―Marta, la mesa de postre irá en aquella esquina, junto a la mesa de aperitivos ―informé a la sirvienta, paseé mi vista por la pulcra y espaciosa habitación.
Mi atención sé dirigió al centro del salón, decorado con una fuente escultural de cristal; dos hombres vestidos de traje y estrechando sus manos como si se tratara de un trato de negocios. Justo del tema que se trataba la reunión de mañana. En el piso rodeando la escultura, se encontraba plasmado un sol pintado en tonos dorados.
―Siento que le falta algo…
―Señora Karina, necesito que escoja las flores que usaremos mañana.
Una sirvienta me entregó dos ramos distintos de flores.
―Lirios ―respondí al instante.
No tenía que pensarlo dos veces, era mi flor favorita.
Todo debía quedar perfecto. Mañana, mi esposo, Williams, buscaría nuevos inversionista para un proyecto. Vendrán muchos amigos de negocios de mi esposo… y otros no tanto.
Williams no se llevaba bien con algunos de los inversionista. Pero son negocios, no se tenía que llevar bien con ellos, sino con su dinero.
Como si lo hubiera invocado, el hombre con el que me casé hace cinco años cuando tenía veinte, entró por la puerta doble, vestido con su traje negro habitual. Levantó su celular para que yo pudiera verlo. No tuvo que decir nada más, ya sabía lo que significa. No me dirigió ninguna mirada y mucho menos me saludó, pasó frente a mí y subió las escaleras. Lo seguí sin dudarlo. Nos introdujimos en nuestra habitación matrimonial.
Mi marido me entregó una caja de pruebas de embarazos. Como si me hubieran cosido la boca, no separé mis labios ni un segundo. Entré al baño. Las manos me temblaron al sostener una de las pruebas. Ya pasaron tres semanas desde que tuvimos sexo sin protección, es el día.
Orine sobre tres pruebas de embarazo. Cada segundo que esperaba por el resultado se sentía eterno. Llevábamos cuatro años intentándolo, cuatro años en los que cambié mi alimentación, cuatro años en los que cambié mi estilo de vida, cuatro años con un estricto régimen de ovulación, cuatro años haciendo el coito por deber en lugar de placer, cuatro años fracasando en el proceso.
Miré las pruebas en su debido momento. Negativo. A pesar de siempre obtener el mismo resultado, no podía evitar el ápice de esperanza que se enfrascaba en mi pecho. Aunque sea me gustaría sacar un falso positivo, sería un avance y por lo menos descansaría un tiempo de las quejas continúas de Williams. Al menos un día en dónde creyera que en verdad puedo embarazarme, puedo servir para algo. Debería poder hacerlo. Incluso hay mujeres que en su primera vez quedan embarazadas a pesar de usar protección. Lo que para ellas sería una desgracia, para mí sería un milagro.
De todas formas, cada una de esas mujeres no tienen que sentirse extasiadas cuando no es su meta engendrar. No todas tenemos la misma motivación ni impulso, y mucho menos el mismo objetivo. Es normal que no todas queramos lo mismo y es respetable. Cuando mi amiga lloró de tristeza por quedar embarazada sin estar en sus planes, la consolé, no la envidié y mucho menos la critiqué. Que yo no pudiera engendrar no significaba que odiaba aquellas que si podían pero no tenían en sus planes ser madres.
―Negativo ―dije al salir del baño, con las pruebas en las manos.
―Algo estamos haciendo mal ―Negó con la cabeza, paseándose por la habitación con los puños apretados―. ¿Cuándo me vas a dar un heredero?
No respondí, principalmente porque era imposible responder eso, no era una adivina.
―Tengo treinta y dos años, ya debería tener un hijo. La gente está empezando a murmurar. ¿Crees que no sé que se han dado cuenta de lo que nos está ocurriendo? Deben pensar que el problema soy yo, cuando eres tú.
―Deberíamos ir al médico, que nos hagan exámenes más invasivos ―propuse.
―¿Y que todo el mundo se entere? Soy una figura pública. No quiero que las personas se enteren que tenemos problemas.
― ¿No acabas de decir que la gente ya se ha dado cuenta? ―contrataqué.
Me desafió con la mirada.
―Tú sabes a lo que me refiero.
―No, no lo sé.
―No puedo seguir así ―gritó, pero no a mí, a la pared. Estaba hablando consigo mismo―. Necesito buscar una solución.
