El doctor Julius Hansen le contó a su amigo todo lo que había hecho para llevar adelante su «encargo», el cual consistía en lograr un clon de Jesús de Nazaret. Por supuesto, su primera reacción cuando le hicieron la propuesta fue negarse rotundamente a la idea, ya que la clonación humana está estrictamente prohibida, pero su curiosidad científica y su atracción hacia lo desconocido le hicieron cambiar de parecer, y aceptó hacerlo de manera secreta, pensando en que tal vez no logre su cometido por lo complejo del proceso y porque nunca antes se había intentado. Para ello necesitaba disfrazar sus acciones con las de una investigación éticamente posible relacionada con el tema. Le contó que logró el apoyo de su laboratorio ubicado en Berkeley, California, presentándole a la directiva el inicio de una investigación relacionada con la duplicación o clonación de órganos de seres humanos, con la intención de eliminar aquellos factores causantes de que de alguna manera fallaran o se enfermaran, y lograr trasplantarlos al paciente afectado, eliminando el dañado y evitando así el penoso y largo proceso de encontrar donantes compatibles para cada caso. En su investigación siguió los patrones de clonación establecidos por el Instituto Roslin de Escocia cuando clonó a la oveja Dolly, pero necesitaba que el producto u órgano obtenido tuviera la capacidad de funcionamiento necesaria para durar muchos años, ya que los primeros resultados de alguna manera «morían» a los pocos días de logrados. Manipuló muestras genéticas de diversos animales para determinar el factor en la cadena del ADN que hacía que la vida del producto obtenido fuera tan corta. No había podido encontrar una respuesta satisfactoria al problema cuando decidió manipular una muestra de su propio ADN, un ADN humano, y entonces logró clonar uno de sus propios riñones, el cual se veía sano y perfectamente funcional. Sin embargo, había alcanzado la mitad de su cometido, ya que ninguno de sus riñones estaba enfermo, y necesitaba justificar su investigación con algún paciente que requiriera de un trasplante con urgencia. Logró conseguir un voluntario necesitado de un nuevo corazón y reanudó su investigación. Tenía el tiempo en contra, ya que por una parte el paciente estaba entrando en estado crítico, y por otra los de La Segunda venida lo presionaban, y no estaban dispuestos a seguir esperando por su encargo. Luego de varios meses de intenso trabajo, logró encontrar los factores genéticos que hicieron enfermar el corazón del paciente voluntario, y con la reconstrucción de la cadena de ADN con muestras de sus familiares consigue su principal objetivo: un corazón sano y sin predisposición a enfermarse en el futuro. El crecimiento del nuevo corazón fue lento, y cuando el paciente ya estaba entrando en estado crítico, hizo el trasplante, salvando su vida. Entusiasmado, y viendo que había dado un gran paso hacia la clonación de órganos humanos, dio la gran noticia al mundo y abrió las puertas para la salvación de millones de personas alrededor del planeta. La clonación de órganos era una realidad, pero sobre todo, una oportunidad para seguir viviendo para enfermos terminales, eliminando aquellos factores que de alguna manera afectaban a esos órganos, garantizando el buen funcionamiento del clonado. Con este triunfo de la ciencia, asomó la posibilidad de clonar seres humanos en un futuro inmediato, a lo cual la comunidad científica internacional alzó su voz de protesta alegando que el ser humano no puede jugar a ser Dios, y recordándole que la clonación humana estaba estrictamente prohibida. En declaraciones posteriores asumió que había dicho aquello en un momento de entusiasmo desmedido y pidió disculpas por su optimismo desbordado. Casi ponía al descubierto sus intenciones de clonar a un ser humano, y decidió que ya estaba listo para llevar adelante el encargo que le habían hecho.
Nunca supo cómo ni cuándo lo obtuvieron, pero los de La Segunda Venida le proporcionaron el material genético que ellos aseguraban era del mismo Jesús de Nazaret, el cual consistía en un muy pequeño trozo de tela que parecía muy antiguo. Días después se enteró de un intento de robo del sudarium guardado en la Catedral de San Salvador en Oviedo, España, y que al parecer en ese intento se pudo haber «perdido» una casi imperceptible parte del mismo. Investigó un poco sobre éste, y encontró que de acuerdo con las pruebas forenses realizadas en su momento al sudarium, éste fue utilizado para envolver la cabeza de Jesús, y las muestras de sangre y fluidos de edemas pulmonares en él coincidían con las del sagrado Manto de Turín, por lo que se tenía confirmación de que ambos habían sido utilizados en el mismo cuerpo, y por lo tanto el ADN era el de Jesús de Nazaret. Con esa información procedió a extraer el material genético del trozo de tela y, una vez obtenido, volvió a contactar al grupo, quiénes le llevaron a una joven virgen miembro del mismo, que orgullosamente aceptó ser fecundada y llevar en su vientre al próximo mesías. Fueron nueve meses de conflictos emocionales para el doctor Hansen, quién se debatía entre la ética y la emoción de clonar a Jesús. Los miembros del grupo aislaron a la embarazada y no le permitieron verla hasta el momento en que ya estaba por dar a luz y para que asistiera en el parto, ya que no querían llevarla a un hospital para evitar preguntas sobre los padres del niño.
