Fijé mi vista en los billetes verdes mientras eran dejados sobre el mostrador. El lugar estaba en silencio. El señor Cooper estaba detrás de mí, su fragancia era fuerte y varonil. Me negué a verlo. Con cada billete que soltaba yo exhalaba, liberando presión y rabia. Ya estaba harta de estar en medio de los hombres poderosos. No resistía más siendo utilizada para su beneficio. No sé preocupaban por mis intereses, solo por los suyos. Solo era un peón en su juego. Una vez que ya no servía me desecharan, como lo hizo mi esposo. Era tan humillante.
Maldito Williams, haría que se arrepintiera. Yo sé que se dará cuenta que tomó una decisión apresurada. Solo habló desde el odio.
Debía admitir que esperaba que él me pidiera regresar. Y eso me hacía sentir miserable, porque siempre dependí de Williams y mi padre. Resultaba vergonzoso, pero era la vida que escogí al casarme con él. Si se divorcia de mí, no me quedarán más que las sobras y tendría que humillarme a mí misma para que me deje volver.
Tomé el dinero y pasé junto al causante de mi nuevo enfado. Salí, rechistando como un caballo. Austin me interceptó en medio de la calle.
―¿Qué piensas hacer con ese dinero?
―No es de tu incumbencia.
Continué mi camino, pasándole por el lado una vez más.
―¿Qué harás con doscientos dólares? ¿Huir del país? ―Se mofó.
Hablé sin detenerme.
―Que raro. Según tengo entendido, eso es lo que tú haces. Huyes del país y prefieres realizar tus negocios en el extranjero. Todo lo que te mantenga lejos de esta ciudad es bueno para ti.
Sentí un apretón en el brazo que me hizo girar. No tuve más opción que enfrentarlo cara a cara.
―No hables de lo que no sabes.
Me puse de puntillas hasta que mi rostro quedó a escasos centímetros del suyo.
―Lo mismo digo.
Me liberé de su agarre con brusquedad. Seguí caminando. Llegué al final de la cuadra y volví a mirar atrás. Él se encontraba en el mismo lugar, no se molestó en seguirme.
Verlo hizo que la ira volviera a desarrollarse dentro de mí. Por más que lo niegue, confié en él, por eso me subí a su coche. Le di el beneficio de la duda. Pensé que solo estaba siendo amable, pero al igual que mi marido, mi padre y todo hombre que ha llegado a mi vida, solo me ha usado porque le servía.
Me quité las sandalias con prisa, tirando de la correa mientras mantenía el equilibrio con un solo pie. Me despojé de aquello que pensé que era un acto de bondad, pero solo era una artimaña para que confiara en él.
Las arrojé en la acera y crucé. Lo perdí de vista. Me resistí a la tentación de volver, de ver si estaba tras de mí. Una parte de mí quería que me siguiera, pero la acallé. Solo era mi parte infantil hablando. No tenía razón para seguirme.
Caminé descalza, disculpándome con mis pies por cada paso que daba. Mi orgullo y mi ira me dominaron. Llegué a un hotel luego de lo que creí una eternidad. Y no exageraba. No me arriesgué a entrar en los hoteles cinco estrellas y reconocidos. Esos hoteles eran perfecto para mantener la privacidad de los artistas y demás personas importantes, pero solo ante el ojo público, los fans. Yo no me estaba ocultando de los civiles, de los turistas y mucho menos de fans. Mi problema eran las empresas, los negocios, empresarios. Hablarían entre ellos. Y ellos viven en el mismo mundo que Williams y yo, pertenecemos a la misma clase. Si quería solucionar los problemas con Williams sin que se enterarán sus amigos de negocios, tenía que mantenerme lejos de los establecimientos importantes.
Me sentía horrible por tener esa clase de pensamiento tan absurdo, pero fui criada para repudiar los divorcios y el adulterio. Me moriría de la vergüenza si mi padre se enteraba.