Con pasos firmes, salió de la habitación dando un portazo. No me permití llorar ni entristecerme, no luego de haber tenido esta discusión por más de cuatro años, todos los benditos meses.
Ya se le pasará, solo debía hacer que la reunión de negocios fuese inolvidable; firmará algunos contratos y se le pasará la molestia.
Llegó el día del evento. La tarde fue muy ajetreada por los preparativos y tuve que aguantar a mi marido malhumorado, no por el tema del embarazo, ya hasta parecía haberlo olvidado o restado importancia. En su lugar, su enojo giró a un nuevo objetivo: Austin Cooper. Le ha tenido rencor desde hace tres años, porque construyó un club de campo para los ricos y poderosos del país. La constructora de mi esposo le ofreció un contrato para hacerse cargo de la construcción del lugar y él se negó. Tener ese contrato le daría fama y renombre a nuestra empresa. A su empresa.
Tengo entendido que aquel hombre es odiado por los empresarios, pero por alguna razón igual seguían asistiendo a su club de campo. Supongo que es innegable que todo lo que hacia era de calidad y la gente con dinero disfrutaba de la exclusividad.
Me admiré en el espejo, mi figura estaba cubierta por un vestido de corte sirena, la parte inferior era color rosado pálido y la parte superior era blanca; no tenía mangas ni tirantes, dejaba mis hombros y clavícula al descubierto. Dejé que mi cabello rubio cayera en cascada sobre mi hombro izquierdo. Me coloqué un collar de perlas sobre mi pálida piel y unos aretes que hacían juego. Cubrí mis ojeras con corrector, para que los invitados tuvieran una vista más estética de mis ojos cafés.
―No sé ni para que viene, todos sabemos que no invertirá en mis proyectos ―dijo Williams mientras se ataba la corbata con ira.
Su piel bronceada y su cabello rubio combinaba muy bien con la cortaba roja.
―Entonces, ¿para que lo invitaste?
―Por formalidad ―Williams me dedicó una sonrisa falsa.
―Entonces, tal vez por formalidad aceptó la invitación.
Giré mi anillo sobre mi propio dedo, asesinando al tiempo.
―Él no sabe lo que es ser formal. Es menor que yo, pero actúa como si fuera el centro del mundo ―Williams destilaba veneno por la boca―. Se cree que tiene clase, porte, elegancia. Solo es un niñato de veinticinco años, ¿quién toma enserio a las personas de esa edad?
Me mordí la lengua, ya que él sabía perfectamente que esa era mi edad.
Sé cuando habla con envidia y este era uno de esos momentos.
―Tú aún no lo conoces, ¿verdad? ―continuó―. No me sorprende. Siempre se la pasa en el extranjero, prefiere los negocios internacionales, pero se lucra de los empresarios de este país. Él es tan…
―Inteligente, al parecer.
Mi esposo gruñó.
―No me provoques.
Me ofreció su brazo con indiferencia, pero como llevábamos un matrimonio de cinco años y éramos los anfitriones de esta reunión, lo acepté.
Con dignidad, bajamos al salón principal. Varios hombres y mujeres de negocios ya se encontraban en el lugar, hablaban entre si y disfrutaban del champán. Como de costumbre, pasamos saludando a cada uno de los presentes, compartiendo breves y superficiales conversaciones. Un halago por aquí, un chiste por allá. Todo lo que se debía hacer por el dinero y las conexiones. Me elogiaban por mi belleza y la hermosa decoración. A este punto ya no sabía si lo decían de verdad o por el simple hecho de adular y estar en buenos términos. Pero los comentarios que más me pudrieron eran respecto a mi físico, no porque hablaban vulgaridades o soltaban comentarios despectivos, no. Estas personas eran muy educadas para tales bajezas. En su lugar, destacaban mi figura saludable. Y la razón por la que me molestaba era porque mi vientre estaba plano y eso era algo que disgustaba a mi marido, porque prefería que esa zona estuviera ocupada por su heredero.
Los ánimos de Williams subieron tras hablar con un posible inversionista que parecía optimista con el proyecto. Pero eso mismos ánimos fueron al suelo cuando vio a un hombre alto con el cabello color miel y los ojos avellanas… ¿o eran dorados, cobre?
Los murmullos incrementaron y las miradas despectivas iban directo al susodicho.