En una de esas visitas logró escuchar en una de las habitaciones contiguas una acalorada discusión entre el líder del grupo y dos personas más, al parecer porque no se ponían de acuerdo sobre la educación y crianza del niño, ya nacido. Fue allí donde se dio cuenta que el niño no iba a tener un buen futuro con todos aquellos fanáticos, y planeó sacarlo de allí a como dé lugar. Pensó en ir a las autoridades, pero entonces quedarían al descubierto todas sus actividades ilegales de clonación de un ser humano, y pensó que al igual que con aquellos con los que estaba, con el gobierno tampoco le esperaba una buena vida al pequeño, por lo que decidió trazar un plan para llevárselo y desaparecer con él.
Fue así como un año después, luego de comprobar el estado de salud de la madre y el niño, convenció a quiénes los cuidaban de que la madre necesitaba ir a un hospital para controlar mejor su salud y la del niño, ya que no era médico obstetra ni mucho menos pediatra, y no habían tenido un monitoreo adecuado hasta la fecha. A regañadientes el líder del grupo aceptó, pero con la condición de que los acompañara él y los presentara como su esposa e hijo. Así lo hicieron, y convencieron a los doctores de que había sido un parto casero de emergencia, razón por la cual no tenían registros médicos de ellos. Una vez que los hubieron ubicado en una habitación, una enfermera se llevó al niño para pesarlo y medirlo, pero lo que el líder del grupo ni la madre del niño sabían, era que el día anterior el doctor Hansen había contratado a una mujer para que se hiciera pasar por enfermera, y así apartar el niño de ellos con cualquier excusa. A los pocos minutos, y con el pretexto de ir a fumarse un cigarrillo (ellos no sabían que no fumaba), salió de la habitación y se encontró con la falsa enfermera en la parte posterior del hospital, donde tomó el niño y desaparecieron en carros separados. Sólo cuatro años pudo mantenerse escondido, y ahora necesitaba volver a desaparecer, una vez que lograron dar con él y con el niño.
John parecía pensativo.
―Sí, yo seguí con detenimiento tus logros por la prensa ―le dijo―. Te precipitaste al decir que ya se podían clonar seres humanos, y al menos te retractaste a tiempo antes de que el comité disciplinario te sancionara. No voy a negar que tu desaparición me afectó sobremanera, pero de alguna forma pensaba que estarías bien donde sea que estuvieras. Asumí que no querías más publicidad ni ser la figura pública del momento, y eso me tranquilizó un poco.
―Bueno, en parte fue así ―dijo Hansen―. Ya tenía lo que quería y reflexioné un poco antes de abandonar a su suerte al niño.
―¿Y cómo se enteraron los Hermanos del Averno, o como sea que se llame la secta que mencionaste?
―Eso no lo sé. Fui cuidadoso al marcharme, y me llevé conmigo todos los archivos y documentos que pudieran dar una idea que había clonado a un ser humano si alguien hurgara en mi investigación. Tal vez los de La Segunda Venida hayan dicho algo, no sé...
―Pero entonces es una sospecha, y no un hecho de que ellos sepan del niño.
―Lo saben ―dijo Hansen―. Con mi identidad falsa logré conseguir un trabajo como profesor de genética en la Universidad de Londres, y ayer en la tarde, cuando salía hacia mi casa, recibí una llamada en mi celular donde un tipo me dijo: «ya lo ubicamos, doctor Hansen, y los de la Segunda Venida tampoco están muy contentos. Si de verdad cree en un Dios, récele para que los Hermanos del Averno no lleguemos a usted antes que ellos y Los Bienaventurados. Su «producto» es una abominación al ser creada por el hombre y no por Dios, y debe ser destruido».
John suspiró y se reclinó en su sillón.
