Darlene pasó la noche en vela ordenando la información que tenía sobre los sucesos y buscando algún dato o pista que le pudiera decir lo que estaba pasando. Repasó los nombres de los propietarios de las casas donde habían ocurrido los tiroteos y pensó que no estaría de más buscar algún tipo de información sobre ellos en internet. El primero que ingresó fue, por supuesto, el dueño de la casa del primer suceso: John Moses. Lo primero que apareció con su nombre fue información de Facebook, y luego una nota de prensa. Nada más. Lo demás era información con referencia solamente al nombre de John o al apellido Moses, sin conexión entre ellos. Decidió leer la nota de prensa. En ella se presentaba al mundo un logro obtenido por el Dr. Julius Hansen en materia de clonación de órganos humanos, y el nombre de John Moses sólo salí
David y los demás ya habían entrado a Nueva York seguidos de Mark y Doris. Mark les hizo un cambio de luces y David miró por el retrovisor; Mark le ordenaba que se detuviera. Se detuvieron a un lado de la calle y una vez que se hubo bajado del auto, Mark se les acercó.―No tienen idea de dónde comenzar a buscar, ¿verdad?David y los demás negaron con la cabeza.―Hace algún tiempo hicimos un allanamiento en una casa donde se realizaban rituales satánicos y cosas por el estilo. La casa está clausurada, pero uno de los detenidos vive cerca. Podemos empezar por allí, interrogándolo para ver si nos dice dónde pudieron haber llevado al niño.―¿Y usted cree que ese hombre se los pudo haber llevado a ellos? ―preguntó Karen.―Es lo más probable. Si sus propios intentos fallaron en más de una vez, pudieron recurrir a ese hombre para q
Thomas no veía absolutamente nada. En el fondo de la habitación comenzó a divisar dos puntos rojos que iban apareciendo progresivamente. Se alegró de que su Señor llegara en ese preciso momento, y así se lo dijo, mientras los dos puntos se acercaban lentamente a él.―Es hora de un cambio ―le dijo, su Señor.Thomas no comprendió, y comenzó a sudar copiosamente. Sentía un enorme calor.―No com... comprendo, mi Señor... ¿Cuál cambio?Las luces de la lámpara de emergencia comenzaron a parpadear de nuevo, defectuosas. Thomas pudo ver mejor la sombra negra con dos puntos rojos frente a él. Extrañamente, iba haciéndose menos oscura, como aclarándose, y tomando la forma de lo que parecía era un hombre. De repente Thomas se vio frente a sí: la sombra había adquirido su forma, y comenzó a sentir miedo. El o
Darwin Conrad estaba realmente furioso cuando llamó a Darlene a su celular. Le recriminaba fuertemente por el avance que hizo sobre el suceso de la estación de policía, donde planteaba la posibilidad de que estuviera involucrado un clon de Jesús de Nazaret. Sus jefes en la central de la CNN en Atlanta le habían llamado por el «extraño y confuso» reporte de su sede en Nueva York, y preocupados también por la ola de rumores y noticias especulativas que se estaban dando en todas partes del país a raíz de ese reporte. Darwin no acostumbraba a cuestionar a sus reporteros delante de sus jefes, por lo que prometió investigar y ahondar más en el suceso y tener una respuesta concreta de todo antes de que finalice el día, tranquilizándolos al menos por el momento. Ahora tenía al teléfono a su reportera estrella y estaba molesto no tanto por el hecho de que hubiera dicho todo aq
Ya no podía ocultarse por más tiempo la existencia de Joseph. Aquel grupo religioso armado frente al Departamento de Policía había puesto sobre la palestra la verdad sobre los acontecimientos de los últimos días, donde muchos testigos de las palabras del doctor Hansen hicieron correr por las redes sociales todo lo que había dicho, y ya prácticamente todo el mundo sabía que un científico había logrado clonar a Jesús de Nazaret, y grupos religiosos y sectas satánicas habían tratado de matar al niño clon, considerándolo una abominación o una amenaza para su existencia y razón de ser. En muchas ciudades del mundo grupos de personas se aglomeraban en sitios públicos, como plazas y avenidas, y hacían vigilias pidiendo por la vida del niño Jesús y que lo presentaran al mundo como su nuevo Señor y salvador para seguirlo. Otros, muy
Mark y Doris estaban conversando con David y Karen cuando la puerta de la casa de seguridad se abrió, dando paso a Hansen y a Joseph, abalanzándose éste último en los brazos de su madre. Karen le besó repetidamente y le preguntó cómo les había ido con el Presidente.―Es un hombre bueno, pero muy serio ―le dijo Joseph―. No quiere que David esté con nosotros.―¿Y eso por qué? ―preguntó David―. ¿Qué le dijo, doctor?Hansen suspiró desconsolado.―Dijo que a pesar de que estabas actuando en defensa propia, y en la nuestra, debes ser investigado por las muertes de esas personas. Al igual que yo, por lo que hice.―¿Y qué piensa hacer el Presidente? ―preguntó Karen.―Pondrá al FBI a cuidarnos hasta que decida qué hacer con nosotros. Tiene mucha presión por parte del Vaticano e Israel...―¿Pr
Nueva York, a la medianoche.Como era su costumbre, Thomas Robertson se mantenía despierto mucho más allá de la medianoche, luego de haber encabezado el acostumbrado sacrifico semanal. Sentado de frente a la ventana tras su escritorio, parecía pensativo, y su semblante como siempre era sombrío. Tenía ya alrededor de diez años encabezando a la secta satánica «Hermanos del Averno», y la cantidad de seguidores que había «cosechado» a través de todos esos años ya superaban los mil, sólo en la ciudad de Nueva York. En todos esos años de actividad nunca había sentido mayor preocupación que la de agradar a su «Señor de las Tinieblas», como le decía a Satanás, procurando con sus sacrificios, actividades de iniciación y devoción, ganar sus favores y complacencia. Pero ahora una sombra de preocupaci&oacu
Llegó precipitadamente a su casa en medio del torrencial aguacero que caía a esa hora de la noche en Londres. La señora McAlister, la niñera, salió a su encuentro sonriente como siempre para decirle que ya el niño se había dormido, mientras comenzaba a agarrar sus cosas para irse a su casa. El doctor Hansen le dirigió apenas una mirada mientras dejaba su impermeable mojado en el piso e iba a toda prisa a su biblioteca allí en la planta baja. La señora McAlister se extrañó por su actitud y le preguntó qué sucedía.―No tengo tiempo para explicarle. Gracias por haber venido señora McAlister ―le dijo el doctor mientras entraba a la biblioteca y comenzaba a hurgar en las gavetas de su escritorio―. Como siempre su pago fue transferido a su cuenta esta mañana. No la necesitaré más por el resto de la semana. Ahora es mejor que se vaya, y mientras m&aacu
Se despertó cuando el autobús se detuvo en la terminal de Nueva York. Había hecho un largo viaje desde Los Ángeles y se sentía agotado en extremo. Tomó su mochila y bajó del autobús junto a los otros pasajeros. Afuera, apenas reconoció dónde se encontraba luego de cuatro años de haber estado allí en casa de su amigo. Suspiró profundamente.―Ya llegamos, hermano ―se dijo en voz baja―. Ya estamos en tu casa.A los doce años David Cranston perdió a su familia en un trágico accidente automovilístico. Aficionado al whiskey, su padre había bebido mucho en una reunión familiar un domingo, y de regreso a casa se quedó dormido al volante. Su padre, su madre y su hermanita de cinco años murieron ese día, y David comenzó una larga travesía por hogares adoptivos en los cuales nunca se sintió a gusto, ya que n