Era joven, bueno, un poco más joven que mi esposo, ya sabía que teníamos la misma edad. Por la forma en que mi esposo apretó mi brazo, no me tuvo ni que decir el nombre de aquel sujeto. Austin Cooper.
Con confianza, el hombre se detuvo frente a nosotros con el mentón elevado. Por instinto, enderecé mi espalda más de lo que estaba. Sentía algo familiar al ver el rostro de esa persona, pero no sabía de donde lo había visto. Una revista, quizás.
Me dedicó una mirada rápida, no actuó como el resto de caballeros que se tomaban la molestia de mirarme a los ojos y asentir con educación. Eso me descolocó.
―Williams, cuánto tiempo sin verte ―exclamó con voz ronca. Pese al saludo tan cálido, su rostro no mostraba ninguna sensación que se le asemeje.
Algo en su voz me causó escalofríos y quise retroceder.
―Austin, aún me sorprende que hayas venido, como siempre estás ocupado en el extranjero.
Hasta yo sentí el comentario pasivo agresivo de mi esposo. Pero ellos actuaron como si nada. Se estrecharon las manos con firmeza. La expresión del hombre era fría e implacable.
―Déjame presentarte a mi esposa, Karina. Karina, él es Austin Cooper.
Williams pasó su mano a lo largo de mi columna vertebral, un gesto poco común de su parte y el cual no causó nada en mí. Por algún motivo, me toqueteó más de lo considerado apropiado frente a un extraño.
―Mucho gusto, señor Cooper.
Extendí mi mano, la cual tomó con delicadeza, pero sus ojos jamás me enfocaron. Pese al afecto de su cuerpo, su rostro parecía indiferente, viendo a otro lado, como si la chimenea fuera más importante que mi presencia.
Me mantuve firme, no me mostré afectada ante tal insulto. Creo que ya estaba entendiendo un poquito a mi marido al decirme que no le agradaba.
Williams estaba molesto, lo sé por la forma en que su mano se cerró con fuerza alrededor de mi cintura. ¿Se habrá molestado por la forma en la que me trató el señor Cooper? No, imposible.
Hablaron de cosas sin importancia y aburridas; la economía, la bolsa de valores, el partido de fútbol. Me mantuve lejos de la conversación, porque el señor Cooper no parecía reparar en mi existencia.
―¿Cuánto tiempo piensas quedarte en el país? ―soltó Williams.
―Me marcharé mañana.
―¡Oh, es una pena!
Esa conversación me dejó un gran dato, mi esposo es muy malo actuando su tristeza.
―Sí, debo estar en casa para pasar tiempo con mi hermana. Hace poco nos enteramos que está embarazada ―El señor Cooper sonrió, su gesto pareció genuino.
Quien diría que podría sonreír sin malicia.
Mi marido intentó ocultar su envidia y falló en el proceso. Su sonrisa era tan forzada que se notaba la tensión en los músculos de su rostro. Eso provocó que la sonrisa del señor Cooper se ensanchara más. Y ahora si estaba sonriendo con malicia y satisfacción.
No entiendo el por qué, pero este odio que se traen no es de un solo lado, es mutuo. ¿Por qué?
―Eso es grandioso. Si nos disculpan, hay algunas personas que nos están esperando.
Sin más, nos retiramos, dejando al señor Austin Cooper con la palabra en la boca. Esa acción por parte de mi marido fue muy ofensiva y obviamente el invitado lo habrá notado.
Nuestra velada continuó como si nada, o al menos eso fue lo que quiso aparentar el hombre que me acompañaba. La noticia del embarazo de la hermana de su rival lo sacó de sus casillas, lo afectó. Cada vez que pasaba una camarera con copas de vino o champán, agarraba una y se la bebía de golpe.
Yo me encontraba inquieta, no por el embarazo de otra mujer, eso no me molestaba. Una cosa no tenía que ver con la otra. En su lugar, no podía mirar con libertad a ningún lado, porque siempre me encontraba con la profunda mirada del señor Cooper. No entendía. Cuando estaba frente a él me ignoró deliberadamente y ahora que me mantenía alejada no dejaba de verme. Mi esposo no se dio cuenta de ello, estaba demasiado enfrascado en su ego herido para darse cuenta de lo que ocurría.