Me gustaría vengarme y alejarme de él , pero me correspondía volver con Williams y dejar mi orgullo y amor propio en segundo plano.
Llegué a las afueras de la ciudad, con los pies adoloridos y los músculos desgastados. Pensé que me sería fácil ya que hago Pilates y zumba, pero eso no me ayudó en nada. Estaba sudada, cansada, sedienta, hambrienta y mis piernas estaban a nada de no responderme.
El hotel era pequeño, de tres pisos y hecho de piedra. Tenía un letrero gigante que decía “hotel”. Eso es todo, nada original. Ni siquiera tenía nombre el pobre hotel. Tal vez por eso lucía tan deprimente. Pensé en escoger otro, pero los que vi cerca no eran ni peores ni mejores, eran más de lo mismo. Supongo que se debía a su lejanía con la ciudad. No debía venir muchos turistas.
Mis piernas protestaron ante la idea de seguir caminando y me rendí ante el cansancio. Entré en el lugar, arrastrando los pies, prácticamente. Pensé que la recepción sería algo parecido a la casa de cambio, basándome en el exterior. Pero el lugar era tan elegante y limpio que me sorprendió. Los muebles eran de excelente calidad y el piso estaba más limpio que mi alma. Me alegraba mucho encontrar un lugar reconfortante y con clase, mas temía que mi bolsillo no pudiera costear tanto lujo. Necesitaba algo económico, sustentable. Máximo aguantaría dos días en el hotel hasta solucionar los problemas con Williams, pero para eso necesitaba que cada noche fuera mínimo cien dólares. Aunque eso no me preocupaba, porque por mas lindo que estuviera este lugar, seguía sin ser un hotel cuatro o cinco estrellas.
El lugar estaba a reventar, había muchas personas en el living, sentados y hablando entre ellos. Había mujeres con ropa corta sobre los regazos de los hombres. Los huéspedes masculinos, a diferencia de la elegante estancia y la mujeres vestidas para bailar en una discoteca, lucían toscos y sencillos. Se detuvieron al verme avanzar hasta recepción, lo atendía un joven flaco y con lentes. Sentí las miradas detrás de mí, perforándome.
No entendía como era que había tanta gente y mucho menos el porque se veían tan peculiares.
―¿En qué puedo ayudarle? ―dijo el joven.
―Yo quiero… uh…
Se me enredaron las palabras y el sudor bajó por mi frente. Comencé a sentirme incomoda, fuera de lugar. El vello se me erizó y el estómago se me encogió. El dolor de cabeza aumentó. Todo en ese lugar me hacía sentir diez veces peor que cuando estaba afuera. Ni siquiera en la calle me asustaba tanto los desconocidos. Había una sensación en el aire que me desagradaba.
Algo andaba mal. No sé por qué, pero algo dentro de mí me decía que no debería estar ahí.
―¿Si? ―insistió el joven. Sus dedos ya estaban listos para teclear una habitación.
―Yo… creo que me equivoqué de lugar.
Con paso rápido me alejé de la recepción. Seguí avanzando y giré la cabeza para mirar atrás. El joven de la recepción estaba molesto y su vista pasó de mí persona a observar por encima de mi cabeza. Pude notar la tensión en su cuello y mandíbula. Su expresión estaba cargada de odio. No aparentaba ser alguien que acababa de perder un cliente, sino una presa.
Choqué contra algo duro, que me hizo sobresaltar y retroceder. Era un hombre, vestido con una chaqueta de cuero y unos jeans.
―Cuidado, hermosa. Debes ver al frente cuándo caminas o te puede pasar algo malo ―habló, con algo en su voz que se asemejaba a la burla.
―Lo siento ―musité.
Lo intenté rodear, pero me tomó de la muñeca.
―¿A dónde vas? ¿Te estás hospedando aquí?
―No. Me equivoqué de hotel.
