Llegó precipitadamente a su casa en medio del torrencial aguacero que caía a esa hora de la noche en Londres. La señora McAlister, la niñera, salió a su encuentro sonriente como siempre para decirle que ya el niño se había dormido, mientras comenzaba a agarrar sus cosas para irse a su casa. El doctor Hansen le dirigió apenas una mirada mientras dejaba su impermeable mojado en el piso e iba a toda prisa a su biblioteca allí en la planta baja. La señora McAlister se extrañó por su actitud y le preguntó qué sucedía.
―No tengo tiempo para explicarle. Gracias por haber venido señora McAlister ―le dijo el doctor mientras entraba a la biblioteca y comenzaba a hurgar en las gavetas de su escritorio―. Como siempre su pago fue transferido a su cuenta esta mañana. No la necesitaré más por el resto de la semana. Ahora es mejor que se vaya, y mientras más rápido mejor.
La señora McAlister dudó por unos segundos, aún extrañada, y luego dio la vuelta para salir de la biblioteca y dirigirse a la puerta principal. Estaba acostumbrada a la actitud extraña, esquiva y a veces impredecible del doctor Hansen, por lo que decidió no darle importancia a lo que sucedía en ese momento, pensando que tal vez era otra de sus situaciones apremiantes en las que se encontraba a menudo por su trabajo. El doctor Hansen encontró entre unos papeles un sobre manila y lo abrió, constató que eran los documentos que buscaba y salió de la biblioteca, subió al segundo piso de la amplia casa y se dirigió a su habitación. Una vez adentro sacó del closet una maleta y comenzó a llenarla con parte de su ropa y algunos efectos personales. Cuando estaba llena la cerró, la puso en el piso al lado de la puerta y salió de la habitación, entrando en la segunda. Allí, un niño de unos cinco años dormía plácidamente en su cama, lo observó por unos segundos en la penumbra y luego encendió la luz, buscó en el closet otra maleta y comenzó a llenarla también con algunas de las ropas del niño. Éste, al escucharlo se despertó y la luz le afectó por unos segundos.
―¿Qué sucede, papá? ―le preguntó, una vez que pudo ver mejor―. ¿Por qué estás haciendo esa maleta?
El doctor Hansen siguió llenándola sin pausa.
―Nos vamos de viaje ―le dijo―. Toma tus juguetes favoritos y colócalos en tu morral de la escuela.
―¿A dónde vamos? ―preguntó el niño, saliendo de la cama y buscando los juguetes en un baúl al lado de la puerta.
―Vamos donde un amigo. No preguntes más y apresúrate.
A los pocos minutos salían de la casa ataviados con impermeables y entraron en el Mercedes Benz frente a la cochera. La lluvia no había cesado aún y Hansen pensó que deberá manejar con sumo cuidado para evitar un accidente, a pesar de que tenía mucha prisa por salir del país. Cuando iba por la carretera se cercioraba a cada momento que nadie le seguía, y comenzaba a sentirse nervioso. A su lado, el niño llevaba en la mano un muñeco del Capitán América y veía a través de la ventana cómo la lluvia la mojaba sin cesar, y a todo a su alrededor.
Se despertó cuando el autobús se detuvo en la terminal de Nueva York. Había hecho un largo viaje desde Los Ángeles y se sentía agotado en extremo. Tomó su mochila y bajó del autobús junto a los otros pasajeros. Afuera, apenas reconoció dónde se encontraba luego de cuatro años de haber estado allí en casa de su amigo. Suspiró profundamente.―Ya llegamos, hermano ―se dijo en voz baja―. Ya estamos en tu casa.A los doce años David Cranston perdió a su familia en un trágico accidente automovilístico. Aficionado al whiskey, su padre había bebido mucho en una reunión familiar un domingo, y de regreso a casa se quedó dormido al volante. Su padre, su madre y su hermanita de cinco años murieron ese día, y David comenzó una larga travesía por hogares adoptivos en los cuales nunca se sintió a gusto, ya que n
El doctor Julius Hansen le contó a su amigo todo lo que había hecho para llevar adelante su «encargo», el cual consistía en lograr un clon de Jesús de Nazaret. Por supuesto, su primera reacción cuando le hicieron la propuesta fue negarse rotundamente a la idea, ya que la clonación humana está estrictamente prohibida, pero su curiosidad científica y su atracción hacia lo desconocido le hicieron cambiar de parecer, y aceptó hacerlo de manera secreta, pensando en que tal vez no logre su cometido por lo complejo del proceso y porque nunca antes se había intentado. Para ello necesitaba disfrazar sus acciones con las de una investigación éticamente posible relacionada con el tema. Le contó que logró el apoyo de su laboratorio ubicado en Berkeley, California, presentándole a la directiva el inicio de una investigación relacionada con la duplicación o clo