La reunión acababa de terminar, los invitados estaban afuera, buscando sus coches. Pese a que mi esposo consiguió a sus inversores, no parecía para nada feliz. Nos encontrábamos solos en el salón principal, con los estragos de lo que en algún momento había sino una sofisticada reunión. Me senté en una de las sillas, dejando los tacones en el suelo y masajeando mis talones.
Williams me dedicó una mirada desaprobatoria. No por mi acción poco elegante, era por el tema del embarazo, por supuesto que era por eso. Ya yo decidí no molestarme más ni obsesionarme con el tema.
Se retiró dando grandes zancadas, volvió tan rápido como se fue, pero regresó con unos papeles en mano. Los dejó caer sobre mi regazo.
Papeles de divorcio.
―¿Qué es esto? ―Mi voz salió como un mero susurro.
No me respondió, solo caminó en círculos por el lugar, con una mano en la cadera y la otra sobre la boca, pensativo.
―¿Es una broma? ¿Por qué? ¿Es porque no te puedo dar un hijo?
Me levanté, rabiada, con el corazón hecho pedazos. No porque él fuese el amor de mi vida, porque jamás lo fue, sino porque le entregué cinco años de mi vida. Al darme estos papeles me estaba diciendo que fracasé, que no le sirvo ni le serví. No desperdicié tantos años para esto.
―Esto siempre fue un trato de negocios. No te lo tomes personal ―exhaló, restándole importancia con los gestos de sus manos.
―No puedes simplemente entregarme los papeles y ya.
Apreté los papeles hasta arrugarlo.
―No nos hagamos los sentimentales. Desde un principio quedó claro que esto era un matrimonio por conveniencia. Tenías que darme un heredero y no pudiste ―habló con firmeza, hasta con odio―. Todos tienen un heredero menos yo, hasta esa mujer…
―Nuestro acuerdo matrimonial era que al casarnos tu manejarías las acciones que me dejó mi padre. No estipulaba nada sobre los hijos.
Me contuve de gritar para evitar que los invitados en el estacionamiento nos escucharan.
―No es necesario poner esa parte, está más que claro cual es tu labor.
La cabeza me dolía, no podía decir si era por este momento tan estresante o porque ya era algo habitual estos malestares.
―No lo acepto.
Rompí los papeles en miles de pedazos, tirándoselo en el rostro, siendo consciente que eso lastimosamente no lo dañaría.
―Tengo una copia de esos papeles. Varias copias.
―No me importa cuantas copias tengas, no firmaré ninguna. ¿Me escuchaste? ¡Ninguna! ¿Piensas que puedes quedarte con el dinero de mi padre y echarme? ¡Es mi dinero!
―Tus acciones me pertenecen, ese era trato.
―Pero te estás divorciando de mí, significa que vuelven a ser de mi propiedad.
―No. Porque al divorciarnos me quedo con la mitad de lo que adquirimos en el matrimonio, por lo cual las acciones se dividirían a la mitad. Pero como tú no tienes el conocimiento ni conoces los métodos para mantener unas acciones, tu padre terminará quitándotelas y yo las compraré. Así son los negocios.
―No lo voy a permitir. No te divorciaras de mí y mucho menos me quitarás lo que me pertenece ―Me enterré las uñas en las palmas de las manos.
No me interesaba el dinero de mi padre, pero si me molestaba que otra persona se creyera con el derecho de quedarse con lo que es mío solo por su codicia.
―No dormirás en esta casa hasta que firmes el contrato.
―Si es necesario dormir en la calle, lo haré ―Levanté el mentón, apretando los dientes hasta llegar a ser doloroso.
Salí dando zancadas, tirando la puerta principal. Gracias al cielo, el estacionamiento estaba vacío.
―Señora Karina, ¿a dónde va? ―preguntó uno de los de seguridad.
Lo ignoré, estaba concentrada en mi rabia. Abrí la reja manualmente, consiguiéndome otro guardia de seguridad preocupado por mí. Había puesto mi primer pie descalzo fuera de la casa cuando me di cuenta de mi imprudencia, pero era demasiado tarde y aún seguía furiosa. Caminé por la fría acera de la calle, intenté despejar mi mente. Pero cada vez que pisaba una piedra me hervía la sangre y mi furia aumentaba. Mi mente reprodujo distintas formas de matarlo, hasta que llegué a la maravillosa idea vengarme, hacerlo pagar. Mis ojos estaban fijos en un letrero gigante a pocos metros de mí. Un letrero de agencia de divorcios. ¿Es esto alguna clase de señal?
