en su vida. Su familia no le permite medicarse y ni siquiera la d