Tiré de mi brazo, mas no se movió. Su apretón era firme. Bajó su vista a mis pechos. En ese momento desee no tener puesto un traje de gala tan descubierto en la zona del escote. Quería estar despeinada, sin maquillaje, con ropa ancha y desgastada. Pero, ¿eso me salvaría?
―Creo que estás en el hotel indicado.
Busqué ayuda entre la multitud, mirando a cada hombre y mujer en el lugar, todos estaban pendientes de nosotros, pero ninguno interesado en intervenir. Al contrario, veían la escena con diversión. Como si fuera un juego. Algo normal.
En fuerza jamás le ganaría, por más que forcejee sería inútil. Respiré profundo, me acerqué a él con tranquilidad hasta que mis labios rozaron el cuero de su chaqueta. Era más delgado de lo que esperaba.
El hombre se dejó, porque me veía dócil, frágil y asustada. Lo mordí en el brazo con todas mis fuerzas. Fue un mordisco rápido y letal. No dudé en dar todo de mí, aunque eso significaba arrancarle la carne.
Cómo predije, me liberó del agarre y salí corriendo del lugar, atravesando la puerta. El sabor a óxido se apoderó de mis papilas gustativas. Vi unos ojos avellanas del otro lado de la calle y crucé la carretera corriendo, sin ver a los lados. El corazón me estaba galopando como un caballo y los pulmones me ardían más por el susto que por el esfuerzo.
Abrió los brazos, preocupado, como si supiera que iba justo hacía él. Prácticamente me lancé contra su cuerpo, hundiendo mi rostro en su pecho. Lo rodeé con los brazos y me correspondió. No podía ni respirar correctamente. Por más calma que aparentaba, mi mente no dejaba de ver escenas dónde mi técnica de la mordida resultaba mal. Los escenarios dónde esos hombres ganaban y yo perdía, me abrumaron. Lo que me pudieron haber hecho…
Mantuve a Austin en un abrazo de oso. Algo en él me hacía sentir segura, reconfortante. Cómo si pudiera confiar en él y entregarle mi corazón para que lo cuidará.
Voltee a ver la puerta por dónde salí, sin soltar al señor Cooper.
―Karina, ¿qué pasó? ¿Estás bien?
Por la puerta salió el hombre que mordí, seguido de otros dos que creo haber visto entre la multitud. El corazón me dio un vuelco. No tardó en visualizarme al otro lado de la calle.
―¡Súbete al coche! Austin, vámonos. ¡Rápido!
Tiré de él. No me tomé la molestia de rodear el auto y subirme al asiento de copiloto. Sentía que cada segundo me costaría algo importante. Austin se subió al asiento del conductor y yo me subí a la parte de atrás. Arrancó sin dudarlo. Me acosté, ocupando todos los puestos de atrás. Sentía que llevaba años sin acostarme.
―Karina, ¿quiénes eran esos hombres? ¿Por qué te seguían? ¿Te hicieron algo?
Austin se debatía entre ver el camino y a mí. Prefirió acomodar el espejo retrovisor, para que me reflejará. En ese momento solo era una maraña de sudor, cabello y agotamiento.
―No… Estoy bien ―dije, con la respiración entrecortada.
Las músculos de las piernas me palpitaban y la cabeza me martilleaba.
―¿Te hicieron algo? ―Seguía insistiendo.
―¡No!
Grité. Estaba cansada. Los ojos me pesaban. Vi el reloj digital que había en el auto. Una de la madrugada. Dios, ¿cuánto tiempo estuve caminando?
―Necesito buscar otro hotel ―Me dije a mi misma.
El auto era el lugar más relajante dónde he estado en todo el día.
―Te llevaré a un hotel y no quiero quejas. Te quedarás dónde yo diga.
Me permití cerrar los ojos, solo para descansar la vista. El ritmo del coche era demasiado relajante. Austin me estaba hablando, pero su voz era como el humo, disipándose hasta que ya no escuché nada.