Unas luces me cegaron y la bocina de un coche me hizo sobresaltar. No me dio ni tiempo de moverme. Me paralicé. Por suerte, el auto se detuvo a un centímetro de arrollarme. Estoy segura que me veía como un ciervo desorientado.
―¿Estás loca? ―Azotaron la puerta de un coche. Eso me trajo devuelta a la realidad.
Cabello color miel, ojos avellanas, mandíbula firme, alto, mirada severa. Austin Cooper.
Me tragué las palabras ante el rostro inexpresivo de Austin. Sus cejas pobladas estaban fruncidas. ―¿Por qué no miras por dónde vas? ―Me gritó con su mandíbula apretada. Sus ojos bajaron por mi cuerpo, no de forma lujuriosa. Terminó viendo mis pies descalzo cubiertos de tierra. ―¿Por qué te encuentras en ese estado? ¿Y tus zapatos?― ¡No es de tu incumbencia! ―dije, exaltada―. Una disculpa por meterme en tu camino. Me retiré con el mentón elevado, pasando frente al coche. Ya me disculpé, no tenía razones para quedarme a sociabilizar. Y si ya no iba a ser la esposa de Williams White no tenia que fingir ser amable con sus colegas de profesión. ―¡Oye! ―Me gritó y lo ignoré. Crucé la calle, siguiendo mi camino, aunque no sé a qué camino me dirigía. Necesitaba idear un plan para conseguir un lugar donde dormir. ―¿No me escuchas? Mi primer movimiento: vender las joyas que traía encima. Salí sin mi bolso, mi billetera, mis tarjetas, ni siquiera traía mi celular. Y ni habla
―¿Ese no es tu nombre? ―preguntó, pasándose las manos por el cabello. ―Mi nombre es Karina, no Kari ―Me señalé a mi misma. ―Pero es un diminutivo de tu nombre. Tus amigos deben llamarte…―No. Nadie nunca me ha llamado así ―Lo interrumpí. No sé por qué, pero me inquietó escucharlo llamarme así. Me provocó un hormigueo en mi espina dorsal. No. Se sintió diferente, como si ya hubiera vivido esto. ¿Es acaso lo que las personas llaman deja vu? La boca de Austin Cooper se abrió y volvió a cerrarse. Un hombre mayor salió de una puerta detrás del mostrador y se aproximó a nosotros. Mi acompañante se relajó ante la interrupción.―¿Qué quieren? ―El frágil y demacrado anciano se dirigió a nosotros de mala gana. Me impresionó tal trato a sus cliente. Carraspeó y escupió en una cubeta. O al menos espero que haya sido en una cubeta y no en el suelo, de nuestro lado del mostrador no se puede apreciar nada que esté en la parte inferior, gracias a Dios. ―¿Y entonces? ―gritó el viejo cascarr
Fijé mi vista en los billetes verdes mientras eran dejados sobre el mostrador. El lugar estaba en silencio. El señor Cooper estaba detrás de mí, su fragancia era fuerte y varonil. Me negué a verlo. Con cada billete que soltaba yo exhalaba, liberando presión y rabia. Ya estaba harta de estar en medio de los hombres poderosos. No resistía más siendo utilizada para su beneficio. No sé preocupaban por mis intereses, solo por los suyos. Solo era un peón en su juego. Una vez que ya no servía me desecharan, como lo hizo mi esposo. Era tan humillante. Maldito Williams, haría que se arrepintiera. Yo sé que se dará cuenta que tomó una decisión apresurada. Solo habló desde el odio. Debía admitir que esperaba que él me pidiera regresar. Y eso me hacía sentir miserable, porque siempre dependí de Williams y mi padre. Resultaba vergonzoso, pero era la vida que escogí al casarme con él. Si se divorcia de mí, no me quedarán más que las sobras y tendría que humillarme a mí misma para que me deje v
Pasos, voces, oscuridad. No sé si era parte de mi sueño o estaba despierta, mas me negaba abrir los ojos. Unas fuertes manos me rodeaban el pecho y los muslos. Solo podía ver oscuridad. Pero había algo que reconocí, un olor… un perfume. Lo sentí tan familiar y al mismo tiempo tan nostálgico, como si tuviera años sin olerlo. Y sabía a quién le pertenece y era por eso que se me hacía tan extraño que me resultara familiar. Era el de Austin. Morfeo me estaba llamando y no me pude resistir a la tentación, volví a caer rendida.…. Unas manos recorrían mis adoloridos pies, los acariciaba. Era relajante, hasta que me comenzó arder y me desperté del susto. Lo primero que vi fueron los ojos de Austin, avellanas. Sí, definitivamente no eran dorados ni cobre, eran avellanas tildando a dorado. Creí que empecé a delirar e imaginar cosas, porque vi un destello, una imagen en mi mente de esos mismos ojos viéndome. ¿En dónde? ¿Cuándo, cómo? El pecho me subía y bajaba a gran velocidad. Él se encont