―¿Crees que se atrevan a hacerle daño al niño? ―preguntó Hansen con una expresión de preocupación en la cara.
―Mucha gente ha hecho cosas horribles en nombre de la religión a lo largo de los siglos ―le contestó John―. No me extrañaría si toman algunas acciones en ese sentido. Y las sectas satánicas también han hecho cosas horribles. Si fuera tú me tomaría esa amenaza en serio.
Hansen miró al piso por unos segundos, frotándose las manos nerviosamente.
―¿Y qué voy a hacer, entonces?
―Tengo unos conocidos en Manhattan ―dijo Robert luego de pensar un rato e incorporándose―. Ellos tienen familia en Sudamérica y pudieran ayudarte. Conmigo aquí no están a salvo porque tarde temprano me relacionarán contigo, si es que no lo han hecho ya.
Buscó en una pequeña gaveta de un improvisado escritorio con una laptop y una lámpara encima, y al cabo de unos segundos sacó una tarjeta de presentación. Se la dio a Hansen.
―Ellos tienen ese pequeño negocio en Manhattan, diles que vas de mi parte y pídeles lo que necesites. Ellos me deben unos cuantos favores y no harán preguntas, pero en caso de que duden, diles que recuerden a su prima Debbie y lo que hice por ella. Con eso bastará.
―No preguntaré qué fue eso que hiciste por ellos porque sé que no me lo dirás, ¿verdad?
―Eso es correcto ―sonrió John―. Lo único que puedo decirte es que no tuvo nada que ver con mi trabajo.
Margaret ya regresaba de la cocina con Joseph.
―Este caballerito tiene mucho sueño ―dijo―. Y yo también. Nos vamos a dormir.
―Es mejor que nos vayamos a dormir todos ―dijo John―. Mañana será otro día.
Todos subieron a las habitaciones y Margaret acostó al niño y al doctor Hansen en el cuarto de visitas. A los pocos minutos todos dormían, menos John, que vigilaba la calle vacía a través de la ventana de la sala. Pensó en todo lo que le había dicho su amigo y decidió que montaría guardia por si aparecían aquellas personas por allí. Tenía su vieja escopeta con él.
David se despertó poco antes de que saliera el sol. Hacía tiempo que no dormía tan profundamente. Se levantó y se dirigió al baño, donde se lavó la cara y se cepilló los dientes. A los pocos minutos bajó a la sala y encontró a John sentado frente a la ventana con la escopeta descansando sobre sus muslos. Éste le hizo señas de que hiciera silencio y le invitó a mirar con él a través de los cristales. David divisó inmediatamente a un hombre parado al final de la calle y en la esquina, al parecer esperando algo o alguien.―Llegó hace unos veinte minutos ―dijo John―. No ha hecho nada más.David le miró, intrigado.―¿Y por qué le parece sospechoso eso?―No terminaste de escuchar la conversación de anoche, hijo, y no sabes que mi amigo y su hijo corren peligro.―¿Peligro? Yo solo escuché a
El Dodge Charger de John era del modelo de cuatro puertas. David iba al volante y a su lado el doctor Hansen observaba la autopista en silencio. Joseph estaba acostado en el asiento trasero, dormido. Hacía rato que ya habían tomado la vía hacia Manhattan, y se acercaban al Puente Williamsburg, sobre el East River. David no podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa de John, y por más que trataba de justificarse no podía dejar de pensar en el hombre al que le había quitado la vida. De alguna forma pensaba que la guerra y la muerte ya no formarían parte de su vida, y allí se encontraba de nuevo, matando por una causa que aún no comprendía del todo. Lo único que sabía era que si no hubiera tomado la vida de aquel hombre, todos, incluso él mismo, estarían muertos a esa hora. Pensó en Joseph, y un pequeño ápice de consuelo llegó a su alma a
Los amigos de John tenían un pequeño negocio de antigüedades en la esquina de las calles Delancey con Allen en Manhattan. No les costó conseguir la dirección, ya que quedaba cerca del puente Williamsburg, por el cual habían ingresado al distrito. A esa hora ya estaba abierta la tienda y el doctor Hansen pidió a David que esperara en el carro junto a Joseph, que ya se había despertado. Entró y de inmediato un hombre como de unos setenta años le salió a su encuentro con una amplia sonrisa. Al fondo, y tras un mostrador, una mujer también mayor estaba cerca de la caja registradora. Del otro lado de la tienda, una mujer obesa observaba con detenimiento una figura de porcelana que parecía un caballo.―¿En qué puedo ayudarle, amigo? ―preguntó el hombre con voz suave―. Tenemos muchos artículos antiguos e interesantes. Muchos tienen una historia particular, si gusta se