Pasos, voces, oscuridad. No sé si era parte de mi sueño o estaba despierta, mas me negaba abrir los ojos. Unas fuertes manos me rodeaban el pecho y los muslos. Solo podía ver oscuridad. Pero había algo que reconocí, un olor… un perfume. Lo sentí tan familiar y al mismo tiempo tan nostálgico, como si tuviera años sin olerlo. Y sabía a quién le pertenece y era por eso que se me hacía tan extraño que me resultara familiar. Era el de Austin. Morfeo me estaba llamando y no me pude resistir a la tentación, volví a caer rendida.…. Unas manos recorrían mis adoloridos pies, los acariciaba. Era relajante, hasta que me comenzó arder y me desperté del susto. Lo primero que vi fueron los ojos de Austin, avellanas. Sí, definitivamente no eran dorados ni cobre, eran avellanas tildando a dorado. Creí que empecé a delirar e imaginar cosas, porque vi un destello, una imagen en mi mente de esos mismos ojos viéndome. ¿En dónde? ¿Cuándo, cómo? El pecho me subía y bajaba a gran velocidad. Él se encont
Austin parpadeó, cayendo en cuenta de sus propias palabras. Dudó, lo vi en sus ojos. ―Lo supuse. ―¿Y por qué supones eso? ¿Qué te llevó a tal conclusión? Las sienes me palpitaban, el dolor se volvió insoportable.―Por como ignorabas las conversaciones cuando se tornaban sobre el trabajo, negocios…―Esa es una respuesta muy vaga y un análisis muy superficial. Puedo ignorar la conversación por muchas razones; aburrimiento, charlas que escucho todas las noches, negocios que no son míos. Enumeré cada una de las opciones. La silla rechinó al levantarse abruptamente. ―No me voy a poner a discutir ridiculeces en estos momentos. Es de madrugada y no estoy de humor.―¡Esto no se va a quedar así! ¿Por qué estás tan interesado en mi matrimonio? Le grité. Se detuvo en la puerta, viéndome. Cuando pensé que iba a decir algo, terminó dándose la vuelta y saliendo. Pero pude escuchar un susurro, o tal vez me lo imaginé. “Esta no es la vida que tú querías”. Me dejó sola con mis dudas. Los
Austin me sonrió con suficiencia. ―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría? ―No. Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no. Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error. Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto. ―¿Nos conocimos en la secundaria? ―No. De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué. ―¿Nos conocimos en preparatoria? ―No.―¿Nos conocimos en la universidad?―No. ―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada. Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar. ―Aquí no fue. Utilizó el vacío legal par
Austin invadió mi boca, introduciendo su lengua, causándome escalofríos. Intenté defenderme, pero entre más jugaba con mi lengua, más me costaba alejarme. Ese sabor tan culposo como placentero estaba ganando la batalla. No me dejaba descansar y tampoco quería que lo hiciera. Fue dominante, posesivo. Siempre controló el juego. Mis manos fueron a su pecho, me propuse apartarlo y no lo logré. Sus músculos se notaban apretados contra mis manos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas, el vientre me hormigueaba, mis emociones me traicionaban, al igual que todo mi cuerpo. ¡Estaba casada! ¡Quería recuperar mi matrimonio! ¡Debía serle fiel!¡No podía tener una aventura siendo una mujer casada!¡No podía traicionar a mi esposo! Mis pensamientos se convirtieron en humo. Mi cuerpo no obedecía. En algún punto terminamos contra la puerta del baño. Sus manos viajaron por mis piernas desnudas, para luego tocar zonas indebidas que estaban cubiertas por la ropa. No podía negarlo, mi zo