David se despertó poco antes de que saliera el sol. Hacía tiempo que no dormía tan profundamente. Se levantó y se dirigió al baño, donde se lavó la cara y se cepilló los dientes. A los pocos minutos bajó a la sala y encontró a John sentado frente a la ventana con la escopeta descansando sobre sus muslos. Éste le hizo señas de que hiciera silencio y le invitó a mirar con él a través de los cristales. David divisó inmediatamente a un hombre parado al final de la calle y en la esquina, al parecer esperando algo o alguien.―Llegó hace unos veinte minutos ―dijo John―. No ha hecho nada más.David le miró, intrigado.―¿Y por qué le parece sospechoso eso?―No terminaste de escuchar la conversación de anoche, hijo, y no sabes que mi amigo y su hijo corren peligro.―¿Peligro? Yo solo escuché a
El Dodge Charger de John era del modelo de cuatro puertas. David iba al volante y a su lado el doctor Hansen observaba la autopista en silencio. Joseph estaba acostado en el asiento trasero, dormido. Hacía rato que ya habían tomado la vía hacia Manhattan, y se acercaban al Puente Williamsburg, sobre el East River. David no podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa de John, y por más que trataba de justificarse no podía dejar de pensar en el hombre al que le había quitado la vida. De alguna forma pensaba que la guerra y la muerte ya no formarían parte de su vida, y allí se encontraba de nuevo, matando por una causa que aún no comprendía del todo. Lo único que sabía era que si no hubiera tomado la vida de aquel hombre, todos, incluso él mismo, estarían muertos a esa hora. Pensó en Joseph, y un pequeño ápice de consuelo llegó a su alma a
Los amigos de John tenían un pequeño negocio de antigüedades en la esquina de las calles Delancey con Allen en Manhattan. No les costó conseguir la dirección, ya que quedaba cerca del puente Williamsburg, por el cual habían ingresado al distrito. A esa hora ya estaba abierta la tienda y el doctor Hansen pidió a David que esperara en el carro junto a Joseph, que ya se había despertado. Entró y de inmediato un hombre como de unos setenta años le salió a su encuentro con una amplia sonrisa. Al fondo, y tras un mostrador, una mujer también mayor estaba cerca de la caja registradora. Del otro lado de la tienda, una mujer obesa observaba con detenimiento una figura de porcelana que parecía un caballo.―¿En qué puedo ayudarle, amigo? ―preguntó el hombre con voz suave―. Tenemos muchos artículos antiguos e interesantes. Muchos tienen una historia particular, si gusta se
Luego del incidente con el camión de concreto, Mark y Doris se dirigieron nuevamente hacia la casa del científico y buscaron a más vecinos que hayan presenciado el incidente. Una anciana les dijo que había escuchado las detonaciones y de inmediato se asomó a una ventana, y que a los pocos segundos vio que dos hombres y un niño salían de la casa del científico y abordaban un carro, abandonando la escena de forma apresurada.―¿Vio cómo eran esos hombres y el niño? ―le preguntó Doris―. ¿Eran blancos? ¿De color?―Eran blancos todos ―dijo la anciana―. Uno de los hombres era más joven que el otro, y el niño era pequeño, como de unos cuatro o cinco años.―Es buena observadora, y además tiene buena memoria ―le dijo Mark―. ¿Algo más que recuerde?La anciana hizo un gesto de fastidio, parecía que las palabras de a
Una de las balas había alcanzado también el motor y comenzó a fallar. Aún estaban lejos del aeropuerto. David tomó la próxima salida y se encontró de nuevo en los suburbios de Nueva York. El doctor Hansen se veía contrariado, necesitaba salir del país y las cosas se estaban complicando. David estacionó el auto en una calle poco transitada, no tuvo necesidad de apagar el motor ya que éste lo había hecho solo debido a la falla.―Necesitaremos otro auto ―dijo―. ¿No tiene a más nadie que lo ayude?El doctor Hansen pensó un momento.―Podemos ir de nuevo donde los amigos del doctor Moses a ver si ellos tienen uno.―Bien. Debemos irnos. No conozco bien esta ciudad. ¿Estamos cerca?El doctor Hansen echó un vistazo alrededor. Conocía la zona.―Estamos un poco lejos, como a unas siete cuadras.―Entonces debemos apurarnos
La «Brigada Senil», como jocosamente les decía Henry a sus amigos, se habían marchado con aquellos dos tipos en el maletero de un Oldsmobile convertible para darles una lección. Henry y su esposa, Joanna, convencieron a Hansen y a David de quedarse con ellos en su apartamento para que pasaran la noche y continuaran su camino hasta el aeropuerto el día siguiente. A Hansen le preocupaba que quiénes les perseguían también les encontrasen allí, ya que sabían que habían ido hasta el negocio de los ancianos y no tardarían en averiguar dónde vivían para buscarlos allá. Henry les explicó que no habría problemas allí, ya que el apartamento en donde estaban era del esposo de su hija, y se habían ido ya hace unos cinco años para Argentina. Su hogar estaba ubicado en Queens y, aunque vivían allí de manera permanente, esa tarde habí