Austin parpadeó, cayendo en cuenta de sus propias palabras. Dudó, lo vi en sus ojos. ―Lo supuse. ―¿Y por qué supones eso? ¿Qué te llevó a tal conclusión? Las sienes me palpitaban, el dolor se volvió insoportable.―Por como ignorabas las conversaciones cuando se tornaban sobre el trabajo, negocios…―Esa es una respuesta muy vaga y un análisis muy superficial. Puedo ignorar la conversación por muchas razones; aburrimiento, charlas que escucho todas las noches, negocios que no son míos. Enumeré cada una de las opciones. La silla rechinó al levantarse abruptamente. ―No me voy a poner a discutir ridiculeces en estos momentos. Es de madrugada y no estoy de humor.―¡Esto no se va a quedar así! ¿Por qué estás tan interesado en mi matrimonio? Le grité. Se detuvo en la puerta, viéndome. Cuando pensé que iba a decir algo, terminó dándose la vuelta y saliendo. Pero pude escuchar un susurro, o tal vez me lo imaginé. “Esta no es la vida que tú querías”. Me dejó sola con mis dudas. Los
Austin me sonrió con suficiencia. ―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría? ―No. Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no. Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error. Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto. ―¿Nos conocimos en la secundaria? ―No. De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué. ―¿Nos conocimos en preparatoria? ―No.―¿Nos conocimos en la universidad?―No. ―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada. Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar. ―Aquí no fue. Utilizó el vacío legal par
Austin invadió mi boca, introduciendo su lengua, causándome escalofríos. Intenté defenderme, pero entre más jugaba con mi lengua, más me costaba alejarme. Ese sabor tan culposo como placentero estaba ganando la batalla. No me dejaba descansar y tampoco quería que lo hiciera. Fue dominante, posesivo. Siempre controló el juego. Mis manos fueron a su pecho, me propuse apartarlo y no lo logré. Sus músculos se notaban apretados contra mis manos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas, el vientre me hormigueaba, mis emociones me traicionaban, al igual que todo mi cuerpo. ¡Estaba casada! ¡Quería recuperar mi matrimonio! ¡Debía serle fiel!¡No podía tener una aventura siendo una mujer casada!¡No podía traicionar a mi esposo! Mis pensamientos se convirtieron en humo. Mi cuerpo no obedecía. En algún punto terminamos contra la puerta del baño. Sus manos viajaron por mis piernas desnudas, para luego tocar zonas indebidas que estaban cubiertas por la ropa. No podía negarlo, mi zo
Entré a paso firme. Mi mirada fue directo al hombre sentado frente a un escritorio, con su cabeza enterrada en unos papeles. No me molesté en ver las paredes de cristal, para evitar desmayarme. ―Padre ―anuncié. ―Te estaba esperando ―dijo sin levantar la vista, pero pude notar como comenzó a escribir más rápido para prestarme atención. Nunca dejaba un papel a la mitad, debía terminarlo y luego es que hablaba. Y efectivamente, Williams le contó a mi padre. Esto era un trato de negocios, es normal que lo hiciera. Pero me molestaba, ya que lo mostraba muy decidido. Una vez que terminó, soltó el lápiz y levantó su cabellera rubia canosa. A diferencia mi persona, él si era rubio natural. Yo no. Me pintaba el cabello desde hace varios años, es que me hacía parecer más su hija de ese modo. Apenas que un mechón negro se comenzaba a notar, no tardaba en echarme tinte. Miré el rostro de mi padre, esperando divisar la molestia y la decepción en sus ojos café, pero encontré calma y tranqu