Entré a paso firme. Mi mirada fue directo al hombre sentado frente a un escritorio, con su cabeza enterrada en unos papeles. No me molesté en ver las paredes de cristal, para evitar desmayarme. ―Padre ―anuncié. ―Te estaba esperando ―dijo sin levantar la vista, pero pude notar como comenzó a escribir más rápido para prestarme atención. Nunca dejaba un papel a la mitad, debía terminarlo y luego es que hablaba. Y efectivamente, Williams le contó a mi padre. Esto era un trato de negocios, es normal que lo hiciera. Pero me molestaba, ya que lo mostraba muy decidido. Una vez que terminó, soltó el lápiz y levantó su cabellera rubia canosa. A diferencia mi persona, él si era rubio natural. Yo no. Me pintaba el cabello desde hace varios años, es que me hacía parecer más su hija de ese modo. Apenas que un mechón negro se comenzaba a notar, no tardaba en echarme tinte. Miré el rostro de mi padre, esperando divisar la molestia y la decepción en sus ojos café, pero encontré calma y tranqu
Transcurso del día siete desde que recuperamos nuestro matrimonio (antes de la tragedia): Me dormí a las una de la madrugada. Tuve un sueño espeso, tan vivido y al mismo tiempo, tan extraño. No tenía sentido, eran pequeños fragmentos de segundos. Era como si me pusieran escenas al azar, repartidas como un rompecabezas que necesitaba armar. Aunque ese no era el problema; todo lo veía borroso. Como si fuera una sección de mi cerebro que estaba bajo mantenimiento. Mi maleta estaba hecha un desastre… No había nadie ahí, pude sentir rabia y furia. Tiraba cosas dentro de la maleta. Era… ¿Era yo? ¡Eran mis manos! La escena cambiaba. Un día sombrío en la playa, una playa que desconocía, pero ahí estaba. Pude escuchar truenos, la piel se me erizó. La escena cambiaba. Oscuridad, seguida de música. Era un grupo musical, pero no sabía cuál. ¡No! Si lo conocía. Mis huesos recordaban la melodía, pero mi cerebro no. La he escuchado en algún lado, pero, ¿dónde? La escena cambiaba. El tors
Esperé, esperé y esperé, y seguí esperando. Pensé que en algún momento vendría a decirme que fue un ataque de ira, a pedirme disculpa por tal comportamiento, o siquiera vendría a dormir, pero no. Estuve hasta la madrugada gritando y pidiendo ayuda, ningún sirviente se dignó abrir la puerta. Williams se los debió de haber ordenado. Nadie vino a traerme la cena. Cuando perdí la esperanza, me dio un ataque de ira; destruí todo lo que había en la habitación. Tiré los objetos al piso, las almohadas, las sábanas, los adornos, los cuadros en la pared. Convertí la habitación en una escena del crimen. Ya para ese entonces la cabeza me martilleaba y el tic nervioso se adueñó de mi ojo. No pude dormir, aunque ni lo intenté. Estaba muy ocupada rompiendo una a una las prendas de Williams. No lo iba a negar, lloré. No por su infidelidad, sino por miedo, miedo a no saber de qué sería capaz. Ya me encerró, la pregunta era: ¿por cuánto tiempo? Necesitaba escapar. Lastimosamente, estaba en un s
Caí sobre mis talones, perdí el equilibrio y mi culo terminó en el suelo. El sonido fue leve debido al césped, pero no me arriesgué a tomarme el tiempo de calmarme. Corrí. La adrenalina tomó el control y no sentí dolor alguno, ni cansancio. Mis pies no se detenían. Escuché los gritos de uno de los guardias que de seguro me vio huir, pero eso no me detuvo. Al contrario, aceleré el paso. Iba por la calle, me crucé con personas y carros, mas no me detuve. Pude pedirles ayuda a alguien pero no estaba razonando. La energía que recorría mi cuerpo estaba a mil, era como si el oxígeno no llegara a mi cerebro. Me metí en un centro comercial, esquivé a las personas. Por suerte, estaba lleno. Logré despistarlos. Llegué al tercer piso del centro comercial y al saber que ya no estaba en peligro, mis piernas me comenzaron a pesar. Sentí los tobillos flojos y los muslos me palpitaban. Me senté en las escaleras, o me dejé caer, mejor dicho. Separé mis piernas y puse mis antebrazos en mis rodillas