Luego del incidente con el camión de concreto, Mark y Doris se dirigieron nuevamente hacia la casa del científico y buscaron a más vecinos que hayan presenciado el incidente. Una anciana les dijo que había escuchado las detonaciones y de inmediato se asomó a una ventana, y que a los pocos segundos vio que dos hombres y un niño salían de la casa del científico y abordaban un carro, abandonando la escena de forma apresurada.―¿Vio cómo eran esos hombres y el niño? ―le preguntó Doris―. ¿Eran blancos? ¿De color?―Eran blancos todos ―dijo la anciana―. Uno de los hombres era más joven que el otro, y el niño era pequeño, como de unos cuatro o cinco años.―Es buena observadora, y además tiene buena memoria ―le dijo Mark―. ¿Algo más que recuerde?La anciana hizo un gesto de fastidio, parecía que las palabras de a
Una de las balas había alcanzado también el motor y comenzó a fallar. Aún estaban lejos del aeropuerto. David tomó la próxima salida y se encontró de nuevo en los suburbios de Nueva York. El doctor Hansen se veía contrariado, necesitaba salir del país y las cosas se estaban complicando. David estacionó el auto en una calle poco transitada, no tuvo necesidad de apagar el motor ya que éste lo había hecho solo debido a la falla.―Necesitaremos otro auto ―dijo―. ¿No tiene a más nadie que lo ayude?El doctor Hansen pensó un momento.―Podemos ir de nuevo donde los amigos del doctor Moses a ver si ellos tienen uno.―Bien. Debemos irnos. No conozco bien esta ciudad. ¿Estamos cerca?El doctor Hansen echó un vistazo alrededor. Conocía la zona.―Estamos un poco lejos, como a unas siete cuadras.―Entonces debemos apurarnos
La «Brigada Senil», como jocosamente les decía Henry a sus amigos, se habían marchado con aquellos dos tipos en el maletero de un Oldsmobile convertible para darles una lección. Henry y su esposa, Joanna, convencieron a Hansen y a David de quedarse con ellos en su apartamento para que pasaran la noche y continuaran su camino hasta el aeropuerto el día siguiente. A Hansen le preocupaba que quiénes les perseguían también les encontrasen allí, ya que sabían que habían ido hasta el negocio de los ancianos y no tardarían en averiguar dónde vivían para buscarlos allá. Henry les explicó que no habría problemas allí, ya que el apartamento en donde estaban era del esposo de su hija, y se habían ido ya hace unos cinco años para Argentina. Su hogar estaba ubicado en Queens y, aunque vivían allí de manera permanente, esa tarde habí
Al escuchar que llegaba la policía, Thomas, que se había quedado en el asiento trasero del auto, supo que sus hombres no volverían, por lo que se pasó al asiento delantero, encendió el motor y lo puso en marcha, pasando al lado del Impala negro con luces policiales que acababa de llegar. Comenzaba a sentirse realmente frustrado de no poder llegar a Joseph, y eso también lo disgustaba. Hansen hasta ahora había tenido muy buena suerte de poder evadirlo ileso, y buscaría la forma de que eso cambiara. Se dirigió de nuevo a su casa, ya era de noche y necesitaba comunicarse con su Señor, para que pudiera decirle de nuevo dónde estarían al día siguiente. Llegó a los veinte minutos, un poco más rápido que de costumbre, pensó. A pesar de que estaba ubicada en Queens sentía que el sitio era el más conveniente para vivir que cualquier otra localidad. Como norma p
Hansen acostó a Joseph en la cama de Karen teniendo cuidado de no despertarlo. Ella se sentó a su lado y volvió a contemplarlo, luego le quitó los zapatos y lo arropó. Le dio un beso en la frente y otro en la mejilla. Miró a Hansen, se levantó y salió de la habitación. En la sala se sentó en uno de los muebles. David estaba de pie junto a una de las ventanas y escudriñaba los alrededores. Hansen llegó y se sentó también en otro mueble. No había querido quitarse aún la chaqueta de su traje. Karen y él se miraron por largo rato. Karen rompió el silencio.―No debería, pero te agradezco que me hayas devuelto a Joshua. Se ve que lo has cuidado y alimentado bien.―Ahora se llama Joseph ―dijo Hansen―. Y no te lo estoy devolviendo, te estoy ofreciendo la oportunidad de estar de nuevo en su vida, junto a mí.―Soy su madre. Si quiero